Periodismo Cronopio

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Diablo

«el Diablo» ESTÁ SUELTO

Por Eccehomo Cetina Rodríguez*

Quien entraba a dichos calabozos, sólo podía comer un pedazo de pan con una aguasal de ajo, que en vez de alimentarlos los secaba hasta la muerte.

Los reos castigados en estas tenebrosas pocilgas terminaban trastocando los días con las noches. Al cabo de varias semanas comenzaban a desquiciarse hasta que lo peor de ellos salía a flote. Eran los días del delirio, de las maldiciones, de los alaridos de rabia y los llantos de dolor. Después, se iban desvaneciendo por el hambre y el encierro de locos, hasta que lo poco de ellos como personas desaparecía entre el berrinche y su propia mierda.

Un reo pocas veces sobrevivía dos entradas a tales calabozos, y si lo lograba, terminaba muriendo poco tiempo después como consecuencia de las secuelas y las enfermedades ocultas y larvadas en el encierro.

Lo que más se parecía a la inclemencia de los castigos era la índole vesánica de quienes los ejecutaban. La mayor parte de los guardias eran policías que habían cometido delitos graves en el continente relacionados con abusos de poder o crímenes en el ejercicio de sus funciones.

Los altos mandos enviaban a la isla a aquellos hombres con el fin de deshacerse de ellos y disponer, de todos modos, de un pie de fuerza útil en semejante piélago, a donde muy pocos uniformados con una hoja de vida intachable estaban dispuestos a ir.

Es por eso que los guardianes de Gorgona, en muchos sentidos, también eran reos en aquella isla. Con una diferencia significativa: el poder que se les otorgaba sobre la población carcelaria —que incluía el porte y uso ilimitado de armas— los convertía en hombres peligrosos y proclives a la impiedad y los abusos. Pero todo eso para ellos estaba justificado, pues nada de lo que pasara allí salía de Gorgona, concebida por poderosos políticos para alejar de la nación a quienes ellos calificaban como la peor escoria humana.

Sólo cuando «el Diablo» pasó frente a la pequeña ventana de barrotes para recibir el primer desayuno en Gorgona, descubrió el motivo de su desvelo aquella noche. Aquí me voy a morir, pensó.

Con esa idea fija en su cabeza fue a sentarse al lado de un grupo de reclusos veteranos. Un veterano en aquella prisión no era en rigor alguien con muchos años de encierro. Era un reo que a lo sumo había logrado sobrevivir tres o cuatro años en la isla.

Eso lo dejaban ver las caras de quienes rodeaban aquella mañana a «el Diablo», mientras se tomaban con sonoros sorbos el café: hombres maduros y algunas veces jóvenes, pero avejentados por el hambre y la tortura.

Aquellas caras, aunque «el Diablo» no lo considerara así, eran el testimonio vivo de que el tiempo en la isla era otro. Un tiempo que parecía denso y estancado entre la soledad y los castigos pero que en Gorgona a todos envejecía el doble.

Aunque «el Diablo» no pudiera hacer tales reflexiones —porque era de modo simple un asesino sin estudios— su entendimiento y su instinto natural le bastaban para comprenderlo todo al ver la decrepitud temprana en la cara de los demás reos.

Felipe Santiago Arroyo, alias «el Diablo», alcanzó a ver su cara en el fondo oscuro de su café y antes de tragarse el último pedazo de pan, sintió que una idea fija y casi incómoda se asentaba como un espanto en su cabeza: «me tengo que volar de esta mierda», pensó.

Él y los siete nuevos presos fueron llevados esa mañana a la enfermería para unos chequeos de trámite. Después,llegaron a empujones hasta un patio abierto donde se levantaba una torre de madera.

El capataz de las brigadas les habló desde allí. En voz alta les recordó la disciplina que se debía observar en el trabajo. «Y recuerden que el que intente escaparse de aquí debe tener mucha suerte», dijo con voz monótona.

Luego, hizo traer un pelotón de hombres que disparó sin contemplación sobre los cocos de una frondosa palmera. Los frutos impactados cayeron al piso, abriéndose en pedazos. «Porque si el que se escape no tiene suerte, concluyó, esto es lo que le espera si lo cogemos».

«El Diablo» fue destinado a la brigada de pescadores. Su trabajo, a partir de la siguiente mañana, consistió en salir en una canoa hacia una pequeña zona vigilada por guardas.

Su compañero de embarcación era Darío, «el Cordobés», un joven de veintiséis años sentenciado por una serie de robos a bancos, en decenas de pueblos de la Costa Atlántica.

