Especial Cortázar Cronopio

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EL JUEGO EN LA POÉTICA DE JULIO CORTÁZAR

Por Diana Ramírez*

Otra de las constantes en la construcción de los relatos de Cortázar es el aspecto lúdico que otorga a sus narraciones: «El juego, por sus cualidades inherentes, es apto para la representación totalizadora de la realidad, porque sus reglas —finitas— pueden generar todas las posibilidades subyacentes creando un sistema completo e íntegro» [1]. El juego resulta fundamental en la literatura de Cortázar por ser un sistema que permite comprender la realidad lúdica como una experiencia dentro de lo cotidiano.

El juego es la entrada a un universo que ofrece el divertimento de ingresar en una situación distinta; plantea exigencias y recuerda la inocencia temprana de la infancia, pues al evocar el juego inevitablemente surge esa tentativa. Y quizás Cortázar rememorara, con el carácter de su prosa, la niñez de la humanidad, donde (si se observa de manera utópica y nostálgica) todo es más fresco, inocente, limpio; las reglas son más simples. En este sentido, el juego se vuelve un modo de conocimiento y una forma de divertimento, donde todo se articula y asume un sentido intrínseco.

La narrativa ofrece al lector adentrarse en un universo con otras normas, y si bien parece que éste tiene un papel pasivo como espectador, la prosa cortazariana le exige ser partícipe, requiere de su mirada para que el texto sea verdaderamente un juego bilateral. Julio Cortázar posee la conciencia de que, sin el receptor, la literatura se encuentra sola, como un tablero de juego sin participantes. La imaginación de ambos es uno de los mecanismos lúdicos para configurar y dar vida a la realidad de la literatura pues «la imagen o metáfora es el instrumento poético por excelencia, puesto que permite al poeta unir elementos distantes de la realidad, descubrir vínculos profundos entre las cosas y fenómenos del universo» [2].

Lejos de ser un planteamiento desenfadado y entregado al inocente regocijo, en el mundo lúdico de las narraciones cortazarianas asoman cuestiones inherentes a la existencia; así como el juego requiere observar y comprender las reglas para estar en él —como puede apreciarse tomando como ejemplo Manual de instrucciones (1962)—, la escritura demanda que los lectores asuman que no se lee sólo desde fuera o de modo pasivo, sino que el lector juega, participa siendo consciente de ello y será colocado como parte de la apuesta del juego, ya que en todo juego existe una tensión que requiere diálogo y participación activa [sic].

El carácter lúdico de la obra de Cortázar adquiere un significado más allá de lo inmediato. Relacionado con el viaje, el juego emprende también un recorrido, una avanzada que producirá un cambio en los jugadores. Además, también hay en el juego de Cortázar una perspectiva metafísica: así como un pequeño entregado a un universo lúdico se encuentra dentro de una realidad aparte y sale del tiempo, mediante la literatura existe un tiempo fuera de los parámetros de la realidad circundante. Este aspecto relaciona una vez más sus relatos con lo mítico. Saúl Sosnowski, a este respecto, sostiene: «Para la mente mítica lo empírico y lo no–empírico poseen un mismo grado de realidad. Al eliminar de esta realidad los principios lógicos, se pierden con ello la irreversibilidad del tiempo y la dimensión unívoca del espacio. Se niegan, además, la unidad y la finitud de los hechos y la necesidad teórica de que un hecho sea considerado único en un tiempo y en un espacio determinados» [3].

Esta propuesta analiza la noción de realidad que determina espacio y tiempo, los cuales en el arte —como en el mito— adquieren niveles completamente distantes de los parámetros establecidos. Por ejemplo, para la conciencia mítica el tiempo es circular, se percibe de un modo relativizado y natural, y en el paradigma contemporáneo el tiempo es atávico, lineal; el mismo Sosnowski sustenta la necesidad del mito en el hombre actual:

La visión mítica de la realidad […] trasciende los límites impuestos al hombre por la actitud normativa positivista. El criterio de reducción del conocimiento a lo estrictamente empírico ha enajenado al hombre. Al dictaminar que sólo lo que se manifiesta al nivel empírico, que sólo los hechos concretos sometidos a leyes verificables poseen valor cognoscitivo, el ser humano fue separado de un mundo que siente y que intuye ligado a su existencia, pero que es irreductible a fórmulas científicas [4].

