Literatura Cronopio

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1990

Casting

CASTING

Por Diego Agudelo Gómez*

El video dura 4 minutos y 21 segundos. Yo me quedo mirándolo creyendo que puedo convertir esos 4 minutos y 21 segundos en un loop incesante, pero el tiempo pasa demasiado pronto y el video acaba. Entonces hago clic en el play de YouTube para volver a mirarlo y cada vez que se detiene la música hago lo mismo unas dos o tres veces. No lo hago siempre, solo algunas noches en las que empiezo a sentir tristeza física, una pesadumbre que asocio con la necesidad de ser tocado y para calmarla me dan ganas de mirarla bailando. Quizás no sea la mejor bailarina del grupo pero es la que más me gusta. Será porque le sienta tan bien el primer rift de guitarra que suena en el segundo 16 o porque en la vuelta que da en puntas de pie en el segundo 29 parece a punto de despegarse del suelo, liviana. O tal vez la despreocupada ferocidad de su aspecto es lo que tanto me atrae. Ferocidad en el sentido diabólico: tiene el cabello liso y muy largo, un cuerpo flexible que sobre el set de grabación puede mover con amenazante precisión y en los pocos segundos que su mirada se cruza con la cámara, se adivina en sus ojos una pirotecnia asesina con la que se fecundan mi deseo, mi curiosidad y mi pavor.

Una noche tuve que descargar el video porque cada vez era más difícil encontrarlo. Digité Blood Orange en el buscador y la canción que buscaba ya no estaba entre los primeros resultados. Un poco por jugar, quise ver qué tan abajo en la lista aparecía y llegué hasta la página 20, sin encontrarlo. Hubiera sido más fácil si por lo menos lo buscaba con su nombre aproximado pero mi memoria, que vive llena de lagunas, nunca me ha favorecido en esos casos y aunque mi nivel de inglés es aceptable, al principio no era capaz de recordar el título de la canción y entonces tenía que recurrir a otras estrategias. Por ejemplo, escribía el nombre del artista —Blood Orange— y en el mismo cajón de búsqueda el nombre de la directora —Gia Coppola—. De esa manera sí aparecía el video en el primer lugar de los resultados.
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El título de la canción es You’re not good enough. «No se me puede olvidar: You’re not good enough». Me lo repetía en silencio. No era tan difícil. El problema es que cuando se trata del inglés, las palabras fusionadas con apóstrofe me parecen más complicadas y palabras como enough son otra tara que tengo porque nunca puedo recordar bien si la h va antes o después de la g. Otras palabras con las que me pasa lo mismo son night, knight, nightmare y thought que es más difícil de aprender porque tiene dos haches y está conjugada en pasado. Otra razón por la que descargué el video fue porque con YouTube uno nunca sabe cuándo al usuario que lo subió le va a dar la gana de bajarlo o al artista de demandar sus derechos o en fin, puede pasar cualquier cosa con esos videos y es desesperante no poder escuchar una canción que comparte con uno el mismo tipo de sangre. En mi lista de favoritos tengo 1.375 videos agregados y una de las cosas que más detesto en el jodido universo es ir recorriéndola y encontrar videos eliminados, que ya no están disponibles o que no se pueden reproducir en mi paisito ubicado entre la línea del Ecuador y el Trópico de Cáncer. Descargué You’re not good enough porque no quería que nadie me quitara el placer de verla. No quería ver llegar el día en que lo borraran o que estuviera tan perdido entre otras versiones que fuera de verdad imposible encontrarlo. No me importaba si era incapaz de recordar cada vez el título del video —You’re not good enough—, ella no se me podía olvidar y si lograba adivinar cuál era su nombre, tampoco podía olvidarlo.

Blood Orange — «You’re Not Good Enough». Cortesía de Uotv. Pulsa para ver el video clip 

Parecía fácil saber cómo se llamaba la bailarina. En la coreografía de la canción participan ocho y al final del video, en los créditos, están los nombres de todas. La primera vez que se me ocurrió mirar los nombres de las bailarinas le puse pausa al video en el punto en el que deja de sonar la música, cuando las bailarinas detienen la coreografía y empiezan a felicitarse: minuto 3:21. La cámara cambia a un plano frontal del escenario y aparece un texto blanco. En ese momento detuve el video y lo miré en full screen para leer lo que decía el texto. La información obvia no me interesaba. El nombre de Blood Orange, el título de la canción en una tipografía manual, los nombres de la directora, la productora y el director de fotografía no me interesaban. El de la coreógrafa sí me interesó por el mérito de lograr la excelsa ejecución de movimientos. Todas las bailarinas eran muy sexys, tenían aire cosmopolita y estaban vestidas con ropa deportiva como si solo estuvieran en un ensayo más. Tenían el aspecto de hembras sudorosas resguardadas en su propio almizcle burbujeante y quién puede negar que una hembra sudorosa de 19 o 22 años es más seductora que una línea de cocaína. Aunque la mejor era la bailarina de quien estaba intentando averiguar el nombre. El de la coreógrafa, por ejemplo, era Sarah Shell, que es un nombre bonito aunque un poco corporativo. Ella no aparecía en el video. Después, en los créditos, estaban los nombres de la diseñadora de producción, la maquilladora, la estilista y la encargada de los peinados. No supe cuál era la diferencia entre las dos últimas. El nombre de la estilista era Jacqui Getty y el de la encargada de los peinados, Regina De Lemos. Aunque tal vez no estoy siendo preciso porque lo que yo llamo «encargada de los peinados» en los créditos del video aparecía solamente como hair que significa pelo o cabello.
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Después del equipo de producción sí estaban los nombres de las bailarinas. Yo sabía que eran ocho. Las había contado varias veces, pero la manera en la que estaban escritos sus nombres era confusa porque no había comas para separarlos y todos estaban escritos en mayúscula sostenida a lo largo de dos líneas. Así:

