Literatura Cronopio

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5) Nuestro No top cinco lo abrí con mi primera ida al baño. Tenía que evacuar varias cervezas y no pude. Por falta de espacio o como una broma, Margarita había puesto a la Fembra Placere en la ducha, de pie y a la expectativa, como si estuviera esperando que su amante de turno le pasara la toalla. El realismo de la muñeca y su pose anticipadora, obviamente, me causaron una erección. Intenté revertirla racionalmente, recordando el origen científico de la muñeca: la fisonomía de la Fembra Placere fue el resultado de promediar las medidas de una muestra representativa de maniquíes femeninos exhibidos en las tiendas de Medellín. El intento funcionó por un instante, pero no bien se dibujaron en mi mente las fotos de la apertura del diorama, la erección se tornó irreversible: con las medidas promedio de los maniquíes en el bolsillo, Margarita buscó a la prepago que más se acercara a esos promedios aritméticos, y luego la contrató para que cortara la cinta y posara desnuda en el diorama. La muñeca era igual a la prepago, las mismas botas y el mismo antifaz, el antifaz estaba adornado con plumas de pavo real cuajadas de mirellas y escarcha, plumas de pavo real que, ante la menor brisa, se agitaban y daban visos de luz que salpicaban el rostro y el torso de la Fembra, el efecto era más real que el sfumato de la sonrisa de La Mona Lisa. Tenía vida y, a diferencia de La Gioconda, ningún aire marimacho.
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4) En el cuarto puesto, mi novia ubicó las shinny pantyhose o medias veladas súper brillantes de Margarita: eran el paracaídas de emergencia de su minifalda plisada. El color de fondo no lo pudimos definir, pero despedían rayos y centellas desde un mismo foco, como si fueran las lámparas de plasma patentadas por Tesla. El foco encandilaba inmediatamente y estaba a la altura de las rodillas de Margarita. Mi novia dijo que esas medias habían sido más que una mala decisión, y que las determinaciones de ese orden solo pueden ser tomadas si el miedo susurra al oído. ¿El miedo susurra al oído? Yo le pegué un almohadazo por ese remate de frase tan anti Philip Marlowe, pero mi novia agregó que, más allá de la forma, el fondo que encerraba esa línea era cierto, que a Margarita, literalmente, le tiemblan las piernas a la hora de sacar a la luz sus rodillas. ¿Algún miedo infantil? Mi novia respondió que no sabía, pero que seguro era más reciente, y apostó todas sus fichas a una hipótesis: las profundas estrías que surcan las rodillas de Margarita, son el reflejo de su independencia, de los vaivenes posteriores a su emancipación precoz. Yo no puse en duda sus conjeturas, pero mi novia interpretó mi silencio como que sí, y entonces añadió: así somos las mujeres, racionalizamos nuestras desventuras en una piyamada y luego las convertimos en una montaña rusa de grasa corporal: engordar y adelgazar, engordar y adelgazar. Entre más frecuente sea esa montaña rusa, más profundas las estrías. Me tomé unos largos segundos de abogado del diablo para masticar esa respuesta, y, acto seguido, repliqué: ¿Acaso las rodillas no son una de las partes del cuerpo humano con menos grasa? Sí, pero por poca que sea, no hay nada peor que la grasa localizada.
