Editorial 82

Nos gusta creer que los sucesos y la historia se atienen a alguna especie de orden. A tal punto queremos tener control sobre los acontecimientos que incluso creemos que el universo obedece un orden. En efecto, nuestros antepasados identificaron lo uno con lo otro llamándolo cosmos (orden). No es que el universo sea ordenado, es que llamamos orden a la forma como se comporta el universo. Eso es distinto. Tal ilusión de la, llamémosla, normatividad cósmica encuentra su máxima expresión en el narcisismo infantil prolongado hasta la adultez de muchos de nuestros congéneres. Dicho narcisismo es el de la creencia en el destino. ¿Por qué tal creencia es un acto narcisista? Porque comporta la idea de que de algún modo la historia y los sucesos están fríamente coreografiados y planeados por un «algo» o «alguien» para desembocar en mí, el afortunado viviente que hoy recibo la noticia de ser papá, o que mañana compraré un auto nuevo. A la inversa es igual, creer que todo en el universo deviene en una tragedia para mí es igual de antropocéntrico y animista.

Habrá quien señale que todo evento ocurrido en el universo está conectado con otro que lo causa, y así se podrían observar esas cadenas infinitesimales de sucesos para establecer la inexorable conexión entre todas las partes del cosmos. De modo que podría, algún día, calcularse cómo y cuándo le va a dar a alguien una apendicitis o quién será el don Juan que va a seducir a mi esposa. ¡Nada más ilusorio! La misma forma de ser del universo nos muestra que ni todo está conectado con todo, ni todo está separado de todo. No todo está conectado con todo, porque de ser así se podría derivar un conocimiento cualquiera de otro totalmente distinto (por ejemplo, podríamos entender el funcionamiento del aparato de Golgi a partir del canon «Leck mich im Arsch» de Mozart). Por contraparte, tampoco está todo desconectado de todo porque de ser así, sería imposible  de entrada la comunicación y, por extensión, el acceso a cualquier conocimiento.

Al final nos queda que ni todo está conectado, ni todo está desconectado. ¡Ah, pobres dioses del Olimpo que no podían escapar del destino! De haber sabido esto, se habrían rebelado contra los hombres que los pusieron entre tales murallas.

Bien sabemos que llegar a esta edición con que coronamos el año es fruto de muchas causas, pero también de muchas decisiones libres. Eso es lo que nos hace casi divinos a los hombres y eso es lo que hace que estos tiempos que no son tan perfectos como nuestra neurótica imaginación quisiera, sí lo son en cuanto sus frutos satisfacen lo que quienes hacemos esta obra esperamos. A nuestros lectores les deseamos no la irracional fortuna, sino la humana felicidad y la paz interior que es la que ayuda a aceptar las cosas, no como un destino sino como la verdad que nos hace libres.

Los editores.