DINÁMICAS COLONIALES
Por Dinorah Cortés-Vélez*
«…la herida imperial, la herida del ninguneo…»
(Aimé Césaire )
Tú me ninguneas.
Yo te ninguneo.
Nosotros nos ninguneamos.
Por Julián Silva Puentes*
El Narrador de Cuentos era una serie de televisión de los 90 acerca de un vagabundo que contaba historias frente a una chimenea en un castillo abandonado. El show empezaba con la voz en off del protagonista diciendo: «Cuando la gente relataba su pasado con cuentos, explicaba su presente con cuentos, predecía su futuro con cuentos, el mejor lugar junto al fuego le pertenecía al narrador de cuentos».
Por Walter Pimienta*
«Matan los médicos y viven de matar,
y la queja cae sobre la dolencia».
En Villa Enfermópolis, población cercana unos veinte kilómetros hacia el norte, camino a Vivelandia, a Ernesto, el hijo de Bernardo y Delfina, le dio hace unos días un fuerte dolor de estómago y para curarse, por sugerencia de una vecina yerbatera, bebió un brebaje medicinal que no le quitó para nada el mal.
LA VIDA ROTA EN UNA NOCHE: «TODOS LOS MIEDOS» (2018) DE PEDRO ÁNGEL PALOU
Por Alma Guadalupe Corona Pérez*
«¿How many years can some people exist
before they’re allowed to be free?»
(Blowin in the wind, Bob Dylan).
Hablar del género de la novela, iniciando la tercera década del siglo XXI, es cosa seria, delicada y comprometida en esta era de innovaciones, ciberespacio e infinidad de propuestas existentes en el día a día y las que están por llegar a la vida de la Literatura y el Arte.
Por Carmen Elisa Benavides M.*
Interpretar el significado de una obra literaria es darle sentido a lo que dice el autor, por lo cual cada interpretación depende de varios factores como son la formación, el conocimiento o el momento emocional en el que hemos leído el texto. Para la acción de interpretar una obra literaria, debe existir la presencia de un lector activo que procese, codifique y construya su propio significado, que no siempre es el mismo del autor. El lector activo es por lo tanto un creador de significados.
Por Maria Elena Restrepo*
«En la vida hay amores que nunca pueden olvidarse,
imborrables momentos que siempre guarda el corazón»
(Inolvidable, Julio Gutiérrez).
Otra vez esa canción, piensa Martina. Al parecer el que la está poniendo se encuentra más borracho que yo, ¿o será que hoy nos pudo la nostalgia? Mejor cierro ya el negocio, estoy muy tomada y no quiero empezar a hacer barbaridades. Sé por experiencia que ningún trago disuelve los recuerdos, y mucho menos que solitos se vayan.
LA CASA NUEVA DONDE SIEMPRE VIVIRÁ MR. TREIBATCH
Texto y fotografías por Gloria N. Ramírez-Oliveri*
In memoriam
Un inesperado arco iris iluminó por un instante el firmamento de la oscura mañana del 3 de enero de 2023, mientras Sandy Treibatch se dirigía hacia al cementerio Monte Sinaí de la ciudad de Los Ángeles, California. Ese día, durante la ceremonia fúnebre de su esposo Chuck Treibatch, ella mencionó que cuando se casaron, un arco iris semejante también había aparecido en el horizonte. Señales divinas, consideraron algunos.
Segunda parte
Por Rocío Vallejo Alegre*
«Crecemos con sueños en nuestros ojos
y canciones en nuestros labios,
y descubrimos luego que la vida no es
lo que pensábamos que sería.
Y luego, descubrimos la nostalgia»
(Gabriel García Márquez)
Las canciones de mis labios… ¡Qué fabulosa manera de recorrer mis 60 años! sin embargo, he de confesar que la idea no es nada original. El Consorcio, un grupo musical formado en 1993 con exintegrantes del grupo Mocedades lo hizo hace 23 años.
Por Vyacheslav Konoval*
Como un niño, me regocijo en invierno
Vuelo, corro sobre la primera nevada como un velocista,
Los copos de nieve que caen vuelven a la vida.
