Literatura Cronopio

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Las musas ociosas del parnaso

LAS MUSAS OCIOSAS DEL PARNASO

Por José Ricart*

El céfiro zurea como una paloma aliherida. En lo alto lentas alondras y leves golondrinas. Latir de élitros y alas. La luz se irisa y se serena. Un ápice, apenas un temblor, un instante. Las agujas de los pinos dejan pasar el viento sin preguntarle nada. Lástima que las lágrimas esdrújulas de los álamos no resistan tanto cobre. Rumor de ruiseñores en las ramas. El muérdago atrapa pájaros, pero no sus palabras. En el centro del laberinto, escondido entre muros toparios, Cupido juega con su aljaba, eternamente feliz y travieso. El aire parece amansado por una bandada de mandolinas. Un silencio de abejas y de ánforas. A lo lejos el agua de la fuente agota cualquier halago. Su lengua es demasiado antigua. Una memoria de musgo lo inunda todo con su veneno verde. Más allá un arroyo abandona su flauta de espuma entre el balanceo de unos bambúes. Mientras tanto, Octubre arrastra cansado su perfume de rosas quemadas. La tarde troncha igual que Ceres sus espigas apagadas. El crepúsculo parece un pájaro que no sabe volar ni ser libre. Un faisán desaparece fugitivo entre las adelfas. Su ráfaga deja este poema.

GIPSOTECA DE DIOSES Y HÉROES

Bajo estos capiteles corintios la luz capitula y se vuelve en tu piel sombra en este museo tan frío como la gloria. Sobreviviente a la tiranía de titanes, y a los arpones crueles de las arpías, callas como la sal herida que brilla en el silencio. Antes peligroso antílope con la fuerza colosal de un Hércules; ahora congelado por el conjuro del arte de un cincel, que urdió un orden ajeno al canon clásico. Promesa híbrida, mixta utopía, porque la belleza es siempre impura. ¿Quién puede resistirse a tu extraño encanto, ir más allá del mito, o negarse a rozar el límite de tu cuerpo indefinido? Cómo vencer la lascivia sin saborear el labio, sin morder el lóbulo voluble, sin reducir la mandíbula a un beso blando. Cuando tu mirada confirma que los dioses existen aunque sean en un fútil fogonazo; cuando tu pecho fulge como un bravo solsticio de bronce en la batalla. Sólo resta desear tu cuerpo desnudo como una oda sin adornos. Dilatar los dedos en tus delicadas líneas. Fantasear con tu voz entre el relincho ligero y la amorosa palabra como feliz céfiro. Pese al artificio, la luz se irisa y se serena en tu carne con un loco escalofrío. Nada muere o desaparece, pero al igual que la poesía todo se torna transparente. Toda esta muerte decorativa, sólo sustenta los fastos de un tiempo aoristo, y quizá, más aristocrático. Como Faetón fue breve el esplendor, y larga la caída.

MANUSCRITO DE VOYNICH

Envolví mi voz entre tinieblas en poco más de un centenar de pliegos. Liberé mi letra de pausas y de acentos, y ahora corre rauda como un torrente desbocado. Mi tinta está hecha con el estramonio de la noche y envenenará a partes iguales vuestro orgullo y después vuestra codicia. Un emperador loco y sin dientes pagó por mí más de seis cientos ducados. Mi silencio yace en la excelencia de este sepulcro de papel; claro como el agua y oscuro como una falsa profecía. Vestido luzco de erudición, pero desnudo brillo más que un verso perfecto. Hay que saber leer al trasluz del cielo, aprender a contar las líneas borradas del poema: mi voz no soporta la dictadura de los diccionarios ni la servidumbre de los espejos. Sólo así, libre de perjuicios descubriréis la magia de pájaros con ojos egipcios y alas griegas; flores de extrañas heráldicas, mandrágoras sangrantes, pasionarias azules, lunas de salitre y estrellas de alabastro, círculos mágicos con galaxias y cometas, o la compleja alquimia que viaja por vuestras venas. Algunos incrédulos afirmarán que mis páginas son la jerigonza de un poeta, un pasatiempo para filólogos curiosos, un mero acertijo para criptógrafos aburridos. Yo os desafío a desatar este nudo gordiano. Atreveos a vagar por los laberintos de mi cuerpo, pero tened cuidado porque son intrincados como el corazón de una sextina. Muchos antes que tú lo han intentado y en su porfía han perecido. Sin un salvoconducto o una contraseña nunca llegaréis a entenderme.

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* Jose Ricart (Valencia, 1973) Poeta discursivo y visual; autor de «Espejos y mentiras», «Haikus», «Tankas», «El mar de Homero», «Desde la Jarquia», «Samarcanda», «Riad secreto» y «Las cenizas del viaje». Como editor ha preparado 20 años de poesía en la Universidad, 44 Micro-cuentos, La mirada leída y dos selecciones didácticas sobre Miguel Hernández y la Generación del 27. Como poeta visual ha organizado diversas muestras colectivas, a parte de varias exposiciones individuales. Es profesor de enseñanza media, y colabora habitualmente en la crítica de libros en prensa.

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