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2) La elección del dos por parte de mi novia siempre ha tenido un elemento invariable, me involucra a mí cometiendo un desliz que ella denomina blooper mental. Sobredimensionaste el proyecto de ese enano. El enano no era tan bajito, pero sentado parecía mucho más alto y esa ilusión no le cae bien al paladar de las mujeres que, como mi novia, los prefieren larguiruchos. Además, El enano había cometido un error imperdonable, la conversación de la fiesta desembocó en Breaking Bad y él reveló información de los últimos capítulos. El enano hablaba muy rápido y mi novia no tuvo tiempo de usar su maniobra anti-spoiler: taparse sus orejotas con las manos y gritar NO. Dices que lo sobredimensioné porque El enano te dañó el final de Breaking Bad, pero a mí no me gusta esa serie y por eso mi apreciación del proyecto del Enano es mucho menos sesgada que la tuya. El proyecto del Enano nació en un taller de introducción a la escultura, taller que afrontó a su estilo: la prioridad de sus energías se la llevaba la microempresa de bolsas plásticas que tenía con su mamá, y su carrera de artes seguiría sometida a la ley del mínimo esfuerzo. Entonces tomó una roca mediana y una pulidora eléctrica y decidió tallar un huevo prehistórico. La roca no quiso tomar la forma oblonga del huevo y El enano se dio unos días para saldar un dilema, o se le ocurría un plan b o cancelaba el taller de introducción a la escultura. Una entrevista a Lars von Trier inspiró su plan b, específicamente, una frase normativa y una obra inacabada de ese cineasta aerofóbico. La frase normativa: Una película debe ser como una piedra en el zapato. La obra inacabada: Dimension, una película que debía dramatizar la forma oblonga del huevo, y ser, por lo tanto, muchísimo más larga que ancha. Por eso, bajo la condición sine qua non de que cada año se filmarían solamente tres minutos, comenzó a rodarse en 1991 y debía finiquitarse en 2024. Sin embargo, Lars von Trier dejó las cosas en puntos suspensivos a finales de los noventas. Puntos suspensivos que retomó El enano en el garaje de su casa: ubicó una cámara en un trípode y la dejó filmar el cambio de estado del frustrado huevo prehistórico, de roca a polvo, a manos de una pulidora Black and Decker, él y la pulidora contra el malogrado huevo paleolítico. El enano aseguró en la fiesta que tiene un archivo de más de mil horas de esa filmación, filmación que antes de alcanzar las cien se transfiguró en odisea.

La odisea del Enano: no sé qué fue primero, si el dolor de cabeza o el de oído o el tic matutino de abrir la boca para descargar los músculos de la mandíbula, pero El enano asumió que todo hacía parte del mismo paquete, la falta de sexo. Nada mejor para el miedo a la castidad que el sexo con una pareja estable, así que El enano buscó una novia y la encontró, una emberá a la que llamaba de cariño Diez mil. Diez mil estudiaba idiomas y fue su oído entrenado en la selva el que tradujo el problema del Enano, bastaron dos o tres veces de amanecer juntos para que ella no pegara el ojo por culpa del bruxismo de su novio. ¿Bruxismo? Mi novia dijo que ahí, en mi excesiva pasión por ese hábito involuntario de la mandíbula, reside mi exagerada valoración del proyecto del Enano.

Paréntesis: Mi novia no entiende mi amor por las genealogías, ella no concibe que el bruxismo sea un mal tan remoto como el Teorema de Pitágoras, y eso que le mostré el vocablo que usaban en la Antigua Grecia para identificarlo: βρυχω. Lo más interesante, le dije, es que además de significar «rechinar de dientes», los griegos también lo usaban en el sentido de «morder o devorar», lo que indica que para ellos el bruxismo no era lo que es para nosotros, esto es, un hábito para-funcional ajeno a la masticación. Y si era tan común, ¿por qué no es pan de cada día en la Ilíada y la Odisea? Lisa y llanamente, porque ambas son epopeyas diurnas. Pero te imaginas, por ejemplo, las noches de Odiseo, ponte en sus zapatos: años y años intentando retornar a Ítaca, donde su asediada cónyuge y su hijo sin figura paterna, tras una década de enfrentamientos con bestias mitológicas y humanas, años y años jodiéndole la vida dioses y semidioses y cuanta rata bajaba del Olimpo, ¿te imaginas cómo rechinarían sus dientes en aquellas noches que tenía la suerte de no pasarlas en vela? Seguramente su dentadura, la del arquetipo del engaño, era peor que la de un devoto al crystal meth. Claro, mucho peor, por eso ese vocablo conjugado en voz pasiva era sinónimo de consumirse.

