Cronopio Reflexión

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EL ATRACTIVO DEL AYER: A PROPÓSITO DE BERTA ISLA, DE JAVIER MARÍAS

Por María del Rocío Vallejo Alegre*

«Cuando se puede pensar en el ayer sin pena
y en el mañana sin miedo,
se está cerca de la alegría»
(Autor desconocido)

Berta Isla, un libro moderno de la narrativa hispánica donde se analiza la vida de un espía inglés, pero desde una perspectiva muy diferente a la que conocemos del famoso agente James Bond. El énfasis está en Berta, la protagonista de la obra, que permanecerá siempre en España. Mientras que su marido, Tomás, se estará jugando la vida entre España, Londres y destinos desconocidos. Es un libro donde las aventuras, el misterio y los secretos te mantendrán intrigado. Serán los secretos —como el propio Javier Marías nos apunta citando a Dickens— «Cada corazón palpitante es un secreto para el corazón más próximo, el que dormita y late a su lado» al final de su obra, los que me permitieron comprender el atractivo del ayer.

Hoy en día el feminismo ha tomado nuevamente fuerza, será por esta razón, o será porque soy mujer, que la lectura me hizo cuestionar el rol de la mujer en la familia. Siendo de una familia tradicional, la mía resultó progresista desde el punto de vista que consideraba que la mujer necesitaba estudiar, debía ser independiente y no necesitaba casarse. Ejemplo de esta filosofía es una anécdota que mi madre solía contarme del día de su boda. Mi abuelo le preguntó al entrar a la iglesia: «¿Quieres que nos vayamos? No necesitas que ningún extraño te mantenga».

Obviamente en otros elementos no éramos nada progresistas, una mujer sola nunca salía, antes de obscurecer, deberías estar en casa, no manejar en carreteras, etc, etc, etc… Prácticamente no cuestioné estas reglas; consideré que eran para mi propia protección. Creciendo en la Ciudad de México estas precauciones me parecían de lo más lógico. El dilema era que se aplicaban solamente a mí, no a mi hermano. Era hombre y, por lo tanto, se medía diferente. Pero este es otro tema que quizás en un futuro hablemos de él.

Como parte de una familia tradicional, crecí creyendo en que en una familia los hijos requieren ser ayudados y enseñados por alguien que los ame. La familia, en su constitución más simple, está formada por un padre, una madre y uno o varios hijos. Dependiendo de la cultura, valores y tradiciones de la familia veremos que tíos, abuelos, primos, etc. estarán en mayor o menor medida involucrados. La vida nos ha enseñados que las familias no necesitan seguir específicamente este modelo. Así, familias donde solo existen hijos y una madre, o quizás una abuela, o tal vez dos padres, etc, creo que el rol de las figuras que poseen la responsabilidad de los niños, llámense padres, madre, abuela o tíos resultan fundamentales. Aseguramos el bienestar del niño y transmitimos nuestra cultura, nuestros valores y nuestras tradiciones.

Antiguamente, era costumbre observar los valores, costumbres, tradiciones de los padres de la familia para identificarlos en sus hijos. Sin embargo, esta transmisión de cultura, valores, costumbres, de alguna forma se ha fracturado en los últimos años.

Cuando mi hija estaba en segundo de primaria, una mamá de una compañerita suya siempre me decía: «Antes conocías a los padres de los niños, y sabías sus valores, costumbres, cultura. Podías determinar cómo sus hijos interactuarían con los tuyos. Hoy en día todo ha cambiado tanto que necesitas preguntar cómo es el chofer y la muchacha (como llamamos en México a las asistentes que ayudan a limpiar la casa y a cuidar de los niños) para conocer cuál es la cultura, valores y costumbres que los amigos de tus hijos tienen».

Qué razón tenía, los hijos son un espejo de nosotros mismos; pero si ellos no nos ven, reflejarán a los que conozcan. Es aquí donde se ha roto la transmisión de valores, cultura y tradiciones, porque no somos nosotros los que los transmitimos a las nuevas generaciones. La vida profesional nos ha llevado a tener sustitutos para el rol en nuestras familias.

