Literatura Cronopio

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EL INFORME KLEIN

Por Javier Quirce*

«Que el cielo exista,
aunque nuestro sitio sea el infierno».
(Jorge Luis Borges)

A mi madre.

1. La reunión

La noche del 23 de agosto del año 2018 Juan Steinberg soñó que cruzaba un laberinto y que un grupo de hombres vestidos de negro lo perseguían. Uno de ellos llevaba un cuchillo. En el mismo momento en que le daban alcance despertó. Con el sabor metálico del sueño todavía en la boca, Steinberg permaneció a oscuras y en silencio unos minutos tumbado boca arriba. Poco después, subió las persianas y las luces rojas, verdes y amarillas de Hong Kong entraron dando a la habitación del hotel una atmósfera casi religiosa. Al rato encendió la luz y fue hasta el baño para lavarse la cara. Sacó una jeringuilla de una caja con un pequeño frasco de líquido transparente, preparó una inyección y se la aplicó en el brazo izquierdo. Una sensación de paz invadió su cuerpo mientras se pasaba un algodón con algo de alcohol por el brazo. Más tarde, con los ojos cansados y llenos de sueño, se miró en el espejo del baño y, como tantas otras veces en Barcelona, fumó un cigarro en silencio. A Steinberg le gustó siempre ese momento a primera hora en las grandes ciudades, antes de que las calles se llenen de gente. Luego, tomó una ducha y se vistió con su traje azul marino, camisa blanca, zapatos marrones y miró a las calles vacías desde la ventana. Eran las siete de la mañana. Encontró una tarjeta en el bolsillo interior de su americana. El papel era grisáceo y venía impreso un logo circular alrededor de una pirámide y dentro del mismo el nombre de Berger & Asociados. Pensativo, pasó un dedo por la superficie de la tarjeta, sintiendo su textura y el relieve de sus letras. Con la tarjeta en la mano, recordó la llamada que recibió unos días antes, mientras caminaba por el Paseo del Espolón, cerca de su ático enfrente de la catedral. La mañana en Burgos era fresca y soleada y una voz de mujer amable le convocó a una reunión en Hong Kong:

—Necesitamos su ayuda en un asunto urgente relacionado con nuestra sociedad, señor Steinberg —indicó la mujer después de presentarse como Amanda Lee—. No se preocupe por las condiciones, será bien recompensado.

—¿En qué consiste este caso? Deme por favor más información al respecto. ¿Y cómo han encontrado mi contacto? —preguntó Juan sorprendido por la llamada.

—Lo siento, señor Steinberg, no puedo revelarle nuestras fuentes. Solo le puedo decir que tenemos buenas referencias de sus anteriores trabajos y que buscamos a alguien de fuera que sea totalmente desconocido en nuestra plaza. Toda la información relativa a este asunto le será entregada debidamente en Hong Kong. Venga por favor cuanto antes. Le hemos estado estudiando y estamos seguros de que usted es la persona adecuada para este trabajo. Sabemos de sus cualidades, señor Steinberg.

—Yo no merezco ningún tipo de estudio y no sé si saben que llevo un tiempo sin trabajar —contestó Steinberg—. ¿Y a qué cualidades se refiere?

—Sabe perfectamente a qué me refiero y esta es una gran oportunidad para volver a su actividad. Le esperamos en un par de días, no puedo contarle nada más por teléfono, lo único que le adelanto es que es un asunto de una gran relevancia y que la recompensa por sus servicios será igualmente importante.

Después de un largo silencio, Steinberg por fin contestó:

—De acuerdo, le confirmaré nuestra reunión lo antes posible.