Por Carlos Alberto Velásquez Córdoba*
No es lo mismo escribir sobre niños que escribir para niños.
Escribir para niños implica tener varios elementos en cuenta: Yo puedo contar la historia de Caperucita roja (por poner un ejemplo conocido) iniciando con su madre que le da unos pastelitos para que se los lleve a la abuela. Puedo describir la capa roja, narrar su camino por el bosque hasta llegar a la casa de la abuela (que, por cierto, ¿a qué clase de abuela se le ocurre vivir sola en un bosque?), puedo relatar cómo le da los pastelitos a la abuela y los comen juntas. Hasta ahí estoy contando un cuento con niños.
Por Washington Daniel Gorosito Pérez*
El silencio de los versos,
semillas de un solo fruto.
Letras emancipadas,
andrajos de luna,
una fisura en el cielo.
El sol en carne viva,
lluvia muerta que lo lava.
Nubes blanco–cenicientas
viajan con celeridad.
Por Jack Farfán Cedrón*
Fiodor Dostoievski nace al tiempo del «espectro poderoso» de la muerte de Napoleón, el 11 de noviembre de 1821.
La lucha moral de Dostoievski, poco menos que loable, según refiere Sigmund Freud en su ensayo «Dostoievski y el parricidio»[1], no le dio el pase de redentor ante una humanidad que lo prefirió «del lado de los carcelarios» del régimen zarista, que le perdonó la vida en este mundo dividido, maniobrado por un Dios omnipresente.
Por Cindy Andrea Peña Aristizabal*
“Tardaron muchos años hasta encontrarlo.
El anillo de Beto llevaba inscripto
un signo del alma”.
Me fui de Medellín sin querer volver pero mirando hacia atrás, sin saber si iba a volver a ver esas montañas, a caminar esas calles o a respirar esos aires. Hace ya un año que me fui, sin más pertenencias que una mochila que ya se cansó de viajar y unos zapatos que no dan para más. Sin embargo —en contra de la lógica y el sentido común—, me llevé también un anillo de oro.
Por Oscar Melanio Dávila Rojas*
Mi amor prístino por ella se merecía una oportunidad. A su lado la vida era bella; el sol de su sonrisa abría mis tiempos de tormenta, calentaba mi frío amanecer. Su felicidad, motivo fértil de mis decisiones y afanes profesionales, era el faro que guiaba mis ambiciones dignas e inspiraba mis proyectos de fama y fortuna. Nunca debió hacer esto, no a mí.
Por Erick Reyes Andrade*
Es innegable que Wagner tenía conocimiento y dominio sobre los símbolos trascendentales, y que de alguna manera siempre resuenan internamente en el ser humano esa fusión que hizo entre las ideas orales, manifestadas en cada uno de sus actores —que de por sí trabajó con historias legendarias, trayéndolas del pasado a la mente del espectador— así como la fuerza emocional que expone en la música, quitando importancia a los instrumentos de cuerda y centrando el protagonismo en los instrumentos metálicos; esa exquisitez plural, gestada en la imaginación de un artista completo.
Por Álvaro Acevedo M.*
Junto al tic tac del reloj
quiere encontrar razones
exprimiendo un corazón
que derrama con desdén
sin fuerzas ni emociones
lágrimas desconsoladas
al compás de una oración.
Por Ivo Maldonado*
1
La reina de Saba
Una sola hoja
frente a mí
Y todo
el paisaje
desaparece
(A PROPÓSITO DE LA NOVELA CORTA, BETSABÉ Y BETSABÉ, DE REINALDO SPITALETTA)
Por Antonio Arenas Berrío*
En el año 1920, una mujer trabajadora de 23 años desafía a un empresario antiqueño y a tres de sus capataces en una fábrica de tejidos en la ciudad de Bello. Betsabé Espinal, trata de luchar contra un sistema deshumanizador y materialista de la sociedad de su tiempo, donde el dinero, el control, y la sumisión religiosa son lo más importante. Betsabé es una trabajadora víctima en una fábrica de tejidos y se niega a adaptarse a los vejámenes establecidos por el propietario y sus capataces.
