Literatura Cronopio

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La guirnalda

LA GUIRNALDA

Por Jesús I. Callejas*

La cruel historia de Angulimala es única: asesino en serie místico. Los augurios decretaron que aquel niño, cuyo verdadero nombre careció de importancia, se convertiría en ladrón y homicida, por lo que su padre, brahmán del rey de Kosala, en desesperado intento por revertir la profecía sustituyó nombres. «El dañino» pasó a ser conocido como «el inofensivo».

La cruel historia de Mutilador es usual: asesino en serie por dinero. La pila bautismal profanada por una extraña gota de sangre derramada desde la breve nariz, vaticinó sendero de asesinatos violentos. Sus padres, en el momento decisivo ante el escéptico sacerdote, cambiaron el nombre de un santo por otro, pretendiendo así si no anular, al menos demorar la tragedia.

Angulimala fue enviado a estudiar con un gurú mezquino, un falso hombre santo, quien celoso por la simpatía entre el discípulo y su joven esposa, considerándolo criminal irredimible, decidió hundirlo en las más infernales mazmorras kármicas. El precio de la iluminación sería una inflexible ofrenda especial: 1000 dedos cortados de manos derechas sin distinción.

Mutilador fue enviado desde la aldea por los humildes padres a efectuar sus primeros estudios entre religiosos. La paciente orden de los escolapios lo recibió, enseñándole oración y calma. Pero, el adolescente remiso, cuyo nombre desconocemos, gustó de secuestradores que cercenan dedos y que al no recibir pago por humana mercancía suprimen vidas sin dudarlo.

Angulimala se lanzó entre bosques y caminos aterrados, creyendo adentrarse en el dharma. Asesinó en monstruoso éxtasis a hombres, mujeres, ancianos, niños: cortó un dedo a cada víctima, hilándolos alrededor de su cuello. El infame mote que le daría fama se debió a los angulis o dedos y al mala o collar serpiente que estranguló su compasión.

Mutilador abandonó el poblado. Supo de armas y torturas, se convirtió en jenízaro. Secuestró, asesinó de modos diferentes, venció uno a uno los bastiones del escrúpulo piadoso. Cortó dedos que coleccionaba a guisa de pasatiempo en pequeño cofre, planeando que a 1000 llegase la secreta cifra botín. Hembras, droga, licor, ropas y autos se agolpaban en el alma.

Angulimala vagó con su collar putrefacto sin dejar que metal y mano disolvieran pacto. En una cueva aseguró tener visiones: creyó sin dudas que se convertiría en bodhisattva. Ya se hablaba de Siddhartha Gautama, príncipe que abandonó el mundo para ser buda, «el despierto», y romper el ciclo del samsara. Angulimala estaba listo para conseguir su víctima 1000.

Mutilador crecía en poder e influencias. La mención de su apodo bien ganado provocaba terror, incluso entre los propios subordinados. Hizo de la muerte un vicio y supo que sajados 1000 dedos de hombres, mujeres, ancianos, niños, seguiría ejecutando tales prácticas por las insondables bonanzas del rescate. La ambición material desconoció todo escrúpulo.

Angulimala, salvaje e incólume en selvas, bosques y grutas, supo de la encarnizada persecución que el rey de Kosala inició en su contra. Había obtenido durante la breve duración de años 999 piezas y cobraría la 1000 en la persona de quien primero se cruzara en su camino, sangriento riachuelo. Su madre, conmovida, sabiendo de la cacería, partió a avisarle.

Mutilador, destrozado el pequeño imperio de aviones y lanchas cargadas de droga por competidores feroces y autoridades cómplices que lo llamaron delincuente psicopático, se refugió en las montañas haciendo del sur, en camino a triste hogar de infancia, la última estación de agotador periplo. Su madre, sabiendo de la emboscada, remontó el valle y lo alertó.

Angulimala quiso que su madre, primera en aparecer ante los enfurecidos ojos, y ya de rodillas, fuera la víctima 1000. Sin vacilar alzó la hoja, pero el buda, conociendo tal propósito, atravesó camino con facción de nebulosa y se desvaneció en sendero contraluz. Angulimala lo persiguió sin descanso, herido por escurridizas flechas solares. ¡Milagro!, el buda estaba inmóvil.

Mutilador cayó, despojado de armas, ante la gastada madre y derramando lágrimas que le habían sido esquivas durante cuatro décadas, se aferró a sus piernas y permaneció silencioso. Ni una palabra fue dicha cuando los ojos rechinaron, pero la madre lo bendijo sabiendo que jamás volvería a verlo. Mutilador partió con falsa identidad en busca de otro monasterio.

Anguliama enterró el collar de 999 dedos a los pies del Himalaya y se hizo discípulo del buda. Fue apedreado y golpeado en las aldeas cuando se presentó rapado extendiendo mísera escudilla en petición de limosna: de alimento. Estuvo bajo hálito de muerte; sobrevivió. Buscó tenaz la redención meditando y aceptando sin queja la retribución a sus acciones.

Mutilador vació el cofre de 999 dedos en un recodo andino y los sepultó pronunciando oraciones. Respiró con ansias el diáfano vapor de las alturas y tras semanas de caminata, en que todas provisiones se extinguieron, descubrió contra profundas rocas el inescrutable monasterio de una orden cristiana que desconocía. Sin inquirir sobre su pasado ellos lo admitieron.

Nunca sabremos si Angulimala fue alcanzado por las espadas de sus enemigos. Nunca sabremos si Mutilador fue alcanzado por las balas de sus enemigos.

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El presente relato hace parte del libro Los mosaicos del arbusto.

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* Jesús I. Callejas (La Habana,Cuba, 1956). Estudiante de múltiples disciplinas —entre ellas historia universal, historia del arte, literatura, teatro, cine, música—, afortunadamente graduándose en ninguna al comprobar las deleznables manipulaciones del sistema educativo que le tocó sortear. Autodidacta enfebrecido, y enfurecido; lector de neurótica disciplina; agnóstico aunque caiga dicho término en cómodo desuso; más joven a medida que envejece (y envejece rápido), no alineado con ideologías que no se basen en el humanismo. Fervoroso creyente en la aristocracia del espíritu, jamás en las que se compran con bolsillos sedientos de botín. Ha publicado, por su cuenta, ya que desconfía paranoico de los consorcios editoriales, los siguientes libros de relatos: Diario de un sibarita (1999), Los dos mil ríos de la cerveza y otras historias (2000), Cuentos de Callejas (2002), Cuentos bastardos (2005), Cuentos lluviosos (2009). Además, Proyecto Arcadia (Poesía, 2003) y Mituario (Prosemas, 2007). La novela Memorias amorosas de un afligido (2004) y las noveletas Crónicas del Olimpo (2008) y Fabulación de Beatriz (2011). También ha reseñado cine para varias revistas, entre las que se cuentan Lea y La casa del hada, así como para diversas publicaciones digitales. Recientemente ha publicado los trabajos virtuales Yo bipolar (2012) (novela); Desapuntes de un cinéfilo (2012–2013), que incluye, en cinco volúmenes, historia y reseñas sobre cine; Arenas residuales y demás partículas adversas (2014) y Los mosaicos del arbusto (2015), ambos de relatos, así como el primer volumen de la novela Los míos y los suyos (2015).

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