Poco después volvió a su apartamento y buscó información sobre la sociedad que le había convocado sin encontrar demasiado, solo algo sobre varios de sus proyectos de construcción en Asia. Sin esperar mucho más y llevado por la emoción que hay siempre antes de un viaje, Steinberg reservó el vuelo y un hotel cerca de la bahía en Hong Kong. Después, salió a pasear y se sentó en un banco de piedra en el Paseo de la Isla, donde pensó que ya era hora de volver a trabajar. La preparación para el viaje fue lo más sencilla posible. A la vuelta a su ático escribió una nota a su casero avisando que se ausentaba por un tiempo indeterminado. La estantería de libros de su apartamento lo miró indiferente mientras preparaba la bolsa de viaje con una Biblia, el pasaporte, el cuaderno de notas y algo de ropa con el traje y unas camisas. Una vez listo, se fumó el último cigarro antes de la partida. Había pasado tranquilo allí los últimos años y lo iba a echar de menos. Al día siguiente, salió para Madrid mirando por última vez a la catedral desde el Arco de Santa María. En Madrid tomó el avión, el vuelo nocturno fue largo y pesado, casi no pudo dormir, intranquilo por el trabajo que le esperaba, y a su llegada a la isla con las primeras luces matinales, cruzó en taxi el enorme puente que va desde Lantau a Hong Kong Island, con el sonido de las ruedas contra el asfalto y una multitud de edificios al fondo. En el taxi sintió que flotaba, como si todo ya hubiera sido escrito, como si ya no hubiera escapatoria posible, como si todo hubiera sido trazado por un dios que lo sabe y lo perdona todo.

Tras recordar todo aquello, Steinberg guardó la tarjeta, acabó su café americano y siguiendo el ritual llevado a cabo siempre antes de un trabajo, rezó unos minutos de rodillas de cara a la bahía. Luego bajó con decisión a la recepción del hotel y fue a desayunar. Huevos revueltos y zumo de naranja eran esa mañana lo más parecido a la felicidad. Después salió del hotel. El centro financiero bullía desde temprano de actividad, miles de personas acudían a su trabajo. Con tiempo suficiente, recorrió las calles de Central y a las ocho de la mañana, tal y como estaba previsto, llegó al edificio donde se llevaría a cabo la reunión.

Amanda Lee, la mujer de la voz amable, era joven y de origen asiático. Tenía el cabello largo, negro y llevaba un vestido gris. Le dio la mano a Steinberg en la recepción y le pidió que le acompañara. Subieron por uno de los ascensores a la última planta del edificio y una vez arriba, cruzaron un largo pasillo enmoquetado con varias oficinas a los lados. Al final llegaron a una puerta con el símbolo circular de la tarjeta y el sello Berger & Asociados escrito en negro. Tal y como había imaginado Steinberg, la sala de reuniones la cruzaba una alargada mesa de madera con seis hombres alrededor, todos de unos cincuenta años y con trajes oscuros. La bahía de Hong Kong y un grupo de rascacielos, como monstruos de un cuento infantil, como gigantes de cristal y acero, se veían al fondo, desde los amplios ventanales de la sala envuelta en una extraña calma. Uno de los mayores, con el pelo canoso y gafas de montura negra, se levantó de la silla y le dio la mano. Amanda Lee salió de la oficina y cerró la puerta.

—Bienvenido a Hong Kong, señor Steinberg. Soy Markus Berger, socio fundador de esta empresa. Vayamos al grano, no tenemos mucho tiempo. Como le comentamos hace unos días por teléfono, nos hemos reunido hoy de urgencia debido a un asunto importante. Uno de nuestros hombres ha desaparecido. Un hombre de confianza al que le debemos mucho. —Mientras Berger hablaba con un marcado acento alemán, el resto de los miembros de la reunión permanecían en silencio, mirando fijamente a Steinberg desde el otro lado de la mesa. A alguno de ellos se le veía seriamente preocupado. En la sala solo hablaba uno, Markus Berger, mientras el resto de la sala escuchaba atentamente—. En cuanto a usted nos hemos informado bien —continuó Berger—. Necesitamos conocer bien con quién trabajamos, el futuro de toda nuestra sociedad está en juego. Sabemos lo que ha estado haciendo en Barcelona los últimos años. Ha resuelto casos importantes de forma limpia y profesional. Viene de fuera, lleva una vida discreta y sencilla, sin compromisos familiares, acostumbrado a vivir en el extranjero; autonomía y capacidad de análisis. Todo lo que estamos buscando. Por nuestra parte, disponemos por supuesto de suficientes recursos para que lleve a cabo este trabajo, por eso no se preocupe. También le digo que somos personas de otra época, creemos mucho en la lealtad y le vamos a exigir exactamente lo mismo. El mundo moderno ha olvidado muchos valores, pero nosotros no, hemos tenido muchos problemas con gente desleal, hemos sufrido mucho por eso. Este asunto se está convirtiendo en algo desagradable y lo queremos resolver rápido. Ya sabe, la vida es como es, no como a uno le gustaría que fuera, hay que saber adaptarse a ella. Por lo demás, siempre hemos intentado ser independientes, el coste es alto, pero merece la pena, señor Steinberg —dijo Berger mientras miraba a su alrededor.

