Entrevista Cronopio

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«UN BUEN CRONISTA DEBE CUIDARSE DE NO DAR GOLPES BAJOS»: JUAN PABLO MENESES

Por Santiago Cruz Hoyos*

Está sentado en el computador 18 del locutorio Lima 7, ubicado entre Rivadavia y Avenida de Mayo, en Buenos Aires, Argentina. Acaba de llegar a su «ciudad base», después de un vuelo desde su país natal, Chile. Esa es su oficina. En realidad cualquier cibercafé del mundo y cualquier computador con conexión a Internet es su oficina.

Se llama Juan Pablo Meneses. Es periodista. Anda por los cuarenta años, ha publicado cuatro libros de periodismo literario y su historia es conocida. Un día cualquiera del año 2000 decidió que su destino consistía en recorrer el mundo para vivirlo y después contarlo a través de crónicas. Periodismo ‘free lance’ en su máxima expresión. Periodismo portátil, como lo llama él.

Entonces, con la plata que se ganó en un concurso de crónicas organizado por la revista Gatopardo, compró un ‘laptop’ y una cámara digital y se embarcó en la aventura. De eso hace nueve años. Ha estado en Vietnam, en Barranquilla, en Etiopía, en la Antártida, en las zonas desérticas de Dakar. Incluso, pensó en ir al espacio y escribir la gran crónica de los planetas, pero el proyecto fracasó. La lista de viajes es larga. Pero siguen.

En esa aventura ha estado cerca de la Señora Muerte varias veces. En el 2003, en plena crisis económica argentina y en mitad de la reportería de una crónica sobre los documentalistas de la pobreza, un tipo drogado por aspirar pegamento le apuntó a la cabeza con una pistola y lo robó. «Cuando un tipo te apunta a la cabeza con un revólver tratas de mantener la calma, pero las rodillas se mueven solas, sin que se lo digas», revela.

En Vietnam, a donde fue a escribir sobre los 30 años del fin de la guerra, casi muere en el aire. Estaba como pasajero en un vuelo entre Ho Chi Minh y la ciudad de Danang. Cuando estaban aterrizando, el avión entró en medio de una tormenta eléctrica y un rayo rozó el ala. El aparato perdió el equilibrio. Pasó un susto.

Sin embargo, cree que lo que le ha hecho más mal a su salud sucedió mientras escribía el libro ‘La vida de una vaca’. «Durante la escritura de ese libro sentí que tenía a mi vaca dentro de la cabeza. Me había comprado una vaca, ‘La negra’, para comérmela, y sentía que ella me estaba comiendo a mí», cuenta desde ese computador 18.

En ese peregrinaje suyo por el mundo lo ha probado todo. En Asia comió perro, en África flores; y en Colombia, arepas. «Y en todos esos lugares, por raro que suene, para la gente de cada lugar era comida muy común. El periodista portátil debe saber comer de todo, y con eso me refiero que no sólo debe estar acostumbrado a comer cosas extrañas o en sitios de bajo presupuesto, sino también en exclusivos restaurantes. Hace un año, enviado por la revista SoHo, me fui a Etiopía, al país de la hambruna, sólo para comer en los restaurantes más caros. Esa crónica era muy representativa del periodismo portátil: en la tarde podía comerme un pastel en una cafetería pobre del centro del país de la pobreza, y en la noche estaba en el restaurante indio de uno de los hoteles más lujosos del mundo, el Sheraton de Addis Abeba».

A esa aventura de periodista nómada se lanzó después de leer la novela ‘Historia abreviada de la literatura portátil’ de Enrique Villa Matas. El dato lo confesó en un ensayo suyo titulado ‘Periodismo portátil, o cómo sobrevivir escribiendo historias por el mundo’, en el que agregó: «el periodista portátil debe escribir, escribir y escribir. Cuando tengas algo que decir, dilo; cuando no, también. Escribe siempre, recomendó alguna vez Augusto Monterroso, posiblemente el escritor más portátil de la historia».

La premisa la ha aplicado al dedillo. Durante todo un año escribió una columna de consejos sentimentales en la revista femenina Glamour. La columna era leída por 100 mil mujeres entre 15 y 28 años de toda Latinoamérica.

«Pese a ello, jamás he sido un experto. No puedo dar consejos para tener novias, ni para retenerlas. No sé cuál es el mejor trabajo para tener una novia para toda la vida. Si estás buscando consejos para tener un gran amor, sólo puedo decirte que tienes bastante de un periodista portátil: eres un romántico», me dice después de preguntarle cómo es el asunto del amor en un hombre que no tiene una residencia propia.

«Es difícil tener novia, pero no sólo para mí. Aunque no es difícil tenerlas si uno está dispuesto a fracasar. A diferencia tuya, yo me pregunto si es posible tener un amor sin vida nómada. Pasando todos los días en la misma casa, en la misma ciudad, con los mismos temas y con el mismo paisaje todos los días de toda la vida», agrega.

