EL RETORNO DE LA NOSTALGIA: JURASSIC WORLD
Por Felipe Stark*
Algunos pueden pensar que un fan acérrimo de la saga jurásica que Steven Spielberg iniciara el mismo año en el que nací ―dato no menor, considerando que esta ha ido creciendo con este columnista― no debería reseñar una película que seguramente no criticará con imparcialidad. La verdad es que no podría refutar ese argumento y, por lo tanto, lo que a continuación leerás, estimado lector, lo traté de escribir bajo una óptica diferente y con la cual, espero, ser más objetivo y justo con Jurassic World, filme que, sin duda, tiene fallos como cualquier otro, pero también sus aciertos.
El sueño de John Hammond ―y el de muchos de nosotros― se ha hecho realidad. Jurassic Park ahora es Jurassic World y es un parque que recibe diariamente veinte mil visitantes de todas partes del orbe. Lleva varios años en funcionamiento sin ningún problema hasta que los turistas comienzan a bajar en cantidad. Por lo mismo, en el laboratorio comandado por Henry Wu (B.D. Wong, el mismo actor de la primera parte repite su rol) se ha creado un dinosaurio con características aterradoras y que, muy seguramente, atraerá a las masas. El caso es que esta bestia es más inteligente y letal de lo que se pensaba y logra escaparse. Ahora será el trabajo de Owen Grady (Chris Pratt) capturar al animal. Este personaje, un exmilitar, ha estado trabajando en un estudio sobre el comportamiento de los velocirraptores y quizá, entonces, tenga la forma de eliminar la amenaza que se cierne sobre todo el parque y sus miles de visitantes.
Es cierto, Jurassic World repite los mismos elementos de sus predecesoras ―persecuciones, dinosaurios devorando humanos y suspenso en base a estos animales―, pero, en justicia, cabe decir, añade otros completamente novedosos. En primer lugar, se encuentra un hecho sin el cual la película no existiría: el parque se ha abierto y ha resultado todo un éxito. Como bien dije, eso constituye el sueño de muchos de los fanáticos, pero también resulta ser positivo para las audiencias en general, porque propone un escenario atrevido y en el que la verosimilitud debe jugar un papel fundamental. La película tiene en cuenta que hay miles de almas en una isla con estos monstruos sueltos y, por lo mismo, debe hacerse cargo de ello; es decir, debe presentarle al espectador escenas espectaculares en las que el caos se desata por la bestialidad de los dinosaurios y el horror que causan cuando no están confinados en un espectáculo a veces bárbaro y ―¿por qué no?― siniestro, es liberado ante una masa aterrorizada que se ha convertido en su alimento.
Colin Trevorrow, el director, en ese sentido, es muy hábil en la narración de estas escenas proponiendo una dirección deudora de la primera película de modo tal que no escatima en los chorros de acción que destila esta nueva entrega, pero también tocando los temas reflexivos que propusieron en el pasado: ¿hasta qué punto la ciencia puede llegar y manipular la vida? Si bien este interrogante es tratado de paso, el debate está abierto por cuanto que los personajes se confrontan unos con otros por la pregunta y sus consecuencias. De este modo, resulta significativo que uno de ellos evolucione durante el metraje del filme: se trata de la doctora Claire Dearing (interpretada por Bryce Dallas Howard) de la cual callaré para no arruinarles la fiesta a mis lectores que no han visto la película.
Y si de personajes se trata, creo justo decir que esta cinta ahonda en el sentido de asombro que causara la presencia de estos animales hace dos décadas en los personajes actuales, sobre todo en el niño que es Gray (Ty Simpkins). Recordemos que los niños son infaltables y necesarios en esta saga, considerando que los dinosaurios son obsesión para los infantes y estos, a su vez, son un misterio que ha dado pie a la narrativa fílmica de su iniciador: Spielberg. En cuanto a su hermano adolescente, Zach (Nick Robinson), las hormonas lo mantienen alejado de las fantasías del pequeñín, pero su densidad como personaje aparece cuando se desata el caos en la isla. Estas características de Jurassic World le otorgan un punto a favor por cuanto que no se queda en personajes planos y sin profundidad.
