Periodismo Cronopio

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LA POESÍA DE UN FUSIL AK, QUE NO ES 47

Por Andrés Delgado*

En el marco de los 20 años del Festival Internacional de Poesía en Medellín, uno de los invitados viajó desde Turkmenistán, un desconocido país en Asia Central. El poeta Ak Welsapar, leyó versos en una de las ciudades con mayores índices de asesinatos en Latinoamérica y el mundo entero.
1.

Un torrencial aguacero está cayendo en el teatro y una chica resiste de pie, cubriéndose con una capa blanca y una sombrilla negra. A sus lados, la imagen se repite: personas, capas, goteras y sombrillas. La localidad recuerda un teatro griego. A pesar del chaparrón, las gradas del Carlos Vieco están infestadas de gente. El público escucha poesía. Son las 3 p.m. del sábado 17 de julio de 2010, la tarde es gris, y asistimos a la clausura del Festival Internacional de Poesía de Medellín. En la tarima, el poeta termina de leer y levanta su rostro:

―¡Muchas gracias por su resistencia! ―grita, en medio de la ovación― en Medellín, Prometeo robó el fuego.

El público saca las manos de los bolsillos y se las moja para aplaudirlo.

En la tarima, un gran alerón protege a los cien poetas que están sentados y evitan mojarse. Entre ellos hay un turkmeno, tiene 53 años y su pelo ensortijado recuerda al cantante argentino Piero, un Piero sin gafas. Se llama Ak Welsapar. Ak es periodista, poeta y fugitivo político. Turkmenistán, su país natal, está en Asia central y fue parte de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS. En la década de los 90, Ak fue expulsado de su país a causa de las denuncias que hizo en contra del régimen.

La historia de Ak es la historia de la URSS y de Turkmenistán. Sus artículos sobre los grandes problemas ecológicos de su país y la lucha por la libertad de expresión, fueron los motivos parar vetarlo. Viajó a Medellín desde Enköping, una tradicional ciudad escandinava, a 78 kilómetros al oeste de Estocolmo, Suecia, donde vive con su familia hace 16 años. Habla turkmeno, ruso, sueco y muy poco inglés. Sentado entre sus colegas en el teatro, Ak Welsapar respira con calma, sin entender ninguno de los poemas que se traducen al español. Ak tiene nombre de fusil. El AK–47 es uno de los fusiles más famosos de la historia: ha producido matanzas en varios países de África, Europa y América. Más de cincuenta ejércitos regulares lo usan y resulta imposible hacer una estadística de los grupos irregulares, paramilitares y guerrilleros, que lo portan. Ahora en Ciudad Juárez, es una de las armas preferidas por los carteles. Cuando Osama Bin Laden aparece en vídeo en las montañas, sostiene un AK–47 como símbolo amenazador. Pero este otro Ak no dispara balas, lee versos. Sentado en el fondo de la tarima junto a otros poetas, Ak Welsapar espera su turno de lectura y mira al público que se baña en la lluvia escuchando poesía.

El Festival cumplió 20 años y se celebraron 184 actos, entre lecturas de poemas, cursos, paneles y conciertos. «Lo más difícil de organizar del Festival son los aspectos financieros, —me escribió Fernando Rendón, director del Festival, en una entrevista por correo-e―, porque el evento es costoso y difícil de comprender para esta sociedad pragmática». En 2009, el Festival contó con el premio Nobel Wole Soyinka, y a lo largo de estos años han venido Sanguineti, Takahashi, Gelman, Gonzalo Rojas, Pacheco, entre otros. «Al Festival han asistido muchos de los mayores poetas del mundo ―continúa Rendón― pero sobre todo los que no han sentido miedo».

En el teatro continúa lloviendo, y los poetas que no le tienen miedo a Medellín se turnan para leer. La ciudad tiene fama de ser una de las más peligrosas del mundo. La guerra entre bandas tiene en jaque a las autoridades. Y si bien ha intentado librarse del espanto que dejó Pablo Escobar y su cartel de droga, en el último año la violencia se recrudeció. En 2009, a pesar de los 30 mil millones de pesos que el gobierno local invirtió para la reducción de la violencia, los homicidios estuvieron al borde de los 1500. En julio pasado, hubo festival de poesía en los teatros y masacres en las comunas.

La lluvia no cesa y el público sigue de pie, soportando el agua en los pantalones. Continúa la poesía, los aplausos, el vino, las sombrillas y Ak Welsapar sigue sentado en el fondo de la tarima, rodeado de colegas, sin decir y sin entender palabra.

