Literatura Cronopio

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Pero el tiempo pasa, y las responsabilidades pesan sobre este joven que apenas está comenzando a vivir. Y la madre ya no puede estar con él, pues ha sido encarcelado y ahora pertenece a la Brigada I del Presidio Departamental de La Habana donde despojado de su nombre, es reconocido por el número 113 de la Primera Brigada de Blancos. Sin embargo, no deja de pensar en aquella mater dolorosa que no le perdona su salvaje independencia, su brusca inflexibilidad y sufre en silencio al saber que no ha logrado que su hijo entienda el sentido de su vida. No obstante éste imagina su rostro, siente su tristeza, descansa sobre las cálidas almohadillas que su madre le ha hecho y con amor le escribe: «Mírame, madre, y por tu amor no llores» (José Martí, 2007: 191, t. 15) fundiéndose el sujeto lírico con voz autoral. Para pintar con palabras al sujeto materno el autor emplea un calificativo de amplio registro semántico a través del verso: «Tu mártir corazón llené de espinas» (José Martí, 2007: 191, t.15). En este caso, el sema mártir alcanza implicaciones de alto sentido para el poeta, que es capaz de transmitir con exactitud en su creación. La imagen materna se ha trocado en la del sacrificio, la abnegación, pero también su martirologio deviene veneración para el poeta–hijo.

En estos brevísimos versos el poeta también retrata, pues para Martí no estuvo reñida la extensión de sus textos con la grandeza de los mismos y, tan solo un calificativo fue suficiente para captar en instantánea efectiva la esencia espiritual de su sufrida madre. Cuando Martí modela artísticamente a este sujeto, pretende resaltar la dirección de la mirada, las luces que la iluminan y descubren, las sombras que la ocultan. Tal es el caso de Mi madre, el débil resplandor te baña, poema en el que comunica la necesidad de contemplarla mientras más divina se torna ante sus ojos. Solo así logra advertir la esperanza que le transmite esa santa madre de dulces ojos: «La luz alumbra ahora/Tus ojos, y me miras: [….] /Y es que mi alma, si me miras, crece, /Y no hay nada después que me has mirado» (José Martí, 2007: 26, t.16). «¡Ámame! ¡Ámame siempre, madre mía!». (José Martí, 2007:27, t.16).

En este texto la mirada de la madre alcanza una plasticidad abrasadora. El lente martiano se detiene nuevamente en el rostro y particularmente en la parte de él que se le antoja más sugerente y comunicante: los ojos. Tanto incide la mirada maternal en el sensible hijo que le hace ser un mejor ser humano, creer en la vida, e infundirle esperanzas en el alma del hijo desterrado que, de un pincelazo deja ver nuevamente otro matiz con el verso: «Una mirada de tus ojos dulces» (José Martí, 2007: 27, t.16).

Pasan los años y algo ha sucedido que les impide a todos en su familia conciliar el sueño. Ana ha muerto, y Martí no pudo despedirla. Mis padres duermen [8] es una hermosa elegía escrita por este poeta con profundo sufrimiento y nostalgia. Ana es modelada artísticamente de manera tal que acontece en el recuerdo de sus padres exaltando así la esencia humana y capacidad paternal de ambos.

Nótese cómo hasta el momento existe una marcada intención en el joven poeta por privilegiar la composición de sus poemas en tiempo presente, denotando cercanía temporal. Tal es la necesidad del calor familiar:

«Ellos tienen las canas en la frente, /La noche el amor en la memoria,/ Y en la faz una lágrima caliente/ Y un caliente cadáver por historia. /Ellos la oyen gemir, con ese extraño/ Oído paternal, que oye y escucha/ […] Ellos la ven de la apartada huesa/ Alzarse blanca, embellecer la vida/ Y sienten en el instante en que los besa,/ Y en que en su corazón está dormida!» (José Martí, 2007: 65, t.15).