Los efectos especiales, tristemente, parecen ya no tan sorprendentes y puede que en algunas escenas no se correspondan con el asombro de los personajes. Con todo, se agradece este último elemento, aun cuando la imaginería digital no acompañe totalmente, porque es precisamente en el asombro por el cual la saga jurásica no se ha extinguido. Por esta misma razón, la música de Michael Giacchino cumple con su rol incidental con creces. La orquesta que este ganador del Oscar dirige logra arrancarle al espectador las mismas sensaciones que corren por las venas de los personajes.
Es cierto que detrás de la película hay motivos comerciales de sobra, pero tanto los guionistas ―que han hecho un excelente trabajo― como el director saben reírse de estos prejuicios y, aunque el placement abunde, algunos guiños hechos por un personaje hilarante desmienten todo «compromiso hollywoodense». Ojo: aquí no queremos distinciones políticas de uno u otro lado.
Al fanático de Jurassic Park muy seguramente no le pasarán inadvertidos todos los guiños que este filme hace del otro, porque son abundantes, aunque muy sutiles, pero no por esto son malos. Estos van desde planos casi idénticos hasta apariciones algo fantasmagóricas del personaje que interpretó Jeff Goldblum en la primera entrega. Búsquenlas, pues aquí no diré cuáles son por motivos obvios.
Sin embargo, tanto el fracaso al que se ven abocadas la mayoría de las parejas tras años de convivencia, de necesidad y de rutina como el peligro de (auto) destrucción, que puede conllevar la pasión amorosa, siguen estando todavía muy presentes en todas estas obras.
Estos guiños quizá puedan parecer demasiados y se podría decir con razón que la película de Trevorrow bebe muchísimo de ellos, pero a su favor podría decirse también que toda esta entrega es un homenaje a sus deudores más inmediatos: el público que gozó con Jurassic Park a principios de los noventa. Jurassic World es, sin duda, una cinta que está dirigida a los fanáticos acérrimos ―en los que me incluyo― de la saga, pero, cabe decir, que también está abierta al nuevo público de estos tiempos, es decir, a aquellos jóvenes que nacieron después del 2000 y que conocen las entregas anteriores por sus padres y hermanos.
Si usted nació antes de la llegada del Game Boy Color, la Play Station 2 y la saga de Harry Potter, vea esta película y dele una oportunidad, aunque sea de esos paleontólogos que con horquilla y antorcha en mano irían a golpear a los productores de la cinta. Si acaso eres uno de esos jóvenes nacidos en el siglo XXI, cuando los celulares comenzaron a causar furor entre los peques y el juego de la culebrita todavía era popular, también anda a ver este filme, porque no te arrepentirás. Trevorrow nos ha traído de vuelta al tiempo de la nostalgia, a un pasado que quizá no fue mejor, pero que nos gusta recordar, porque precisamente fue el tiempo en el que Spielberg nos devolvió a la infancia y aún nos sorprendíamos con dinosaurios digitales. Hoy, entre tanto CGI (Computer-generated imagery) basura, aparece esta joyita que deslumbra por su espíritu optimista y juvenil.
JURASSIC WORLD, dirigida por Colin Trevorrow. Producida por Steven Spielberg. Cortesía de Universal Pictures / Amblin Entertainment / Legendary Pictures. Pulsa para ver el trailer
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* Felipe Stark es Licenciado en Literatura (2015) de la Universidad de los Andes, Chile. Escribe desde su infancia, incluyendo varios cuentos. Ha ganado varios concursos de relatos y tiene algunos libros sin publicar. En 2016 será publicado su cuento «Del dicho al hecho hay un maullido» como parte de la antología «Vidas de Gatos», una selección de cuentos ganadores de un concurso literario publicada por la Universidad de los Andes (Chile). Actualmente desarrolla una investigación en torno a Fahrenheit 451 y el héroe en el contexto distópico. Twitter: @fstarkb