2.

La semana anterior a la clausura, acompañé a Ak en sus lecturas. El miércoles 14 de julio, fuimos en bus a Girardota; un municipio al norte de Medellín. Por lo general, cada poeta tenía su traductor, y Santiago Hoyos, con una cola de caballo, a lo Antonio Banderas, fue el intérprete asignado para Ak. Entre ellos hablaron en sueco. Para las entrevistas conté con la colaboración de Santiago, pues el inglés de Ak es tan malo como el mío.

Ak Welsapar nació en 1956 y pasó su infancia en el campo. Para entonces, Turkmenistán era parte de la URSS y el gobierno central en Moscú, decidió que esta parte del país sería el principal proveedor de algodón. Por lo tanto, a lo largo de las llanuras del pueblo de Ak, no había una sola hectárea con vegetales, cereales o frutas. La primera vez que Ak pudo comerse un trozo de piña estudiaba periodismo en Moscú, y el primer banano se lo comió en Suecia a los 40 años, cuando fue recibido como refugiado político.

En los 50, en Turkmenistán, cada familia, tenía derecho a tener dos ovejas en su granja. Si alguien tenía más de dos animales, las autoridades locales decomisaban el saldo. La tesis era: «si una persona tiene más de dos ovejas, no es comunista». La costumbre en diciembre, era que el gobierno central enviaba a los niños un Podarka, bolsa de regalo en ruso, una «cajita feliz» con nueces, dulces y una mandarina. Cada caja, con sus regalitos, era compartida por tres niños de la aldea; incluso la mandarina debía partirse en tres partes. El picante que adicionaban los adultos al regalo consistía en sortear entre los tres niños el premio de romper la caja.

Mientras estuvimos viajando en el bus, Ak nos contó su historia. Junto a nosotros, iban otros poetas. Entre ellos, Caroline Bird (Reino Unido), con casi dos metros de estatura, jeans, botas militares rojas, el pelo corto y rubio. Cuando llegamos a Girardota, el teatro estaba infestado de colegiales. Nos instalamos en primera fila y Caroline se agachó para decirle un secreto a Santiago. «¡No, querida, ―contestó él― como sea, tienes que leer!». El turno de lectura era para Obediah Michael (Bahamas), que salió a la tarima con su negrura africana. Caroline jugaba con un lapicero en las manos. «Está nerviosa ―me susurró Santiago― y no quiere leer.» «¿No? ―pregunté― ¿por qué no?»

En los años 60, el gobierno central de la URSS ordenó la utilización de grandes cantidades de fertilizantes y pesticidas en los cultivos de algodón en Turkmenistán. El crecimiento de la demanda, hizo necesaria esta fumigación. Entre los químicos se esparció el deshojador Butifos, una sustancia similar al Agente Naranja utilizado en Vietnam por los Estados Unidos. Con el riego del Butifos, las plantas desprendían sus hojas verdes y la recolección manual de los capullos de algodón se hacía más rápida. Los riegos del Butifos se realizaban desde avionetas, sin ser evacuada la población. Era muy común que durante la cosecha, en la que trabajan incluso mujeres y niños, se asomara un avión por el horizonte: la gente recibía una venenosa lluvia artificial. «La asfixia era desesperante durante los riegos ―nos contó Ak― era como estar en medio de una bomba lacrimógena».

Ahora en el teatro se levanta Ak y comienza un poema. Recita en Turkmeno, un idioma grueso, pronunciado desde la garganta. Nadie entiende nada. Luego Santiago toma el micrófono, traduce y todos los ruidos de Ak cobran sentido. Un fusil AK–47 puede vaciar su proveedor de 30 cartuchos en 2 segundos. Ak, por su parte, lee tres poemas en 20 minutos, porque en el resto del tiempo, no lee, sino que relata historias de su país a los colegiales.

Turkmenistán limita al sur con Irán y al occidente con el Mar Caspio. En 1976, con 20 años, Ak fue becado para estudiar Periodismo en la Universidad de Lomonosov, en Moscú. «La elección de hacerme periodista ―dijo Ak―no fue impuesta por el Estado». Estudiar en una universidad pública no fue fácil, la ropa y la comida escaseaban. Al terminar sus estudios, con 23 años, regresó a Turkmenistán para trabajar en televisión en la capital, Ashjabad. En sus primeros trabajos investigó sobre lo que sabía desde pequeño: las fumigaciones en los cultivos envenenaban a los campesinos. Sus denuncias causaron gran impacto a nivel local y Welsapar comenzó a ser señalado. La KGB, policía secreta encargada de defender el régimen comunista, comenzó a seguirlo.