El enano, al igual que Odiseo, se estaba consumiendo. Como el sexo estable no fue la solución, y todo acto creativo es una caminata vertical de ida y vuelta, El enano le atribuyó la aparición del bruxismo a su enfrentamiento con la roca. Diez mil le dijo que a lo mejor había creado un tótem y ahora lo estaba profanando. Esa transgresión sugerida por Diez mil, El enano la tomó como un símbolo de expansión, ahora él hacía parte de la intervención al frustrado huevo prehistórico y su nueva pregunta del millón era: ¿qué se hará polvo primero, la roca o mis dientes? Así que en las noches trasladó la cámara a su cuarto en aras de captar sus momentos de bruxismo. Mi novia consideró que solo a partir del contraste de ambas filmaciones, la del Enano y su pulidora contra la roca, y la de la metafísica de la roca contra los dientes del Enano, se podría establecer a ciencia cierta si el bruxismo del mini héroe de la película era culpa o no de la roca que se niega a desaparecer. ¿Cómo? Ella es experta en variables relacionadas y escupió un argumento tan matemático que ni siquiera la pluma de Shakespeare sería capaz de reproducirlo por escrito. En cualquier caso, fue un diagnóstico diametralmente opuesto al mío: lo que está consumiendo al Enano es la peor angustia que puede padecer un creador, la de enfrentarse a una obra de arte jabonosa, escurridiza, grasienta, que le saca el culo a la última pincelada en favor de la etiqueta cuya sombra es el olvido, esto es, arte inconcluso o inacabado. Mi novia se cagó de la risa con esas palabras, risa que significaba muchas cosas, por ejemplo, que el proyecto del Enano no era arte. ¿No? ¿Acaso no viste sus dientes? Sí, parecían granos de maíz podridos, habría que hacerles control biológico. ¿Hasta dónde crees que llevará las cosas? Mientras yo imaginaba un final trágico para Diez mil y su yo colectivo, mi novia dijo que El enano se creía Humpty Dumpty.
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3) y 1) ¿Sabes? El tres tiene que ser el novio de turno de Margarita. Ese tipo no habla. Solo habló una vez en toda la fiesta y fue para decir cualquier cosa. ¿Habló? ¿Qué dijo? Dio a entender que entre más Lo-fi es la música Lo-fi, mejor. Pobre. ¿Ves? Por eso, cuando me mostraste esa foto del Instagram de Margarita, te dije que él tenía un aire de cachorro maltratado. La vi y sentí un pinchazo en la cabeza, uno de esos que calientan súbitamente la parte posterior del cráneo. ¿De esos que te hacen ver estrellitas? No, estrellitas no, letras. Esa es la sinestesia de los que vivimos para escribir, trocar dolor por letras. ¿Y qué decían las letras? Díganle al novio de turno de Margarita que ella es un hogar de paso, no uno definitivo. Mi novia hizo magia en su celular y me volvió a mostrar la foto. ¿Ves? Ella tiene todo el poder en esa relación vertical, ama transitoria y cachorro maltratado looking for hogar definitivo. ¿Lo dices porque la mano de Margarita es la que toma la selfie? ¿Selfie? ¿Es una selfie? Yo no lo podía creer, pero mi novia dijo que sí, que ahora la gente estira los brazos más de la cuenta con tal de alcanzar la selfie de sus sueños. De alargarse un tiempo más esa tendencia, evolucionaremos hasta nuestro manantial simiesco, y tendremos los brazos más largos que las patas. Qué desproporción. Entonces el Hombre de Vitruvio pasaría a ser el Selfie Man. A lo mejor la pinta de Margarita en esa foto es un presagio de esa evolución. ¿Sí? ¿Cómo se llama ese estilo? Mi novia buscó en Pinterest para asegurar su consabida respuesta: retrofuturismo.

¿Viste que El cachorro maltratado solo puso una canción en toda la noche? No, pero sí que tú fuiste el idiota que más alimentó el playlist de la fiesta. Ahí, como si escuchara una canción en otra frecuencia, en AutismoRadio.com acaso, hice una pausa mental para leer el mensaje subliminal de la observación de mi novia. Lo leí y repliqué: claro, es algo inexorable, todo escritor en primera persona puede llegar a ser un gran disc jockey amateur. Ella entendió el sentido de mi réplica, tanto, que la obvió y retomó la pregunta: a nadie se le va a olvidar la canción que puso El cachorro maltratado. A nadie, fue peor que una patada voladora, roja directa y veinte fechas de sanción. Pero él alegaría que lo provocaron sin piedad. La provocación fue a la hora de abrir los regalos. Hicimos un círculo en torno a Margarita, ella abrió los regalos y luego los regalos