No hay caso. El asunto del amor es difícil de cualquier manera. Pero de eso no se trata esta entrevista.

A pesar de tanta aventura, de recorrer el mundo contando historias, curioso, Juan Pablo Meneses no recomienda alistarse en las filas de los periodistas portátiles. «Desmoralizo a los estudiantes de periodismo que sueñan con una vida de viajes, aventuras, mujeres vaporosas, carreras de autos y guerras crueles en países exóticos, y que ven en el reportero independiente una suerte de último héroe en tiempos dominados por los grandes multimedios. No sólo eso. Les cuento que en este negocio se paga poco, mal y tarde. Que no hay contrato fijo, que se vive de lo que se produce, que trabajar sin horarios equivale, finalmente, a estar todo el tiempo conectado», escribió.

Pero él sigue viajando y escribiendo. Ya sabe lo que es trabajar en una redacción o en una oficina y eso no va con él. «Nunca he visto gente más sola que aquellos que, teniendo casa y mujer, se quedaban jugando el solitario para no volver a casa».

Por el momento, mientras alistaba un  viaje a Colombia, empieza a responder preguntas desde ese computador 18 del locutorio Lima 7, en Buenos Aires, Argentina. Diálogo sobre cómo escribir historias memorables.

Juan Pablo, ¿qué es una buena crónica?

Una buena crónica es aquella en la que el autor le puede responder al lector lo que yo llamo ‘la doble pregunta’: ¿qué nos quieres contar? ¿qué nos quieres decir? Por lo mismo, una buena crónica cuenta y dice. Una buena crónica es una historia real que considera la noticia una anécdota y a la anécdota la noticia. Una buena crónica no envejece, como la mayoría del periodismo. Una buena crónica es aquella que no busca dar un golpe periodístico, sino que tiene una ambición mayor: dar un gran golpe para quedarse con un botín. Estoy convencido de que para asaltar un banco se necesitan los mismos elementos que para hacer una buena crónica. De eso trata la teoría de El Gran Golpe que planteo: cómo hacemos para quedarnos con un botín, que en el caso de un texto, consiste en la historia más escondida y valiosa.

¿Y cómo debe ser un buen cronista?

Un buen cronista debe cuidarse de no dar golpes bajos. Soy un militante anti cronista–miseria. De esos cronistas que, si bien las ONG llenan de fondos y las fundaciones premian una y otra vez, no hacen más que revelarnos una realidad en blanco y negro, entre buenos y malos, con los pobres como anzuelo de reconocimientos y becas.

Esa es la descripción del anti cronista… ¿y el verdadero cronista?

El verdadero cronista debe escarbar en las miserias íntimas de todos nosotros, de ricos y pobres, de blancos y negros, de gente del norte y del sur. Un tipo que sale a cazar una historia que nos conmueva a todos, no sólo a quienes dando un poco de limosna sienten su alma a salvo. Una persona cuyo texto debe tener, al menos en ambición, la idea de hacernos pensar otra vez. Y de otra manera.

Hablemos de los temas. ¿Cualquier tema puede ser una gran historia?

Hay una crisis de temas. Los temas siempre son los mismos, igual que en las canciones, lo que cambia es el enfoque y la interpretación. La crisis de temas de hoy se debe a que todo se enfoca igual, se toca igual, se escribe igual. Por eso es tan importante que aparezcan nuevos cronistas, con nueva voz, con nuevo timbre, para que toquen de otra manera los mismos temas de siempre. No hay que olvidar que la crónica es un género de autor, pero ser autor no sólo consiste en escribir largo, publicar en alguna revista específica, o conseguir una beca en algún taller en Cartagena. Autor significa, entre otras cosas, tener algo qué decir y poder hacer una crónica de cualquier historia.

¿Cómo elige los temas Juan Pablo Meneses, cómo detecta la historia?

Las historias aparecen en el lugar menos esperado. Pero cuando aparecen, uno ya no las puede soltar. Cuando ves una historia que te atrae, que te llama, que te desafía, que te pedirá lo mejor de ti, y que te permitirá escribir lo que tienes para decir, ya no vuelves a vivir tranquilo. No te quedas en paz, hasta que logras dejarla recostada sobre el papel.

¿Y el tiempo? Son pocos los periodistas que de verdad tienen el tiempo suficiente para escribir una crónica.

Hay dos quejas oficiales de los cronistas a las que me opongo: falta de tiempo y falta de espacio. Hoy nadie tiene tiempo. A nadie le sobra tiempo, y a nadie se lo regalan. Por lo mismo, creo en las historias entretenidas, que no hagan perder tiempo con discursos ni con especialistas ni con abuso de estadísticas. Historias donde la investigación no aplaste el relato, ni las ideas queden postergadas por una encuesta. Si uno no es capaz de robarle tiempo a su vida privada para escribir una historia que te enamora, es mejor dedicarse a otro tipo de periodismo que no se haga bajo presión.

Por otro lado, ¿cuáles consejos puede dar desde su experiencia para investigar una historia?

