Literatura Cronopio

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Los dictados del corazon y otros relatos

LOS DICTADOS DEL CORAZÓN Y OTROS RELATOS

Por Melina Pezzotti*

Para Napo

Tengo estas ojeras regordetas de pasado indigno y vertiginoso en mi alma, estas bolsitas de pasado andrajoso… Antes y todavía, antes de toda mansedumbre, cuando el alma ingenua se despojaba a sí misma para ofrecerse a un cielo de esperanza sin comisuras, antes y todavía, sin negación alguna.

Tendré que reconocer el espanto y la impresión de volverte a ver, de pensar en buscarte o escribirte, para decirte: Napito, ¿eres feliz? Y escribirte que alguna vez fui feliz contigo, que me hiciste feliz un tiempo breve, aunque luego lo boicotearas todo. Creo que era eso lo que me hacía volver a buscarte, un todavía seguía lacerándome y no me importaban tus quehaceres, si piloteabas un avión aunque fueras tan bajito, si perdiste la oportunidad de hacer una carrera, no me importaba nada, nada vencía la palabra quimera en mí, el todavía permanente e inexorable del anhelo. Eras bello diciendo que una vaquita te había dado el carro, y sí, aún recuerdo esa finca en San Pedro, en lo alto de Robledo, es fácil imaginarte así, radical en tus opiniones políticas y como el retrato en el que aparecías, con tu familia y tu camisa azul, casi en el centro, todavía con cabello y come años, algo de angustia y comisura en los ojos…

Cuál palabra será mejor para el pasado, ¿desarraigo? ¿sombra de los días? ¿alucinación, herida, expiación?

Tan cínico llevando esa chica a nuestra cita, tan cínico y despiadado que al final no me importó, creo que esa efusión de amor pasado se había transformado en algo mejor, algo más compasivo y recatado, sin miedo y sin apego. Podía comprender esa negación a entregarte y ver a mi madre dopada debió ser la tapa que derramó el vaso, qué espejo absurdo habrás visto en mi madre de la tuya, nunca podría curar tu herida, antes de la llaga no existía en tu vida.

Todavía era muy pronto cuando le pregunté a mi amiga por ti y me dijo que tenías un bebé precioso, se me ocurrió que podías ser feliz, que pese a todo podías ser feliz. No sé por qué razón absurda me gustaba amar a los hombres desdichados… No eras tan desdichado, estabas lleno de cosas para dar, de piedritas de colores en los bolsillos y eras tan seguro de ti mismo que me haces sonreír.

Antes, cuando teníamos quince años estaba bien la visita en la verjita de la casa. Recuerdo el día que me llevaste a tu casa, también era la casa de tus abuelos, sólo que tu abuela te duró más. Me sonrojé, ese día tenía un hermoso vestido blanco y la media velada rota.

Este que soy ahora, abrillanta el recuerdo. Debe haber algo de engaño en la mente que te precisa. Espero que no tanto, pero me sentía feliz y orgullosa de caminar a tu lado y creo que te sentías igual.

Recuerdo cuando me dijiste que habías besado a otra chica, tal vez, qué digo, estaba tan enamorada que el mundo me cayó encima, rompí la credencial que tenía: «El amor no son esas cosas que se dicen al azar por un momento y sin pensar, son esas cosas que se sienten al sonreír, al abrazar». Tu penumbra era mucha, ni siquiera alcanzamos a cumplir el mes tan anhelado de novios. El tiempo todo lo sana en nosotros y la presencia de un nuevo amor también.
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Quizá perdurara en mí ese baile cuando ya no estábamos juntos, ese cigarrillo en tus labios que me daba asco, esa chica que besaste una y otra vez. En mí perdurará siempre esa imagen fría y nauseabunda de esquimal. Luego entendí que lo que deseabas era convencerte a ti mismo de que me habías olvidado, demasiada desesperación en un cuerpo tan pequeño. Qué complejo y arrobado es el mundo y sus insensateces. Rehíce mi vida, era demasiado joven para darme por vencida. Me llamaste, me escribiste una carta de tu puño y letra que conservé durante mucho tiempo diciéndome lo mucho que valía y el viejo adagio que reza: nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Cuánto había de victoria en ese acto, en ese reconocimiento un sábado en la tarde cuando ya estaba con alguien más, bello, un poco inmaduro, pero que me amaba sin reservas. Era mi grito de victoria, el chico lindo me entregaba la carta y luego llegaba mi novio, me saludaba de piquito en la boca y seguía… Claro, mandó a mi primer amor para que fuera por mí, qué extraña es la vida, sigilosa y andariega, qué bellos esos días en que pudiste reconocer mi entereza y yo la tuya.

