Literatura Cronopio

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Pero cualesquiera sean las peculiaridades de estas poéticas, todas se resumen en un punto: fundan lo permanente a través de su materia: el lenguaje. Y tal fundación ocurre en un momento específico. El resto —las peculiaridades— es el detalle, lo que hace que cada una de esas voces se diferencie y construya un ser potencial: la imagen de un pueblo, una época, una cultura o subcultura, un infierno, purgatorio o paraíso, o quizás un anteparaíso: antípoda del Edén como imagen de la dictadura chilena; o una nueva novela, que dibuje las señales de ruta para hallar la salida de escape del lugar común y lo obvio: el régimen. Porque en esas páginas pulcras de la NN (noticias nuevas, vida nueva) se reconstruye la casa bombardeada —sitiada y desmoronada— para abrir el imaginario que las botas marciales habían empobrecido. Poesía de vanguardia que define la casa como alegoría del Estado–nación, tal como un hotel podría serlo de la transición, sin importar si la casa sea de barro o de palabras.
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Pero la poesía también puede revelar una región, un paisaje, un barrio, una geografía psíquica, un continente o, simplemente, una patria, tal como lo quiso Lugones. Otras veces sólo se construye una generación y con eso basta, tal como lo hicieron Ginsberg y los escritores beat al sentar las bases del movimiento hippie y la contracultura norteamericana. Pero también se puede idear un siglo, un tiempo, un momento de espera, un ensueño, la transparencia o un monstruo. El poeta chino, Gu Chen, acusado por Mao de «nebuloso», intuyó desde su destierro en Nueva Zelanda, el tiempo de China que ahora comienza. La poesía y el destino de sus cultores es impredecible y misterioso: «Mustio es el cielo, / mustio el camino, / mustios los edificios, / mustia la lluvia / en este lugar / mustio y muerto / dos niños caminan / uno es rojo e intenso / el otro verde y claro». A pesar de que hoy en día Gu Chen es rescatado como uno de los grandes poetas del siglo por el gigante asiático, su nombre fue silenciado en la plaza de Tian’nanmen. Tenía que volverse loco y morir trágicamente para ser condecorado con las medallas de la poesía nacional. Tenía que volverse inofensivo.

¿Lo cierto es que el poeta es un devenir y su poesía un misterio porque marca el ritmo de sus palabras con un pie en este mundo mientras con el otro vislumbra a los dioses en esa zona desconocida que mantenía a Rilke en el asombro y el desconcierto: «¡Oh, todo ángel es terrible!»

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En poesía castellana hay dos hitos: Góngora y Darío. El primero inventa los retruécanos y le saca chispas a la sintaxis de la lengua de Cervantes, develando sus huesos. El segundo funda un continente, o más bien le da «autonomía poética», a pesar de su espejo simbolista y parnasiano.

Es cierto que El Libro de Apolonio creó el verso alejandrino en lengua castellana. Y también es cierto que El Cid sirvió para inventar España como La Araucana para fundar Chile. Pero no fue sino hasta la aparición de Vallejo que la poesía hispánica se hizo hispanoamericana. Ya Borges lo había intentado, fervorizando una ciudad que devendría: Buenos Aires. Así también lo había hecho Baudelaire, reinventando París y dándole un giro definitivo a la prosa poética francesa. Algo similar hizo Seferis, reescribiendo el mito griego.

Pero las poéticas hispanoamericanas han tenido su propio derrotero, navegando en un «agua de origen y ceniza». Después de su travesía cosmopolita, Girondo atraganta el castellano argentino en la más médula de la lengua misma, mientras que Mistral y Storni componen a pesar de la rima modernista. Neruda canta un canto a sí mismo y a la tierra, elaborando una de las poesías telúricas y volcánicas más poderosas del siglo XX. Al mismo tiempo, Vallejo excava como minero —a decir de Octavio Paz— en las profundidades del ser. Huidobro, elegante y francés, otea como un azor en las alturas para escribir el mundo que debiera ser; no el que es, rescatando la autonomía poética que a través de su pluma deja de servir al proyecto mimético, realista, folclórico y criollista: «Non Serviam». De paso, arremete contra la ensoñación onírica surrealista que, mediante los trucos de la escritura automática y los cadáveres exquisitos, aspiraba a la maravilla y la belleza compulsiva. No, dice Huidobro, el poeta no debe escribir con su inconsciente, sino con su supraconciencia: estado de delirio poético de lucidez vibrante que crea mundos autónomos y hace de la poesía «el lenguaje de la creación».
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Junto a Huidobro, Saúl Yurkievich propone a Vallejo, Neruda, Borges, Girondo y Paz como los verdaderos fundadores de la poesía latinoamericana. Vanguardia en pleno que, sin desmerecer su latinoamericanización del lenguaje, sigue sin responder la pregunta hecha por el modernismo brasileño: ¿tupi o no tupi?

