Filosofía Cronopio

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Las ideas del hombre superior

LAS IDEAS DEL HOMBRE SUPERIOR DE EMERSON Y EL NIETZSCHE DE LOS SETENTA (1870-1879). PRIMERA PARTE

Por Jorge Luis Gómez Rodríguez*

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Al final de 1861, observamos que, en la crítica literaria que el joven Nietzsche dirigía a Byron y Hölderlin, comienza a asumir como propio el carácter, la disposición y el juicio del hombre superior. Si bien ya hicimos ver la identificación que éste hizo suya desde la primera experiencia con la obra de Emerson, sólo en los setenta se manifiestan de modo indirecto las razones del impacto de este primer encuentro, en cierta medida, como un recuento del pasado. Pero si los setenta es el periodo donde Nietzsche publica sus primeras obras como autor y en el que podemos observar con mayor rigor la importancia que tienen allí las ideas de Emerson, convendría remitirnos, en primer lugar, a las palabras con las que intenta recordar ese primer encuentro. Hay algunos testimonios acerca de cómo asumió las ideas de Emerson y, hasta qué punto, esta identificación extrema no solo fue útil en la solución de lo que llamamos «la neurosis de las influencias» del periodo de Pforta, sino que, la adquisición de una personalidad ajena, si fuera posible decirlo así, no fue otra cosa que el resultado de una confianza incondicional con la que se entregó a un «filósofo educador».

Como será una costumbre a lo largo de su obra, los testimonios que analizaremos a continuación, no mencionan a Emerson ni a sí mismo, y nos hacen ver ese arte del desplazamiento y la máscara que, en relación a la importancia de Emerson como guía y maestro durante más de 25 años, sólo nos permiten observar una voluntad de encubrimiento que intentaremos aclarar, sobre todo, creemos nosotros, por una temprana adopción del estilo y las maneras propias del hombre superior, y que, al parecer, representan un antiguo conflicto consigo mismo. En cierta medida y como lo intentaremos aclarar, la sumisión a Emerson lo lleva a encubrirlo para evitar una entrega absoluta como un extremo acto de defensa. Empeñarnos en probar una relación que el propio Nietzsche encubrió, no puede representar otra cosa que una exploración que se dirige a retratar una proximidad, connivencia, ósmosis inédita en la historia de la filosofía, la cual, pensamos nosotros, solo encuentra una justificación dentro de una de las filosofías en cuestión. Las razones de este fenómeno no encuentran una explicación únicamente en los sujetos involucrados, sino más bien, en los contenidos y perspectivas de las ideas del filósofo al que se entrega sin vacilar y de un modo tan extremo.

El primero de los textos que nos permitirán aclarar el significado que tuvo Emerson para Nietzsche, en un sentido bien indirecto y encubierto que vamos a aclarar a continuación, aparece al comienzo del segundo apartado de la Intempestiva dedicada a «Schopenhauer como educador» (1874). Allí, al referirse a que en la juventud buscaba un filósofo educador que transformara al hombre entero, dice: «un verdadero filósofo, al que pudiese obedecer sin condiciones, y en el que pudiera confiar más que en mí mismo» [1]. Como suele ocurrir en las interpretaciones usuales de este pasaje, el texto se refiere a Schopenhauer. Sin embargo, por el criterio emersoniano de la necesidad del enfrentamiento entre genios, que aclararemos más adelante y que resultará ser un criterio muy usual en los setenta, Nietzsche enfrenta aquí a Schopenhauer con Emerson y será el fantasma de este último el «convidado de piedra» de todo el texto. Por las características del filósofo que intenta describir, el que tiende a «un desarrollo armónico», hacia «un núcleo» o «centro vivo» y que intenta «transformar al hombre entero en un sistema solar y planetario, vivo y móvil», no hace otra cosa que, pensamos nosotros, manifestar con ello la procedencia emersoniana de esta figura.