El mundo intuitivo aparece en la literatura como parte de su antecedente mítico. Así, la anulación de lo temporal y lo espacial facilita que el viaje en el universo cortazariano comparta similitudes con el mito. En este caso, se trata de un tiempo aparte, ajeno a las limitantes de la realidad; por ende, ese mundo puede desplegarse aún con la muerte («Las fases de Severo» [1974]), en medio del dolor («Cefalea» [1957]) o con la invención de una determinada ocurrencia que habita dentro de la realidad circundante de los personajes cortazarianos («Cambio de luces» [1977]).

La construcción del juego obliga a entrar y salir de los planos de la realidad circundante, literaria, mítica. No es un juego inocente o intelectualizado exclusivamente, no se reduce a la simpleza de la risa ni a la complejidad de la racionalización. Cortázar va más lejos ya que sus textos poseen, por un lado, una carga racional para configurar lingüísticamente un orden significativo en la organización de sus textos cuyo propósito es mostrar una historia elegantemente escrita y, por otra parte, una veta imaginativa que desemboca en el empleo del símbolo como una herramienta lúdica para revelar una nueva faceta del texto; por ello se afirma: «Su visión […] le muestra que todo proyecto humano por venir implica una integración, fecunda y lúdica, de componentes en apariencia contradictorios; le es conferida la gracia que le permite franquear las diferencias» [5]. En este sentido, Cortázar planteaba: «todo hay que inventarlo otra vez» [6], de lo cual se deduce que la transformación del hombre mediante la literatura es crucial para su proyecto humanístico; la metamorfosis del hombre como un acto evolutivo es uno de los objetivos dentro de la narrativa del escritor argentino, usando el propio mitema de la metamorfosis como uno de sus tópicos.

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El presente texto hace parte del capítulo «Temas, mitemas y símbolos en la poética de Julio Cortázar» del libro «Un puente para el hombre nuevo: La obra de Julio Cortázar desde una perspectiva mitocrítica», publicado por la Secretría de Cultura del Estado de México, 2017.

Este texto se puede conseguir en el siguiente enlace: 

https://patrimonioyserviciosc.edomex.gob.mx/libros-formato-digital?fbclid=IwAR1TQpSVvh6mkDOqwYD3kgnZUtImqz_ru1uZOypFXegtKf5Z2wZgIQMYEBU

NOTAS.

[1] László Scholz, El arte poética de Julio Cortázar. p. 94.

[2] María Luisa Rosenblant, Poe y Cortázar. Lo fantástico como nostalgia, p. 61.

[3] Saúl Sosnowski, Julio Cortázar: una búsqueda mítica, Ediciones Noé, Buenos Aires, 1973, p. 30.

[4] Ibidem, p. 54.

[5] Ignacio Solares, Imagen de Julio Cortázar, FCE, México, 2008, p. 35.

[6] Julio Cortázar, Rayuela, p. 589.

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* Diana Ramírez. Doctora en Letras por la Universidad Nacional Autónoma de México, Maestra en Humanidades: Estudios Literarios por la Universidad Autónoma del Estado de México, misma institución en la cual estudió la Licenciatura en Letras Latinoamericanas. Su trabajo crítico se enfoca al estudio de la teoría del mito y del símbolo, aplicados a la literatura latinoamericana contemporánea. Ha publicado artículos críticos sobre Julio Cortázar, Juan José Saer, Roberto Ampuero y Alberto Chimal en revistas especializadas nacionales e internacionales (Castálida, E-ScriptaRomanica, Romanica Olomucensia, Kañina: Revista de Artes y Letras de la Universidad de Costa Rica, entre otras). Es autora del ensayo crítico Un puente para el Hombre Nuevo: la obra de Julio Cortázar bajo una perspectiva mitocrítica, publicado en 2017 por la Secretaría de Cultura del Estado de México.

 

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