Editorial 74

Ciertos iletrados periodistas bogotanos, de unos años para acá, tienen el vicio de llamar indistintamente a los barrios pobres de Medellín con el nombre de «comunas». Acaso por un pésimo ejercicio investigativo aún no saben que la mencionada ciudad está dividida administrativamente en distritos o comunas (igual que la ciudad de París) y que este término, por muy «común» que les suene a los profesionales del periodismo, no tiene ninguna connotación despectiva ni exclusivamente referida a la pobreza; pero ¿habrá otra razón por la que lo hagan? Quizás si. Quizás son cosas de la herencia colonial en Colombia por la cual seguimos merced al clasismo y al sistema de castas de la antigua Nueva Granada.

Lo de que muchos colombianos son racistas y clasistas no es cuento, hay estudios que lo constatan. Se ve en el lenguaje coloquial y en el trato donde, por ejemplo, te pueden decir «negro» o «negra» como la máxima expresión de cariño pero también como la máxima expresión de desprecio. Se ve segregación en el doble sistema de derechos y servicios de los que se benefician pocos y padecen muchos. En efecto, tenemos dos sistemas educativos y dos sistemas de salud, uno bueno para los que tienen con qué y otro deficiente para los que no tienen cómo.

Pero el asunto no se queda en lo que el Estado puede o quiere dar a los ciudadanos, hay algo en la idiosincrasia colombiana que a muchos los hace disfrutar sintiéndose «mejores» que los otros, sea porque tienen o porque aparentan. Lo primero (tener) es a veces cuestión de azar, de herencia, de «familia» o de nombre —lo que sea que signifique aquí «tener nombre»—. Lo segundo (de la cultura) quizás está impulsado por la horrenda estética mafiosa de la ostentación de la que difícilmente nos vamos a librar.

Ser segregacionistas o racistas en un mundo que ya está superando las diferencias es un claro síntoma de que en este lado del mundo aún no se ha salido de la mentalidad del siglo XVI, por muy consumidores del siglo XXI que sean los habitantes. No dejemos que la Ilustración pase por un lado, pues más que la imbecilidad del vanidoso lo que desluce mayormente es la pertinaz ignorancia de los mediocres.

Los editores.

4 COMENTARIOS

  1. Conocí un loco (loco lindo de alma y sentimientos, según él) y el cual habitaba en un bosque casi famoso de la Pampa Húmeda, y quien afirmaba que dos de los mayores poemas que había conocido y disfrutado eran los dos primeros relatos-ensayos del libro “El Verano-Bodas”, del africano Albert Camus.

    —“Ellos, Los almendros, y Prometeo en los infiernos, fueron mi pronto auxilio en las tribulaciones -me gritó desde el otro lado del sembradío de soja lindero a su bosque-; cuando estaba angustiado y deprimido -continuó- el sólo leerlos mi espíritu revivía; aquellos relatos sacrosantos fueron mi sostén y mi guía. Los poemas -prosiguió ya exultante y como mirando al Olimpo, o al Chimborazo- que alcanzan las cúspides supremas son los buenos ensayos!”,
    enfatizó triunfante, por las dudas no le hubiese comprendido yo el mensaje sobre líneas.

    Sin embargo, no nos sorprendamos si alguno de sus feroces detractores juzga estas aseveraciones como de los clásicos disparates conque suele atormentarnos de tanto en tanto el habitante bonaerense y pampeano.

  2. He leído el Editorial 63 y me ha llenado de mucha emoción que haya gente que piense y critique el «establishment», la burocracia. Lo «políticamente correcto»; qué se debe hablar en público y callar todo aquello que atenta contra las nuevas corrientes del pensamiento. Se alientan propuestas destructivas para nuestra generacion y la posteridad.

    Este es el mal del siglo XXI, en el que las falsas posiciones y la constante desinformación son peores todos los días para aniquilar nuestra cultura. Donde se nos obliga a ser cómplices del disparate, aceptar la violencia, la degeneración del lenguaje en aras de los tiempos que vivimos. Entoces «Estamos todos con el estado»

    Se nos señala por lo que decimos abiertamente; entonces somos enemigos «contra el estado», somos tildados de «terroristas» Sí vociferamos contra lo que se tergiversa corremos el riesgo de ser encadenados.

    El reino de las artes ha perdido su valor. Ahora funciona el reino de las «divas y los talentosos» Personajes carentes de diálogo; un niño de dos años se expresa mejor. Ganan millones y se les llaman artistas, deportistas, periodistas, escritores, y estan en la páginas de periódicos y televisiones todos los días, ellos son nuestros pilares, nuestros héroes, nuestos modelos de inspiración.

    Las humanidades han decaído, está en las puertas de infierno, se aplaude a la mediocridad, a las falsas editoriales que publican y desempeñan una labor de ocultamiento para desinformación e ignorancia de nuestros jóvenes.

    Gracias a ustedes que se atreven a cuestionar todo este tinglado de enredos podemos cuestionar sus plantamientos. El silencio sólo conlleva a estar con el estado que es el mayor responsable de todo.

    Saludos y felicitaciones por su trabajo responsable con las artes.

    Mis respetos

    Luz E. Macias

    Escritora/Bibliotecaria/Promotora Cultural

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