Por Jennifer Herrán Duarte*
A María la ventana le contaba muchas cosas. Le hablaba de doña Uva, de Linda la esposa del carnicero, del señor de los pollos y de la señora que vendía chicharrón. También le hablaba de Harold, el muchacho de la cigarrería que se volvió mi amigo. La ventana le avisaba de visitas, de premoniciones; cuando se asomaba podía ver desde la esquina de Don Pedro que ya me acercaba con mi uniforme de diario, cansada del colegio y con ganas de verla. María era mi abuela y dedicó cada minuto de su existencia a enseñarme lo esencial.
Por Fabio Martínez*
Ilustración de Estefanía Montoya Echeverri**
Cuando subió al escenario de la emisora de radio que teníamos en el cuarto piso del Teatro Colón, no podía imaginar que aquel joven negro, flaco y espigado, que parecía un garabato, fuera a tener un chorro de voz precioso de sonero. Aquel día el jurado del Programa radial «Los cantantes de los cien barrios caleños» lo declaramos fuera de concurso.
A partir de allí comencé a seguirle su rastro porque sabía que Cheché, como lo bautizó su sobrino Pacho desde que eran muchachos, por su forma cadenciosa al caminar, iba a ser el gran sonero de la música.
Por Álvaro Pineda Botero*
Ilustraciones de Sara Serna Loaiza**
Roma, V ante idus de diciembre de 710
Hace dos días, Popilio Lena, tribuno militar del ejército de Marco Antonio, al mando de una cuadrilla de soldados, apresó a Cicerón en un bosquecillo cerca de Fornia, por donde los esclavos lo llevaban oculto en una litera. Allí mismo le cercenó la cabeza y las manos, y, dejando el resto del cuerpo al cuidado de los esclavos, partió para Roma.
Por Jorge Febles*
Pues sí, chico, resulta que una mañana Elpidio, ese al que le decían Lastiflex porque era largo y fino como un güín de papalote, se levanta con el peo de inventor. No te debe extrañar, pues llevaba años totalmente tocado. ¿O no recuerdas que una vez le dio por hacerse guitarrista? Fue y se compró un instrumento de aúpa. Luego dedicó tres meses a ensayar puertas adentro. Con el objeto de mantener enterada a la gente, se asomaba de vez en cuando a la ventana para dar voces: «Cuatro horas al día le dedico a ensayar. Voy mejorando a montones. Pronto les ofreceré tremendo concierto, pues ya tengo la cosa medio dominada».
Por Paula Andrea Pérez Reyes*
I
Escribo por fuera de las márgenes del mundo,
no lo hago para hablar por él.
No lo hago para hablar por mí y argumentar.
No tengo la potestad de creer que encuentro la voz de Dios entre sus líneas;
precisamente por eso escribo con un pie de página
siguiendo los pasos de Aquel invisible siempre presente.
Por Mónica Quintero Restrepo*
Cuántas nuevas mamás como la abuela
que escuchaba tu nombre y lloraba.
Cuántos niños sin papá
que van a cargar un muerto en la mitad
en un hueco que no se quita
en un abrazo que no cierra.
Por Consuelo Triviño Anzola*
«María la noche», novela de la costarricense Ana Cristina Rossi (nacida en 1952), se publicó en 1985 y fue traducida al francés, pero no tuvo la repercusión que merecía. Hubo que esperar a 2007 para que fuese leída y comentada por especialistas que valorasen sus aportes, como la construcción de un ‘yo’ femenino que intenta afianzarse, paradójicamente, en tanto carencia y desposesión.
Por Gustavo Arango*
De Chesterton tuve noticias hace muchos años y, al principio, no estaba preparado para apreciarlo. Su novela El hombre que fue jueves apareció en alguna de las colecciones literarias que en aquel tiempo se vendían en los puestos de periódicos y revistas. Alguien me dijo que era un buen libro y decidí leerlo. Pero fue poco lo que entendí. Solo me quedó la impresión de haber estado en una catedral llena de vitrales, pues lo más vivo del libro eran los colores. Pensé que nunca había leído a un autor que prestara tanta atención a la policromía del mundo, pero no me sentí particularmente interesado en su obra y me dispuse a leer otras cosas.