Después de escuchar todo aquello, Steinberg asintió y dijo:

—Gracias por la oportunidad de estar aquí en sus oficinas, señor Berger. Vamos a hacer todo lo posible para resolver el caso de una forma rápida y sencilla. ¿Cuánto tiempo lleva esa persona desaparecida? —Esa fue su primera pregunta.

—No lo vemos desde hace una semana —contestó Berger.

—¿Alguien que quisiera hacerle daño? —Segunda pregunta de Steinberg.

—No, que yo sepa.

—Necesito que me dé toda la información relativa a esa persona, tanto a nivel personal como profesional, señor Berger.

—No se preocupe por eso. Va a disponer de toda la información que necesite. Hay otra cosa que queríamos comentar con usted. En sus trabajos anteriores hemos visto algunas cosas que nos han gustado y otras que no tanto. Según parece, en la agencia en la que trabajaba en Barcelona tuvo muchos problemas con sus superiores.

—He tenido siempre problemas con las jerarquías porque no creo en las jerarquías —contestó Steinberg—. Lo de la agencia en Barcelona ya se acabó hace dos años, desde entonces trabajo de forma independiente.

Berger y el resto de la sala analizaron durante un breve intervalo lo dicho por Steinberg.

—¿Eso de las jerarquías qué quiere decir? —preguntó Berger finalmente— ¿Que no quiere aceptar órdenes de otros?

—Eso quiere decir que intento resolver siempre mis casos de forma objetiva y no estar sometido a dictados de superiores con los que no estoy de acuerdo, como me ocurrió varias veces en Barcelona.

—De nuevo silencio en la sala.

—Me parece bien su forma de trabajar, pero no debe olvidar en ningún caso quién es su cliente —contestó Berger—. Nos gusta mucho la discreción y le vamos a pedir lo mismo, señor Steinberg. Movemos negocios e influencias políticas en esta ciudad desde hace muchos años. Nos preocupamos por nuestra gente, como en cualquier otra sociedad. Hacía tiempo que no estábamos reunidos todos los fundadores como hoy, somos gente ocupada y es difícil que nos veamos todos juntos. No cabe duda de que vivimos tiempos difíciles. Está claro que la sociedad occidental tal y como la hemos conocido se acaba y que viene algo nuevo, aunque no sabemos el qué. No sabemos lo que va a pasar a partir de ahora, pero nuestros últimos movimientos han estado enfocados a China porque pensamos que allí va a ocurrir algo importante próximamente y queremos estar cerca cuando eso suceda. —Berger miró a su alrededor al decir esto y varios de los socios sonrieron y asintieron levemente—. ¿Quiere una taza de café? —preguntó.

—Por favor.

Berger llamó a la secretaria, Amanda Lee, que apareció al poco tiempo con una bandeja. Steinberg sacó un cuaderno para tomar notas. El silencio en la sala lo rompía de vez en cuando el sonido de unas grúas de una edificación cerca de la bahía.

—Dígame, por favor, todo lo que sepa de la vida de esta persona desaparecida. Empiece desde el principio, cuándo se conocen y cómo llegan hasta aquí —pidió Steinberg.