TRACY ANTONOPOULOUS GENEVIEVE CAARSON LEXI CONTRUSI MEGAN HOPKINS MORGAN LARSON NIKKI MEDRANO
GAKENIA MUIGAI RANDI LYNN STRONG

No soy tonto. Es obvio que algunos nombres podían distinguirse fácilmente. Por ejemplo los primeros: Tracy Antonopoulous, que claramente era de padres griegos o Genevieve Carson, tan sofisticado aunque difícil de pronunciar. El de Lexi Contursi también era fácil de distinguir pero después había problemas porque no sabía si el nombre de la siguiente bailarina era Megan Hopkins Morgan o solo Megan Hopkins y si era así, entonces el nombre de la siguiente sería Morgan Larson, que parecía más bien el nombre de un villano de James Bond, pero no un villano principal sino uno secundario, de esos que suelen tener una deformidad o una habilidad superespecial como una dentadura de acero o arrojar sombreros que pueden rajar de un tajo cualquier estatua de mármol. Quizás la bailarina que me gustaba era Morgan Larson y de su nombre era que surgía ese ardor diabólico con el que podía moverse. Yo sí prefería que no fuera Gakenia Muigai ni Randi Lynn Strong porque me parecía que Gakenia era nombre de fumadora o de princesa turca sadomasoquista y aunque Randi Lynn Strong era nombre de puta de carretera que solo se viene cuando traga semen, seguro que tenía una familia numerosa de Arkansas con un armario repleto de rifles de caza y esas familias me asustan: aisladas en su mundo rural, pueden matar a quien se les antoje y desaparecer el cuerpo en el bosque de su patio trasero.
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Las dos líneas de nombres escritas de esa manera también me llevaron a imaginar un nombre continuo. La forma de llamar a una entidad orgánica individual que despierta a la vida cuando todas sus partes humanas se sincronizan. Cada bailarina vendría a ser un órgano vital y sin lugar a dudas, era a mi bailarina a quien le correspondía ser el centro nervioso que le permitía a la criatura funcionar de manera tan coordinada. Ojalá algo así estuviera permitido: ocho bailarinas juntas siendo un animal único. ¡Podría acostarme con todas! Lástima que en estos casos uno esté obligado a ser realista y elegir solo a una del grupo. Yo elegí desde el principio. Desde la primera vez que vi el video le advertí a los amigos con los que bebía esa noche que la de cabello largo era la mía. Al día siguiente, a pesar de la resaca, recordaba mi elección. Antes de atender mi sed mortal, abrí el historial del navegador y busqué entre las reproducciones de la madrugada la canción de Blood Orange. Fue raro porque el video figuraba varias veces consecutivas en la lista y yo solo recordaba haberlo visto una vez. Pudo ser que en el entresueño hubiera estado repitiéndolo. De todos modos, en la mañana de ese domingo sí lo reproduje varias veces. Lo compartí en mi muro de Facebook con un comentario que convertía a la canción en el mejor hallazgo del año aunque apenas era 22 de marzo. Felipe comentó algo sobre las piernas de Samantha Urbani, la cantante que acompaña en los coros al negro que canta como blanco, y recibió más likes por ese comentario que yo por mi inspirada recomendación. Felipe tenía razón con las piernas de Urbani, morir estrangulado por ellas no sería doloroso, pero tenía más razón Luisk cuando respondió que dejarse rodear la cara por esas piernas no era morirse sino conectarse a una fuente imprescindible de oxígeno. Sin embargo, había algo en esa mujer que no me gustaba; en alguna parte escondía una vulgaridad chocante. Por esos días encontré varios videos de fiestas europeas en los que Samantha Urbani aparece drogada o ebria, con el maquillaje tan mal acomodado que su rostro parece un error estereoscópico. También me molestaba que sus pantorrillas musculosas robaran más cámara en el video de You’re not good enough que la bailarina que yo había elegido esa noche. Aunque mis amigos creyeran que era hermosa, predije para Samantha Urbani la vejez crepuscular de Courtney Love.
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En cambio no podía predecir lo mismo para el grupo de bailarinas. A mi juicio, todas merecían juventud eterna. Tengo a mi favorita pero supe que cada una tendrá un destino luminoso. Tracy Antonopoulous fundará la prestigiosa compañía Antonopoulous de danza moderna. Genevieve Carson correrá maratones. Lexi Contursi protagonizará películas de ciencia ficción. Megan Hopkins aprenderá a usar heroína sin convertirse en adicta. Morgan Larson viajará a la Antártida. Nikki Medrano ocupará el lugar que merece en la cúpula de la mafia. Gakenia Muigai bautizará una nueva droga con su nombre y Randi Lynn Strong tendrá dos esposos que competirán por su amor escribiendo best sellers bajo el mismo seudónimo.