Por Memo Ánjel*
«Volverás a salir de tu casa en compañía
de tus sueños; y regresarás en compañía del viento».
(Grazia Deledda. El secreto del hombre solitario).
Cerdeña es la segunda isla más grande del Mediterráneo. En italiano se llama Sardegna, Sardigna en sardo y en español medio Sardeña. Y tiene más nombres porque por allí pasó mucha gente que se instaló en esas tierras del mar y luego salieron cuando llegaron otros. Ni san Bonifacio, que nombra el estrecho que une la isla con Córcega, pudo evitar que la sangre se mezclara, igual que las leyendas y los dichos entre los que hacían peregrinaje al Cristo, que son muchos Cristos, unos en pie y otros en ruinas. Cerdeña es una isla, pero a la vez un territorio ajeno, más campesino que urbano y por esto cargado de supersticiones y otras maneras de saberse vivos.
Por Reinaldo Spitaletta*
Quería ser un trágico, pero sus condiciones, sus aptitudes, sus inclinaciones, forjadas en momentos de su infancia y juventud en la vista y escucha de comedias y farsas en el barrio de los mercados y observando a los enharinados faranduleros italianos en acción en ferias callejeras, le insuflaron a Jean Baptiste Poquelin el espíritu histriónico de la risa. Hijo de tapiceros e hiladores, el mozalbete que se convertiría en el más grande comediante de Francia, bebería de la fuente de antiguas culturas populares.
Por H. C. F. Mansilla*
Los progresos de las ciencias modernas, los triunfos de la tecnología y hasta los adelantos de las artes y la literatura han producido un mundo donde el ser humano experimenta un desamparo existencial que no sintió en las comunidades premodernas que le ofrecían, a pesar de todos sus innumerables inconvenientes, la solidaridad inmediata de la familia extendida, un sentimiento generalizado de pertenencia a un hogar y una experiencia de consuelo. Es decir: algo que daba sentido a su vida. Un sistema civilizatorio centrado sólo en el crecimiento material fomenta la soledad del individuo en medio de una actividad frenética y tiende a diluir las diferencias entre el saber objetivo y la convicción pasajera, entre el amor verdadero y el libertinaje hedonista.
Por Gilmer Mesa*
Hay una tendencia arraigada en el mundo intelectual y académico a pensar que la literatura debe ocuparse de temas insignes y superiores y tratarlos de acuerdo a su lustre, con un lenguaje adecuado y significativo, presentando una amplificación comprensiva de los mismos, que se le escapa al común de la gente. Por eso se creó un canon que dicta qué y cómo se debe leer y cómo, cuándo y de qué se debe escribir, lo que ha rebajado el interés de esa misma gente común y silvestre en la literatura como forma de conocimiento del mundo, de la realidad y quizás más importante, de nosotros mismos.
Por Oswaldo Osorio*
El cine de Medellín históricamente y en el imaginario colectivo ha estado definido por la realidad. Tanto es que, de ese manojo de largometrajes de ficción hechos en la ciudad, que no llegan ni a la treintena, todos están anclados en la realidad, y en la mayoría de los casos esa realidad es problemática y conflictiva. Bajo el Cielo Antioqueño (Arturo Acevedo, 1924) es casi un documental sobre (y con la participación de) la alta sociedad medellinense; Enoc Roldán filmó dos biopics (de la Madre Laura y Marco Fidel Suárez) y relató el final pasado por agua del viejo Peñol; mientras que El tren de los pioneros (Leonel Gallego, 1986) es otro biopic sobre Francisco Cisneros; y bueno, luego llega Víctor Gaviria con Rodrigo D (1990) a plantar el frondoso árbol de lo que bien podría llamarse la Escuela realista antioqueña.