En mi caso en particular, nunca tuve la duda que mi rol como madre sería en casa. Independientemente de mis estudios y mi trabajo, cuando nació mi hija (1992), sabía que mi lugar era junto a ella. Decisión mucho más fácil de tomar que de llevar a la práctica. Por azares del destino, mi incapacidad entró en septiembre, mi hija nació en noviembre y mi baja definitiva entraría hasta febrero. Estos meses me bastaron para pedirle a Héctor, mi marido, que él se quedara en casa cuidando a la niña y que yo siguiera trabajando. Nunca imaginé lo difícil que sería y cuánto extrañaría mi trabajo. Obviamente, esto nunca ocurrió y no me arrepiento; pero cuando lo recordamos, mi esposo y yo nos reímos de ello, y el comentario de Héctor siempre es: «¿por qué no acepté?». Así que podemos concluir que para ninguno de los dos fue fácil.

El trabajo de mi esposo siempre lo ha llevado a viajar mucho. Mi madre solía bromear con los amigos, «el matrimonio de mi hija es perfecto, nunca discuten; tampoco se ven». Estoy hablando del inicio de los 90, donde los celulares eran un lujo, además de tener el tamaño de un ladrillo y las largas distancias no eran aún tan económicas. Hablábamos todas las noches, brevemente. Él viajaba los domingos a las 7 de la mañana y regresaba los viernes a las 12:00 de la noche. Yo le insistía que se quedara en Chicago un fin de semana, sencillamente para dormir. Él nunca aceptó, eran los sábados cuando estábamos juntos y el pobre estaba como «araña fumigada», es decir, agotado.

Ahora comprenderán por qué empecé a sentir cierto paralelismo con Berta la protagonista del libro. Definitivamente mis circunstancias eran mucho mejores que las de ella. Hablaba a diario con mi marido, sabía dónde estaba y sabía cuándo regresaría. Al igual que Berta, estaba muy sola educando y cuidando a mis hijos.

Otro punto en común con Berta, es su determinación para continuar con el matrimonio. Creo que hoy en día es más fácil darlos por terminado que continuar construyéndolos. Lograr esa madurez que dan los años, esa comprensión de defectos, aceptación de manías, esa complementación donde uno forma realmente parte del otro. La relación logra estar por encima de la atracción física, es capaz de superar la monotonía y posee la fortaleza de los años que le permite enfrentar huracanes, recuperarse y perdonar. ¡No me mal entiendan!, esto no quiere decir que hay días que a uno u otro nos gustaría salir corriendo.

Berta trabaja en una universidad enseñando literatura inglesa. Podría interpretarse como una manera de mantener un enlace a través del tiempo y la distancia con su marido, el cual «supuestamente» pasa mucho tiempo en Inglaterra. Similarmente, los últimos 10 años he estado trabajando en una universidad. A diferencia de la protagonista no poseo un doctorado y enseño español. Como para Berta, las clases de español se volvieron mi enlace. En mi caso, en particular un enlace con mi cultura, mis tradiciones, mis valores, mis amigos, mi familia… mi pasado.

El trabajo de mi esposo y sus continuos viajes no llevó a movernos. A diferencia de Tomás, el trabajo de mi marido no es secreto y reubicarnos era una opción que nos permitía estar juntos como familia. Esto iba a ser temporal, máximo tres años. Una gran experiencia para todos, los niños dominarían el inglés y podríamos ver más frecuentemente a mi esposo, cuyos viajes cada vez se prolongaban más. ¡Teníamos un plan!

Los tres años se volvieron cuatro, los cuatro se volvieron dieciocho. Obviamente las posibilidades de regresar como familia a mi querida tierra, son mínimas. Mis hijos están haciendo su vida aquí en el estado de Nueva York. De ahí que enseñar español es una forma de mantener un pie en mis raíces… así como Berta mantiene un pie en la tierra de Tomás, Inglaterra.

En contraste con mi historia, Berta nunca se mueve de España, es Tomás el que siempre ha estado moviéndose, viajando y adaptándose. Es él, que después de 10 años de destierro, al estar parado esperando el tren para «reintegrarse» a su vida, empieza a recordar el pasado, empieza a vislumbrar y saborear el ayer…

En mi caso particular, yo siempre he estado recordando mi ayer, siempre he extrañado lo que mi país es: mi familia, mi cultura, mis tradiciones, mis costumbres… Desafortunadamente cuando uno vuelve, todo ha cambiado.