Los dos debían ayudar al resto de pescadores a tender los trasmallos en una zona coralina habitada por especies menores. Después debían retirarse a una zona profunda, de mar un poco más abierto, pero siempre vigilados por guardianes en embarcaciones motorizadas. Allí lanzaban cinco líneas de nailon con carnadas vivas y en silencio, se sentaban en el casco de la canoa a esperar.

En dichas jornadas «el Diablo» se espantó con los cardúmenes de inmensos tiburones que chapoteaban a pocos metros y la fugaz aparición del lomo de desconocidas bestias marinas, que antes del amanecer empezaban a rodear la pequeña embarcación.

Después, si la suerte les sonreía, algún espécimen se enganchaba. Los hombres se lanzaban sobre las líneas tensas y comenzaban a recogerlas, amarrándolas a un palo de la borda, para luego soltarlas. El procedimiento lo repetían decenas de veces en medio de agonías e interjecciones de dolor.

Los tiburones y los meros eran los que se resistían con mayor furia. Al límite de la extenuación, los reos atraían los tiburones y demás especies hasta la superficie, donde los remataban a palos. El resto era trabajo rutinario de un matarife:destazar el pez,quitarle las agallas, seccionarlo y salpresarlo en el fondo de la canoa. Un asunto en apariencia sencillo. Pero un día, «el Cordobés» cometió un error fatal que puso en riesgo su vida y la de «el Diablo».

Todo empezó la tarde anterior en los baños. Un recluso, sentenciado por participar en decenas de masacres de campesinos en el Huila, Orlando Granada, «el Mellizo», interceptó a «el Cordobés» en los retretes. Lo tomó del cuello y lo amenazó con matarlo por una vieja pendencia de alimentos y tráfico de marihuana. En el forcejeo brutal pero silencioso (si los guardas los descubrían irían con seguridad al garrafón), «el Cordobés» recibió una corta pero profunda cuchillada en el dorso de su mano derecha. El pleito fue tan intenso como breve y los dos hombres se dispersaron antes de ser sorprendidos por los guardianes.

Angustiado, «el Cordobés» amarró su herida con un jirón viejo de alguna media olvidada que encontró en el pabellón de camas, y la cubrió con la manga de su camisa. Esa noche se fue a la cama temiendo lo peor.

Pero los problemas sólo empezaron en la mañana siguiente. La herida había dejado de sangrar en la madrugada, pero el tajo era pleno y exponía las carnes de mala manera. El ladrón de bancos no dijo nada a «el Diablo», su compañero de pesca, al salir en la brigada de aquella mañana.

Pero cuando se encontraba acomodando las líneas en el agua, el Cordobés se dio cuenta de que mantener en secreto la cortada de su mano había sido un gravísimo error. Un tiburón, enceguecido por el delirio de la carne abierta de la mano que entraba y salía del agua atacó la canoa de los dos hombres.

«El Diablo» se tambaleó y, a punto de caer al agua, logró agarrarse de un espeso lazo amarrado en proa. Por su parte, «el Cordobés», alcanzó a recibir una dentellada que le destrozó parte de la mano. El escualo siguió embistiendo la embarcación con pavorosa insistencia, que solamente los disparos de los guardianes a pocos metros de allí, pudieron detener.

En los siguientes días de convalecencia, «el Cordobés» confesaría a «el Diablo» los detalles sobre su imprudencia, que había estado a punto de causar una desgracia. Felipe Santiago Arroyo no le dijo nada, pero al pensar en el tiburón olfateando el rastro de sangre humana en el agua, un repentino escalofrío recorrió todo su cuerpo.

Con excepción de ataques de tiburón semejantes al que sufrió «el Cordobés», nada parecía alterar las faenas de pesca.

Hacia las dos de la tarde, la brigada regresaba con las presas destripadas y saladas en costales o amarradas en sartas sobre varas que dos hombres cargaban en andas. Era la comida de privilegio para los guardianes y algunos prisioneros que gozaban de mínimas indulgencias. El resto de la carne era un precioso botín para algunos guardas de mayor rango: transportada en el barco que arribaba tres veces al mes, cruzaba el mar de Gorgona para ser vendida en el continente, en el mercado de Buenaventura.

Pero eso a «el Diablo» poco le importaba. La mayoría del tiempo lo consumía en la idea que se había fijado en su cabeza. «Me levantaba y me acostaba con la misma vaina, ahí, ahí», me confesó «el Diablo» en su viaje de regreso a Gorgona, sentado en una de las playas de la antigua prisión. «Cómo irme de aquí», me repitió que pensaba cuarentaiún años atrás, cuando nada en aquella isla le arrojaba una señal para resolver su persistente pregunta.

La respuesta sólo la tuvo clara muchos meses después. En una de las tardes libres de cada quince días en el patio de armas, «el Diablo» oyó los cuchicheos de dos reclusos que hablaban de Eduardo Muñetón, un prisionero convertido en leyenda por un memorable intento de fuga.

