Editorial 89

Robin Williams padecía demencia con cuerpos de Lewy. Sus síntomas parecidos a los del Alzheimer y el Parkinson, finalmente lo llevaron al suicidio el 14 de agosto de 2014. Recuerdo ese día porque para nosotros como familia comenzó una vida en un nuevo hogar que hemos construido pulso a pulso. Siempre que recuerdo esa mudanza, evoco que fue la fecha en la que se fue ese niño eterno llamado Robin Williams y nosotros comenzamos una nueva etapa como familia. No lo niego: fue uno de los actores que marcó más profundamente mi niñez y adolescencia en los 90 con sus actuaciones cómicas y también con sus roles dramáticos.

Evoco aquí a Hook, Mrs Doubtfire, Patch Adams, La sociedad de los poetas muertos, Good Hill Hunting, Jack, entre otras. Ayer pude ver Boulevard, su última actuación antes de ese fatídico 14 de agosto. No voy a entrar en detalles sobre su trama para que muchos de ustedes la vean y puedan hacerse libremente sus propios juicios. Verlo actuar en este rol dramático, me estremeció: este personaje carga con un dolor profundo, una pena inmensa que lo lleva a muchos momentos de desesperación. Es una actuación contenida, nada sobreactuada, como si cargase con una depresión silenciosa, de esas que se llevan como una procesión por dentro y que los otros nunca advierten que cargas. Como si cargase con el peso de una Muralla China sobre los hombros -tanto Williams como Nolan, su personaje-. Pareciera que, en esta película, el mismo Williams nos diera un último adiós, no por ser su última participación en un largometraje, sino porque el personaje como tal evoca una despedida per se.

En estos tiempos de Covid deshumanizador, pienso en la enfermedad que padecía mientras estaba en la filmación en Boulevard: el peso de tener que soportarla mientras encarnas un personaje de esa profundidad y complejidad psicológica. Pienso en Williams como un comediante talentoso que hizo reir a tanta gente pero que llevaba tanto dolor adentro. 

 

Reflexiono sobre la cantidad de personas (amigos, conocidos, familiares) que llevan a cuestas la dictadura implacable de una enfermedad mental y tienen que actuar como si nada ocurriera, llevando sus fantasmas muy dentro de ellos, esperando simple y llanamente que alguien se preocupe por ellos, que les den un abrazo, les digan un te quiero, o recibir un par de palabras que expresen lo importantes y únicos que son. Grande y sublime Williams en Boulevard: su magia siempre será eterna. Aquí te recuerdo, payaso gigante con alma de niño en estos tiempos de pandemia.

 

Juan Manuel Zuluaga- Director de www.revistacronopio.com