recorrieron el círculo. No sé qué clase de ritual era, pero todo salió a la luz cuando el regalo de la invitada ausente fue abierto. La invitada ausente era Diez mil, que no asistió porque en su cultura los cumpleaños son malditos, pues no pertenecen a la mundología del tiempo circular. Por eso el regalo no aludía al cumpleaños de Margarita, sino a la rosa de los vientos: un Euro envuelto en un papel aguamarina. Según El enano, era un papel propio de los Emberá, y estaba doblado siguiendo los patrones de la pintura corporal que usó Diez mil cuando alcanzó su estado de embriaguez, en la ceremonia de su primera borrachera permitida socialmente. En cada pliegue del papel había un mensaje, en distintos idiomas, mi novia, por ejemplo, identificó el alemán y su versión jadeada, el holandés. Eran mensajes de buenos deseos, dispersos parecían rosados, pero juntos formaban una especie de leyenda negra. El biólogo metió la cucharada y dijo que en la cultura rastafari ese tipo de regalos son como máscaras articuladas a lo largo de tres acciones: ocultarse, asustar a los malos espíritus, y perseguir el faro de identidad. El biólogo le preguntó al Enano si en la cultura emberá, al igual que en la rastafari, eso se lo daban a los viajeros próximos a partir. El enano no tuvo ni puta idea, pero a esa altura ya todos habíamos advertido que Margarita nos había convocado para algo más que su cumpleaños, era cumpleaños y despedida. Para los envidiosos, dijo Margarita, me gané una beca. Una beca de residencia en Alemania, de un año prorrogable a dos, para darle una perspectiva desde el viejo mundo a la Fembra Placere. La noticia le cayó como un piano de cola al cachorro maltratado, que respondió provocación con provocación. Fue al baño, y una vez afuera, se coló en el playlist, en la fila de canciones de la fiesta. Terminó de sonar la que estaba en curso y luego vino la única canción que puso El cachorro maltratado en toda la noche. Mi novia dijo que, para cometer una estupidez como esas en un contexto tan rojo, seguramente El cachorro maltratado potenció su decepción con una droga muy egocéntrica. Tuvo que haber sido muy egocéntrica para dejar atrás el humo colectivo de la mariguana que había circulado toda la noche por el apartaestudio de Margarita. El cachorro maltratado matizó la violencia de la canción con un baile absurdo, se quitó los zapatos y bailó como lo haría un Kafka despechado, el Kafka que, a puños y patadas, destrozó una puerta del más allá al conocer la traición de su mejor amigo y confidente: ya sabes, hacer pública su obra inacabada en lugar de reducirla a cenizas. Y de las cenizas que no fueron, emergió la kafkología, la sombra más grande que tiene la obra de Kafka.
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¡Bah! ¿Qué, la canción que puso El cachorro maltratado? Eso y que alguien meta la mano en tus manuscritos. Además, justo después de pasar el trago amargo de esa canción de mierda, se perdió el destapador. Aunque hubiera sido otra treta del cachorro maltratado, eso fue lo que más me gustó de la fiesta, las mil y una formas que tiene la gente para destapar una botella de Pilsen. Con un cuchillo mantequillero, en una puerta, contra el poyo… La mía me la destapó El enano con sus dientes malditos y, la verdad, me dio mucho asco, por eso hice con esa cerveza lo que mejor sé hacer, cambiar algo soterradamente, la cambié por la de mi novia. No sé si ese cambio soterrado, como si fuera el efecto de una mariposa nocturna, provocó cambios manifiestos, pero El cachorro maltratado volvió a la fiesta y lo hizo con las manos cargadas de regalos. Primero entró con una caja grande y luego con otra mucho más pequeña. ¿Dónde tenía eso? Mi novia dijo que, probablemente, dos apartamentos a la izquierda, en el de una madre soltera a la que Margarita le facilitaba la clave de su Wi-Fi. Margarita abrió la caja grande y oh sorpresa, adentro había una bicicleta plegable. Para los que no sabían, ella contó que, días atrás, le habían robado su bicicleta. ¿Tú todavía crees ese cuento? A los artistas de Medellín nadie les roba, ni siquiera sus ideas. Yo los conozco bien, están cortados con el mismo bisturí, y cuando buscan desesperadamente un cambio, uno de sus rituales 4-change se cifra en liberar sus bicicletas. También las liberan cuando van a pasar a una droga más fuerte y dejan atrás el viaje Hoffman. Margarita abrió la caja pequeña y adentro había