Literatura Cronopio

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Jean genet

JEAN GENET, EL DANDI CRIMINAL

Por Orlando Arroyave Álvarez*

Todo fue tan extraordinario en la vida de Genet que contraviene la ley de las biografías; los primeros años de un hombre orientan, en forma retrospectiva, a los biógrafos; no así la infancia y vida de Jean Genet.

Su madre, Camille Gabrielle Genet tenía veintidós años, cuando el futuro escritor nació. Era el 19 de diciembre de 1910, en un hospital de la Asistencia Pública de París. Su madre nombraba indistintamente oficios en los formularios oficiales que tenía que llenar: «costurera», «obrera», «empleada», «criada» o «institutriz». La madre de Genet escribió en la casilla sobre datos del padre del niño, «Fallecido».

Ese niño, abandonado por su madre, a los siete meses de nacido, vivirá de la Asistencia Pública hasta los 22 años. El escritor imaginará luego, en sus novelas, a su madre como una mendiga, una mujer noble o tal vez como una prostituta que se cruzaría en la calle con el escritor. Genet, presumiblemente, nunca supo que su madre murió en 1919, cuando el niño tenía ocho años, de la gripe española, una de las plagas hijas de la Primera Gran Guerra Europea.

Al «niño abandonado» la Asistencia Pública le da un uniforme, unos zapatos de madera y una familia a pago para cuidarlo. Luego de una temporada en un orfanato el niño vivirá hasta los trece años con una familia de campesinos (aunque las fechas y la precisión de los datos son inciertas). Vive entre estos campesinos en el pequeño pueblo de Alligny–en–Morvan, en el centro de Francia. Una ciudad pequeña, gris, con una iglesia medieval y austera. Un dicho popular decía que ni buena gente ni buenos vientos había en Morvan.

La única fama de este pueblo eran sus nodrizas, quienes viajaban a París a alimentar a los niños de los ricos. El pueblo se construyó con la venta de leche de las mujeres y los niños adoptados. Uno de cada tres niños abandonados en Francia, en las primeras décadas del siglo XX, llegaba a Morvan.

Su madre adoptiva en Alligny–Morvan aspiraba a que ese niño que celebraba misa en un altar en miniatura, que ayudaba al cura en la misa y cantaba en los coros (el pequeño Genet llegó a ser «primer corista»), fuera sacerdote. Ese niño fue bautizado con el nombre de Jean Marcel Genet. El nombre de Marcel nunca apareció más en la vida del escritor.

El pequeño Jean no encajaba en ese pueblo; el niño era demasiado Parísino, urbano y un poco dandi para aquellos aires. Sin contar que el niño huérfano se creía, en medio de su orfandad, de «mejor linaje» que los habitantes de Morvan. Desde pequeño lo alentaba una visión aristocrática de los excluidos. Quizá leía ese niño demasiados libros de aventuras y literatura popular que abundaban en la biblioteca local.

El dandi Parísino robaba lápices a los compañeros o robaba monedas del mostrador de la tienda que atendía la hermana de su madre adoptiva. El biógrafo White, tan prudente en casi todas las páginas que dedica al escritor, sentencia, psicoanalíticamente: «Los niños suelen robar cuando no se sienten amados».

A los trece años escapa de la escuela D’Alembert a las afueras de París donde fue llevado a estudiar. Un informe da reporte del muchacho fugado: 1,55 de altura; ojos negros, pálido, de boca y nariz normal, de mentón largo y curvo, vestido con un sombrero gris, de capa y pantalones azules. El informe mencionaba, igualmente, que este niño estaba muy «saturado» por las novelas de aventuras a las que era muy aficionado; lo cual perjudicaba su «constitución delicada» y empeoraba su ya manifiesta «debilidad mental». Su fuga, concluía el director de la escuela, estaba inspirada en un «desequilibrio mental». Su «mente confusa» se alimentaba, afirmó, de lecturas de novelas de aventuras y una exacerbada admiración de sí mismo.