Preferible vivir en exilio,
Que servir a un tirano.
Preferible morir dignamente en un país extraño
Que como extraño en mi propia tierra.

Aplaudimos en el teatro y Ak Welsapar toma asiento. Es el turno de Caroline Bird. Se levanta y toma el micrófono. Cuando acaba el recital, le pregunto a Caroline cómo le ha parecido el Festival. «El círculo de la poesía en Europa es elitista ―dice― y la asistencia en cada lectura no pasa de 20 personas; pero acá todo es muy distinto, me encanta». Su opinión no es motivada sólo por la asistencia masiva a las lecturas. Lo dice también porque ha quedado sorprendida con los aplausos de estudiantes que escucharon sus poemas sobre masturbaciones, erecciones, voyerismos y folladas.

3.

El jueves, en vista de que Ak no tenía lecturas, lo recogimos en el hotel para caminar por el centro de Medellín. El «Gran Hotel» donde se hospedan los poetas, no es precisamente un gran hotel, sino un edificio cualquiera en medio de bloques de edificios del centro. En tres cuadras de recorrido nos topamos con varios indigentes. Casi todos ancianos sucios y desahuciados. A medida que los encontramos, Ak se detuvo con paciencia, metió su mano al bolsillo y ofreció una moneda. Acostumbrado a vivir con la calidad de vida sueca, se le parte el corazón con los ancianos indigentes. A Santiago y a mí, el asunto de los viejos nos resbala.

Aunque en Medellín tenemos unos de los principales festivales de poesía del mundo, por la cantidad de gente que asiste, también es cierto que es una de las ciudades más violentas. Desde enero, hasta agosto de 2010, se cometieron 1322 asesinatos. De no torcer la tendencia estadística, Medellín terminaría el año con 92 homicidios por cada 100 mil habitantes. Es decir, estaría por encima de Nueva Orleans, considerada una de las ciudades más peligrosas del mundo con 69 asesinatos. El consuelo de Medellín es compararse con Ciudad Juárez, donde el indicador está en 191 asesinatos por cada 100 mil habitantes.

En el municipio de Envigado, diez kilómetros al sur de Medellín, fueron masacradas 8 personas y otras 13 quedaron heridas en una discoteca, al principio del mes de Julio. La guerra entre combos del narcotráfico nos está matando y los muchachos saben que su éxito depende de las armas que tengan. Por eso las pistolas están siendo replegadas. Ahora las escaramuzas se resuelven con disparos de AK–47. Estas bandas se disputan el control de las rutas del narcotráfico desde Medellín hacia Urabá, una zona fronteriza con Panamá por la que salen toneladas de cocaína hacia Estados Unidos y Europa. Este año, en la ciudad de Cali, fueron incautados 234 fusiles AK–47. Y en Medellín, ¿cuántos AK tenemos? Si hablamos de fusiles, no sabemos; pero si hablamos de poetas, tuvimos uno: Ak Welsapar.

El periodista José Alejandro Castaño escribió la crónica tristemente célebre ¿Cuánto cuesta matar a un hombre en Medellín? Es la historia de los asesinos a sueldo. El precio varía según «el marrano». Por ejemplo, un sicario cobraría un millón de pesos, quinientos dólares por pegarme un tiro en la cabeza. Pero si la presa requiere operativo, el precio llega a 10 millones de pesos, poco más de 5 mil dólares. En Medellín es muy fácil que te maten. Si no has pagado una deuda, si levantas envidia, si te deben plata y no quieren pagar, si no te dejas robar el teléfono móvil, si miras feo, si tu carro es bonito; y claro, si coqueteas con una mujer ajena… es muy posible que te manden a matar.

En julio era muy fácil morir en Medellín, tan fácil como encontrarse un poeta de Turkmenistán por el pasaje Junín. Caminando con Ak, llegamos a la esquina entre Carabobo y Colombia, un cruce plagado de buses, pitos y ‘smog’. Ak se desespera y quiere dejar lo más pronto esas calles. «No lo soporto ―dice sin ocultar su molestia― esta contaminación parece un campo de algodón».

4.

