Literatura Cronopio

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EL RETRATO DE UN FACEBOOKERO: WILDE FRENTE A LA POSTMODERNIDAD

Por Angie J. Delgado*

«Sírvete de lo aparente como indicio de lo inaparente».
(Solón de Atenas)

Si moralejas buscamos en una obra que no tiene por qué ser moralizada, he de decir que Dorian Gray podría ser la personificación de un cliché postmoderno: ¡La belleza interior es lo que cuenta!… Aunque resulte curioso que en tiempos como los de ahora incluso el interior demande salvaguardar las apariencias. Pero seamos animosos, podemos encontrar enseñanzas y modelos en todas partes. No tenemos retratos pero sí tenemos perfiles, no poseemos belleza ni fortuna pero sí tenemos celulares con filtros. Porque hay ficciones más poderosas que un retrato que conserva el alma a cambio de lozanía perpetua. Por ejemplo, recibir dinero a cambio de seguidores o contenido en una página en Facebook.

El retrato de Dorian Gray (1890) podría convertirse en nuestro propio retrato, si lo vemos delicadamente, pues cualquiera que esté sujeto a una imagen social esconde una realidad con el mismo celo con el que la mortaja ocultaba el lienzo. Todo tipo de transformación tiene por testigo a un contenedor de identidades, ya el contenedor adoptará formas múltiples dependiendo de quién le cele. Así pues, irá viendo usted mis pretensiones con estas líneas; tan alejada o tan cercana que resulte semejante comparación, le diré por qué decidí tomar a Dorian Gray como espejo de una generación postmoderna y narcisista desde algunos focos posibles.

Primero, comprendamos al personaje. Oscar Wilde pinta entre palabras a un adolescente hermoso. Tan hermoso era desde la pluma de Wilde que Basil Hallward logra sobreponer la belleza de su ficción para plantear una metarrealidad un poco más extraordinaria. Entre colores Wilde guía la mano de Basil para personificar al arte. Y tal es el efecto de semejante quiebre, al ver el retrato, que el joven Dorian Gray efectúa su encanto consigo mismo, el mismo encanto que cautivó a todo aquel que le veía. ¿Y qué esperar de un muchacho que recibe elogios hasta el cansancio? Se enamora tanto de su belleza enaltecida que la vanidad y el recelo le llevan a desear con impotencia no perderla nunca. Tal es la fuerza del narcisismo de Gray que convierte la belleza y la juventud en la pasión que le permitiría explorar lo moralmente inexplorable.

Y la pasión será quien regirá los pasos del arte hecho jovencito, y la metamorfosis de Gray alcanzará la inminencia que deteriora a su alma encerrada en un lienzo. Tan podrida está que se horroriza a sí mismo. Tal es su miedo de ser conocido que decide esconderla y enfrentar cualquier cosa con tal de mantenerla oculta. La identidad del protagonista se irá quebrando tal como el espejo en que se refleja nuestra generación, y así como de la ingenuidad a la perversión puede existir solo un atisbo de curiosidad, la metamorfosis de Dorian se radicaliza.

Comprendiendo desde la conceptualidad el desarrollo de un personaje, la profesora María Antonieta Gómez, en su texto Transformaciones de la Identidad y Pasiones Humanas (2008), habla sobre la pasión como motor primordial en las transformaciones presentadas en los seres humanos. Dice que al tener en cuenta que las personas son seres pulsionales, la notoriedad de los cambios inducidos por los mismos muestra la metamorfosis en las personalidades y decisiones del ser pasional. Lo que expone Gómez no se remonta únicamente a la contemporaneidad y sus delirios. La mitología griega plasma por medio de Ovidio en Las metamorfosis las transformaciones adoptadas por los seres mitológicos, guiados por las pasiones para alcanzar un objetivo, caso que se observa en Apolo y Dafne, por ejemplo. Y aunque los objetivos de Dorian no son precisos, todo se ceñirá en el mismo centro de su primer quiebre:

—Sí, —continuó el joven— para ti soy menos que tu Hermes de marfil o tu fauno de plata. Ésos te gustarán siempre. ¿Hasta cuándo te gustaré yo? Hasta que me salga la primera arruga. Ahora ya sé que cuando se pierde la belleza, mucha o poca, se pierde todo. Tu cuadro me lo ha enseñado. Lord Henry Wotton tiene razón. La juventud es lo único que merece la pena. Cuando descubra que envejezco, me mataré (pág. 31).

Las pasiones de Dorian se irán tejiendo alrededor del mismo tópico. Siente que la vejez le quitará lo único que aparentemente la juventud y la belleza pueden otorgar. Así se desarrolla la naturaleza de Dorian a lo largo del relato. Tenuemente su construcción le llevará al cinismo, y no le importará nada ni nadie más que él mismo, pues ser bello lo justifica para hacer lo que le venga en gana, como si la belleza justificara la imposición de su voluntad.

Se preguntará usted qué relación encuentro yo entre el drama de Dorian y el drama de los internautas. Pese a que las prioridades de Gray toman rumbo un tanto curvado a lo largo de la obra, desde una primera instancia señalo que la aprobación y los elogios de terceros le han llevado a tenerse en alta estima, tanto así que le han llevado a atesorar lo que los demás valoran para sentirse seguro y pleno. ¿Y quién no ha pretendido lo mismo en nuestras décadas?