Sabía que no eras tú, ese desalmado. No era el amor de mi vida. No sé qué ocurrió ni en qué momento volvimos a frecuentarnos, a buscarnos, tal vez ese mes fue muy cortico y daba tristeza. No sé, pero ahí estábamos de nuevo, juntos o casi juntos, te perdías y retornabas como el ciclo de tus depresiones.

¿Será que las cosas nacen al ser pronunciadas o mueren?

Podías ser tan tierno a veces… y era tan rico hablar contigo.

¿Pensarás en mí como pienso en ti? Es desarraigo, lo sé, como si mi cuerpo no fuera mi cuerpo y mi alma fuera un grito enmohecido cayendo en el vacío. Es transitorio, lo sé. Una parte de mi pasado que había ignorado hasta que tropecé con tu retrato y comprendí que para proseguir debía ahondar en esa molestia que a veces me seducía, como seduce algo que no llegaste a tener. Y ese no tener hacía evidente el paso de los años. No eres el mismo a los quince que a los diecinueve, aunque aún algunas penumbras latían poderosas en mí.

¿Cuáles serán los dictados del corazón? ¿Por qué de repente la necedad de tu memoria te hace recordar, tu corazón vagabundea en laberintos y ocasos, universos paralelos donde tu alma era prístina y diáfana? Este viaje por el pasado parecía sincero, pero era sinuoso, silvestre, ancestral, la herida se hacía más herida, más inmortal, menos benévola, comenzaba a entender que esa vena yugular del recuerdo podía sangrar a borbotones y la dejaría salir para entender. Al fin y al cabo, al partir me abandonaste, te fuiste sin dar una explicación. Aunque era otra, incluso esa noche que intestaste sostenerme en el vacío, ya era sostenida por otro vacío, otra adoración seducía mi alma mientras nos despedíamos, esta vez para siempre y no importa que tan categórica parezca esta palabra. Siempre era eternidad en el lenguaje del hado, siempre estaríamos sometidos a imaginarnos esa noche. No tendríamos más.

Eras una fiebre loca y salvaje que nadie puede domesticar, y los dos allí, adheridos a una lágrima, muy cerca del acantilado, solitarios y vacíos, tal vez era tarde y amabas a alguien más, y tenía una fiera en mi vientre que moría por alguien más. Era tarde, lo supe cuando me confesaste que te habías tropezado con ella, te temblaban las piernas cuando la viste y estaba embarazada… todos tus latidos danzando en aquel instante, en esa bruma. Fue antes o después que tomaste mi abdomen flácido y me dijiste que tenía que hacer ejercicio o cuando viste a mi mamá y me dijiste que estaba dopada o en el instante que le diste un beso a mi prima en la frente, válgame Dios, por eso verte de nuevo me causó tanta angustia.
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El antes tiene muchos cristales y vibraciones, quedan las grietas en el corazón, esas sustancias irreprimibles que no desaparecen jamás. Recuerdo el experimento, la desolación. Te perdoné.

Es delicado tener quince años, tu sed de amor es tan pura, tan silvestre y primigenia, no te vuelves a reponer, pero el corazón se renueva, se regenera y se vuelve a abrir, llega otro corazón fecundo que te ha de salvar, un corazón fecundo teje con estrellas tus heridas, no importa que más adelante aparezcan otras nuevas, gracias a la magia de la cicatriz, a la infinidad de puertas y ventanas el espíritu se hace temerario, no tanto para pasar sin escudos cerca de aquél que alguna vez lo lastimó cuando apenas tenía quince años.

UNA AVENTURA EN BUSCA DE BORRADORES

Para Jorge García Usta

Rocío es como esas gotas que penden de las hojas cuando aún es temprano… La ví aparecer, llegar del fondo de esa casa. Tiene dos pájaros enjaulados y una gata negra, dos hijos que ya están criados y un cuarto lleno de libros que dejó el escritor. Por casualidad había llegado allí, casi casualidad. Mi terapeuta había cambiado de vivienda y Rocío le había prestado un sitio en casa para que trabajara. Me sorprendió que también supiera acupuntura.