Por Emilio Alberto Restrepo*
Yo creo que ya es hora de ir hablando del asunto, total, han pasado más de diez años. El tiempo se ha encargado de hacer espesos los recuerdos, siempre pasa igual, el paso de los meses va diluyendo la historia, la memoria se va reblandeciendo y uno va diseñando el pasado como quiere conservarlo, como más le conviene. Nada menos riguroso que la nostalgia, va modelando a su antojo las imágenes para darle cuerpo a la forma idealizada como uno prefiere recordar los sucesos.
Por Catalina Rincón–Bisbey*
Supongamos que migraste de un país del Sur a los Estados Unidos hace más de una década y que acá has logrado hacer una familia y una profesión estables y apasionantes. Sin embargo, cuando viajas al extranjero, sobre todo a países de habla hispana y/o poscoloniales, vuelves a tu casa en los suburbios de alguna ciudad fría sintiendo un malestar.
Traducción y comentario de María del Castillo Sucerquia*
Dependiendo de su contexto y tiempo, leer a poetas extranjeros nos acerca a su manera de sentir, ver y ser en el orbe, para y/o desde su terruño. Hoy en Cronopio Errante, columna de traducción, les presento algunas parábolas de la poeta y narradora contemporánea rusa Nina Kossman, judía refugiada de la Unión Soviética.
Por Alejandro Vega Carvajal*
—Ana, tu «n» es «d» de desierto—.
Conmigo, La Cabra alcanza más de trescientos cincuenta kilogramos de peso, y de subida conducir es un ejercicio de fuerza en los brazos, de sincronización perfecta entre la leva del clutch, las levas de freno delantero y trasero y un estilo de conducción ondulante —trazar ondas en la arena con las llantas—. Además, me implica confianza en mis capacidades de conducción (de las cuales siempre he dudado porque ni siquiera hice el curso básico que se exige por ley para obtener la licencia [1]) al tiempo que La Cabra tira el culo a izquierda y derecha. No soy piloto de motocross, sólo un aventurero que por diversas circunstancias vitales que no siempre controlo, termino inserto en sitios que nunca me hubiera imaginado y con las personas más improbables. Así fue como subí, en la noche, La Macuira. En realidad, hay muchas otras circunstancias que detonaron mi viaje hacia el norte y hacia lo alto de la montaña verde más septentrional.
Por Leo Castillo*
Superman llegó puntualmente a las 5:25 a. m. Me ubicó, gracias a su visión telescópica, sin ninguna dificultad reclinado en una de las troneras del Castillo de San Felipe, en Cartagena de Indias. «No tenemos un segundo que perder. Siempre ando aprisa, como sabes. Los malhechores no dan tregua». La luz broncínea de los reflectores imprimía a su frente, sobre la que oscilaba levemente en el aura matutina, ligero, el bucle negrísimo, una pátina metálica. Su rostro parecía tallado con científica precisión, a láser, en un material compacto y pulido. Nariz recta, potente mentón. Las mandíbulas, tan bien cortadas como los pómulos; labios delgados y exactos. Me sorprendió la manera tan ajustada en que la malla marcaba el bulto de los genitales; sobre la amplia espalda, impecable, la capa roja de satén.
Por John Jaime Estrada González*
«Vuestra sola reputación abre las puertas, Sidi —ojalá
eso bastara para ganar batallas—» (p. 245).
«Porque después, hechos los cálculos y empezado el
combate, la victoria sería de aquél a quien Dios se
la diera» (p. 289).
