Invitada Cronopio

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El perfume de la ebriedad

EL PERFUME DE LA EBRIEDAD

Por Karim Quiroga*

Ha llegado hasta acá para ocultarse. La respiración acelerada. El pulso a ritmo dramático. Cierra los ojos. El amor se presenta en su último capítulo. La despedida. El eterno tormento del adiós. Nadie dijo te amo. Nadie habló de futuro. Y el presente acaba de pasar. Los recuerdos se revuelven. Imágenes superpuestas, unas sobre otras, en desorden estomacal. Va al retrete. Lleva dos meses con vómito y delirio infantil. Sospecha que la persigue. Pero no suena el teléfono ni tiene nuevos mensajes en la bandeja de entrada. Ningún signo. Ninguna voz que cuestione o pregunte. Ningún encuentro real o ficticio. El amor fue un pasatiempo genuino y una oportunidad para imaginar que era posible crear otro vínculo humano. Se entrega. Ofrece. Permite que le atienda. Que haga los oficios domésticos mientras ve la televisión. ¿Quieres té o café?, pregunta el amante formal. Café, please. Pero olvida que se trata de una comedia. Una pieza teatral dividida en tres actos. Se baja el telón y el público vitorea. Jubiloso. Adentro los personajes se besan o se muerden. Van a matarse. Van a terminar con un registro de sus huellas en la estación policial. Él la golpea. Ella lo insulta. Le grita. Le escupe. Está listo para lanzar otro golpe pero se detiene en el último instante. Es incapaz. Aunque se muere de ganas. La mujer se abalanza sobre él. Y lo besa. Desesperada. Humillada. Los ojos hinchados y la boca ensangrentada. Piensa que es amor. Que es su destino. No es maltrato. Es una forma violenta de acariciar. Podría hacerlo lenta o suavemente y no dolería. Su amante se desconoce a sí mismo.

No entiende qué le sucede. No es consciente de sus acciones pero tiene pesadillas y se retuerce de la culpa. Al otro día, se ocupa de ofrecer y de brindar. Hará la comida. Lavará los platos. Pasará el trapeador. Cambiará las sábanas mientras la mujer se refugia en el sofá. No hay mejor espacio para esconder la desolación y ocultar las lágrimas. Mira televisión o se hace la dormida. En algún momento alguien tendrá que ofrecer disculpas. Y será él. De rodillas. Un gigante arrepentido. Ella le perdonará. Le dirá que debe cambiar. Qué está cansada. Que deben detenerse. Volver a ser los mismos. Le ofrece calor en el campo donde ella domina. Aunque sea él quien penetra. O subyuga. La acecha con su fuerza avasalladora en una erección. La venera como a una diosa. Ella debe abrigar. Acariciar. Lamerle sus heridas. Ha sobrevivido a muchas batallas y la mujer debe consolarle y guardar reserva. Nada de preguntas a mansalva ni de quejas ni de lamentos. La provee de lo necesario; viajes al centro comercial e interminables horas de sexo. La viste con ropa ajustada para despertar la admiración y la envidia de sus amigos. Su mejor adquisición. Una prenda de garantía para la vejez. Una mujer joven. Inmigrante. Incapaz de regresar a su país y de contar su verdadera historia. Ella requiere la oportunidad de legalizar su estancia. A cambio, convive con un hombre que casi le dobla la edad. Lo busca, a tientas, a medianoche, y la piel se ofrece. Un hombre real que respira y jadea. Que va a la cocina por un vaso de agua. O tose y escupe.

Es demasiado para alguien que nunca compartió su vida con nadie. Tan solo un par de novios, por asalto, de vez en cuando. Visitas a la casa familiar y salidas a comer, interrumpidas, de entrada o salida de algún motel.