—Hermann Klein, nuestro socio desaparecido, nació en Heidelberg en 1965 —contestó Berger—. Somos del mismo año y de la misma ciudad. De origen humilde, la familia tenía un negocio, una tienda textil cerca del centro histórico de la ciudad. Me contó en varias ocasiones que su padre y varios de sus tíos tuvieron formación militar y que participaron en varias acciones en las dos guerras mundiales, todos ellos aficionados al alcohol y al juego. —Steinberg escuchaba atentamente y tomaba notas en su cuaderno. Berger lo decía todo de memoria, no llevaba nada apuntado—. Sus hermanos mayores, Heinrich y Andreas, ambos muy trabajadores, abandonaron pronto el domicilio familiar para trabajar y vivir por su cuenta. Hermann era un chico inteligente y nervioso. Leía mucho. Su primer trabajo fue barrer todos los días la tienda de sus padres. Fue siempre reservado en cuanto a su situación familiar, pero todos sabíamos que las discusiones en su casa eran habituales y que la causa principal era casi siempre la mala gestión del negocio familiar de su padre, hecho que llevó varias veces a la familia al borde de la ruina. Éramos tan pobres que solo se podía hacer lo correcto, me comentó más de una vez. El verano de 1985, cerca de un lago en Wiesbaden en la casa de una tía materna, conoció a su primera novia, Anna Schneider, hija de un importante empresario de la automoción local. Un día, al final de ese verano, discutieron y se separaron. La relación de Klein con las mujeres fue siempre pasional y confusa, algo que le generó también frecuentes problemas emocionales. En el caso de Anna Schneider, sé que mantuvieron contacto durante un tiempo después de ese verano. Hermann nunca me quiso contar qué pasó en aquella casa cerca del lago, pero debió de ser algo muy desagradable.

—¿Cómo era Anna Schneider físicamente? —preguntó Steinberg.

—Era alta, rubia y elegante.

—¿Algún problema de salud del señor Klein por aquel entonces?

—Hermann empezó a sufrir desde joven fuertes depresiones, dolores de cabeza y mareos propios de una persona extraordinariamente sensible, dolencias que le acompañaron toda su vida.

—Continúe, por favor —contestó serio Steinberg.

—Cuando tenía veinte años murió su padre de un infarto cerebral y Hermann se quedó en Heidelberg al cuidado de su madre, descrita por él en ese momento como una persona fuera de este mundo. Poco después viajó a Italia, Suiza y Austria. Asistió a sus primeras clases de filosofía, aunque su precaria situación económica no le permitió estar matriculado. Creo que su gran sueño siempre fue ese, dedicarse a la filosofía. Todos tenemos un sueño, pero eso no significa que lo cumplamos. Su otra gran pasión era la música, decía siempre que no podía vivir sin ella. Iba mucho a una cervecería cerca de la Schillerstrasse. Allí le conocí una noche en 1987. Yo entonces era estudiante de Económicas, varios de los que estamos hoy en esta reunión íbamos a esa cervecería. Hermann hablaba de todo, al contrario de lo que podría parecer, era una persona social y extrovertida. Recuerdo que alternaba períodos de gran elocuencia con otros de largo silencio. Frecuentó también en aquella época un cine universitario y una biblioteca pública. A los treinta años empezó a trabajar en el ensayo filosófico Política. En 1995 murió también su madre debido a un cáncer. Yo estaba trabajando entonces en Múnich en mi primer proyecto empresarial para varias empresas alemanas en Asia. Fui a verlo poco después a Heidelberg. Lo encontré solo y bebido, con todo tirado por el suelo, encerrado durante días en su apartamento escuchando música clásica. Una noche, poco después, los vecinos llamaron a la policía debido al ruido constante de la música y Klein fue ingresado en un psiquiátrico durante seis meses. Lo fui a visitar con frecuencia durante su internamiento y, finalmente, tras su recuperación, lo contraté como asesor de uno de mis proyectos. Klein leía por entonces mucho sobre economía y tenía conocimientos sólidos sobre la materia. Cuando estaba sobrio y tranquilo era verdaderamente brillante, con una espectacular visión para los negocios, anticipándose a muchas cosas que posteriormente ocurrían en los mercados, lo que le daba una enorme ventaja empresarial a todos los proyectos en los que trabajaba. Constituimos esta sociedad en el año 2001 aquí, en Hong Kong. Al principio, muchos nos trataron de locos y de insensatos, esos mismos que vienen a ti luego cuando tienes éxito. El prestigio es una cosa que se gana a pulso, pero que se pierde con mucha facilidad. Yo me vine con mi mujer y mis hijos, Hermann continuaba soltero. Los primeros años trabajamos duro para montar todo esto. Luchamos fuerte, a niveles increíbles. Trabajábamos, comíamos y dormíamos. No hacíamos nada más, la gente ya no se acuerda de aquello, pero yo sí. Los años siguientes crecimos rápido y, como siempre ocurre en estos casos, empezaron pronto los ataques de la competencia. No todo el mundo en esta ciudad le va a hablar bien de nosotros, señor Steinberg. Siempre hemos tenido mucho envidioso a nuestro alrededor. Aunque al final lo que más envidia da no es el dinero, son las cosas que has vivido. Una cosa que he aprendido todos estos años es a no dar explicaciones y a tener mucho cuidado con lo que dices. Si haces algo interesante, es inevitable ganarse enemigos que pueden hundirte si se lo proponen. El problema es muchas veces cómo luchar contra ellos, pero hay que ser justos y decir que hemos contado todo este tiempo con apoyos importantes, así que las fuerzas se equilibran. Apuntar alto es la única forma de llegar alto, señor Steinberg. Mucha gente te juzgará por ello, pero esos son siempre los que no llegan a nada. La vida es eso, actitud, lucha y sacrificio.