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Después de la vanguardia, un vendaval verbal expande la conciencia poética latinoamericana: antipoesía, barroquismo y mexicanidad: Parra, Lezama Lima y Octavio Paz. Tres nuevas voces de representación: la voz de la tribu, el alambique musical y la piedra bajo el sol, que construye junto al convento de Sor Juana, recluida y lejana, un templo que escarba en las entrañas del México profundo.

Posterior a estas tres voces de transición, la posvanguardia deviene realidad, integrando el canon. Ernesto Cardenal ha escrito una poesía para la teología de la liberación, cósmica y sandinista, y además exteriorista, como la de José Coronel Urtecho: bisagra inevitable entre el modernismo y la vanguardia. Gelman ha revivido a los desaparecidos de épocas oscuras que se fueron cantando pío–pío como su tío Juan. Poesía coloquial y directa, como la de Benedetti en Uruguay, la de Teillier en Chile o la de Sabines en México. Voces populares. José Emilio Pacheco es la voz del tiempo como sismo que resquebraja las ruinas en medio de un lago que jamás debió ser ciudad; y como trasfondo: el silencio de la luna. Gonzalo Arango es el tiempo nadaísta del desquite mordaz e irónico frente a la violencia que devora. Perú es otra gran tradición; un modo de habitar en varios tiempos (aunque cada región de cada país siempre esté marcada por su propio biorritmo): Blanca Varela, Cisneros y Carlos Germán Belli, entre otros, forman la arista que cierra el triángulo de la vanguardia peruana y la Hora Zero. Podría seguir: Uruguay, Nicaragua, Cuba, pero no es el caso. Los listados siempre ensombrecen.

Cabe, quizás, destacar la obra de Enrique Lihn: metapoética y situada, por cuanto renueva la antipoesía, dudando de la escritura y descentrando el sujeto que enuncia como ventrílocuo excéntrico para habitar el lenguaje —o deshabitarlo— con «un poco de oscura inteligencia». En efecto, Lihn ha abierto nuevas ventanas al ser hispanoamericano que otras poéticas abstraídas en su propia retórica no se han logrado reproducir. No por nada, Bolaño, Anaya y Mario Santiago bebieron de esa fuente verbal para mirar la realidad desde las alcantarillas de la ciudad de México. Quizás algo de ello haya en la novísima poesía de Leopoldo María Panero, que desde su asilo psiquiátrico, revive la poesía española peninsular, tan desgastada después del exilio de sus mejores mentes.
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Habrá que esperar a ver qué dicen los nuevos poetas, ahora que nuevas puertas se abren con la irrupción de la América profunda, indígena y secreta, y sus nuevas formas de percepción de la realidad. Es allí, entre el incienso chamánico y la casa azul, rogándole a los ancestros y bebiendo ayahuasca, cantándole a la floresta y volviéndose una sola voz con la noosfera, donde los poetas de este siglo podrán seguir habitando poéticamente la Tierra y el sueño del ser «humano» perviva a pesar de su ingrato olvido de «los seres celestes».
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* Jesús Sepúlveda (Santiago de Chile, 1967). Autor de Lugar de origen, poemario generacional escrito a mediados de los años 80; Reinos del príncipe caído (Beca Fundación Pablo Neruda, 1989); Hotel Marconi (1998), colección de poemas llevada al cine en 2009 y traducida al inglés y francés; Correo Negro (Primer Premio de Poesía, revista argentina Perro Negro, 2000); y Escrivania (México, 2003). Su ensayo eco—anarquista El jardín de las peculiaridades (Buenos Aires, 2002) ha sido traducido al inglés, francés, italiano y portugués. Es además coautor de la antología de ensayos Rebeldes y terrestres (Santiago de Chile, 2008). En la década del 90 dirigió la revista Piel de Leopardo y codirigió el periódico bilingüe Helicóptero. Actualmente reside en Eugene, Oregón (noroeste de Estados Unidos), donde ejerce la docencia universitaria.

El presente texto fue leído en la «I Jornada de Poesia Hispânica» de la Universidade Federal do Rio Grande do Norte en Natal, Brazil, 7 de diciembre de 2011.

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