Se le encuentra en Niza. Su nombre es suprimido como alumno de la escuela D’Alembert. El nombre de Jean Genet aparece por primera vez en un periódico; su fuga es reseñada por un periódico local. El pilluelo quería ir a América o a Egipto, donde esperaba conseguir trabajo en el cine, explicaba la nota de periódico. Desde entonces, en sus múltiples fugas posteriores, Genet buscaría un puerto para ir al extranjero y buscaría (inútilmente) trabajar en el cine (su pasión desde niño).

Después de su fuga es trasladado a hospicios y orfanatos. A los catorce años es entregado en custodia a un compositor de canciones populares, René Buxeuil. Un ciego que, siendo adolescente, había perdido la visión a causa de un accidente con una escopeta y cuyo primer empleo fue tocar el piano para películas mudas. Luego se convertiría en un compositor que compondría más de cinco mil canciones, muchas de las cuales evocaban el mirar o los ojos.

Ese niño, encargado de hacer los oficios de criado y lazarillo, gustaba de mutilar libros: robaba poemas de las bibliotecas de sus custodios. Entre sus páginas robadas están algunos poemas de Baudelaire.

Después de siete meses de trabajar con el músico, éste lo acusa ante las autoridades de robo. Con esa acusación se inauguraba el «voluminoso expediente delictivo» del escritor.

En su fuga, Genet es arrestado por viajar de polizón en un tren. La Asistencia Pública decide someter al joven a un tratamiento psiquiátrico. Allí es detenido por un corto tiempo. Luego vendrán más fugas y arrestos. A los quince años es acusado de vagancia. Pasa tres meses en la prisión infantil Petite–Roquette.

Siendo menor de edad es enviado a una de las prisiones míticas en las páginas de Genet: la colonia agrícola de Mettray. Allí permanecerá encarcelado hasta cumplir los dieciocho años. El escritor consideraba esta colonia penitenciaria como un campo de trabajos forzados. Ese mundo de horror será hermoseado, exaltando la crueldad y el erotismo, en su segunda novela, Milagro de la rosa (1943).

Los niños trabajaban en la cantera o aprendían el oficio de zapatero, herrero, sastre, etc. Genet fabricaba cepillos. Esos trabajos (que Genet denunciaría después como «forzados») se combinaban con nociones rudimentarias de lengua francesa, religión o dibujo. Los niños en Mettray no jugaban; los niños en la cárcel no jugaban más que a la humillación, al dominio, al sexo.

La única novedad de Mettray era un barco anclado en el patio de la prisión, símbolo de antiguas esclavitudes, cuando los presos construían navíos para el imperio francés.

Luego de pasar varios años en Mettray, Genet se presenta como voluntario del ejército francés. Llegó a ser cabo de una compañía de ingenieros. Como miembro del ejército francés viaja a Siria para las labores de seguridad y la reconstrucción de Damasco, destruida, por entonces, como ahora, por bombardeos extranjeros. Desde entonces fue amigo de los palestinos.

Según la leyenda, que el propio Genet difundía, fue agente secreto. Fue puesto en prisión porque no podía dar el informe al superior, de pie, en posición de firmes y a dos metros del militar. Él debía moverse para dar la información requerida, teatralizarla.

En 1930 es enviado a Francia, luego de un ataque de ictericia y con una carrera militar sin mucho futuro. Al año siguiente fue relevado del servicio activo.

El huérfano, el inquilino de orfanatos y familias de alquiler, el soldado sin jerarquías, comienza desde entonces un peregrinaje por el mundo que solo cesaría con las prisiones o la enfermedad. Vive del vagabundeo, la prostitución, el robo, las clases de francés.

A pesar de ese fracaso como militar, Genet retorna a su labor como soldado durante seis meses hasta 1933. Una temporada en Marruecos como militar y luego de regreso a Francia, para continuar con su prolongado vagabundeo.

Ya por aquellos años se interesaba por la literatura. Buscaba el contacto de autores como Gide (quien consideraba que «la homosexualidad es la mejor protección para la virginidad de las mujeres»). Desde Barcelona le envía al «maestro» una carta torpe, obsecuente y un poco cursi. No recibió respuesta. Pero eso no modificó su vida de entonces. El robo, la prostitución, la lectura, el vagabundeo. El mendigo Genet no podía estilizar su experiencia como el «artista aristocrático» Gide, pues su preocupación más inmediata era la próxima comida.

