Con Z de Cronopio

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El volcan de rulfo

EL VOLCÁN DE RULFO

Por Rafa Burgos*

Uno se imagina el primer fogonazo, el nacimiento de todo, la erupción de lava en la que salen los personajes despedidos por los aires. Ese momento en que se apoderan de Rulfo, en el que le colonizan hasta los sueños y en que hasta el roce de una piel se transforma en argumento, en desconcierto, en un párrafo aún sin escribir.
-¿Qué estás haciendo, Juan?
-Tengo una historia.

Tengo una historia. Porque en casos así, las historias no se trabajan, no se fuerzan, no se inventan ni se escuchan. Ni tan siquiera se escriben. Se tienen, como el hambre, como una amante, como un catarro, como un antojo en la base del talón. Nacen los personajes, amamantados en horas de vigilia con el alimento de los días. Explotan, viven, desaparecen y se reproducen antes de tener que escribir una sola palabra. Rebotan en el cerebro como las bolas de los pinball. A veces dan puntos, a veces encienden una lucecilla, a veces se pierden por el desagüe de las ideas que se pierden por los desagües. Pero siempre producen un campanilleo largo que no se apaga. Un ruido que no se apaga. Que no se apaga.
-Es la historia del hijo de la Doloritas, que vuelve al pueblo donde nació para conocer a su padre.
-¿Y qué?
-Y está muerto.
-¿El padre está muerto?
Antes de contestar, Rulfo mete la mano en los bolsillos y agita unos guijarros que queman como la sangre de los muertos.
-El pueblo está muerto.

Recuerdos del infierno. El Diablo en su despacho diseña con Dante nuevas torturas. Y un caldero que hierve. Comala. Comala es el caldero que hierve en el centro del infierno. Una tierra inabarcable sin densidad de población. Sin estadísticas de paro. Sin ecos de sociedad. Cuatro casas en las que no hacen falta espejos porque el sol pule las piedras, las pone a temblar con el calor y las presencias del desierto, que no son más que el reflejo de otros continentes. Una tierra en que las noches repiquetean con el galope de un caballo sin jinete, con el crujido de la madera y con el blando y constante desmoronamiento de la arena. Una tierra en la que no se escucha una sola voz porque nadie quiere hablar. A no ser que esté muerto.
-¿Y ya está?
– Eso creía yo, que ya estaba.

Dar vida a unos personajes que nunca la han tenido. Que despiertan, trabajan, engañan, sufren y mueren como si alguna vez hubieran respirado. Aunque haga siglos que ya no estén. Ese fogonazo inicial en el que Rulfo sabe ver que hay vidas que hablan y cabalgan y aparecen de repente con un escalofrío en la mirada y pisan la tierra ardiente muchos años después de lo que indica una cruz clavada en el suelo, porque sus hijos y nietos y bisnietos y hasta los bastardos de sus tataranietos son, en realidad, uno solo. Y nunca ha sabido ser más que pobre.

Llega entonces la hora de moldearlos, de desechar esbozos, de aprovechar los primeros textos como se aprovecha un cerdo, de publicar relatos, de preguntar si han gustado, de perfilar con las manos el volcán de la erupción inicial. De sembrar de piedras el camino de arena. De sacar las sombras al patio. Llega la hora de domar las palabras mexicanas, duras como la tierra, que azotan los oídos con el rumor de un montón de guijarros en los bolsillos. Porque no basta con tener la historia como quien tiene un cáncer pudriéndole los huesos. No basta con haberla vivido cada noche y apagado cada mañana. Con haberla sentido como una punzada en el hígado durante un descanso para comer. No basta con contar que tienes la historia de Pedro Páramo ensartada en el abdomen como si fueras una mariposa de Nabokov. A tu gente no le basta. Tienes que vomitarla en papel para que todos se queden tranquilos, para que sepan a qué te has dedicado los últimos años, como si hubieras podido dedicarte a otra cosa. Para que nadie crea que oyes las voces que sí oyes, que imaginas nombres cuando te adelanta un coche y que tus personajes te han vampirizado hasta las fiestas de guardar. Porque antes de entregar el manuscrito que convulsionará la literatura de México, de Latinoamérica, del todo el ámbito del castellano, ya la has pensado tres, treinta, trescientas veces.
-He leído tu libro.
-Gracias. ¿Te gustó?
-Mucho. Estoy deseando que publiques otro.

Noche. Tequila. Tabaco. Cine. Desahogo. Liberación. Y angustia. El silencio que sigue al alarido del Big Bang, el de Pompeya, Hiroshima o Chernóbil. La paz de un cementerio a pleno sol. Pasear entre la admiración, la envidia, el desconocimiento, las falsas esperanzas, los reproches, las invitaciones académicas y el runrún de los cafés. Escapar al desierto de gentes que no hablan porque son pobres y están muertos con una cámara de fotos colgada al cuello para olvidar las preguntas y no encontrar más que respuestas huérfanas de padre. Descubrir una noche que estás vacío y del revés. Reconocer que estás vivo solamente en las mismas voces que siguen sonando, los mismos nombres que siguen brotando, los mismos personajes que siguen comiendo, amando y padeciendo desde antes de que se inventara el sol.
-Mamita, me sequé. Ya no tengo más.
Rulfo escribe cartas para no llorar, para detener el calambre de las manos, para olvidar que ya solo escribe cartas. Que no ha podido escapar de Comala.
-Todo está ahí, en Pedro Páramo.

Asumir el dolor y el desasosiego de no poder escribir ni una sola línea más. Exhalar el último aliento sin necesidad de escribir una sola línea más. Y empezar a vivir como viven los muertos cuando ya han dado toda la vida que tenían para dar.


Con Z de Cronopio es la nueva columna del periodista español Rafa Burgos
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* Rafa Burgos es periodista (Alicante, España, 1971). Comenzó su trayectoria profesional en 1997 como colaborador y crítico de cine en el periódico local La Prensa y posteriormente pasó por El Periódico de Alicante (donde asumió también la labor de editor) y Las Provincias (crítico de cine). En 2003 se incorporó a la plantilla del diario El Mundo, en el que ejerció de redactor de Sociedad y Cultura y columnista. En 2012 dejó el puesto para dedicarse a proyectos personales, como el blog El Faro del Impostor (www.elfarodelimpostor.com), un documental sobre el boxeador Kiko ‘La Sensación’ Martínez (actualmente en post-producción) y el libro ‘La feria abandonada’ (Barbara Fiore Editora, 2013), del que es coautor junto al dibujante Pablo Auladell y el poeta Julián López Medina y que acaba de ser traducido al francés (‘La fête abandonnée’, Editions de l’An 2, 2016). En la actualidad, escribe la columna semanal ‘Vals para hormigas’ para el diario Alicante Plaza. Se le puede seguir en Facebook (El Faro del Impostor) y Twitter (@Faroimpostor).

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