Literatura Cronopio

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La tela de la arana

LA TELA DE ARAÑA

Por Haydée Zayas*

Juan-Cruz Santana Rodríguez se sentó en la silla del balcón, de frente al barranco, decidido a no tomar agua ni a comer hasta morirse.

La noche le cayó encima a paso lento, la mañana lo encontró cubierto de neblina y con rocío en las pestañas. Los vecinos pensaron que se había acostado tarde y levantado temprano. Al segundo día les pareció raro que no se hubiera cambiado de ropa. Al tercero, notaron el salto al vacío que dio una araña audaz desde el alero de la casita de madera hasta su cabeza. Cuando conocieron sus intenciones, corrieron a llamar al nieto, que era médico. Llegó con las botas plásticas para poder patinar en el fango rojizo, su maletín y una bolsa de suero. No hubo manera de convencer a Juan-Cruz de que se fuera a la cama. El nieto colgó la bolsa de líquido amarillento de un clavo que alguna vez cargó un crucifijo. Hurgó hasta que le encontró una vena reseca por el desánimo y se acomodó en un banquito medio cojo a esperar a que terminara el gotereo con el que se proponía alargarle la vida.

—Abuelo puse el suero para que le baje rápido… — quiso animarlo.

—Tengo 102 años —respondió contundente.

—Pero abuelo… —le rogó sin mucha fuerza.

—Ya no puedo arar la tierra ni estar con mujeres. Pa’ qué vivir… —alegó firme— Este suero no es pa’ mí, es pa’ tu conciencia —sentenció mirando la loma que se alzaba a lo lejos.

Al despedirse, el nieto le dejó sobre el banquito un pedazo de pan con mantequilla, una taza de café soso y un gran vaso de agua.

La araña tejió sobre Juan-Cruz su mejor obra.

YEYA

—¡No puede ser, no puede ser! ¡Dios mío me lo han mata’o! ¡No puede ser! Si él no se metía con nadie.

Los gritos de Yeya rajaron la noche en antes y después, y ya nadie pudo dormir en el barrio. Vieron salir el sol tratando de que Yeya se tomara un té de naranjo con un poquito de leche de cabra. A eso de las 5:30 cayó un aguacero silencioso, mientras salía el sol. En Salinas, ¡un pueblo tan seco!, una bruja se debía estar casando.
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El buen humor de Yeya, su chispa y su jovialidad estaban adormecidos. Por eso, cuando su nuera llegó a dejarle el bebé de quince meses de nacido, porque sin el sustento de Papo ella no lo podía tener, Yeya no dijo ni sí ni no, solo extendió los brazos como una autómata. A principio no sabía interpretar su llanto, porque no podía parar el de ella, pero el pobre nene no tenía la culpa; así aprendió a reír de día mientras cuidaba el nene y a llorar de noche mientras sobaba a la gata.

—Mami, por favor, es unos meses nada más, en lo que encuentro trabajo. Rapidito los voy a mandar a buscar. Aquí la cosa está mala. No hay trabajo ni seguridá’ —imploraba Luly. Entretanto, los nenes brincaban en los muebles, pateaban a la gata y asaltaban la nevera, y Luly no les llamaba la atención. Siempre era así.

—¡En este país lo más que hay es trabajo! Que no paguen por ver novelas es otra cosa —le gritó Yeya.

—¡Ay Mami! Ya no empieces. ¿Qué culpa tengo yo de que ASUME no encuentre a los pai de los nenes? Pues, si el Departamento de la Familia no los encuentra, que nos mantengan a toitos —con ese argumento se hundió, más que defenderse.

—¡Pero mírame! Tengo 63 años y un bebé que apenas va a cumplir los dos. Yo no puedo quedarme con tres muchachos más. Además, tú los has cria’o salvajes. Yo no tengo energías pa’ bregar con ellos. ¿Y cómo los voy a mantener? ¡Si todavía no recibo el seguro social y la pensión de tu pai, que en paz descanse, apenas da pa’ comer, pagar el agua y la luz! —se defendió Yeya.

—¡Si dejaras de mantener a la gata! —reclamó Luly, y al ver la cara de ira de su mamá, intentó arreglarlo rápidamente.

