Cronopistmo

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LAS PANDEMIAS CENTROAMERICANAS

Por Carlos Francisco Monge*

La región centroamericana nunca ha sido zona de abundancia, pese a las intenciones de muchos —cierta ralea de políticos y de escritores, sobre todo— por sostener lo contrario. Lamentaciones aparte, es tierra de precariedades, abandonos y olvidos. Esto lo saben la mayor parte de sus habitantes, varios sociólogos y economistas honorables y un sinfín de poetas, proclives a soñar pero incapaces de darle la espalda a la realidad que presencian. Es cierto: hay grandes porciones de verdor, de bosques y montañas impresionantes, y una riqueza natural que le dan los dos mayores mares del planeta, que a sus veras se recuestan; pero también lo es que a su entorno lo asechan privaciones y desgracias: desde un terremoto que no mide justicia hasta una sequía inoportuna, una enfermedad en las plantaciones, un volcán aleve.

Ni aun desde la época de la conquista y la colonización de que fue objeto desde el siglo XVI, fue tierra de promisión, si bien a los recién llegados les brillaban los ojos de avaricia por hacerse de ella y de las vidas de sus nativos. Su historia se fue haciendo a voluntad de otros, más poderosos sin duda, poco dados al altruismo y a la voluntad de constituir un nuevo mundo. ¡Y tanto que se habló desde entonces del Nuevo Mundo en las cartas, en los relatos de viajes, en las crónicas y en los poemas acartonados de los líricos de turno!

Hoy día una legión de periodistas se rascan el mentón mientras picotean el teclado de sus computadoras hablando de maleficios, tragedias anunciadas, laboratorios siniestros y mascarillas por doquier, a propósito de la peligrosa pandemia que amenaza a la especie. Mal recuerdo de otras épocas, que también padecieron no menos graves pestes, plagas, confinamientos, como castigos de origen insospechado, aunque siempre de unas poderosas fuerzas sobrehumanas.

Las pandemias en Centroamérica son ancestrales, y no todas de origen biológico. Las ha habido políticas, sociales, económicas, militares y —léase bien— ecológicas. ¿No son las migraciones de amplios y menesterosos sectores de centroamericanos una necesidad ecológica, un desplazamiento obligado por el instinto de sobrevivir en parajes más propicios? No nos distraigamos, sin embargo; esta situación no es propia del istmo centroamericano; basta echar un vistazo a la mayor parte de países africanos y del sudeste asiático. Todas zonas ocupadas e instrumentalizadas por fuerzas extraterritoriales. Y en la historia reciente —media centuria, digamos— han sido el dramático escenario de confrontaciones geopolíticas de efectos catastróficos; Vietnam hace casi medio siglo; el istmo centroamericano hace treinta años y casi desde siempre inmensas extensiones del continente africano.

Como cualquiera de las más peligrosas de origen biológico, también se esconden entre los resquicios de la historia centroamericana otras formas de pandemia que amenazan la vida y la seguridad de sus habitantes. Disfrazada de mensaje mesiánico una de ellas: la demagogia de los poderosos, sentados en el sillón presidencial, de fina caoba y respaldares forrados en dorado tisú. Su discurso es negacionista: nada ocurre, todo está bajo control, los otros mienten o inventan, aquí estamos a salvo, porque somos tierra privilegiada y bendita; pero, atentos: que nadie peque, que nadie desobedezca mandatos, los únicos que cuentan y valen. Y estremece su virulencia, apoyada en un siniestro y eficiente aparato militar. Ante el aconsejable «distanciamiento social» (noción que en otras circunstancias sería afrentoso y lamentable), hay quienes promueven caravanas, marchas y procesiones para exaltar lo nimio y lo antojadizo; los hay que invocan avatares fingidos mientras juguetean con el móvil, el nuevo púlpito de nuestros tiempos, para arengar a la comunidad («mi pueblo», dicen), que espera respuestas con el alma en un hilo; los hay, en fin, que se apoltronan cantando salves mientras la cosa pasa, que, además, la ha enviado el imperialismo, como la octava plaga bíblica. Patético todo. Es la calculada ceguera del poderoso, sublimada en atrocidad impune.

Todos ya lo sabemos: el año 2020 va a ser, para la crónica de este aún joven siglo XXI, el año de la pandemia. Así nos recordarán los futuros historiadores, los microbiólogos, los filósofos y, probablemente, los economistas. Es posible que lo conviertan en leyenda algunos novelistas de lo obvio, o los catastrofistas del futuro (que persisten, porque el mercado editorial así lo está pidiendo). A nosotros, los centroamericanos de hoy, nos queda la esperanza; no la vacía de mirar hacia el cielo, con las manos juntas, sino la profunda, habituada a las otras pandemias que han azotado y azotan estos pequeños países. Después de los aguaceros torrenciales, la tranquilidad goteante en medio del bosque; después de los sismos y los huracanes, los brazos que juntos ayudan a reconstruir las casas del vecindario; después del torvo verde oliva del uniforme militar, el hermoso azul profundo del añil, que da el jiquilite.

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* Carlos Francisco Monge (Costa Rica, 1951). Poeta y ensayista costarricense, con una extensa trayectoria como crítico literario y profesor de literaturas hispánicas. Es autor de una decena de libros de poesía, entre los que figuran títulos como La tinta extinta (1990), Enigmas de la imperfección (2002), Fábula umbría (2009), Poemas para una ciudad inerme (2009), El amanuense del barrio (2017) y Cuadernos a la intemperie (2018). Entre sus libros de ensayo están La imagen separada (1984), La rama de fresno (1999), Territorios y figuraciones (2009), y varias antologías de poesía costarricense contemporánea. Sus estudios sobre poesía hispanoamericana y española tratan problemas entre la textualidad literaria y sus entornos culturales, ideológicos e históricos. Además, ha publicado numerosos estudios especializados, en revistas académicas, y abundantes notas y artículos periodísticos sobre literatura, cultura e historia. En la actualidad forma parte de un equipo de trabajo, en su universidad, en un instituto para el estudio de literaturas regionales, con particular interés en la del istmo centroamericano.

 

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