Genet recorre España: Cádiz, Huelva, Jerez, Alicante, entre otras ciudades y regiones. Su tierra predilecta fue el Barrio Chino de Barcelona. En esta ciudad comenzó a amar a las prostitutas, los travestis, los hambrientos, los criminales.

Genet regresa a ejército por otro año y medio. El contrato por tres años concluye con la deserción del soldado del 22 Regimiento de Carabineros. Genet escogía el ejército como una forma de sobrevivir. En sus interrumpidas estadías permaneció casi seis años en el ejército. Pasó más tiempo en el ejército que en la cárcel.

Se convierte, al abandonar la Legión Extranjera, en un desertor. El servicio militar tiene sus ventajas. En sus años de servicio militar, el soldado lee a Rimbaud, Stendhal, novelas populares de crímenes y pornografías.

Huyendo de las autoridades francesas, recorre la Europa fascista a pie. Y nuevamente la prostitución, el robo, la falsificación de pasaportes, la traición, las múltiples expulsiones y estadías en las cárceles europeas (Albania, Yugoslavia, Checoslovaquia, Austria, Italia, Polonia).

El 16 de septiembre de 1937, Genet roba una docena de pañuelos finos de una tienda de ropas. Desde este pequeño hurto sus estadías en las prisiones serán más prologadas. Entre esporádicas libertades recorre Europa o se enrola al ejército, a pesar de haber sido expulsado. No sólo se le acusa de robar pañuelos; ahora también de deserción y tenencia de armas ilícitas.

La prisión fue el crisol donde el artista logró su ascesis: la renuncia para la transformación. La prisión le dio, confiesa en una carta a una amiga, la capacidad de volver a sí mismo: «ver y percibir más allá de nuestro ombligo y para percibir el mundo con mayor objetividad, mayor pasividad, mayor indiferencia y, por ende, con mayor poesía» [citado por Edmund White, p. 222].

En las prisiones se ganó la fama, entre los otros reos, de ser un delincuente de tiempo parcial. En 1939 aparece una nota periodística que trae el perfil de unos criminales arrestados; uno de ellos es Jean Genet. El periodista afirma que es un hombre «sin profesión definida», que habla varias lenguas (alemán, italiano, árabe, griego y algunas frases en inglés) y que en las prisiones escribe novelas que espera publicar en el futuro.

Fue en 1939, que Genet tiene una epifanía: será escritor. Descubre, en una tarjeta que envía a una amiga en Checoslovaquia, que le importaba más la rugosidad del papel o evocar la nieve que dar un saludo de Navidad. A partir de ese instante, el encuentro con la sensualidad de las palabras, Genet decide convertirse en escritor.

La cárcel le sentaba bien a su oficio de escritor. Ya la prensa Parisina refería las palabras de un desconocido «Jenet» (sic) que le dijo al juez que «Si no hubiera sido un ladrón me hubiera quedado ignorante, y todas las joyas de la literatura seguirían siendo extrañas para mí». En la prisión podía leer cuanto quería y escribir. Allí aprendió a disfrutar de Marcel Proust. Edmund White, su mejor biógrafo, luego escribiría que Genet fue «el Marcel Proust del París marginal».

De 1940 a 1947 escribe la mayoría de sus mejores obras. Francia por aquellos días está inmersa en el hambre y el caos. En el invierno de 1942, los vagabundos morían en los portales y los espantapájaros eran despojados de sus abrigos. En ese año de hambre, frío y ocupación alemana, Genet conoce a Jean Cocteau (al que Proust comparó con un caballito de mar).

Este gran artista, tan polifacético como un escritor genio o renacentista, leyó Santa María de las Flores. Jean Cocteau, tan generoso como pocos entre los escritores franceses (y en cualquier parte del mundo), exalta la escritura de Genet: «Elegancia, equilibrio, sabiduría, eso es lo que emana de este maníaco y prodigio». Esta primera novela fue una revelación para Cocteau: se trataba de una obra maestra, en que Genet traza sutiles líneas que relumbran «como los garabatos mágicos de Picasso». Genet tenía la «convicción de un genio». Genet era mejor escritor que ladrón, afirmaba Cocteau.