—Pero yo te voy a mandar chavos. Yo sé que voy a conseguir trabajo. Yo he cambia’o, voy a trabajar, a buscar un apartamento y a llevarme los nenes. Yo quiero que aprendan inglé’, allá afuera la vida es otra cosa…

—¡Cómo quisiera creerte! —argumentó Yeya, cada vez con menos fuerzas.

Cuando salió del marasmo de la discusión con la hija, tenía tres camitas en el cuarto de las costuras, la cuna del bebé al lado de su cama, el plato de comida de la gata estaba en el patio y una compra de espaguetis de lata desparramada encima de la mesa del comedor. Lo último que vio de Luly fue sus uñas de acrílico de pulgada y media cubiertas de atardeceres y palmeras, diciéndole adiós a ella y tirándole besos a los nenes.

Sí cumplió en mandarle algo de dinero cuando fue a comenzar la escuela, pero después…
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La gritería mañanera se convirtió en parte de los ruidos normales de la casa. Uno, que le dolía la barriga, otro, que había tenido pesadillas, el tercero que amaneció con diarreas, el bebé, que lo despertaron asustado; y ninguno que quería ir a la escuela. Resultaba un misterio de dónde Yeya sacaba energías, pero como fuera, los montaba en su carro, por la puerta izquierda, porque la derecha no abría, los soltaba en el portón y ni sabía si tomaban las clases. Más de una vez, mandó a alguno con la camisa al revés. Lo más difícil era cuando la llamaba la Directora porque sus nietos habían empezado una pelea. Si era malo pasar vergüenzas, peor era hacerlo después de vieja.

La lucha diaria era tal, que no dormía, se desmayaba. El dolor por la muerte de su hijo y la rabia con su hija seguían intactos, pero ya no lloraba. Esa energía la necesitaría más adelante. Jamás se enteró cuándo la gata desertó; de vez en cuando la veía buscando comida en la basura de algún vecino y recordaba con desolación que una vez fue su compañía. Sí alcanzaba a pensar antes de pasar a la inconciencia: «Dios mío, ¿qué será de estos nenes si mañana amanezco muerta?»

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* Haydée Zayas Ramos (Puerto Rico) es escritora, promotora de lectura y conferenciante. Fundadora de la organización Vivo del Cuento, cuyo fin ulterior es empoderar a las personas de su proceso de lectura. Autora del libro Cómo vivir del cuento, donde explica su filosofía de qué es «vivir del cuento» y comparte con el lector su proceso para definir «cuál es su cuento y cómo vivir de él». Además, tiene publicada una novela juvenil, un poemario infantil y siete libros de cuentos; cuatro para adultos y tres para niños y niñas. Ha colaborado con la Universidad de Chicago con tres libros de cuentos para su programa de lectura STEP.

Creó y condujo el programa radial Vivo del Cuento (2014), donde promovía a la lectura y compartía el espacio con escritores, artistas y emprendedores para conversar en vivo sobre sus proyectos o propuestas. También condujo el segmento ¡¿Así es que se dice?! dentro del programa Mi Gente del Canal 13 (PR, 2014) donde aclaraba dudas sobre el español, presentaba notas curiosas y sugería lecturas.

Ha realizado conferencias y actividades de promoción a la lectura desde 2003 en Estados Unidos, Bahamas y en Puerto Rico. Publicó cuentos, artículos y poesía (infantil 7-14 años) por cinco años en la Revista IGUANA, Estados Unidos. También publicó cuentos en el periódico cultural Echando Lápiz, Colombia y cuentos y artículos en periódicos digitales e impresos en Puerto Rico.

Completó un bachillerato en Psicología en la Universidad InterAmericana (PR). Tomó cursos de literatura en la Fundación José Ortega y Gassett (Toledo, España). Hizo una maestría en Administración Pública en la Universidad de Puerto Rico y tomó cinco años de talleres de escritura creativa en el sistema Miami Dade College (Florida, EU). Está certificada como Promotora de Lectura por la Fundación Santa María. Posee capacitación y años de experiencia en Educación Alternativa. Habla fluido inglés, portugués y español.

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