El filósofo que Nietzsche esperaba como educador, en la juventud, debía ser tal que lo llevaría a confiar más en él que en sí mismo. La Self-Reliance o la «virtud que hace regalos», como la expone sin mencionar al autor al final de la primera parte del Zaratustra, es la virtud cardinal del hombre superior que enseña Emerson. Nietzsche, en el pasaje que analizamos, señala que el filósofo que él esperaba provocaría tal impacto en él, que, por lo extraño e inusual de este punto de vista, dejaría de ser él y se entregaría por completo a éste. En principio, la concesión que expresa el pasaje recién citado, a pesar de expresarse en una frase condicional o hipotética, quiere señalar que el carácter de este filósofo sería tal que, precisamente por eso, no habría forma de eludirlo, le provocaría entregarse a éste sin condiciones, en un extremo que solo, aparentemente, justifica lo condicional de la frase. La respuesta a esta cuestión, podría darse en el ámbito de la fe, pues, en otro contexto, por ejemplo, en la confianza que depositamos en un profesional, representa una concesión momentánea, pero, de ningún modo, se pierde la confianza en sí mismo. La idea de la «imitación de la genialidad», recurrente en la obra de Emerson, y que Nietzsche hace suya desde el inicio del encuentro con éste, sería, por lo pronto, la mejor explicación de esta concesión. A pesar de que también habría otras posibilidades de pensar esta confianza desmedida de Nietzsche, sobre todo por las constantes justificaciones de su rol de modelo y modelador de la cultura en los setenta, lo que pretende justificar mediante los fines supremos que persigue, el lado del pragmatismo, donde todos los medios son válidos en la medida en que se alcance el fin superior.

Pero no hay que olvidar que en los setenta, las figuras de Schopenhauer y Emerson se funden en un solo individuo, y Nietzsche como creador de esta cabeza de Jano bifronte, alimenta sus puntos de vista de este monstruo, sobre todo en los temas de la educación, la cultura y el arte. En las conferencias «Sobre el porvenir de nuestros establecimientos educativos» (1872), se manifiesta por primera vez a través de un diálogo entre un filósofo y su acompañante sobre el tema educativo. Un «filósofo viejo y su perro», en clara alusión a Schopenhauer y un acompañante, «un hombre más joven», el que señala que «hay que tener respeto, aun cuando tal hombre se equivoque», recordándonos lo que dice Emerson en el emblemático Self-Reliance: «Todo acto o conocimiento mío deliberado es pura errancia; pero la ensoñación más inmotivada, la emoción innata en mí más débil, me mueve a la curiosidad y al respeto». Este texto, como creemos nosotros, nos permite considerar que el acompañante del filósofo, en las conferencias sobre educación, es Emerson, y que el diálogo sobre la educación es una síntesis de las ideas de Schopenhauer y las de éste. Como podemos apreciar, la presencia del Jano bifronte, llegará a ser determinante en la primera mitad de los setenta y será el sustento especulativo y doctrinario de la filosofía educativa y cultural de Nietzsche. Pero la figura de Emerson en el diálogo sobre la educación, no solo se confirma con la cita recién expuesta. También las ideas de éste sobre la educación nos hacen ver que Nietzsche sigue la exposición de Emerson del ensayo «Education»: la función de la soledad, la formación de individuos, la necesaria unión con la naturaleza, el genio como cúspide evolutiva, la educación como preparación para el nacimiento del genio, la necesaria autonomía, fe y confianza en sí mismo del estudiante, la necesidad de la obediencia y la disciplina, la necesidad de la «virilidad» etc. Todo este conjunto de recuerdos emersonianos, relativos al tema de la educación, nos hace ver que la figura de Schopenhauer de los setenta, siempre debe ser entendida en relación a Emerson o en confrontación con él y, las menciones que hace en la intempestiva sobre Schopenhauer, dos años más tarde, representan esta cabeza del Jano bifronte, Schopenhauer y Emerson como un solo filósofo. Nietzsche, según nuestro punto de vista, parece querer jugar la función de síntesis entre ambos, lo que nos sugiere la idea de que en este periodo, o bien construye sus propios puntos de vista a partir de esta figura, o intenta acceder a un punto de vista original como umbral entre ambos.

El otro texto que quisiéramos exponer como testimonio de la temprana entrega de Nietzsche a Emerson, y al educador en el que parecen confundirse dos filósofos en uno, aparece en «El Viajero y su sombra», la segunda parte de «Humano, demasiado Humano» (1879). Nos referimos al aforismo 320, titulado «Rico y pobre al mismo tiempo» [2]. En él, dice que conoció a un hombre que desde niño tuvo una buena idea de las cosas del espíritu y de la intelectualidad de los hombres, pero que, al mismo tiempo, observaba que él era humilde y que tenía pobres ideas cuando intentaba compararlas con las ideas de otros. El aforismo señala, a continuación, que luego el mismo hombre, cambió de parecer y comenzó a apreciarse a sí mismo, cuando observó que no lograba hacer de sus propias capacidades intelectuales algo beneficioso para los demás.