La novela la había escrito en prisión. Robaba el papel que los presos usaban para fabricar bolsas y, a hurtadillas, escribía sus novelas. El castigo fue aislarlo a pan y agua en una celda sin compañía. Este castigo, afirmaba el director de la prisión, se lo merecía el preso por haber «destinado» el papel «a la redacción de obras maestras».

Y si bien en la cárcel escribía sus obras maestras y podía leer los clásicos de la lengua francesa, sus reiteradas condenas, daban la posibilidad de un encierro indefinido. En su duodécima condena por robo, pendía sobre Genet la posibilidad de cadena perpetua. La ley exigía este castigo para los incorregibles. Su abogado alegó que su cliente había concluido su carrera de ladrón para comenzar su carrera de escritor. En el juicio Jean Cocteau declaró que Genet era «el más importante escritor de la era moderna».

Otra vez reincidirá en crímenes leves y puesto en prisión, pero desde marzo de 1944 Genet no volverá a ser encerrado (aunque en 1956 fue condenado a ocho meses por publicar obras pornográficas; no cumplió esa condena).

Genet había pasado cuarenta y cuatro meses y 16 días en prisiones de adultos. En 1949 recibió el perdón presidencial por pedido de los intelectuales de la época, como Sartre, Cocteau, Picasso o Claude (no firmaron Camus, Aragón y Paul Éluard; los dos últimos por pertenecer al partido comunista y al surrealismo, que se oponían a la homosexualidad; a Camus, le importaba en poco las obras ajenas).

Genet decía que escribía para salir de prisión, y que una vez estuvo en libertad dejó de hacerlo. Quizá no era del todo cierto, pues muchos libros aparecieron después de dejar las prisiones, aunque su producción fue más espaciada en el tiempo. Durante su vida tuvo dos grandes estallidos creadores. Entre 1943 y 1949, periodo en que publicó sus más célebres novelas (Santa María de las flores, El milagro de la rosa, Pompas fúnebres, Querella de Brest y Diario de un ladrón). En este periodo creativo también publicó poemas y obras de teatro (Severa vigilancia y Las criadas).

Su segundo periodo creativo fue entre 1955 y 1957; escribe tres obras de teatro (El balcón, Los negros y Los biombos) y algunos de sus mejores ensayos como Para un Funámbulo o El taller de Alberto Giacometti (considerado por Picasso como el mejor ensayo monográfico de arte que hubiera leído) y Secreto de Rembrandt.

En 1950, entre esos periodos creativos, Genet hace su única película Canto de amor, un cortometraje de veinticinco minutos inspirado en los encuentros eróticos, tiernos y sádicos entre presos y su carcelero.

Desde aquellos años de esplendor creativo Genet continuará con sus sueños de construir obras maestras, pero parte de ese fuego se había perdido ya. Entre guiones, correcciones de sus anteriores trabajos, ensayos literarios y políticos, y hasta autor de canciones de cuna y un ballet («Adame Miroir»), Genet sobrevivirá como escritor con la sombra de sus obras maestras.

Estafaba a editores, como lo había hecho Wilde y luego Capote, vendiendo varias veces el mismo manuscrito o prometiendo escribir un nuevo libro que nunca haría. Por décadas se aplicó en escribir su gran obra, «La mort» (La muerte); de ella sobreviven cuatrocientas páginas contenidas en un manuscrito que nunca concluyó.

Sin embargo, la muerte de su funámbulo y amante Abdallah, quien se suicida con pastillas de Nembutal el 27 de febrero de 1964, hace jurar que nunca más escribirá. Parcialmente cumplirá su promesa, pues en los años venideros solo publicará algunos ensayos, retocará sus proyectos incumplidos y dejará inconclusa su novela Un cautivo enamorado.

Pero él se permitía vivir de sus obras anteriores. Sus novelas eran célebres en todo el mundo y en la década de los sesenta Genet, junto con Ionesco, Beckett y Harold Pinter, fue uno de los dramaturgos más representados.