Martí construye un retrato de parte de la familia (padres y hermana) a partir de conmovedoras imágenes instantáneas que se confunden con metáforas, sin perder de vista que configura a Ana con un matiz angelical, manteniendo el contraste de luces y sombras, empleado en poemas a su madre: «Ella nació con flores en la frente;/ Ella brotaba luz de su cabeza,/ Y en sus brazos dormía blandamente/ La Virgen sin color de la pureza» (José Martí, 2007: 66, t.15).

Es importante destacar además, que el autor acude a la invocación de su predilecta hermana a la vez que solicita respuestas a interrogantes dirigidas a sus padres: «¡Oh, madre, que la ves de la honda huesa/ Alzarse blanca, embellecer la vida,/ Y sientes el instante en que te besa/ Y en que en tu corazón está dormida!/ […] Decidme cómo ha muerto,/ Decid cómo logró morir sin verme». (José Martí, 2007: 68, t.15).

Han pasado cuatro meses de la desaparición física de Ana y Martí aún la percibe mientras escribe desde México Amiga: yo esperaba [9], enternecedor poema donde «le florece el verso cargado de penas muy suyas». (Augier, 1982:233). He aquí un retrato autónomo de familia, construido a partir de representaciones fotográficas devenidas metáforas y citas, de una madre que llora, un hijo desolado, un anciano cuyo mutismo lo hace estar más cerca de la muerte y una hermana ausente: «Amiga: yo esperaba/ Al hijo que ha venido:/ El hijo está; más tanto me lloraba/ El alma, que en llanto se me ha ido» (José Martí, 2007: 100, t.15).

Esto dice esa madre amada, «sublime mujer en todo amor pura y serena» (José Martí, 2007: 100, t.15), con alma «tranquila y desgarrada» acerca de su hijo. Y ese padre, retratado perfectamente cuando «sus desdichas llora». En vano esperan el regreso de una «candorosa niña», «blanca criatura». A pesar de esto, Martí clama por ella: «¡Hermana!, yo te siento/ Que desde el corazón me estás hablando:/ Blanca te miro, pálida me tiendes/ Tu mano pura que se pierde en sombra» (José Martí, 2007: 102, t.15). Pero no consigue estrecharla en su pecho, solo inserta intencionalmente citas, donde irrumpe la voz del sujeto materno retratado para enfatizar su carácter peculiar. En este sentido a partir de la clasificación de Álvarez, Varela y Palacio deviene heteroglosia de ampliación, si se tiene en cuenta su marcada brevedad. Dos son las citas insertas, y en ocasiones les sucede el comentario aclaratorio del hijo-poeta. La primera de ellas, comenzando el texto: «“Y es que mi alma está/ muerta, hasta que le llegue al/ cuerpo su hora”. Así dice/ en una carta mi madre» (José Martí, 2007: 100, t.15). La breve cita de la madre habla de su angustia profunda por la separación del hijo que otrora estuvo en presidio y luego en el destierro español. El comentario siguiente es imprescindible para la comprensión de la cita, por lo que constituye un recurso compositivo martiano que en esta ocasión recuerda su escritura en prosa.

La segunda de las citas, un tanto más extensa, refuerza la idea anterior en cuanto al desconsuelo de la madre por la distancia con respecto al hijo, provocadora de una muerte en vida. Vuelve nuevamente el comentario, un tanto ampliado respecto al anterior, donde la voz lírica parece interpretar las palabras de la madre en un diálogo tácito: «Esto dice una carta ante mí abierta,/ que parece que me ama y que me llora» (José Martí, 2007: 100, t.15).