Cada historia tiene su afán. Ninguna es igual. Pero si se trata de dar consejos de investigación, daría dos bien simples. El primero: no buscar siempre lo obvio, no recorrer la misma pista de todos, tratar de pensar qué falta investigar del tema y puede servir al relato. Y lo segundo: la investigación nunca es lo más importante. Jamás debe serlo. Esto no es periodismo de investigación que conmueve con las cifras, sino que es periodismo narrativo que conmueve con nuestras miserias.

Hablemos de la estructura de la historia. He escuchado que frente a este tema tiene una teoría, la Teoría del Tren. ¿En que consiste?

Más bien es un método. Es el ‘Método del tren’ para armar estructuras portátiles de textos. Es un método que explico en los talleres en vivo y en el curso ‘online’. La idea de este método es no perdernos cuando nos lanzamos a escribir una historia de 20 mil caracteres. Es un antídoto contra la hoja en blanco. Y si bien aquí no hay espacio para entrar en detalles, el propósito del ‘Método del tren’ es pensar la historia antes de escribirla. Es poder resumir toda la crónica en cinco líneas. Para eso ya debes tenerla en la cabeza.

¿Y las formar de contar? ¿Puede la crónica convertirse en literatura? ¿En qué consiste la Teoría del Ornitorrinco?

La Teoría del Ornitorrinco de Juan Villoro plantea que la crónica tiene partes de muchos géneros, como el ornitorrinco tiene de varios animales. Estoy bastante de acuerdo. En ese sentido la forma de contar una crónica es libre, absolutamente libre, siempre que se cuente bien y no se transforme en absurdo. Soy un defensor de las apuestas en las formas de contar. Me gusta jugar con las estructuras narrativas, y es más, creo que cada vez es más necesario si pensamos en un mundo ‘online’.

Cambiando de tema, ahora hablando de su trabajo, ¿cómo narrar mundos desde una lengua ajena a esas historias? ¿Los intérpretes sí son confiables?

Estar en una ciudad donde todos hablan un idioma del que no entiendes nada, y todos los carteles e indicaciones te parecen chino, puede sonar aterrador para muchos. Pero créeme que también puede ser maravilloso. Poder sobrevivir, tratar de comunicarte, no saber lo que pasa suele ser algo muy especial. Personalmente, me gusta abordar temas universales. No soy de entrevistarme con autoridades, embajadores, ni usar intérpretes. Me gusta leer de los sitios donde voy, y especialmente vivirlos. No creo mucho en los intérpretes, pero a veces pueden ayudar. No creo en que se necesita ser un políglota polaco, como Juan Pablo II o Kapuscinski, para conocer los cinco continentes. Además, en todo el mundo se habla inglés y en todos lados hay Internet.

¿Se puede vivir dignamente de contar historias?

Supongo que eso depende de qué entienda cada uno por «dignamente». Para algunos, «dignamente» puede ser mucho dinero. Para otros, «dignamente» sea vivir sin cagarse al vecino y haciendo lo que a uno le gusta. El tema del dinero es complejo, porque obviamente va más allá de una cifra y depende de cada uno. Si alguien tiene el dinero de motivación, no debería dedicarse a escribir historias (ya sabemos cómo se vive en el periodismo).

¿Cómo es su rutina, o ritual, para escribir?

Me gusta comenzar a trabajar en la mañana, y sin hora de término. Sólo eso.

Hablemos de su más reciente libro, Hotel España. ¿De qué se trata?

Es una gran crónica de Latinoamérica, para la que recorrí muchos países de la región. El recorrido tiene cuatro países eje: Chile (país donde nací) Argentina (donde parte el viaje y donde vivo) Colombia (donde siempre quiero volver) y México (donde termina el viaje).

Pero además, es importante, porque el libro saldrá por el sello Norma Colombia. Sin olvidar que cuando hablo de Colombia lo hago con conocimiento de causa: yo he sido colombiano por un día.

Por último, supongamos que tiene 80 años y no desea viajar más. De todos los sitios que ha visitado, ¿cuál escogería para vivir?

Cualquiera donde me sienta bien. No creo en los países, ni en las ciudades, sino en los momentos que uno vive en determinado lugar.

* Santiago Cruz Hoyos es periodista oriundo de la ciudad de Cali. En 2009 ganó el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en la Categoría Beca al Periodismo Joven por una crónica sobre el escritor Andrés Caicedo titulada ‘No hay flores en la tumba de Andrés’. También ganó el Premio de Periodismo Colprensa 2009 con la crónica ‘La villa del cine’. Esa historia, además, fue declarada como la mejor crónica del año en los premios de periodismo de El País. Ha escrito crónicas, reportajes y perfiles para El Periódico del Sur y del Norte, en Cali; el periódico El Giro, de la Sala de Periodismo de la Universidad Autónoma; el noticiero 90 minutos; la revista Ébano Latinoamérica y la revista Semana. Desde hace dos años trabaja en el periódico El País.

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