Este testimonio, creemos nosotros, hace alusión a la niñez y adolescencia del propio Nietzsche y a un periodo de su vida que, en parte ya analizamos, y del que observamos un fuerte contenido de minusvaloración de sí mismo. El pasaje del aforismo que analizamos, nos permite corroborar lo que ya observamos en el periodo juvenil de Pforta, y que retrata un aspecto fundamental del mismo fenómeno. En este caso, la entrega extrema a un «filósofo educador», como señala en el pasaje anteriormente citado, esa entrega digna de una fe ciega sin igual, más bien, parece explicarse por esta temprana desavenencia consigo mismo. Ser rico y pobre al mismo tiempo, quiere decir, que el hombre de esta historia, buscaba desembarazarse de este destino, y es muy probable que el filósofo educador que esperaba le permitiría hacerlo. Más adelante, volveremos sobre este asunto.

Ahora bien, convendría observar que los textos que analizaremos en el periodo de los setenta, no solo van a permitirnos fundamentar nuestra perspectiva, sino también nos conducirá a exponer una visión evolutiva del fenómeno del parasitismo y, en cierto sentido, cómo se desarrolla desde la confianza depositada en otro para perder la propia, al fenómeno del escudarse en Emerson, como un modo de protección. Pero lo notable que hay en este proceso evolutivo del parasitismo de Nietzsche, es que al poner toda la importancia en la capacidad de elegir los genios, que se adjudica a sí mismo, pretende justificarla mediante el servicio que presta a la cultura germana y que llega a entender como «soldado de la cultura». Lo significativo de esta nueva figura, que en gran parte es un fenómeno exclusivo de los setenta, es el conflicto que genera en la persona de Nietzsche. Por estas fechas, comienza a madurar la idea que siempre debe desaparecer del escenario para dar lugar al teatro de los genios germanos y delata, al mismo tiempo, un infructuoso intento de apropiación personal, que denuncia como el destino trágico de ser «rico y pobre al mismo tiempo». Con insistir en su propia persona, como en sus investigaciones, el Nietzsche de los setenta intenta desembarazarse de una dependencia extrema de los genios que estudia, cuidando de una deuda que siente como una amenaza o una sumisión total. Pero junto a esa distancia, como a esta necesaria protección, observamos una obsesión que, en cierta medida, nos hace ver la necesidad extrema de ser él mismo, de expresar que sus investigaciones representan sus propias búsquedas, en un claro afán que delata lo frágil de una «autoría», como de una «originalidad» que él mismo ponía en duda con su defensa obsesiva.

El parasitismo nietzscheano va del deslumbramiento inicial a la pérdida de la confianza en sí mismo, en una primera etapa, para luego transfigurarse en una protección: la búsqueda de un padre al que entrega toda la confianza que lo auxilia y distancia del acoso de los genios. Para desarrollar una rigurosa selección de los paradigmas germanos del hombre superior, se necesita una naturaleza dominante y poderosa. Al escudarse en Emerson, la filosofía cultural de los setenta se manifiesta de un modo bien peculiar. Nietzsche, como «educador del pueblo», utiliza todo el programa educativo y cultural de Emerson y, en cierto sentido, se transfigura en el «Emerson alemán». Sin embargo, el peso de esta tarea tan impersonal y muy lejos de ser una reivindicación de sí, contribuye con una confianza excesiva en el paradigma filosófico que lo alienta.

Nuestra exploración de los setenta, presupondrá la observación de las conferencias filológicas de inicios de la década, en relación a las cuatro «Consideraciones Intempestivas» y a «Nosotros los filólogos», culminando en «Humano, demasiado Humano». El énfasis en los textos, no obedecerá a otro motivo que a la riqueza de contenidos, que nos permitirán destacar puntos de vista que consideramos claves para desarrollar nuestras argumentaciones. De este modo, las exposiciones de los textos, no supondrán otra meta qué probar en ellos, el tipo de dirección que en esta década ejerció el pensamiento de Waldo Emerson, es decir, qué función ejerció en las ideas de Nietzsche y qué orientaciones significaron.

