Escritora del mes Cronopio

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LA MUÑECA HAITIANA

Por Dinorah Cortés Vélez*

«Innocence ends when one is stripped of the delusion
that one likes oneself».
(Joan Didion)

La primera vez que Delia la vio se encontraba levemente recostada sobre la mesa de artesanías haitianas, con un leve ladeo de la cabeza enturbantada. De inmediato, Delia sintió un pinchazo agridulce en la boca del estómago. La abrumaba en aquella parte de su cuerpo el deseo de poseer la muñeca. Pero, le parecía un sueño imposible, pues la muñeca de impresionante hechura no se le figuraba, para nada, barata. Albergaba, con todo, la esperanza, si bien lejana, de que llegara a ser suya.

Desprendiéndose de la mano distraída de su madre, que pasaba revista de unas miniaturas talladas en madera, Delia se acercó, con reverencia de practicante de un rito sagrado, a la mesa. Sus ojos redondos se detuvieron en las formas geométricas en el turbante. Aquellas figuras rojas y amarillas, que relumbraban contra el fondo blanco de la tela, eran rombos, reconoció triunfante. Notó el brillo achocolatado de las manos, la cara y los pies y sintió la urgencia de acariciarla, pero no se atrevió. Más la miraba y más sentía revolverle el estómago aquel amasijo, entre agrio y dulce, que era nuevo para ella a sus nueve años.

Como su madre se había desplazado hacia el otro lado de la carpa, que hacía de improvisada tienda, para mirar unas alfombras tejidas a mano, Delia hasta se atrevió a preguntarle a la vendedora cuál era el precio de la muñeca. Esta le contestó, en un español acreolado, que eran veinte. Aquel dos y aquel cero, pesaban como dos peñones sobre su pecho. Delia sabía que cada año, cerca de las fechas de las fiestas patronales, en junio, llegaban los vendedores haitianos a su pueblo y como a las dos semanas se marchaban. Por eso la angustiaba no tener el valor para pedirle a su madre que le comprara la muñeca, mas también pensaba que mientras hubiera incertidumbre había esperanza, por ilusa que fuera.

La próxima vez que vio a la muñeca fue un par de días después. Iba con su abuelo de camino para el laboratorio clínico, porque él tenía que hacerse unas pruebas de sangre. Desde la acera, Delia avistó, con el reconocimiento de una vieja amiga, a la muñeca. Se encontraba sobre la misma mesa, pero estaba sentada y tenía reclinada la espalda contra la pared. Esta vez, Delia se fijó en que el detalle del traje a rombos le hacía juego al turbante. La vendedora estaba parada en la acera frente a la carpa, a pocos pasos del área por donde Delia y su abuelo tenían que pasar. Confiando en que no la recordaría, con tanta gente que día a día debía desfilar por la carpa, Delia hizo acopio de fuerzas para volver a preguntar por el precio de la muñeca.

La indiferencia amable de la respuesta la reconfortó, confirmándole que la vendedora no la recordaba. Lo que sí la sobresaltó fue que esta vez lo que salió de su boca fue simplemente un «quince», así, a secas. A Delia la esperanza se le enarboló en las mejillas, súbitamente teñidas de granate. Siguió con su abuelo rumbo al laboratorio, sintiendo despuntarle una ilusión nueva como uno de esos brotes de tabaco en la finca de Güelo, como acostumbraba llamarlo.

La próxima vez que vio a la muñeca fue de camino con su madre para el salón de belleza. El biuti de Aurora quedaba prácticamente a la vuelta de la esquina de donde estaba la tienda de artesanías haitianas. De pasada, Delia oteó esperanzada hacia dentro de la tienda y el corazón le hizo una cabriola al ver a la muñeca, majestuosamente azabachada, todavía sentada sobre la misma mesa, como esperándola. Delia sintió que la euforia la ahogaba cuando, pegado al borde de la mesa, pudo distinguir un cartelito en donde se indicaba que el precio de liquidación era ¡de diez dólares! Por fin, Delia se animó a pedirle a su madre el dinero para la muñeca. Su madre sacó, sin más ni más, un billete de veinte y le dijo: «Mija, no tengo cambio y voy de prisa. Paga con esto y asegúrate de traerme la vuelta». Delia asintió anonadada ante tanta dicha. Como el salón de belleza quedaba tan cerquita de la carpa de artesanías, su madre hasta le permitía ir a comprar la muñeca ¡ella sola!

Delia sostuvo la muñeca con adoración. Le extendió el billete de veinte a la vendedora y quedó perpleja, al esta devolverle doce dólares, en lugar de los diez que le correspondían. Con ajoro culpable, Delia profirió un gracias tembluzco. Salió a todo escape de la tienda. Debajo de un brazo, llevaba la muñeca. En la otra mano arrugaba tres billetes sudorosos de culpabilidad.

Cuando se aprestaba a doblar, muy deprisa, la esquina, oyó el vozarrón acreolado que la urgía a parar. Delia pensó en caminar más rápido, pero se detuvo en seco al oír aquella voz justo detrás de su pelo. Se volvió pesadamente, con el semblante amustiado por el bochorno. Por primera vez notó los ojos enrojecidos por el cansancio. También notó el rictus amargo de aquel entrecejo, que tanto se parecía al de la muñeca. Sin ambages, la vendedora le demandaba los dos dólares que le había dado de más. Delia extendió los dos billetes humedecidos, sin decir palabra. La vendedora los agarró con impaciencia y giró sobre sus talones agrietados sin decir más. Sin volver a mirarla, se dirigió hacia su tienda con un balanceo altivo de las caderas. Delia se quedó allí varada, sintiendo salir de cada uno de sus poros unos pelos duros, en forma de púas, como de rata de alcantarilla. Cuando volvió a mirar la muñeca, su mirada le pareció fea, muy fea, como una acusación.

* * *

Este relato se publicó originalmente en la colección de cuentos de la autora, Fugas de duermevela. Prosas heridas (San Juan, Puerto Rico, Isla Negra Editores, 2018).

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*Dinorah Cortés Vélez (1971) es de Isabela, Puerto Rico. Obtuvo su Ph.D. en literatura colonial latinoamericana en la Universidad de Wisconsin-Madison. Es Catedrática Asociada en Marquette University, Milwaukee, WI, U.S.A. Ha publicado tres libros de ficción con Isla Negra Editores (San Juan, Puerto Rico): El arca de la memoria: una biomitografía (2011), Cuarentena y otras pejigueras menstruales (2013) y Fugas de duermevela. Prosas heridas (2018). También tiene publicado un poemario, Poemas de la soledad en Wisconsin (San Sebastián, Puerto Rico, Indómita Editores, 2015). Ha publicado diversos artículos de prensa cultural (Claridad, El Post Antillano y Revista Cronopio). Es la creadora y organizadora de la conferencia bienal de estudios caribeños, Calibanías y caribeñidades, que se celebra en Marquette University. Tiene terminado el manuscrito de su primer libro académico sobre Sor Juana Inés de la Cruz. Actualmente trabaja en una obra de teatro y en dos poemarios.

 

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