La que sea la mía, entre todas ellas, me tendrá a su lado vigilando que nada corrompa su éxito. Para averiguarlo de una buena vez busqué a cada una en las redes sociales. No solo estaba decidido a encontrar el nombre correcto de mi bailarina, también estaba convencido de poder crear un enlace a través del cual ella supiera de mi existencia.

Empecé con Tracy Antonopoulous y seguí el orden de la lista. No tuve mayores dificultades para encontrarlas pues todas tenían nombres bastante singulares y la mayoría había acumulado alguna fama. Lo primero que hice fue identificarlas. Conforme iba encontrando sus perfiles sociales y hurgando en sus álbumes de fotos iba reconociendo los rostros. Antes que nada construí mi propio álbum a partir de capturas de pantalla del video. Si bien las imágenes que resultaron no eran de buena calidad, bastaban para cumplir mi tarea. Al final, solo un par de bailarinas fueron difíciles de identificar pues aparecían en pantalla breves segundos y a una distancia que hacía irreconocibles sus rostros. Mi bailarina, por fortuna, aparecía con bastante más frecuencia que las otras y en diferentes planos que me ayudaron casi que a memorizar sus bellísimas facciones. Es la tercera que la cámara enfoca una vez inicia la canción. Levanta los brazos girándolos con velocidad y mece su cuerpo como una serpiente en estado de hipnosis sin que su rostro pierda la expresión de intensa concentración con la que baila. Ese gesto dominante es el núcleo de la misteriosa sensualidad que me atrajo desde la primera vez que la vi. Aún cuando cierro los ojos, veo su rostro sin omitir ningún detalle: labios delgados de color rosa, ligeramente húmedos; nariz recta como si hubiera sido esculpida por un maestro de la antigüedad, ojos oscuros cuyo poder ya mencioné, todo esto enmarcado en una piel blanca sobre la que se ve deslizarse su cabello huracanado a lo largo de esos 4 minutos y 21 segundos como si en lugar de queratina estuviera compuesto por fibras de viento.

Durante cuatro o cinco horas estuve investigando sus vidas. Averigüé que Genevieve Carson había nacido en Alaska y actuaba en obras de teatro minimalistas de pocos diálogos, mucho movimiento y vestuario monocromático. Pero era una rubia de aspecto nórdico y la bailarina que estaba buscando tenía el cabello oscuro y era delgada. No tenía los tobillos gruesos de Genevieve pero tampoco era tan delgada como Tracy Antonopoulous, la primera que encontré.
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En el video de Blood Orange es difícil distinguir a Tracy. La cámara poco se detiene en ella. Cuando capturé la imagen de cada una para identificarlas con más facilidad, la única que pude obtener de ella salió borrosa, enfocaba su mirada hacia el suelo y la capul de su cabello rojo le cubría un poco el rostro. Pero los labios, la nariz huesuda y el color del pelo me ayudaron a reconocerla. Como era la primera, traté de ser riguroso y aunque no era la mujer a lo que yo buscaba, pude conocer algunos detalles de su vida. Quería dirigir películas. En Internet Movie Database ya estaba registrada la ficha técnica de su primer cortometraje, Strange Love. Desde muy joven sintió pasión por las artes. Dos semanas atrás había publicado una foto de su infancia en la que presume el disfraz de un personaje de Cats, la obra de Broadway. Tendría por lo menos 11 años cuando le tomaron esa foto en la que brinca dando el zarpazo musical de un verdadero gato. También aparecía disfrazada en otra foto de la infancia publicada hacía un mes en la que luce un traje de Minnie Mouse junto a su hermano mayor, cuyo rostro no se reconoce porque lleva puesto un disfraz de ninja.

‘Strange Love’, de  Gia Coppola, Samantha Ressler, & Tracy Antonopoulos. Cortesia de HelloGiggles. Pulsa para ver el cortometraje completo

https://www.youtube.com/watch?v=xLtFHpJGy_g

Encontrar estos fragmentos íntimos del pasado de Tracy Antonopoulous hizo crecer mi ánimo. Por otro lado, me cautivó el azar de haberme encontrado con un ninja. Amigos, compañeros de trabajo y hasta mi padre en el cielo saben la fijación que tengo con los ninjas. Siempre digo en broma que la aparición de un ninja puede salvar cualquier historia pero aquellos que me conocen saben que lo digo en serio. La presencia de Audrey Hepburn tiene el mismo efecto, por lo tanto, mi búsqueda había iniciado con dos buenos augurios, pues Tracy también había publicado semanas atrás esa foto de Audrey en la que, con expresión insidiosa, descarga la cara entre sus manos haciendo con el dulce dedo del medio la señal de Fuck You.

(Continua página 2 – link más abajo)

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