Martí tuvo la característica de estar rodeado de mujeres al ser el único hijo varón de su familia. Sin embargo, sus composiciones poéticas no se limitaron solamente a esas musas del hogar, sino también a Carmen Zayas Bazán, su fiel esposa y madre de su hijo. A ésta dedicó también poemas que constituyen retratos autónomos, al ser ella el centro de sus composiciones. Carmen, fue una de ellas. Aunque escribe este poema durante el cortejo a la joven camagüeyana, aprovecha y describe lo más llamativo para él, intercalando esas imágenes instantáneas de adjetivos fugaces, resultando la adjetivación otro de los recursos poéticos modelados por el autor, con versos rebosantes de amor: «Es tan bella mi Carmen, es tan bella,/ Que si el cielo la atmósfera vacía/ Dejase de su luz, dice una estrella/ Que en el alma de Carmen la hallaría». (José Martí, 2007: 145, t.15).

Le atribuye una esencia divina a su Carmen, a esa mujer «pasionaria» que lo estremece: «Y se acerca lo humano a lo divino/ Con semejanza tal cuando me besa» (José Martí, 2007: 145, t.15). Este calificativo recuerda el otorgado por Martí a la poetisa cubana Luisa Pérez de Zambrana, cuando en el texto: Tres libros. Poetisas americanas la nombra: «nelumbio quejumbroso, pasionaria triste». (José Martí, 2007: 98, t.3).

«¿Qué por qué pienso en ella? Porque estoy mezclado a ella, —Yo podré decir qué fibra es mía, pero no qué idea es mía: porque en el fondo de cada idea, si buscas bien, hallarás ´Carmen´». (Valdés, 2007:370).

Siete años después le escribe nuevamente a su amada a través de Drama en tres actos [10] . Cada uno de los actos rememora experiencias vividas por la pareja, desde el encuentro fortuito que los enlazó, hasta la turbulenta ruptura de la relación. Con gran ingenio, el autor retrata a Carmen a través de vibrantes imágenes. De esta manera esa «tojosa adormecida» que abre el primer acto va tornándose «delicada perla enferma, concha de nácar» que resguarda sobre su pecho la perla más frágil y bella a la que dio vida, su hijo, hasta arribar a una «estatua que sonríe con sus dos labios de piedra». La sutileza de los calificativos empleados por Martí atemperados a los momentos más emblemáticos de este matrimonio, demuestran no solo la maestría discursiva de este escritor, sino su habilidad y dominio del retrato poético a partir de cualidades morales y físicas de quien fuera una persona importante en su vida. Obsérvese cómo Martí construye los calificativos mediante metáforas, otro de los recursos empleados para construir sus retratos. Nuevamente se presenta la heteroglosia de hibridación, pues el sujeto Carmen cobra voz e interactúa, en actitud dialógica, con el sujeto lírico [11]: «—Cada vez que en mis mejillas/ La color partida veas,/ Es que a teñir ha venido/ Acá en mi seno a otra perla./ Cada vez que tu tojosa/ Las dormidas alas cierra,/ Es que a un niño, acá en mi seno,/ Está cubriendo con ellas». (José Martí, 2007: 145, t.15).

Versos sencillos, sin lugar a dudas, resulta el colofón de la obra poética de Martí. A partir de estas composiciones de marcada alusión autobiográfica, el autor comparte sus recuerdos de vida, goce o dolor, júbilo o angustia manifestando su hondo sentido humano. La memoria familiar ocupa entonces un lugar especial en estas composiciones. El poema VI del referido volumen es una composición sencilla que favorece el modelaje del sujeto-padre, de ese «padre profundo, con cabellera de plata» y de esa «hermana divina» que adoró toda la vida, enfatizando la esencia humana de cada cual.

Nuevamente la metáfora, asumida por un simbolismo peculiar, ocupa un lugar especial en la modelación artística de sus familiares.