—¿Tenía el señor Klein últimamente problemas económicos? —preguntó de nuevo Steinberg.

—No, que yo sepa. Estuvo viviendo todos estos años en un apartamento en Central, cerca de su hotel. Por lo demás, siempre llevó una vida austera. Hemos registrado sus cuentas bancarias, no hay ningún movimiento importante en las últimas semanas. Al final creo que era bueno en los negocios porque no pensaba mucho en el dinero. Eso le da confianza a la gente. Caía bien, podemos decir que sí, la gente en esta ciudad lo apreciaba. Por eso no nos cuadra la idea de que alguien quisiera hacerle daño. Vamos a mandarle esta tarde a su hotel un informe con todos los proyectos y viajes de Hermann en los últimos años. Y también un ejemplar de su ensayo, Política. En el informe aparecen más personas relacionadas con él y con nuestra sociedad. Por supuesto, no hace falta decir que se trata de información confidencial, señor Steinberg.

—No se preocupe por eso. ¿Qué le hace pensar que Klein sigue vivo? —preguntó Steinberg.

—No lo sabemos —confesó abiertamente Berger—. En cualquier caso, si está muerto, queremos saber dónde, cómo y cuándo. No hay ningún vuelo registrado a su nombre las últimas semanas, así que creemos que sea como sea sigue en Hong Kong.

—¿Cómo era el comportamiento de Klein los últimos meses? ¿Saben si estaba preocupado por algo?

—Hermann fue siempre una persona especial. Últimamente bebía más de la cuenta. Nosotros le dejábamos libertad para venir a la oficina cuando quisiera, era incapaz de estar más de diez minutos sentado en una silla. Tenía también problemas para dormir, creo que tomaba alguna medicación al respecto, pero todo lo que nos aportaba a la sociedad nos compensaba con creces. Hicimos tres o cuatro proyectos importantes gracias a él. Los últimos meses venía poco por aquí, pero siempre estaba disponible al teléfono. La semana pasada intentamos hablar con él varias veces y no contestaba. En cuanto a si algo le preocupaba, había una idea que le obsesionaba, que repetía constantemente.

—¿Cuál era esa idea señor Berger?

Después de pensar un rato, finalmente Berger habló.

—Hablaba mucho sobre el final del mundo.

Sorprendido al oír esto, Steinberg se quedó callado. Tanto Berger como el resto de socios le miraron sin pestañear.

—Mire, señor Steinberg, si la pregunta es si Hermann estaba loco, la respuesta es que probablemente sí —afirmó Berger—. En todo caso, le pido, por favor, que lo encuentre o que nos diga qué le ha pasado. Yo soy exigente conmigo mismo, nunca me perdono nada, ya sabe, es fácil ser exigente con los demás, lo difícil es serlo con uno mismo y a Hermann le tuve que ayudar y perdonar muchas cosas, pero cuando estaba bien era una persona excelente, de lo mejor que he visto en mi vida y no me refiero solo a los negocios. Todos los aquí presentes estamos afectados por su desaparición. Hemos vivido muchas cosas, cosas intensas. Años de sueños y esperanzas y no queremos que ahora todo eso se acabe. Empezamos siete socios y el vacío que ha dejado Hermann es enorme.

—No se preocupe, señor Berger, lo encontraremos pronto —contestó Steinberg—. ¿Han estado en el apartamento después de su desaparición? ¿Hay algo interesante? Mucha gente deja señales o mensajes antes de desaparecer.

—Sí. Hay algo interesante.

—¿De qué se trata?

—Un dibujo en una de las paredes del apartamento. Lo hizo antes de marcharse.