Lo llamaron el Papillón Colombiano, pues para nadie hubo dudas de que su desesperado intento de escape parecía estar inspirado en el que hiciera en 1941, Henri Charriére, alias Papillón, de la cárcel de la Guayana francesa, a donde fue condenado a trabajos forzados. El mismo Papillón escribió en libertad una novela autobiográfica, que se volvió un emblema para los hombres en libertad y llegó a ser una especie de testamento de redención, para aquellos presos de cárceles inhumanas como Gorgona.

El desdichado, según lo oyó «el Diablo», se fugó de Gorgona en una canoa robada, pero dos días después los guardianes lo encontraron y lo trajeron de regreso a la isla, donde finalmente murió a consecuencia de los castigos que nunca se le suspendieron. Yo no me atreví a preguntarle nada a aquellos tipos, recuerda Felipe Santiago Arroyo, porque en la cárcel preguntar es igual que confesar lo que usted está pensando. «El Diablo» no preguntó, aunque sabía que en una prisión son pocos los que no piensan en escapar.

Desde aquel mes de noviembre de 1967 creyó con más fuerza que huir de Gorgona sólo sería posible si contaba con una embarcación resistente y ligera. Pero, ¿cuál?

La fuga fallida del Papillón Colombiano había dejado una lección a la guardia: las canoas y demás embarcaciones de dotación fueron desde entonces sometidas a un exhaustivo inventario y una vigilancia tan cerrada, que hizo imposible o disparatado que cualquier recluso pensara en robar alguna para emprender un nuevo escape.

Fue entonces cuando el ánimo de «el Diablo» se vino abajo, pues había algo que lo torturaba tanto como el hambre y los continuos castigos a que era sometido. «Aquí te vas a morir, Diablo», le repetían los guardas, quienes desde que el 444 había pisado la isla, no le quitaban el ojo de encima y siempre que podían le hacían todavía más difíciles sus días.

Dicho estado le hizo cometer algunos errores. «El Diablo» se volvió irascible y mucho más huraño que antes. Una tarde acometió a puñetazos a un recluso recién llegado que se sentó en su zona de descanso sin su permiso.

En otra oportunidad, insultó a un uniformado que entró a la sala de televisión donde decenas de reclusos veían el noticiero y apagó el aparato cinco minutos antes de la hora reglamentaria. Todos dejaron de reír y cerraron la boca en el acto, menos «el Diablo».

Los guardas no perdieron oportunidad para ablandarlo. Aquella vez lo metieron al «garrafón» y le tumbaron a puñetazos los dientes incisivos superiores e inferiores. En otra ocasión, luego de insultar a otro guarda con las procacidades bien aprendidas de asesino, pasó ocho días en los calabozos.

Del garrafón heredó la cojera incurable de su pierna derecha y de los calabozos la costumbre de pensar en voz alta y una sensibilidad de búho por los días resplandecientes del trópico. Con menos de un año de encierro en Gorgona, la resistencia física de «el Diablo» se estaba agrietando. Se le veía más débil, enfermo y viejo.

Pero, aunque nadie lo percibiera, su espíritu parecía imbatible. No había un día, pese a las torturas recibidas, en que no se hiciera la misma pregunta: «¿en qué voy a salir de esta podrisiña (podredumbre)?»

La respuesta llegó cuando menos la esperaba. Corría el mes de abril de 1968,y como solía ocurrir cada cierto tiempo,los reos fueron relevados de sus respectivas brigadas. «El Diablo» pasó de la brigada de pescadores a la de leñadores. «Yo no cabía de la alegría, alabado sea el Señor» —me dice Felipe Santiago— que así es como recuerda aquel día. Porque yo ya sabía que solamente si me hacía una balsa de madera podía salir de la isla, concluye.

Una balsa. Esa fue la imagen que se quedó en su cabeza desde entonces. Iba con ella al dormitorio, a los retretes y al comedor, indiferente a los negocios turbios de los reos, a las transas sexuales entre los mismos hombres, al tráfico de narcóticos, sumido en su imagen idílica. «El Diablo» era entonces lo más parecido a un hombre enamorado. Enamorado de una embarcación.

La representaba como las balsas inveteradas de su Tumaco del alma, cuando de niño las fabricaba él mismo con seis troncos atados por una cabuya. Sobre dichas balsas gobernaba los esteros que formaban el mar al meterse en tierra, navegando desde la periferia del pueblo hasta su humilde casita, elevada entre el monte sobre palafitos.