Pensaba en su coraje y en su fuerza interior, la observaba con dulzura, me recordaba al escritor, me gustaban sus rasgos indígenas, precisos y bellos. En un instante me explicó dos procesos: de cómo había llegado a ese sitio y cómo mi terapeuta había ido a parar allí, me explicó que cosía y por eso había tanto desorden, en las tardes quitaba las sábanas con las que había improvisado un cuarto para que la brisa corriera…

Tan cerca estaban sus libros, ahí, cerquita estaba uno muy grueso sobre Watergate, sus libros, que su hijo decidió conservar. Me sentí parte de todo, de su mundo cambiante que ahora parecía un reportaje. Ella había sobrevivido, aunque a veces pudiera entreverse su pesadumbre él seguía allí, siendo parte de su mundo.

INMERSIÓN

Cuando me acompañó a la camilla y me mostró sus libros de acupuntura, el cuarto de servicio que había adecuado para ayudar a los demás mediante agujas, comprendí que las notas que tomé en el taller de su amado debían ser compartidas, había una historia que contar. Cuando releí las notas sonreí con detenimiento sanaban mis heridas, rememoraba instantes preciosos: cómo saboreaba el primer tinto del día, contaba anécdotas y transmitía su euforia que tanto recuerdo ahora, su pasión al enseñar.
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«Más que transmitir conocimiento hay que transmitir la pasión por la literatura», era una frase de Borges que le gustaba mucho, así era él, me gustaba el brillo en sus ojos cuando hablaba de literatura, lo embargaba una especie de felicidad etérea, alucinante, nos decía que la literatura es una gran venganza abstracta, que un escritor debe defender su tiempo de escritura: pequeñas batallas que hay que ganarse.

Al olvido desmesurado aparecía presuroso el verbo recordar, mientras recordaba algo sanaba en mi interior. Ahora me reconciliaba con las causas profundas del tema, a eso Jorge le llamaba inspiración. No sólo quería retransmitir sus enseñanzas y su pasión por la literatura, recordar el brillo luminoso en sus ojos encantadores sanaba mi ser. Por algo decía que la literatura es una gran venganza abstracta. Esa pasión que anidaba en su ser, esa felicidad etérea y alucinante era el legado, tener una mirada de asombro ante el mundo y las palabras.

Comprendí que en las notas había senderos desconocidos que aún no había explorado, lecturas, autores y mensajes implícitos para continuar escribiendo.

A un ser excepcional le ocurren cosas excepcionales en momentos excepcionales. Esta es la definición que más me gusta de la inspiración. Un encuentro que te salva, una agenda que empacas en tu maleta y ese antiguo callo en la parte inferior de tu pulgar derecho que te renueva, cada hoja que escribo es una pequeña batalla que gano, por eso hay que reproducir el estado emocional de inmediato.

Leer, leer, leer, imaginar, tachar, enmendar, corregir, fueron los verbos que enfatizó el primer día. La tarea creativa equivale a la lectura. Decía que un taller es una reunión de artesanos. La escritura tiene que ver con los divinos detalles, cada verbo tiene un matiz emocional y conceptual diferente. La escritura debe tener la perfección de la filigrana momposina. Quizá de allí viniera la lectura del rigor extremo, desconfiar de todo lo que uno ha escrito, una lectura envenenada contra uno mismo.

Y de la escritura se pasaba a las inquietudes sobre los bloqueos que experimenta el escritor, en este caso recomendaba buena lectura y volver a los libros amados, entrar en un libro para habitarlo, para hacer una metáfora o muchas metáforas. El bloqueo tiene que ver con la intimidad del autor consigo mismo: sus miedos, la búsqueda de silencios, la intuición… el oído es un escalón que hay que buscar.

Su visión de la inspiración era una aventura en busca de borradores, llevar consigo un cuaderno pequeño para tomar notas del entorno, un trabajo permanente y riguroso, ligado a un proceso de inmersión: estar en un tema mucho tiempo, en el lugar donde ocurre el tema, tiempo para vivir imaginariamente lo que uno quiere decir…

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* Melina Pezzotti Escobar nació en Medellín el 24 de diciembre de 1975. Estudió Trabajo Social en la Universidad Pontificia Bolivariana. Asistió durante 4 años al taller de literatura en la Biblioteca Pública Piloto de Medellín, con Claudia Ivonne. Ganadora del Primer Concurso de Narrativa y Poesía «Le Radici e le Foglie» (Las raíces y Las hojas) en Roma- Italia, el 28 de diciembre del 2001. «La memoria nunca regala sus marcas» es su primer libro, publicado en el 2007. Desde hace 15 años reside en Cartagena de Indias.

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