—Quiero ir a verlo —dijo rápidamente Steinberg.

—No creo que eso sea posible. En cuanto alguien relacionado dé la voz de alarma irá la policía a registrar el apartamento, no queremos que alguien más sepa que le está buscando. No queremos tener problemas con eso. Le hemos llamado, señor Steinberg, precisamente para intentar solucionar esta situación de la forma lo más discreta posible. En cuanto salte la noticia de que ha desaparecido va a haber gente interesada en encontrar a Hermann. Gente que quiere hacernos daño. Debemos estar juntos en esto, es importante que no lo olvide en ningún momento. Esa es la clave del éxito. La lealtad. No hay otra. No hay nada peor que traicionar un compañero y los que lo hacen siempre acaban teniendo su merecido. Llevo muchos años en el mundo de los negocios y lo he visto muchas veces. En esta vida y no en una siguiente, que no sabemos si la hay, el que la hace la paga, estoy seguro de ello. Ese es el problema del mundo moderno, el oportunismo. En nuestro caso lo malo de ser tan fuertes es que todo el mundo te ataca y nadie te defiende. Yo sé lo que va a ocurrir a partir de ahora. En cuanto salga a la calle a buscar a Hermann y se corra la voz de su desaparición va a recibir ofertas de otra gente, gente que no quiere nuestro bien. Si acepta, se equivoca profundamente y a nosotros no nos quedará más remedio que tomar medidas al respecto. Si es estrictamente necesario, le daré las llaves y la dirección del apartamento para que pueda registrarlo, pero, por favor, sea discreto y no toque nada.

—Gracias. Lo tendré en cuenta, señor Berger, espero sus instrucciones. ¿Cuál era el último proyecto del señor Klein?

—Estábamos trabajando los últimos meses en la construcción de un rascacielos cerca de aquí. Mucho dinero y mucha gente involucrada. Años de trabajo puestos ahora en peligro. Peter Hansen es el arquitecto encargado del proyecto, un hombre de prestigio, serio, profesional y entusiasmado con la construcción del edificio, no entendemos por qué ahora se ha echado atrás. Era una gran oportunidad para todos.

Su estudio ha llevado a cabo varias obras importantes en Hong Kong y en China los últimos años, confiábamos en él y en su nombre. Este proyecto iba a ser nuestra consagración definitiva, el golpe definitivo a nuestros rivales en Hong Kong, nuestra escalada a la cima… ¡Y justo en el último momento se ha arruinado! —Berger subió mucho su tono de voz, de repente se le vio alterado—. ¡Encuentre a ese borracho! ¡Tantos años de lucha para ahora esto! ¡Yo le saqué de su piso oscuro en Alemania, a un chico medio loco que llevaba toda su vida dando puñetazos al aire, yo le traje aquí, le di un trabajo, un futuro, un nombre! ¡Y ahora esto! —Berger dio con el puño un golpe en la mesa y después agachó la cabeza. Después hubo un gran silencio en la sala.

—Tranquilícese, por favor, señor Berger —dijo Steinberg—. Vamos a intentar solucionar esta situación de la forma más sensata posible.

—Discúlpeme, señor Steinberg. Estamos sometidos a mucha presión. Lo único que le puedo decir es que las últimas semanas tenemos registro de muchas llamadas de Klein a Hansen y fotos de sus encuentros en varios restaurantes de Wan Chai.

—¿Era Peter Hansen amigo de Klein? Veo que ya les estaban investigando desde hace tiempo.

—Amigo es una palabra seria. Amigo es aquel que permanece a tu lado a pesar de todo —contestó Berger—. En el fondo nunca conoces del todo a la otra persona ni lo que va a hacer. Pero sí, Hermann y Peter tenían relación. Iban juntos a cenar y a la ópera.

—¿Y cómo sabe que sigue en Hong Kong? Una persona con tantos recursos como el señor Klein puede estar en cualquier parte del mundo. Puede por ejemplo haber vuelto a Alemania.

