Literatura Cronopio

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LA SURIPANTA DE LA FOTO

Por Ese Fong*

A Dionisio lo encontraron en su departamento, tres días después de muerto. Su cuerpo estaba en estado de putrefacción. Dicen que le dio un paro cardíaco.
Antes, 10 horas atrás, y sabrá dios cuántos alcoholes, Dionisio bajaba las escaleras del edificio donde cohabita con ratas, cucarachas y otros bichos rastreros. Sus calcos lo conducían al Ex–Hospicio Cabañas, hoy convertido en el Cabañas Grill por la clica [sic] que gobierna el Estado. Ahí estuvo hasta que se hinchó de beber tequilas y comer canapés a costillas de los impuestos de los que sí trabajan. Después deambuló por las calles que le parecían tablero de crucigrama, entraba y salía de bares, cantinas, tugurios y congales que lo invitaban a pistear. Ya harta, la noche lo vomitó de la cantina «Los famosos Equipales», donde se había encontrado, rodando las piedras, con Rosa la Cabezona que andaba de gira artística, destilando poesía; vendiendo sus besos a cambio de amor. De modo que decidieron hacer la fiesta particular y se tendieron, camino abajo de la ciudad, al depa de Dionisio. Hicieron escala técnica en la licorería, compraron unas boyas de ron y un par de racimos de cervezas, luego siguieron de filo al departamento. Ahí bebieron, discurrieron sobre el agua de los ríos y los tiempos de sus vidas re–vueltos a encontrar.

Dionisio hasta el culo, Rosa la maravillosa en circunstancias similares, sin llegar a la ebriatoriedad, pensaba en degustárselo a él. Todo se hizo y se deshizo hasta caer exhaustos.

Media hora después, la resaca despertó a Dionisio. Tenía una sed inmensa y tan lejana como el refrigerador donde estaban las chelas. ¡Uuuuta!, que pinche crudolor de chompeta cruzada con insomnio y demás pendejadas, pero no se podía comparar a la noche en que conoció a la Rosa, hace ya muchos anti–eres. Aquella noche fue mortal, de esas que de neta te mueres y solo porque le debes a la vida vuelves a despertar. No había varo y tuvieron que caminar, dos o tres horas, entre las estrellas y el periférico para llegar a un cantón semi vacío, que le prestaban para jetear, en el último piso de un multifamiliar, hasta arriba, pegado a la bóveda celeste, al otro lado de con San Pedro. Allí sí, a las tres noventa de la madrugada hasta le quemaba la cruda, la resequedad lo cuarteaba. No había vino, ni chelas, chescos, ni siquiera agua, el refrigerador vacío, los grifos sin gota ni mota, sólo en el escusado había algo liquido. ¿Sabes a qué sabe el agua del retrete? La vida da vueltas, gira la bola.

Ahora vendía sus cuadros gachos y sacaba feria para rentar un depa en el centro de Guanatos, un apartamento con refri, estufa, computadora y otros lujos, entre comillas. Muy elegante el güey, bebía de día, de tarde y de noche, rolaba por las calles del centro, acudía a los recitales, conciertos y exposiciones a salpicarse de arte y brindar de barbas; luego le llegaba a los bares a terminar el jolgorio. Y en una de esas se volvió a topar con la Cabezona, ella bebía poco, su interés era otro; la lírica poética, los andamios del verbo, los malabares de la palabra, pero esa noche se toparon en el dédalo del sino, que canturreó sobre sus almas y terminaron juntos en el colchón. La figura marcada bajo la sábana reflejaba la de una mujer bolonchita; de formas redondas. Ni pedo se tuvo que levantar, llegó al cementerio de chelas y sacó dos, se sentó a la mesa y fijó su mirada en una fotografía atravesada por un clavo, colgada en la pared. Se preguntó: ¿quién era la negra suripanta de la foto que abraza a Bukoswski? Bebía y pensaba en volverse a emborrachar para poder dormir. Se cuestionaba sobre esa pinche vieja con la que había pasado la noche y se carcajeaba recordando el pasado jodido. ¿Escritora? mis güevos son escritores, destapó otra chela y platicaba con sus fantasmas: a ti, a ti, te voy a pintar cabrón; así, así como estás: meando al cielo y como si fueras una fuente de luz, iluminarás a las creaturas que te idolatran, porque de ti florece la vida. Jajaja. ¡Pinches locos manicomios! Abrió de nuevo el refrigerador y sacó otras dos chelas, estaba amaneciendo.