Parte de la fama de Genet se le debía a Sartre, quien lo tomó, sentencia el escritor Edmund White, como «la mascota gay del filósofo». Su libro San Genet, comediante y mártir (1952) fue planeado como la introducción a las obras completas, prematuras, del escritor ex presidiario. El libro de Sartre era casi un epitafio al gran poeta ladrón y vagabundo. Genet se lamentaría después de Cocteau y Sartre: Ustedes me han convertido en una estatua, afirmaba. Genet había sido sólo un artefacto del aparato especulativo de Sartre, y una proyección de los sueños redentores y estéticos de Cocteau.

Además de la participación política que se intensificó desde la década de los sesenta hasta su muerte, Genet conservó su pasión por los viajes, sin mucho equipaje y siempre viviendo en hoteles (incluso en París prefería los hoteles, mientras regalaba casas o apartamentos a sus antiguos amantes). Ese frenesí lo llevó a recorrer Europa, América, Oriente medio, la India, Japón, Pakistán, Tailandia, Brasil, entre otros países. Afirmaba que «Mi auténtica patria es una vieja estación de tren».

En política era un anarquista, antisocial, inasimilable, aunque simpatizase con el comunismo por su opción por los pobres. Él afirmaba que no era un hombre de derechas o de izquierda, sino simplemente un vagabundo, que significaba que no podía «aceptar una moral heredada, previamente elaborada, no importa cuán generosa sea».

Desde mediados de la década del 50 se pronuncia contra la presencia de Francia en sus antiguas colonias, Marruecos y Argelia. Su labor política se irá incrementado en las décadas posteriores, apoyando grupos como las Panteras Negras, participando en forma crítica durante el Mayo de 1968 en París (a los jóvenes que arengó, les dijo: «Mi superioridad sobre vosotros consiste en que yo carezco de educación») y apoyando a la Organización para la Liberación de Palestina, liderada por Yasser Arafat.

Esa lucha política lo llevó a entrar en forma clandestina a Estados Unidos, que le había denegado a mediados de los sesenta la visa por tres razones: «ineptitud moral», afiliación a una «organización proscrita» y por «desviación sexual» «sujeta a supervisión médica».

En su visita clandestina a Estados Unidos utiliza su prestigio como escritor para pedir la liberación de Bobby Seale, líder del grupo subversivo Panteras Negras, dictando más de quince conferencias políticas en múltiples universidades (como Yale, Cambridge, la Universidad de los Ángeles y MIT).

Desde 1961 hasta su muerte en 1986, Gallimard pagó los derechos de sus obras, si bien el no escribiría nada nuevo fuera de algunos ensayos o reflexiones esporádicas.

En la noche del 14 de abril de 1986, en una habitación de un hotel Parisino, Genet se desplomó al tropezar con un escalón entre el dormitorio y el baño. Su cuerpo fue descubierto por uno de sus antiguos amantes, Jacky. Luego el cuerpo fue transportado por otro de sus ex amantes, Mohoammed El Katrina, que vivía con su esposa y sus hijos en Marruecos, a Larache.

De acuerdo a su deseo, fue enterrado en un cementerio de la antigua colonia española de Larache en Marruecos. Simone de Beauvoir murió al día siguiente, quien fue enterrada en un masivo entierro en París. Solo tres personas acompañaron el féretro de Genet a Marruecos.

En el cementerio cristiano la tumba está orientada hacia la Meca. «Desde el cementerio se divisa la vieja prisión española y el burdel, dos de los lugares recurrentes en la imaginación de Genet», escribe su biógrafo White. Sus amigos y amantes le ponen cigarrillos y diarios franceses de ofrenda.

Jean Genet en la BBB de Londres en 1985. Clic para ver el video:
[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=uErIxrSX8YI[/youtube]
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* Orlando Arroyave Álvarez es psicólogo de la Universidad de Antioquia. Magíster en Filosofía de la misma universidad. Libretista del programa radial Rock U del Alma Mater. Director de la Revista de Psicología de esa institución universitaria. Gran conocedor de la obra de Foucault. Es autor del libro «Artículos de segunda necesidad».

Referencias: Entre las múltiples biografías sobre este escritor, hay tres clásicas en versión en español: San Genet, comediante y mártir (1952), de Jean Paul Sartre; Genet (1993) de Edmund White y Jean Genet, la vida escrita. Biografía (1988) Jean–Bernard Moraly.

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