—Sé que sigue vivo y que no se ha ido lejos de aquí. No me pregunte cómo lo sé, pero lo sé. Los últimos años, Hermann dedicó mucho tiempo a escribir una cosa, algo que consideraba muy importante. Algo sobre el final de esta sociedad y el principio de otra. La finalización de su ensayo, Política. Repetía constantemente una frase, nuestro tiempo se acaba. Era una persona obsesiva. Muchas veces intenté saber qué quería decir, pero Hermann hablaba en clave. Hace un par de años viajó a Shanghái a ver a uno de nuestros inversores. Allí vio algo que le impresionó. Tengo que decirle también que Hermann tenía costumbres un poco raras, hablaba con gente de todo tipo, sobre todo con taxistas y camareras, decía que sacaba de ellos mucha información. La verdad es que nunca he conocido a nadie tan social como él, se comunicaba igual con un mendigo que con un ministro. Y tenía un don. Algo especial —dijo Berger con una amplia sonrisa—. Sabía siempre lo que iba a pasar. A lo largo de los treinta años en los que le he tratado, le he visto acertar muchas veces. No sé cómo lo hacía, pero lo hacía. Todos los que estamos aquí hoy nos hemos centrado intensamente en la construcción de un edificio. Y Hermann dijo algo al respecto, que la obra causaría la admiración del mundo. Hermann pensaba como los antiguos, que todo era circular. Volver al principio, eso también lo repetía mucho. El final de esta sociedad y el principio de la siguiente, o mejor dicho, el final de esta sociedad y la vuelta a la anterior, siguiendo precisamente el movimiento de un círculo. Los locos dicen muchas veces cosas ciertas. Y es bueno estar un poco loco. Loco es la palabra que viene para calificar a alguien siempre antes que la de genio.

—¿Está seguro de que nadie más sabe sobre su proyecto? —preguntó Steinberg.

—No, no estamos seguros. El último año, Hermann empezó a trabajar por su cuenta sin contar con el resto de socios, algo que, como se puede imaginar, generó muchas tensiones. Hizo un par de viajes a Londres, pero no sabemos para qué —dijo Berger, que se levantó de la mesa junto al resto de socios y le dio de nuevo la mano—. Bueno, creo que ya tiene bastante información para el caso. A partir de ahora cualquier cosa que haga o diga en relación a su trabajo debe comentarlo única y exclusivamente conmigo. Le llamaré a su teléfono personal para conocer sus evoluciones. Vamos a borrar su registro de entrada en el edificio, que quede claro que usted no ha estado en esta reunión nunca, para que vea a qué niveles de discreción llevamos este asunto. Resuelva este asunto lo antes posible, señor Steinberg. Nosotros tenemos mucha memoria y lo apuntamos todo, tenemos informes de todos nuestros socios y de todas nuestras actividades. La memoria es necesaria para no repetir errores, los alemanes sabemos mucho sobre eso. En cuanto a la recompensa por sus servicios, lo sabrá todo en su debido momento. En todo caso, le adelanto que en caso de encontrar a Hermann va a ser gratificante. Ah, y una última cosa, señor Steinberg. —La voz de Berger era muy seria—. Sabemos lo que pasó en Barcelona hace dos años. Sentimos mucho que haya vivido cosas así, pero no nos obligue a utilizarlo en su contra.

Steinberg se pasó la mano por los ojos.

—Ya veo que se ha informado bien. ¿Quién se lo ha contado? —preguntó Steinberg.

—Eso no se lo puedo decir, ha sido alguien que le conoce, pero tenga en cuenta lo que le digo. Al final todo se acaba sabiendo y los próximos días no solo la ciudad de Hong Kong estará en juego, sino mucho más, pero eso ya lo irá descubriendo poco a poco. Este caso supone una gran oportunidad para usted, no lo olvide. No es bueno que lo sepa todo para empezar. Y ahora, por favor, márchese y haga su trabajo. Una vez conseguido, recibirá su recompensa y se irá de la ciudad sin dejar rastro, ese es el trato. Le deseamos suerte y esperamos volver a ver a Hermann pronto.

Con estas últimas palabras resonando en su estómago, Juan Steinberg abrió la puerta y salió de la oficina.

* * *

El presente relato es parte del primer capítulo de la novela El Informe Klein, publicado por la editorial Autografía en 2018.

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*Javier Quirce nació en Burgos en 1980. Licenciado en Derecho y con un Máster en comercio exterior. Ha vivido en Alemania, Barcelona y Valladolid y actualmente es agente de vinos en Dinamarca de varias bodegas españolas.

 

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