La diferencia radica en hacer el amor y no tener que abandonar o pagar por la habitación. El amante no tiene rastros de ingenuidad y sin embargo conserva la ternura. Es dedicado. Prolijo. No se detiene. Avanza. Sin pedir permiso. Y ella no tendrá que mediar palabra. Pedirá más. O sonreirá. O pensará que es una afortunada. Quizá nadie a esa hora del día o de la noche tiene la suerte de encontrarse con el registro minucioso de los afectos. Sin fronteras ni menoscabo. Ella se abre, se extiende, se explaya y por último enloquece. Pero en el transcurso ha sufrido una transformación. Olvida las angustias o las escenas de celos. Olvida los golpes y las heridas. Se entrega con minucia. Ofrece cada resquicio para que su amante lo absorba y lo acaricie. El hombre es un animal que sigue su instinto. El olor, la fuerza y la penetración. Suave o salvaje, allí controla sus movimientos y sus impulsos. Odia cualquier tipo de barreras. Físicas o mentales. La mujer se revuelve en su propio jugo hasta que la raíz que doblega sus fuerzas, se debilita. Cae, muere, en su último estertor.

La mujer es libre. Puede abandonar el lecho cuando lo requiera. Pero el deseo la ata y la debilita. Se resiste. Se inventa promesas. Hace juramentos en vano. Los quebranta. Y se siente culpable. Es digna de amor, pero no bajo cualquier circunstancia. Ansía un compromiso formal. Una petición de mano y un recurso factible de estabilidad. Pero le está saliendo caro el estimulo. Pierde concentración. Pierde el brillo de los ojos. Quiere salir corriendo. Tomar el próximo avión que la lleve de regreso. Pero es invierno. Odia el frío. No lo resiste. No irá a ninguna parte hasta la primavera. Verá la vida a través de la ventana de su casa durante un mes.

En ese lapso irá sopesando el vuelo o la intrepidez. Es posible que el afecto se deslice hasta la orilla de la cama. Ella se enrosca como un caracol y el réptil la arrastra bajo la sábana.

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Ni en sueños alcanza la libertad. Lo encuentra en cada calle. Ocupa sus pensamientos tanto como su conciencia. Y ahora mismo tiene un retraso menstrual. No va a ir a la farmacia. No va a hacerse ninguna prueba para comprobar o despejar la duda. Va a aguardar. Va a esperar hasta la próxima luna llena o el siguiente mes. Nunca ha pensado que la maternidad pueda ser una respuesta a una pregunta largamente formulada. No la acompaña la idea de una familia. El amante conviene para el compromiso y la apariencia. Aguanta, cada noche, como si contuviera la respiración bajo el agua. Sale a la superficie apaleada pero victoriosa. Y sonriente quizá. Pero un hijo lo cambiaría todo. El interés y la desproporción. La magnitud del escenario y la reciprocidad. La mujer necesita una respuesta. Tiene el tiempo en contra. Al borde de la ilegalidad. De la pérdida de la visa. De los papeles que requiere para establecer su espacio y propiedad horizontal. Entrega su cuerpo sin doblegarse ni tomar medidas de precaución a cambio de un recurso que quizá pueda salvarle la vida.

Pero comienza a aburrirse. Pasado el juego de la seducción y el registro minucioso de cada centímetro de piel, se encuentra con el abismo. No hay amor y las expectativas se desvanecen al amanecer.

El perfume de la ebriedad, de la agonía, un espectro que se mira frente al espejo a la salida del bar convertida en otra mujer. Una actuación suicida. Un ánima que ingresa al auto del conductor y viaja hasta llegar a la cama que compartirán hasta el desayuno. Tendrán sexo por dos horas hasta sumergirse en el sueño. Se trata de una relación que juega con posibilidades al azar. Ella debe regresar a su país. Y él necesita a una compañera para acostarse. Pero por el camino le ha lavado el cerebro. Le dice que la necesita. Que la ama y que la quiere para toda la vida. Y ella, convierte esa historia en su motor. Una letanía para las horas de soledad. El tiempo que transcurre mientras hace la compra. Va al mercado con la lista de ingredientes. Su amante va a cocinar. Se esfuerza por atenderla, este será el futuro que te espera a mi lado. Ella va a ciegas. No sabe qué día es y a veces olvida cómo se llama. Ya no existe. Su norte es la ingenuidad de mostrarse deseable. Escogida entre la multitud. Ha logrado enamorar a un extranjero y esa condición aportará puntos a su currículo. Su destino es promisorio. Un tapete rojo en el que recorre el sueño imposible y relámpago. El cuento de hadas. La conquista. El poder. La voluptuosidad.

No necesitará valerse de su talento si el amor la provee. Si él entrega todo el oropel. Irá a ciegas. Abierta a toda posibilidad o juego teatral. El recurso, la entelequia. Quiere tomar clases de flamenco.