Viejo de la barba blanca [12] es uno de los poemas dedicados con profundo amor y respeto a su padre. El retrato que construye acerca del señor con «barba blanca» mientras lo contempla desde un cuadro en su escritorio, es exquisito, pues permite corroborar que se está, amén de la reflexión sobre la axiología paterna, ante un retrato sobre otro retrato. Por tanto una de las particularidades más llamativas de este poema es que logra captar no solo imágenes instantáneas con una plasticidad notoria: «barba de plata», «ojos serenos» (nuevamente el retrato se detiene en los ojos, parte del rostro evidentemente muy valorada por Martí), sino que introduce una extensa cita a partir de la voz del padre con el objetivo de vivificar su figura. Vale señalar la presencia reiterada de una heteroglosia de hibridación donde la voz paterna es una traducción del sujeto lírico, si se tiene en cuenta que para Martí traducir es transpensar. En efecto, el poeta, en la construcción de su universo ficcional realiza en esta oportunidad uno de los ejercicios de mayor lirismo de su producción versal. Insinúa, dentro de la cita directa, la cual se encuentra gráficamente marcada: «Hijo, más, un poco más:/ Piensa en mi barba de plata,/ Fue del mucho trabajar:/ Piensa en mis ojos serenos,/ Fue de no ver nunca atrás:/ Piensa en el bien de mi muerte/ Que lo gané con luchar./ […] Yo no fui de esos ruines/ Viejos turbios, que verás/ Hartos de logros impuros» (José Martí, 2007: 199, t.16).

Los consejos que Martí incorpora en la voz del padre evidencian los valores y principios adquiridos durante su formación. Además, permiten comprender que la aparente frialdad de este hacia su hijo, en cierto modo, resultó su manera de manifestar amor. He ahí la ternura escondida detrás de la actitud ruda de un hombre serio, de pocas palabras, como lo fue don Mariano Martí, quien al decir de su hijo es «el menos penetrante de todos, es el que más justicia ha hecho a mi corazón» [13]: «¡A pensar, hijo, en el bien de los hombres,/ Que así no te cansarás!/ […] Quejarse es un crimen, hijo:/ Calla: date ¡un poco más!» (José Martí, 2007: 200, t.16).

Pero existen quejas que el alma no puede callar, una de ellas es la distancia infinita entre un hijo y su padre. Martí, de una sobrada entereza espiritual y humanismo sin par, abrigó el deseo de construir un hogar franco y cálido, como cualquier otro hombre. Sin embargo, al decir de Ikeda «renunció al sosiego de una vida pacífica para elegir un camino azaroso, oscurecido por la presencia ineludible de la pobreza y el sacrificio» (Ikeda, 2001:42).

Por tal motivo, sufrió por años la separación de su hijo, sin dejar de escribirle y demostrarle su infinito amor. Rey de mí mismo, así lo corrobora. A partir de un autorretrato, el apóstol configura instantáneas y auténticas imágenes de ese «mago bello», «genio alegre», «honda luz» que le supo revelar una desconocida y amplia dimensión de la ternura. Obsérvese que para la modelación de este sujeto infantil Martí se apoya en una adjetivación cuyos calificativos denotan la personalidad interna como externa de su hijo y connotando inmediatez en el deseo de tenerlo consigo expone: «Mi hijo me mira/ Él es el mago bello/ […] Genio alegre que ilumina/ Honda luz que cubre/ La gruta mía» (José Martí, 2007: 238, t.16). Es válido aclarar que el título como paratexto es parte del retrato, atribuyéndole, como en Ismaelillo, atributos de realeza.

EL RETRATO INSERTO

Atendiendo a la muestra consultada, ocho de los poemas corresponden a esta tipología del retrato, para la cual el tratamiento de la figura materna es superior en comparación a la esposa Carmen, el niño José Francisco, las hermanas y el señor don Mariano.

Hora de vuelo es uno de los poemas más distintivos de la poesía martiana que evidencia, como propone Rubén Darío y retoma Augier, una «manera plástica y musical de labrar el verso libre: versos de sufrimiento y anhelo patriótico, versos de fuego y de vergüenza» (Augier, 1982:216). En este sentido, la madurez del pensamiento de Martí, a partir de una sentenciosa crítica, es evidente en torno al enjuiciamiento de tiranos y bárbaros que destierran y someten a quienes se les oponen.