Entonces volvemos con Ak al hotel donde está el resto de poetas. Sentados en una salita, con Santiago en la traducción, le pregunto a Ak por qué la KGB comenzó a investigarlo en 1979, al graduarse de periodista. Santiago escucha mi pregunta y luego le habla en sueco al poeta. Escuchamos la respuesta: «En el canal de TV, denuncié los problemas de salud que sufrían los campesinos». Ak habla en sueco y yo no entiendo ni jota.

Debido a las amenazas que sufrió el canal de TV por parte de la KGB, el editor quiso suavizar las relaciones con el gobierno y le encargó a su periodista–problema otros asuntos. De modo que Ak trabajó sobre la cultura de Turkmenistán —un pueblo que se remonta al siglo X y que fue conquistado por Gengis Kan en el siglo XIII. La KGB intensificó la presión para callarlo. Sus textos eran una molestia para el gobierno. «¡Pero estos comunistas del culo! ―pienso― ¿Cómo es posible que un difusor cultural sea considerado enemigo del Estado?»

Para el régimen de Moscú, la historia rusa y turkmena comenzaba a partir de 1917, con la revolución bolchevique. Todo lo demás, hacia atrás, era oscurantismo y debía desaparecer. El plan del gobierno era unificar la cultura en la URSS y que las nuevas generaciones heredaran una identidad homogénea, comunista y soviética. El arte autóctono, las costumbres, la historia, el idioma turkmeno y la religión, mayoritariamente islámica, eran un estorbo para la ideología comunista. La libre expresión dejó de existir y la historia de cada pueblo tenía que borrarse del mapa. El régimen sabía que el control cultural era una herramienta de poder. Escribir sobre la música tradicional turkmena resultaba un grave obstáculo contra el porvenir comunista. De esta manera, Ak Welsapar era un peligro para el Estado. Un reportaje suyo sobre la historia de la bisutería femenina nunca pudo ser publicado.

Sentados en la sala del Gran Hotel, escuchamos música en el ‘hall’. Es la fiesta para los poetas. Miro el reloj. Son las nueve de la noche. Welsapar sigue narrando cómo entre 1985 y 1991, bajo la presidencia de Mijaíl Gorbachov, la URSS sufrió una serie de reformas políticas y económicas que dieron como resultado el fracaso del comunismo y la disolución de la URSS. En vista de que el país se encontraba en un atraso alarmante frente a Estados Unidos y el resto de países capitalistas en Europa, se implementó la Perestroika, la «reestructuración». La contrapartida de la cultura y de los medios de comunicación fue la Glasnost, «apertura». La Glasnost pretendía alentar la libertad de expresión en la Unión Soviética y los medios de comunicación obtuvieron mayor libertad.

En este caldo hirviendo con nuevas ideas, Ak Welsapar tuvo vía libre para ampliar sus investigaciones sobre la salud de los campesinos. El dato explosivo fue: de cada mil niños recién nacidos, murieron entre setenta y ochenta, antes de que cumplieran un año. Fue la peor estadística en toda la URSS. Comparada con otras repúblicas soviéticas, en el mismo período en los países bálticos, morían sólo seis bebés de cada mil. Gracias a la Glasnot, sus denuncias se publicaron en Ashjabad, luego en Moscú, y desde allí, a nivel nacional. A pesar de la apertura, el gobierno no soportaba sus ácidas denuncias y comenzó una campaña de desprestigio en su contra. La prensa oficialista lo tildaba de mentiroso y falsificador. En respuesta envió sus trabajos al exterior y fueron publicados en el Washington Post, en el International Herald Tribune y en The Indepent. Entonces fue acusado de traidor y espía de los Estados Unidos.

Miro a Santiago en la sala del hotel y se ve cansado. Todo el día ha estado en función del poeta. Abajo se escucha música tropical. De manera que propongo seguir mañana viernes. Santiago y yo nos despedimos de Ak, que desea darse una ducha y meterse a la cama temprano. Parece un papá, que prefiere madrugar y no ir a la fiesta.

En el Gran Hotel se celebraron actos culturales por la noche. Luego de la cena, en el ‘lobby’, fue fácil rodearse de poetas de Camboya, Alemania y Palestina. «Me siento en la mitad del mundo», me dice el poeta noruego Erling Kittelsen. Claudia Trujillo (Colombia), comenta: «estos poetas se convierten en mensajeros de la imagen de Medellín en otras latitudes».