La trama del Cid tras el Cid comenzó en el siglo XIX. Desde entonces se han solido estudiar los romances fronterizos de los siglos XIV y XV como inventarios de acontecimientos del pasado, por no decir históricos, que usaron los temas bélicos para recrear el mundo de esa llamada frontera, siempre móvil y demarcada por los enfrentamientos entre las algaras moras o cristianas. Incluso al final de una gran batalla, Minaya, mesnadero principal del Cid, para alabar el triunfo, agradece a Dios ante moros y cristianos:
Por Julián Silva Puentes*
Hace algunos años escribí un artículo acerca de volar por Asia. El escrito lo titulé Manila 7:15 am, porque era la hora en la que debía llegar a esa ciudad. El artículo recibió tan buena acogida, que me ofrecieron la publicación de una compilación de mis artículos, así como un largometraje en una plataforma tipo «Netflix». Desde luego, no acepté ninguno de los ofrecimientos, porque la estabilidad financiera y vivir de lo que amo no es para mí. Prefiero los viajes de dos horas en Transmilenio y las cuentas de cobro que debo presentar para que me paguen con dos meses de atraso. No obstante, el día de hoy, en este preciso momento, voy de regreso a Bogotá después de pasar tres días en la costa. Digo «no obstante», porque hace un año que no salimos de Bogotá, y tener un fin de semana libre es una excepción a la regla para nosotros.
Por Manuel Cortés Castañeda*
cansado de leer documentos digitalizados y organizados y clasificados y comentados y evaluados a la luz del conocimiento y a la perfección… y diseminados en el universo de la nada que todo lo puede, de repente le puso punto final al asunto, y se echó en la puerta de la casa a pensar como un perro que todo lo piensa y lo sabe porque nada sabe y nada piensa…
Por Juan Camilo Tobón Cossio*
Himno de la República de Colombia:
«¡Oh, gloria inmarcesible! ¡oh, júbilo inmortal! Een surcos de doolooores el bien geermina yaaa, eel bien geerminaa ya…».
1:50 a.m.
—Hildebrando, ¿qué son estas horas?
—Jefe, yo la maté, yo los maté. Yo no quería, pero los maté. Solo era una niña, un capullo de vida, con vida en su vientre, vida a sus espaldas, vida en su pecho. Yo la maté, no quería, pero la maté. El sol no ha salido todavía; pero ya todo está oscuro para mí. Salió de la nada, solo vi una sombra. No pude hacer nada y la maté con mi camión repleto de basura, y yo soy la más grande de ellas, porque los maté a los tres: al bebé en su espalda, al que llevaba en su vientre y a esta niña, yo los maté. Lo llamo después.
Por Alma Guadalupe Corona Pérez*
«Los documentos más comprometedores que pertenecieron a Pío XII, sin embargo, desaparecieron el mismo día de su muerte. La madre Pascualina —su leal asistente personal— se encerró en el departamento de Pacelli y llenó tres grandes sacos de tela. Ella misma los bajó, sudorosa, y los arrojó al incinerador del Palacio Lateranense. No se movió de allí hasta que fueron reducidos a cenizas» (Palou, 2009: 7). Pero, ¿qué podían contener dichos documentos para que fuera necesario quemarlos?, ¿era indispensable desaparecerlos por su contenido comprometedor? ¿En qué comprometía al Papa Pío XII —Eugenio María Giuseppe Giovanni Pacelli— esa documentación?
Por Jorge Machín Lucas*
Entre los siglos XIX y XX, sobre todo entre el realismo, el naturalismo y el costumbrismo y las vanguardias y la literatura (pseudo) esotérica, se produce un cambio significativo que atañe a la dialéctica, más que dicotomía, entre materia y espíritu. Esa transformación o metamorfosis ideológica está relacionada con una diferente percepción acerca de los límites que separan esas dos categorías o conceptos. Con él se pasa de aspirar a representar —o a simular hacerlo— lo pretendidamente real con lo «fotorreal», hiperreal, megarreal o macrorreal —aspiraciones vanas de los hijos literarios del positivismo filosófico— a intentar mostrar artísticamente lo «archirreal» o «ultrarreal».
Por Juan Andrés Alzate Peláez*
LA ABOGADA: Amiga querida, ¡qué digo amiga: HERMANA! ¿Con que estás embarazada de otro y no quieres que tu marido se entere? ¡Esas no son penas! Le inventamos un caso de violencia intrafamiliar para ponerlo a raya; y cuando menos lo espere, ¡zas! te divorcias, que yo te ayudo para que te quedes con la mitad de su sueldo y sus bienes.
Por Salvatore Laudicina*
La moral tiene antojo
de probar el sabor
del arrepentimiento.
Para mi desgracia,
no sé cocinar.