una torta de cumpleaños. Mi novia, una experta en postres que cree que el agua con azúcar es un postre, lanzó un NO de NO puede ser. Era una torta de Cascabel, la famosísima marca bogotana, y venía en empaque de lujo, diseñado, si no estoy mal, por Olga Cuellar. La desempacaron y de inmediato pusieron las veinticuatro velitas, las encendieron y, mientras cantábamos el Happy Birthday, Margarita, literalmente, estalló en lágrimas como si fuera una plañidera. Le deseamos que los cumpliera hasta el año tres mil y nada, le insistimos que apagara las velitas y pidiera un deseo y nada, la abrazamos entrañablemente y nada, seguía llorando a lágrima viva. Como no paró de llorar, nos tuvimos que ir. Mi novia y yo todavía nos seguimos preguntando si serían solamente lágrimas de cocodrilo, lágrimas de cocodrilo para no compartir la torta de Cascabel. Si no, las fuentes de aquel llanto interminable serían tan diversas que no valdría la pena verificarlas. Todos los invitados bajamos en el mismo ascensor y en silencio. Una vez abajo, mi novia preguntó: ¿alguien más va hacía el occidente? Compartimos el taxi con una chica con la que no habíamos cruzado palabras en la fiesta, y con razón, ella estuvo más pendiente del WhatsApp que del cumpleaños. Solo dejaba su celular a un lado para darle unas cuantas caladas al cigarrillo de todos, unas cuantas es un decir rítmico para muchas, muchas como la típica niña malcriada que quiere adueñarse de la pizza tamaño familiar. WhatsApp y mariguana, WhatsApp y mariguana, el ADN simple de una nueva generación, nueva generación cuyo destino está en sus manos, y sus manos a merced del síndrome del túnel carpiano, por eso su consumo de mariguana es justificado y medicinal. La típica niña malcriada dijo que estudiaba dos carreras al tiempo, diseño gráfico en la UPB y artes plásticas en la U. de A., y que su hermano había sido el diseñador industrial que materializó el diorama de Margarita. Después de esa tarjeta de presentación, y antes de que yo intentara hacerme el interesante, mi novia puso sobre la mesa su mejor carta para sacarme de las conversaciones con mujeres más jóvenes que ella, esto es, hablar de ropa y accesorios femeninos. Como Dios, es un tema inabarcable y omnipresente, que va desde la modista del barrio hasta la esclavización de costureras en nombre de la aldea global, y yo no soy un hombre de fe. Entonces dejé de mirar a mis interlocutoras por el retrovisor y me dispuse a gastar saliva con el taxista de turno. Me gusta atemorizar a los taxistas de Medellín, jugar con su imaginario a la defensiva respecto a los vericuetos de esa ciudad. Y cuando el rumbo es Laureles, atemorizarlos es cosa de niños, basta con aludir a las leyendas urbanas de ese barrio doblemente circular —a caballo entre uróboros y lemniscata—, como aquella de los taxistas neófitos que ruedan y ruedan en círculos sin encontrar una referencia que los guie hasta el destino del pasajero. Dicen que ambos, tanto el taxista como el pasajero, entran en pánico mucho antes de que se acabe la gasolina, y que las consecuencias en ese lapso, entre el miedo extremo y el medidor apuntando a lo más rojo, van desde riñas hasta…
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Le pregunté al taxista de turno: ¿Cuánto por una carrera entre San Juan con la 74 y la iglesia de Santa Teresita? La mínima. ¿Pagando la mínima, es posible ir entre uno y otro punto sin pasar por ninguno de los dos parques de Laureles? El taxista de turno hizo una larga pausa, tan kilométrica que se podría traducir en cualquier cosa: lo estoy pensando, te estoy haciendo creer que lo estoy pensando, te voy a hacer creer que lo estoy pensando hasta que olvides que me disparaste esa pregunta a quemarropa. La larga pausa fue suficiente para mí, y así retorné, en calidad de oyente, a la conversación entre mi novia y La típica niña malcriada. Estaban hablando de la apertura inminente de una tienda Forever 21 en Medellín, específicamente, armando un portafolio de estrategias para estar de primeras en la fila a la hora de la inauguración. La estrategia probable, acampar a las afueras del centro comercial Santa Fe, en una carpa de diez puestos. ¿Cómo definirían los ocho cupos restantes? Mientras hacían la lista de ocho, el taxista de turno las interrumpió en aras de recibir indicaciones de La típica niña malcriada. Ella lo guio como pudo y le dijo que parara frente a un edificio de