Desde el inicio de los setenta, como intentaremos aclarar a continuación, las ideas de Emerson sufrirán un desplazamiento por la función arquetípica que ejerce Wagner en todo el periodo. Junto a Schopenhauer, quien representó la estructura filosófica del wagnerianismo, el deslumbramiento de Nietzsche con los modelos de «hombres ejemplares» germanos, presupone la manifestación de una circunstancia concreta en la que las ideas de Emerson no dejan de ejercer una influencia poderosa. Pero si la temprana función ejercida por Emerson en Pforta no podía desaparecer de improviso, ahora, con las ideas del genio artístico de Schopenhauer encarnadas por Wagner, desencadenan una perspectiva singular en la que la compensación entre una y otra, jugarán un rol decisivo. El valor de la filosofía cultural y educativa de Emerson trasladada a la circunstancia cultural alemana, será determinante. En cierto sentido, en los setenta, Nietzsche vive en la proximidad del hombre superior germano, asimilando sus virtudes y eliminando sus inconsistencias, construyendo un emersonismo germano en el que la figura central siempre será él, pero que no llega a aceptar por la confianza desmedida en su maestro, por la minusvaloración de sí que sólo atenúa escudándose en éste.

Como decimos, la lectura de Schopenhauer en 1865, cinco años después de la primera lectura de Emerson, como la primera visita a Wagner en mayo de 1869, serán los dos acontecimientos decisivos que definirán los diez años siguientes. Al final del periodo, veremos que la estrecha relación con Wagner, sufrirá una erosión que también terminará arrastrando la figura de Schopenhauer. Pero lo más significativo de este proceso es la función que cumple Emerson. Como una fuente oculta que consulta en la intimidad, solo a finales de 1872 se muestra y, más tarde, en 1874, lo vuelve a tomar para exponer las ideas de la historia, en la segunda «Intempestiva», criticando a Emerson cuidadosamente a partir de Schopenhauer. Luego, en la tercera «Intempestiva», enaltecerá a éste desde el punto de vista de Emerson. Como veremos a continuación, el Jano bifronte que crea Nietzsche a comienzos de los setenta, será determinante en las reflexiones de las «Consideraciones Intempestivas» y es en el umbral que construye para administrarlo, donde podemos llegar a entender el trabajo incansable que proyecta una naturaleza fuerte, como sustento del rigor selectivo que necesita una cultura superior.

Hay dos testimonios de proyectos literarios de mediados de 1870, un proyecto de drama y un intento narrativo [3], que presionan por el nacimiento del «artista trágico», «der Doppelgenius», el «doble genio» de lo dionisíaco y apolíneo, el «educador del pueblo», que nos permitirán captar el espíritu que domina el periodo, como expresar la necesidad de ir más allá de la confianza excesiva depositada en su maestro. Si bien siete años antes en Pforta con el proyecto Ermanarich, ya nos había ofrecido ejemplos de esta pasión emersoniana por la figura del hombre superior, al parecer, en cada uno de los periodos que analizamos, subyace un arte genético muy íntimo que busca enaltecer la figura del hombre superior, que encarna el propio Nietzsche, y que contrasta con héroes elegidos expresamente, poniéndolos en escena como actos con los que imita el rigor selectivo de la genialidad.

Como ya señalamos, el proyecto Ermanarich, no fue otra cosa que el intento juvenil de plasmar en una figura genial el rol y la tarea del hombre superior, que Nietzsche experimentó por primera vez en los escritos de Emerson y en el que, desde un principio, estuvo presente su propia persona, como reflejo de sí mismo o representación de sí. Es muy probable que la figura del Volkserzieher («el educador del pueblo») de los setenta, obtenga en este contexto y bajo este punto de vista, los lineamientos y perspectivas que necesitamos para comprenderlo no como proyecto «literario», sino, como construcción anhelante de la genialidad de sí mismo. En este caso, la figura de Empédocles y de Heriberto Marqués de Villemain, (como antes la figura de Ermanarich y más tarde la de Zaratustra) representan esos dobles de Nietzsche en los que éste incorpora las ideas y los puntos de vista que más tarde veremos plasmados como esquemas conceptuales y argumentaciones, sin las encarnaciones, ni los ropajes que vistieron originalmente. De este modo, las ideas que piensa Nietzsche, las condiciones inmanentes desde las que surgen, se originan en un primer estadio donde se manifiesta una disposición personal como escenario dramático, en el que el protagonista es él mismo, intentando verificarse-compararse con un genio o héroe, buscando, finalmente, desprenderse de él y triunfar sobre él [4]. Esta «dramaturgia» del hombre superior, fuera de expresar el anhelo de llegar a encarnarlo, representa para nosotros, la obsesión de una defensa, como ya señalamos, de recurrir a su persona con la pasión de quien se ve amenazado e intenta eliminar con ella y con sus propias posiciones, la fuerza desbordante de la genialidad de otros.