El Festival de poesía fue creado hace 20 años por la Corporación Prometeo. Para varios especialistas, en Medellín se celebra el mayor Festival de poesía a nivel mundial debido a su público multitudinario. Durante las lecturas, cada poeta era ovacionado. Uno de ellos dijo sentirse como una estrella de rock. En la entrevista con Rendón por correo-e, le escribí que una de las críticas más comunes que recibe el Festival es que ha perdido ese sentido místico que era reservado para unos pocos, y que ahora el Festival se ha vuelto un evento de masas. Rendón contestó: «El Festival intenta recobrar el sentido estético para todos. Por otra parte, aunque usted no lo crea, en las masas hay individualidad e intimidad». En 2006 el Festival ganó el Premio Nobel Alternativo, un galardón que se entrega desde 1980 en el Parlamento Sueco y donde participan proyectos de protección medioambiental, derechos humanos y educación, entre otros.

Esta noche, en el Gran Hotel, el programa está a cargo de un grupo de danza folklórica. Todos son negros, y al ritmo de tambores acalorados bailan El Mapalé: una danza erótica y frenética. El salón está abarrotado de poetas. Llevamos el ritmo con las palmas. Las percusiones nos obligan a mover el cuerpo. Dos poetas de Liberia se unen al baile. Es un acto de comunión: nuestros negros descalzos bailan con dos africanos. Entre ellos hay una endiablada conexión ancestral. Son dos minutos de intensa brujería. Entonces Erling, el noruego, ebrio y blanco como la cal, sale al ruedo. Todos reímos al verlo bailar. Aunque el calor humano todavía está allí, el hechizo vudú ha desaparecido.

5.

En 1991 la Unión Soviética agonizaba y la KGB daba patadas de ahorcado. Ak Welsapar apoyaba la causa de un poeta disidente en la ciudad de Tjardzjou, a unos 600 kilómetros de Ashjabad y fue invitado para la presentación de un libro del poeta. Compró su boleto de tren y cuando esperaba en la estación, un agente de la KGB le advirtió: «No vayas por allá». Ak respondió: «Quiero ver cómo ponen en la cárcel a un poeta por sus panfletos políticos». El agente amenazó: «Te olvidas de que tienes hijos». Para entonces, Ak vivía con su esposa, Sona, y cuatro hijos. Luego del viaje, cuando regresó a casa, vio que su hijo mayor, Didar, se sentía tremendamente mareado. Sona le dijo que el pequeño había jugando todo el día por fuera de casa. Ak y Sona llevaron a su hijo a un hospital y al día siguiente, el 2 de julio del 91, murió. Los médicos no pudieron determinar un diagnóstico de la misteriosa enfermedad repentina. Luego de un examen de sangre dieron con la causa: envenenamiento.

El 26 de diciembre Mijaíl Gorbachov presentó su dimisión, la URSS se disolvió definitivamente y Boris Yeltsin fue nombrado primer ministro. Turkmenistán pasó a ser un estado independiente en cabeza de un megalómano: Saparmurad Niyazov. Buscando que Turkmenistán tuviera una identidad nacional, Niyasov se autoproclamó Turkmenbashi, «Padre de los turcomanos»; y rebautizó pueblos, escuelas y aeropuertos con su nombre. Su rostro apareció en todos los billetes del Manat turkmeno. Una estatua suya, recubierta de oro, se encuentra en el edificio más alto de Ashjabad y el libro básico de texto en las escuelas, el Ruhnama o «libro del alma», fue escrito por él. Para graduarse del colegio hay que memorizarlo.

Sabiendo que lo podían matar, Ak volvió al terreno en llamas del periodismo y la literatura. El régimen de Niyasov lo declaró «enemigo número uno de la población», y varias veces fue detenido. Como estas medidas no dieron resultado, el gobierno decidió vetarlo el 25 de agosto de 1993. Sus libros fueron decomisados de las librerías y bibliotecas. Fue sentenciado a arresto domiciliario sin juicio previo. Su custodia estaba a cargo de un policía que vigilaba la entrada de la casa; y un «civil» sentado en una banca, vigilando al policía.

Una noche de octubre, escribiendo en su estudio, su esposa Sona lo interrumpió. «No hay nadie vigilando en la calle». Ak asomó la cabeza por la ventana y en efecto, no vio al policía, ni al civil. Era el momento de escapar, dejando a su mujer e hijos en casa. Cuando llegó al aeropuerto de Ashjabad para tomar un vuelo a Moscú, ninguna autoridad le restringió el paso.