Sin embargo, la añoranza por rememorar acontecimientos del pasado, principalmente pasajes de su infancia donde involucra a su madre, padre y hermanas, está latente: «Era yo niño/ Y con filial afán miraba al cielo/ […] Con mis hambrientos ojos perseguía/ La madre austera, el coro/ De alegres niñas, y el doliente padre/ Ya de andar por la tierra fatigado» (José Martí, 2007: 110, t.14).
En este sentido, el modelaje espontáneo de sus familiares, a partir de una voluntad artística marcada, tributa a los retratos insertos condicionados por imágenes instantáneas de los mismos, concebidas por una rica adjetivación. Obsérvese cómo el empleo de calificativos contrapuestos proponen una reflexión acerca de las cualidades morales que al autor le interesan resaltar: «alegres niñas», «doliente padre», «madre austera», lo cual permite advertir antagonismos espirituales medulares en su obra poética: sufrimiento y amor, recuerdos del pasado y realidades del hoy. Además, incluye este somero retrato no al inicio o final del poema, sino en el centro, lo cual indica que no pretende ir de lo general a lo particular o viceversa, sino solo insertar estos retratos como un motivo más en el poema. Esta maestría lograda en el empleo de la adjetivación clarifica las imágenes familiares que le fueran tan caras; especialmente el calificativo doliente atribuido a su padre revela la cualidad que le fuera más consustancial a su persona, la aflicción por la pesantez de la pobreza y la injusticia social. De la misma manera, Martí encuentra el tinte exacto para calificar a doña Leonor, la austeridad, actitud que la marcará para siempre.

Sobre esta misma fecha, a la edad de 29 años, Martí escribe Canto de Otoño [14], incluido en Versos libres, donde declara la añoranza por su hijo ausente. Con naturalidad este poeta retrata a su pequeño a través de sublimes imágenes que exponen un paternalismo sin igual: «¡Hijo!… ¿qué me demandan tus abiertos/ Brazos? ¿A qué descubres tu afligido/ Pecho? ¿Por qué me muestras tus desnudos/ Pies, aún no heridos, y las tenues manos/ Vuelves a mí, tristísimo gimiendo?» (José Martí, 2007: 118, t.14). Solo de esta manera, Martí logra proyectar instantáneas imágenes de un hijo o «hijuelo» cuyas «alas blancas» cual ángel guardián, lo protegen de la muerte oscura y lo liberan de su manto funeral, por lo que, una vez más se refugia en su hijo ausente, trabajado artísticamente a partir de adjetivos específicos, que aluden a cualidades físicas, principalmente: abiertos brazos, desnudos pies, tenues manos…

Sin embargo, el calor que añora Martí recibir de su pequeñuelo es diferente al que recibe de su señora madre. Las canas que por el tiempo se amontonan en la cabeza de esta sabia y fuerte mujer no son por gusto. Ella aconseja, y no se resigna a perder en las penalidades y errancias de la vida revolucionaria a su hijo. Yugo y estrella [15] es un poema ejemplar que ilustra la relación de Martí con su madre, a partir de una manifiesta intertextualidad por citas, donde la figura materna se presenta por medio de una extensa cita, constituyendo el centro semántico del retrato, por lo que de esta manera dialogan: «Cuando nací, sin sol, mi madre dijo:/ “—Flor de mi seno, brava criatura,/ De mí y de la Creación suma y reflejo,/ Pez que en ave y corcel y hombre se torna,/ Mira estas dos, que con dolor te brindo,/ Insignias de la vida: ve y escoge./ […] Este, es un yugo: quien lo acepta, goza:/ […] Esta, que alumbra y mata, es una estrella”» (José Martí, 2007: 142, t.14).
(Continua página 3 – link más abajo)

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