Lo que podemos apreciar en ambos proyectos «literarios», como venimos diciendo, es la función que manifiesta allí la rivalidad entre figuras contrapuestas, entre Nietzsche y Wagner o entre Nietzsche y Schopenhauer, una dramaturgia de genio contra genio, con el fin de compensar en un solo modelo, una suerte de perfección por la rivalidad. En cierta medida, aquí se expresa la génesis de una individualidad genial y rigurosamente seleccionada, desprovista de particularidades, de circunstancias que la reducirían a lo temporal. Se trata, creemos nosotros, de la «fuerza original», de una «existencia universal», pues, como enseña Emerson en «Uses of Great Men», la naturaleza lucha por destacar a cada realidad en sí misma, protegiendo a una de la otra. Como lo resume Nietzsche en «La lucha de Homero», haciéndonos ver el contenido de fuerza natural que hay en este propósito:

«Esta es la esencia de la vida helénica de la lucha: aborrece la hegemonía de uno solo y teme sus peligros; quiere allegar, como medio de protección contra el genio, un segundo genio» [5].

Como expresión de una ley natural, como enseña Emerson, el poder de rivalizar un genio con otro es, al mismo tiempo, el poder de singularizarlos al máximo respetando sus particularidades, para proteger a uno del otro.

En la figura de Empédocles y del Marqués de Villemain, no solo observamos al «filósofo trágico», a la figura del Volkserzieher, al héroe que Nietzsche quiere ser y rivaliza con él. De estos héroes, busca extraer un contenido original para excluirse y agregarse, como si quisiera inmiscuirse en el poder creador de la genialidad. De un modo distinto al proyecto Ermanarich, en los setenta, la función metafórica del individuo superior, nos hace ver que el poder de perfeccionamiento de la naturaleza no puede prescindir de la rivalidad entre figuras de genio que irrumpen en el contexto del «fenómeno artístico primordial», en la transformación mágica de un sujeto proyectado en otros sujetos. Como un artista que imita los instintos artísticos de la naturaleza, la polaridad de esas fuerzas, son expresiones del poder que compensa en cada figura la fuerza original que le corresponde. Pero también, no podemos dejar de mencionarlo, es posible que la protección entre uno y otro hombre superior, la rivalidad que los mejora, sea el testimonio de una forma de defensa frente al sentimiento de entrega incondicional, un acto de repliegue con el que buscara, a toda costa, la protección contra una identificación demasiado manifiesta y en extremo esclavizante.

Dejando de lado estas artes de las rivalidades forzadas, no debemos olvidar que para Emerson, el poeta es «salvajemente sabio» y en él las fuerzas de la naturaleza están equilibradas y, como anunciador de lo nuevo, es el encargado de enseñar a la comunidad los poderes creativos con los que la naturaleza se empeña en crear al hombre superior, la rivalidad del ascenso y el descenso, como deriva dramática y proceso de polaridades compensatorias. Como traductor de la naturaleza en pensamiento, el poeta, en la idea de Emerson, emplea a la naturaleza y sus fuerzas como si fueran suyas y sufre la metamorfosis como reconciliación de ellas. En esta perspectiva, el poeta se manifiesta como un escenario natural en el que la fuerza se forja a sí misma, una naturalización del espíritu que, más tarde, Nietzche intentará incorporar en Zaratustra, el profesor del eterno retorno, quien vive desde el torbellino natural como primer individuo de una nueva humanidad. Y no debemos olvidar que en el Ensayo de Emerson que mencionamos, también aparece Empédocles como arquetipo del poeta.

Como ya observamos, en el arte de engendrar la personalidad y la psicología trágica, subyace una persecución anhelante de la genialidad, la que siempre empuja a esta «lírica» del hombre superior, pues, en este canto dramático, hay una suerte de mántica o invocación del espíritu selectivo de la naturaleza. Con Empédocles y Heriberto, vemos dos modelos de esta invocación, pues, fuera de narrar el nacimiento del reformador cultural y de expresar la síntesis del hombre trágico, hay la manifestación como el llamado a que el propio Nietzsche encarne esa genialidad, por sobre los héroes a que alude, en una rivalidad engendradora que será determinante. Como ya dijimos, la lucha entre individuos superiores, eclipsará las ideas de Emerson y su importancia, debido a que, en los setenta, la figura de Wagner como ejemplo vivo de las ideas de Schopenhauer, absorberá todos los propósitos investigativos del periodo, aunque, detrás de estas rivalidades, como veremos, siempre se hará presente el sabio de Concord.
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