Pero los tiernos recuerdos de infancia, a excepción de la balsa, no tenían ninguna conexión con las asperezas de Gorgona. En sus jornadas como leñador vio cientos de árboles reclinados con docilidad, unos sobre otros, inmensos y añosos. Ceibas y guayacanes que eran apetecidos y aserrados de modo sistemático por las brigadas.

Pero ninguna especie llamó tanto la atención de «el Diablo» como el árbol de balso, el material de sus embarcaciones de infancia. Él sabía que dicha madera era más liviana que el corcho y además, resistente y ligera. No cabía duda: si tenía que fabricar una balsa debía ser con tales troncos.

(Continua página 2 – link más abajo)

9 COMENTARIOS

  1. Dicen que Hernando Galvis Muñetón de Villeta Cundinamarca también logró escapar, alguien sabe algo de esta historia?

  2. Es un bello relato la vida de Santiago que debería ser llevada a una producción de novela; yo conocía a Santiago en la Isla, fuimos a jugar la selección de El Charco con la Gorgona, el diablo me tapó un penal. Luego y hace tal vez años me lo encontré por el centro de Cali y su rostro me resultó familiar y pude conversar con él. ya estaba cojo de una pierna, según me dijo que por la diabetes que padecía.
    En esa Isla en la cual todos los que allí vivían eran presos, debieron indultar a Santiago, porque luego de haber hecho la proesa que hizo, por lo menos debería haber recibido su libertad como premio. quiero saber si santiago vive o no porque no lo volví a ver.

  3. Es una historia casi terrorífica,me parece muy patriota Papillón quisiera ver esa película,esas historias son o parecen de novela y si alquien sabe donde puedo conseguir la película de Papillón le agradecería,pues quiero verla ni correo es.
    .misfigurasdechocolate@hotmail.com

  4. claro .. pues el que logro escapar es al que me refiero eduardo muñeton tamayo..fue el unico que corono el escape ..pero igual alos dos años lo recapturaron..

  5. pues muchos trataron de escapar.. a uno lo cogieron llegando ala costa iva con un perro jejejje..otra cosa lei por ahi una cronica de alguien un tal camargo el carnicero de los adez cre.. que asi le llamaban dicen que tambien era profugo de la isla.. o lo confunden con eduardo muñeton..o creo que es el mismo.. murio en una carcel de ecuador asecinado por otro recluso .. un abrazo..mi correo es benedictoborja@hotmail.com..

  6. LASTIMA QUE HUBIERAN SERRADO ESA PRICION HOY EN DIA ESTUBIERAN LOS HERMANOS NULE Y LOS POLITICOS CORRUCTOS PERO TODOS ESOA POLITICOS QUE PONEN AGUANTAR HANBRE AL PAIS COBRANDO JUGOSAS PENCIONES. ES INUTIL Q UNA PERSONA SE PENCIONE A LOS 65 AÑOS QUE DESGRCIA SER QUE UN SEÑOR POLITICO NO VIVE FELIZ ACA EN ESTE PAIS COMO COLOMBIA CON $12000.000 LA MAS ALTA AHI DEVERIAN ESTAR LOS PADRES DE LA PATRIA , Y TAMBIEN LOS BANQUEROS USUREROS.DISCULPEN ,Y, GRACIAS

  7. El relato algo no velesco pero errado .. el que se escapo de gorgona se llama o se llamaba no se si ha muerto.eduardo muñeton tamayo el tubo dos fugas en la primera lo cogeron llegando a buenaventura y lo regresaron ala isla en la segunda corona la fuga. Pero a los dos años lo apresaron en su pueblo paisa por difamar del cura desia que era un anticristo creo que muñeton estaba algo loco. Aunque ami no me parecio tallaba unas camas de madera eran unas obras maestras. Se peguntaran por que se esto, pase por la carsel de palmira por esas cosas de la vida y fui compañero de celda me comto la historia de sus fugas tube un inconveniente con el por cosas de presos me dijo unas palabras que fueron algo ironicas …yo se que cuado nos encontremos en la calle me iras a atentar contra mi ….la verdad no se que le repondi y me hise cambiar de celda. Digo ironicas por que sali alos tres años de ahi y un dia por esas cosas del destino que uno no puede comprender estaba yo en el parque de palmira no recuerdo que hacia yo alli y en esos momentos vi a un señor con una maleta de esos cuando salen de la carcel jejejeje y mi sorpresa era muñeton se me aserco y me dijo me puedes regalar trecientos peso . La verdad no recuerdo si se los regale o no ni recuerdo si hablamos mas. Todo esto lo cuento para desirle a el señor o periodista que esa historia que cuenta es un fraude muñeton no murio en la isla el termino de pagar en palmira..o la verdad no se si fue que se escapo de nuevo jejejejej.

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