Una semana atrás, en septiembre del 93, Boris Yeltsin ilegalizó el partido comunista en Rusia y decretó la disolución del parlamento. Como reacción, los parlamentarios conservadores de línea dura se tomaron el edificio donde funcionaba. Yeltsin ordenó acabar con la revuelta, y tras un fuerte combate, las fuerzas de seguridad aplastaron a los ocupantes. Aunque Turkmenistán no era parte de la URSS, lo cierto es que Niyasov aún dependía de Moscú y ante la turbulencia ordenó acuartelar su ejército. Por esta causa, la casa de Ak se quedó sin vigilancia.

Cuando Ak aterrizó, los pasillos estaban prácticamente vacíos. Moscú era una ciudad fantasma. La antigua Unión soviética estaba sumida en el caos. Como pudo, Ak tomó un taxi en dirección a la ANI, una agencia de noticias para la cual trabajaba desde Ashjabad. Desde entones, Ak Welsapar comenzó su exilio. Su país era un territorio peligroso y prohibido. Sabía que no podía volver. Su esposa e hijos aún corrían peligro.

Mientras Ak trabajaba en Moscú, su familia permaneció a la espera de los permisos legales que les permitirían abandonar definitivamente Turkmenistán. La gestión se hizo ante la comisaría de las Naciones Unidas y la Human Rights Watch. Para diciembre, la familia tuvo asilo en Suecia como refugiados políticos de la cuota de la ONU. El 18 de diciembre del 94, salieron de Ashjabad rumbo a Moscú y «el 22 de diciembre llegamos a Estocolmo, ―dice Ak― a una casa propia y sobre todo, a una cocina llena de comida».

Plaza de la Independencia en Asjabad, capital de Turkemenistán, donde se le rinde culto al dictador Niyazoy con una estatua de oro

Entonces le pregunto por qué en las dictaduras, una de las primeras víctimas es el poeta, si la poesía es tan inofensiva. Ak dice que estoy muy equivocado. Para él la poesía y la literatura no son inofensivas. «La ficción es producto de la insatisfacción. Quien lee, vive una gran ficción. Cuando deja de leer y vuelve a la cotidianidad se da cuenta de que tiene una sensibilidad distinta, y observa la vida de otra manera. El lector de novelas se vuelve rebelde frente a la realidad y frente a las instituciones establecidas. Por eso el socialismo, los regímenes islámicos, los despotismos africanos y latinoamericanos, han mostrado su desconfianza frente a las ficciones. En su apariencia inofensiva, la ficción es una manera de ejercer la libertad y de irse en contra de quienes quisieran acabarla».

6.

A las 11 de la noche, luego de dejar a Ak en el Gran Hotel, voy con Santiago por una cerveza. Caminando por el centro de la ciudad, llegamos al Parque del Periodista, una plazoleta infestada de fauna urbana: punkis, metaleros, emos, salsómanos, raperos y hippies. Gente que bebe, fuma y toca guitarra en la plazoleta. Santiago le da vueltas a la botella: «si comparamos lo hijueputa que es la vida en Turkmenistán, esta plazoleta es un paraíso».

El viernes 16 de julio acompañamos a Ak en su lectura en la Universidad de Antioquia. Como ha sucedido a lo largo del Festival, el teatro Camilo Torres rebosó de gente. Al acabar de leer, Ak fue rodeado por quinceañeras que le tomaron fotos y un niño acompañado por su papá, le hizo firmar el libro de las memorias del Festival. Mañana sábado será el último evento, y los cien poetas pasarán por el micrófono en el teatro al aire libre. Será la última noche de los poetas en Medellín. Al domingo, todos volverán a sus países, menos Ak Welsapar, que nunca regresará a Turkmenistán. El sábado caerá un diluvio sobre la multitud; sentado entre sus colegas Ak no entenderá los poemas que se leen y la gente se mojará las manos para aplaudir a los poetas.

VIDEO CORTESIA DE LA REVISTA PROMETEO

[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=5kKfclU7Tbw[/youtube]
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* Andrés Delgado ha sido soldado, panadero, ingeniero, vago y periodista. La proporción de libros que lee y olvida —tiene una memoria espantosa— es de 4, 2 y 1. Cuatro que presta, compra dos y roba uno. Está enamorado, cayendo en picada, bailando salsa y llevando a sus hijas —ya son 3— a la ciclovía los domingos por la mañana. Su blog es https://moleskin32.blogspot.com

Nota: Ak Welsapar es editor en Suecia y ha escrito 14 libros. Ninguno de ellos se encuentra en Turkmenistán. En la actualidad, la ONU considera a Turkmenistán uno de los países más represivos y dictatoriales del mundo.

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