El apego a las apariencias en la contemporaneidad demanda pinceladas que no se conforman solamente en un retrato físico, sino que más bien se concentran en dibujar con detalle algo más profundo, sustancial, algo casi filosófico: un perfil. Y no cualquier perfil, un perfil en Facebook o en Instagram. Conversemos. Yo supongo —porque supongo mucho— que usted tiene una cuenta y que la usa con regularidad. Si estoy en lo correcto, he de pensar que ha analizado con atención todo lo que le muestra el muro. Y es que para eso usamos semejantes redes sociales, ¿no? Para analizar a nuestros amigos y no para entretenernos —ajá, sí, claro que sí—. Ahora asumiré que ha visto lo que yo. Todo perfil en Facebook o Instagram tiene tras de sí un hilo conductor, un croquis, una columna vertebral que deja ver ante los stalkers la tonalidad y el ambiente que el usuario ha pintado entre los memes, las fotos y los compartidos. «Qué intelectual puede llegar a ser Perencejo». «¡Oh, pero qué buenos memes comparte! Es un agradable sujeto». «Este man es bien pinta, severa foto».

Avancemos un poco más y contrastemos con nuestro protagonista. Generalizando el mapamundi de Wilde, Dorian Gray posee tanto belleza y fortuna como la influencia sobre los demás. El poderío que le otorga una imagen buena y agradable permite que gane la confiabilidad de quienes le rodean. Ocurre algo similar con las redes sociales, el usuario puede carecer de fortuna y belleza —¿para qué eso si la ficción de lo digital permite lo que sea?— pero la construcción que logra darle a su muro permite que todo aquello que comparta sea aceptado o no por quien vea su contenido. Un meme o un artículo pueden retumbar en la mirada de cualquier internauta cuando el que lo propaga cuenta con popularidad. La influencia de Gray pudo haber llegado muy lejos, las pasiones que mueven a nuestro personaje distan del usuario en la medida que la belleza y el hedonismo embriagan a un sujeto que busca satisfacción. La satisfacción del usuario se ciñe a la aprobación de sus seguidores, sean muchos o pocos, que le dan palmaditas con forma de reacciones emojivas en la espalda.

Las pasiones de los internautas pueden poseer la misma superficialidad que la de Dorian. La superficialidad y el narcisismo van construyendo la individualidad propia de un sujeto que toma por prioridad su imagen. Lypovetsky en La era del vacío (1983) afirma que Narciso es el símbolo de nuestro tiempo porque se ha convertido en uno de los temas centrales de la cultura. Dice que el narcisismo aparece como un nuevo estado del individuo en donde este se relaciona con su cuerpo y consigo mismo, en la medida en que lo permisivo ha prescindido de los últimos valores sociales y morales que coexistían. También dice que la propia esfera privada se transforma para ser expuesta solamente a los deseos cambiantes de cada sujeto. Oscar Wilde se adelanta a la postmodernidad cuando dibuja a un sujeto que nos representa ahora. Lypovestky señala que en la sociedad postmoderna reina la indiferencia de masa, el estancamiento, la autonomía privada, la innovación superficial; el futuro no se asimila ni se tiene en consideración. La sociedad postmoderna quiere vivir el aquí y el ahora, así como Dorian Gray, y Gray y los postmodernos se despojan de tabúes e ídolos para regirse por su propio vacío.

Ahora bien, las pasiones superficiales dan al individualismo la posibilidad de desarrollar las apariencias de los sujetos hasta el punto que ellos deseen. Dorian Gray construyó su apariencia a través del dandismo. Se convirtió en la influencia del momento desde el glamour y se corrompió desde los vicios. La belleza de su apariencia ocultaba la fealdad de una realidad más profunda. Los usuarios de las redes sociales construyen perfiles a través de colores y retos, fotografías y memes. Se convierten en propagadores de contenido y esconden tras la pantalla una realidad que no les queda a la talla, modificando los diseños de sus vestigios según la medida de la tendencia del momento.

Ya para terminar, he de decir que Oscar Wilde se adelanta a la postmodernidad para pintar a un adolescente millenial vestido de gala. El desarrollo del personaje y sus prioridades permiten que esta generación se refleje hasta el punto de manifestar su dandismo a partir de publicaciones en las redes sociales. La riqueza y la belleza permitieron que Gray tuviera el mundo a sus pies; la Internet o la web han dotado a toda una juventud de lo que muchos pudieron carecer en la diégesis del protagonista. Como un apunte final he de decir que al terminar la novela, cuando el protagonista intenta restaurar su consciencia, Dorian me recuerda al usuario que depura su perfil de Facebook de aquellos tiempos turros en los que compartía imágenes emo y canciones de reguetón o baladas, depura su perfil porque ha sido redimido de semejante pasado tan oscuro y pretende sostener una imagen intelectual pero relajada, hipster pero risueña. ¡Y lo diré yo! Que no admito semejantes barbaridades porque me dejo influenciar por Gray.

BIBLIOGRAFÍA.

Wilde. O. (1890). El retrato de Dorian Gray. Panamericana: Bogotá.

Ovidio Publio. (2017). Las Metamorfosis. Maxtor: Valladolid.

Gómez Goyeneche. M. A. (2008). Transformaciones de la Identidad y Pasiones

Humanas. Revista Poligramas.

Lipovetsky. G. (1983). La era del vacío. Anagrama: Barcelona.

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*Angie J. Delgado es estudiante de séptimo semestre de Licenciatura en Literatura de la Universidad del Valle (Colombia).

 

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