La chava se levantó, estaba desnuda y flotaba, se acercó a Dionisio, quería más veneno, sexo. Allí entre los fantasmas y la penumbra del amanecer hubo pelea; descendieron, y el mundo ya daba tumbos, se escuchaba el canto de los autos y el trajinar de los inseres de la urbe. Más chelas, ¿sabes quien es esa de la foto? Le preguntó a Rosa que sólo miró la foto y esperó a que Dionisio siguiera su perorata, es una poeta de la vida: sus zapatos son poesía, sus medias guangas y sus carnes flácidas son poesía, su falda deshilachada es hermosa, todo, todo es poesía. Sherwood Anderson lo dijo alguna vez: en los burdeles se respira, se bebe, se siente, se vive la poesía. Ni madres, eso fue Faulkner, resopló un fantasma ebrio tirado en un rincón. El pedo es que en los tugurios, los rostros se borran, el alma se des–trampa, los seres se desencajan. Si tu quieres ser escritora métete en un burdel, siente la poesía, vívela y quítate de mamadas. Jajaja. La Rosa soltó la carcajada, jajajajajajajaja, «y tú, ¿quien cabrones te crees, para tirarme tus netas?» escribo lo que me nace y me place: la poesía es sentimiento, palabra, espíritu volátil, amor sublime, canto. De modo que deja esa verborrea después y hazme el amor.

Te voy a pintar, te voy a pintar encuerada, así como estás, cachonda con tus bocas abiertas al orgasmo. Le pidió a un fantasma sus pinceles, a otros unas chelas y colocó a la morra sobre la mesa de plástico, haciendo una especie de nudo contorsionista con la cabeza entre las piernas asomando su cara de modo de que sus bocas quedaran muy juntas. Más chelas. Rosa quería más veneno, gritaba excitada: sexo, sexo, sexo. Dionisio estaba borracho, vivía y bebía la exaltación de la escritora. ¿Cuál pinche pintura? ¡Te voy a pintar, Madres! ¡Ahí va tu pintada! Y tomó su pincel y lo metió donde el creyó que era la vulva y aquello era un incendio de colores que entretejían los olores y las texturas de la piel.

La casa se convirtió en un Barco; en un barco pintado en un lienzo y la marea los hundía y los sacaba a flote y el barco de sus cuerpos, o el cuerpo de sus barcos, navegaba borracho de sexo, alcohol y locura. Naufragaron, agüevo que naufragaron y sus cuerpos–balsas, al ritmo de las olas, recuperaron el alma. Rosa miró la foto que estaba colgada en la pared donde Bukowski abraza a la suripanta y le preguntó a Dionisio: ¿Quién es esa ruca? No lo sé, y se quedo dormido.
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* Ese Fong es de Guanatos, Nayarit, México (1962). Normalmente publica en espacios considerados como contra-culturales, marginales, independientes, subterráneos, paralelos y de emergencia. Ha publicado los libros de poesía y cuento: «Con un cuello de botella rota», edición de autor, «Tranka, tranka, el atraco», Ediciones Alimaña Drunk, «Los abrevaderos del ser», Ediciones Arlequín, «Pájaros en el andamio» La Tortillería Editorial, «I.H.» La Tortillería Editorial y una nueva edición de «Tranka, tranka» en La Tortillería Editorial. «Tripas de gato» en La Rueda Cartonera (de Guanatos, Jalisco, México) y una versión ‘remix’ de «Tripas de gato» en Nuestro Grito Cartonero (de Pachuca, Hidalgo, México). En los talleres de la «Propia Cartonera» se encuentra el nuevo titulo: «Un chango llamado Hemingway» que saldrá este año 2011. Actualmente es colaborador y realizador de la revista VideoSonica: La Jericalla Ahogada. Es parte del consejo editorial de la Rueda Cartonera y productor junto con Loera Baker y Fernando Zaragoza del programa de radio: «La rueda», que se trasmite por www.radiomorir.com los días miércoles a las 6 de la tarde, hora de México. La mayoría de su trabajo se puede encontrar en la red en la página de la Tortillería Editorial: tortilleria.org

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