Mi madre, refugiada española en México, siempre decía que ella era del Atlántico, porque cuando regresaba a España se sentía que no pertenecía ahí, pero tampoco pertenecía a México. Yo no pertenezco a México, no pertenezco a España y no pertenezco a Estados Unidos. Yo me defino como el Río Bravo. Estoy entre México y los Estados Unidos, desembocando en el Atlántico para mantenerme en contacto con la tierra de mis antepasados.

Mi esposo, Héctor, continuamente me cuestionará mi terquedad por vivir en el ayer. Como él dice: «vives en el “hubiera”, y el “hubiera” no existe». Me he aferraba a la explicación de que en México estaba mi familia, mi infancia, mis amigos, etc… Sin embargo, después de los primeros 4 años de vivir en Minneapolis, fuimos reubicados a Geneseo, Nueva York y para mi sorpresa empecé a extrañar Minneapolis tremendamente… Podría enumerar un sinfín de razones para justificarme, pero la razón más lógica me la dio un amigo argentino en Minnesota, justo antes de movernos a Nueva York. Él había vivido por todas partes y me dijo: «Una vez que sales de tu tierra, nunca vuelves a ser feliz. Siempre hay algo que no tienes en el nuevo lugar, siempre te hace falta algo de los lugares en que has vivido».

Esta idea se quedó en mí todos estos años; parecía una explicación lógica. Algo parecido al refrán: «el que nada sabe, nada teme», pero cuando sabes un poquito empiezan los problemas. Mientras no sales de donde vives, no tienes problema. No conoces otra cosa. Los problemas empiezan cuando sales y empiezas a conocer otras cosas.

Ha sido Tomás el que me ha permitido interpretar mi actitud con otra luz… Cuando Tomás está esperando el tren para salir de sus 10 años de destierro, empieza a ver hacia atrás… y reflexiona…

y reflexiona…

«Quisiéramos volver a ayer porque el ayer está vencido; sabemos el resultado y quisiéramos repetir el día» [474].

Y ahora comprendo mi obsesión por volver a los lugares de mi pasado y el sentimiento de no pertenencia. Mi madre y yo queríamos volver en el tiempo, a revivir las épocas vencidas, disfrutar el triunfo. Desafortunadamente uno solo puede regresar a los lugares, nunca se regresa al ayer. Ahora sé que el aferrarme al ayer es la inseguridad que poseo de mi actitud ante mi futuro, lo desconocido. El ayer está resuelto, vencimos. En el presente estamos vivos; pero mañana, ¿mañana qué va a pasar? El mañana es un reto que deberemos enfrentar y no sabemos si venceremos. Este es el secreto que vive en mi corazón y que yo desconocía… «el miedo».

REFERENCIA:

Marías, Javier. Berta Isla. Penguin Random House Grupo Editorial, S.A.U.. Barcelona : España. 2017.

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Cronopio Reflexión es una columna en la que la autora hace comentarios sobre libros y películas.

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* María del Rocío Vallejo Alegre es Ingeniera en Ciencias de la Computación y Cibernética y Magister en Administración de Negocios por el Instituto Autónomo Tecnológico de México. Es docente en la State university of New York at Geneseo desde 2008. Fue voluntaria en la Geneseo Central Schools, NY. A lo largo de su carrera ha recibido varios reconocimientos, entre ellos el «Joseph M. O’Brien Award for Excellence in Part-Time Teaching», en 2011. El «Honored on Faculty Recognition Day by Class of 2013-2014», Fall 2013. Es autora de los libros «Basic for Kids» (Basic para niños), 1985 y «I CAN» una serie de tres libros de Basic en Español. https://www.geneseo.edu/languages_literatures/vallejo

Ha recibido los siguientes reconocimientos:

· Joseph M. O’Brien Award for Excellence in Part-Time Teaching 2011

· Service-Learning Course Development Award for “Medical Spanish courses” 2013

· Honored on Faculty Recognition Day by Classes of 2013-2014-2015 2013-2015

· Patricia and Gerry Award Endowed Faculty 2015

· Appreciation award by Academic Affairs Committee and Learning Center 2015

· Positively Geneseo Highlight Book 2016

· Chancellor’s Award for Excellence in Adjunct Teaching 2017

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