ladrillos bermejos con nombre de mujer. Se bajó y yo me pasé del puesto delantero para el de atrás. No bien nos pusimos en marcha, le pregunté a mi novia: ¿Cuánto aportó La típica niña malcriada? Nada. ¿Nada? Como en una coreografía de no lo puedo creer, mi novia y yo giramos al unísono hacia la entrada de aquel edificio rubicundo y alcanzamos a ver que La típica niña malcriada no había entrado. Es más, estaba deshaciendo sus pasos con aire de desorientación. ¿Se habrá perdido? ¿Tú sabes cuántos edificios de ladrillos bermejos con nombre de mujer hay en Laureles? Muchísimos, tres por cada cien ricos que quisiera ver caídos en desgracia. ¿A qué hora habrá encontrado el correcto? A lo mejor no fue capaz, entró en pánico, y ya la declararon desaparecida. De perdido a desaparecido hay un paso y todo el que se adentra en Laureles está a dos pasos de desaparecer. Ese sí que sería un número uno de nuestro No top cinco. Sí, incluso puedo ver esa ironía en un titular de periódico: «Artista desaparecida en Laureles». ¿Ironía? Mi novia no sabía que Pedro Nel Gómez fue la mente maestra detrás del diseño de Laureles, que lo trazó así, en forma de laberinto moderno, por venganza, años después de que lo censuraran los godos por mezclar arte y política en sus murales. Ella creyó que eso era mierda mía y buscó pruebas en su celular. ¿Viste? Dos almohadazos por incrédula. ¿Sabes? Si declararan desaparecida a La típica niña malcriada, yo sería el primer sospechoso. ¿Por? Por el regalo que le di a Margarita, el título de ese libro me señalaría directamente a la cara. Es verdad. Y si el fiscal de turno no pudiera demostrar una relación de causalidad entre la desaparición y el título del libro, igual Margarita te declararía culpable. ¿Sí? Y de castigo te desterraría de su ser para siempre. ¿Cómo? No sé, pero yo me tatuaría una mándala y te encarcelaría en la cuadratura de uno de sus círculos, yo sería el círculo. Yo sabía qué era una mándala porque mi novia aún las colorea para tranquilizarse, pero no tenía ni sombra de idea sobre la cuadratura de un círculo, y ya que mi novia siempre ha tenido problemas haciendo metáforas con la geometría euclidiana, le pedí su celular y busqué en Google. Efectivamente, estaba equivocada. Mira, si quisieras desterrarme para siempre de tu ser, tendrías que encerrarme, no en la cuadratura del círculo, sino en la diferencia entre ésta y el círculo. Además, aquí dice que no es posible calcular la cuadratura de un círculo, abro comillas: es una imposibilidad matemática que, según Dante, ni siquiera la alta fantasía del poeta puede resolver. Ah, y tampoco es posible dibujarla con regla y compás, todos los grandes matemáticos de la historia, fríos y calculadores como ellos mismos, han sucumbido ante esa quimera en negro sobre blanco. Luego, ¿cómo te tatuarían la cuadratura de un círculo? Silencio. Repito, ¿cómo putas te tatuarían la cuadratura de un círculo?
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* Juan Fernando Ramírez Arango es Economista de la Universidad Nacional de Colombia. Estudiante de Filología Hispánica de la Universidad de Antioquia. Escritor Underground. Finalista del Primer concurso Internacional de Relato Urbano de la Revista Yambria (Barcelona, 2006). Mención de honor en el III Certamen Literario de Cuento Corto y Narrativa Breve de Editorial Rome (Buenos Aires, 2006). Ganador de la primera convocatoria de «Escritura Pública: la ciudad que no vemos», concurso de CANAL U para las crónicas de ciudad y otras miradas de la urbe (Medellín 2007), crónica hecha video-arte por el mismo CANAL U. Finalista del primer concurso de Fútbol en Palabras de la ciudad de Medellín (Alcaldía de Medellín, 2008). Finalista del II Premio Nacional de Cuento La Cueva (Barranquilla, 2012). Ganador del concurso de cuento Afro en Palabras (Alcaldía de Medellín, 2011). Ganador Premios Emisión en la categoría Mejor Relato (Universidad de Antioquia, 2011). Ganador del XXIV Concurso Nacional de Cuento Corto y Poesía Universidad Externado de Colombia (Bogotá, 2011). Ha publicado en la Revista La Otra (México, 2011), en el suplemento dominical Las Artes del Diario del Otún (Pereira, 2012), en la Revista Cronopio (Medellín, 2012), en la Revista Odradek (Medellín, 2012), en la Revista Ergoletrías (Ibagué, 2013), en la Revista Visaje (Cali, 2013), etc., y en un puñado de antologías.

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