Piensa inscribirse en un club y lleva una agenda para registrar cada uno de sus anhelos materiales y físicos. Ha visto un loft en la línea de la playa. Allí planea instalarse. Comprar un sofá. Pintar las paredes de blanco…

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Es de noche. Tiempo de regresar. Toma su bolsa y la aferra contra su cuerpo. Va de regreso a casa del amor. No ha comido nada durante el recorrido. No siente hambre. Ni sed. Su entrega es total y desmesurada. En casa, el lobo se deleita con otro espectro que ha conocido en el bar. Su oficio solícito de recoger especies callejeras. Les ofrece alimento. Y bebida. Ahora libra un combate a muerte de seducción. La nueva conquista también es latina. La joven pide prestado el excusado. Sabe lo que va a pasar y no advierte las pertenencias de otra fémina. Es arrastrada por el varón que muere por sexo y yacen juntos cuando llega el espectro que no tiene nada qué reclamar. Advierte la escena y devuelve sus pasos, atraviesa el breve lapso del corredor a punto de desplomarse. Va a la cocina. Bebe un vaso de agua que no pasa más allá de la garganta. Ha perdido. El botín disfruta en la habitación. La presa. La devoción. La solicitud al cielo y a las estrellas. El amante rico y prometedor. La lucha, la posibilidad de estancia y estabilidad. El paraíso terrenal convertido en una fábula de pesadilla. Quiere morirse.

Va a grabar ese dolor en cada una de sus arterias. Su futuro acaba de pasar frente a sus ojos. Las razones para instalarse. Para vivir en otro país. Ha transcurrido un instante que significa una eternidad.

Surge la solución como un remolino de su cabeza. Dos palabras mágicas, aparecidas de algún resquicio de sobrevivencia. Debe huir y en un segundo tiene claro su destino. Acaban de romperse las cadenas. Podría correr, arrojarse por la ventana, respirar. Saldrá caminando por la puerta. No fue ella quien engañó ni mintió. O sí, un poco. Pero ahora no importa. Su último oficio consiste en recoger los escombros y arrojarlos a la basura.

Regresará a su guarida en la habitación marginal. El barrio de inmigrantes situado en la periferia. Desde allí, alcanzará a vislumbrar el horizonte. El mar mediterráneo azul y magnífico. La historia de una serie documental para contar con desdén o persuadir a sus amigas. Le esperan unos días para descansar y reponerse. Ignora que lleva el destino en su vientre. Si estaba en busca de un signo, lo acaba de ver. La música. La literatura. La página en blanco y el sueño de escribir. La vocación y las artes. El lapso para el amor fue una tempestad.

Ella, como la medida de las consecuencias. No tendrá que hacer convenios de ingenuidad o mansedumbre. Ni trueques ni visitas domiciliarias. Irá a lo suyo. En búsqueda de sus propios intereses y necesidades. Deberá aclarar sus expectativas. Concentrarse en su propia grandeza. Encontrar el punto exacto. La libertad. Aun, desde el encierro en Alicante o las heridas morales de su país. Hará un registro de sus pertenencias con ojo avizor. Entonces su cuerpo ya no formará parte del mobiliario de un extranjero. Tendrá su territorio íntimo y sagrado. Voraz y pletórico. Tierno y azul.

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* Karim Quiroga. Colombia. Escritora y comunicadora social. Ganadora del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar por El Jinete Azul. Realizó estudios de políticas de integración de personas inmigrantes y mediación cultural en la Universidad de Alicante, España. Fue invitada por la Universidad Estatal de Nueva York- SUNY at Oswego, a la conferencia internacional «La violencia perversa de la mujer consigo misma», en el marco del mes de la mujer, 2013. Autora del Retrato de un amante holandés, publicado por Caza de Libros Editores, Colección Generación del Bicentenario y Libro Total. Actualmente desarrolla la adaptación de su novela al teatro.

Blog: https://monedadeoroediciones.blogspot.com.co/

Su audio-libro Retrato de un amante holandés se puede escuchar en el siguiente enlace:

https://www.ellibrototal.com/ltotal/gift.jsp?idLibro=5631&id_trad=5532&gi=26860&snd=1

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