Literatura Cronopio

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Hacia rutas salvajes

HACIA RUTAS SALVAJES

Por Javier Úbeda Ibáñez*

El 13 de septiembre de 1992, en el periódico The New York Times, se publicaba la siguiente noticia:

«El domingo pasado se encontró en un lejano campamento del interior de Alaska el cadáver abandonado de un joven autoestopista que había sufrido un accidente […]. Por el momento se desconoce su identidad […]. En el lugar de los hechos fueron hallados un diario y dos notas que describen la estremecedora historia de sus desesperados e inútiles esfuerzos por sobrevivir […].

»La primera era una nota de socorro por si alguien se acercaba al campamento mientras el autoestopista se encontraba buscando comida en las inmediaciones. En la segunda, el joven se despide del mundo.

»La autopsia realizada por el laboratorio forense de Fairbanks ha revelado que murió de hambre…».

Anterior a este artículo, aparecido en The New York Times, una gran avalancha de los medios de comunicación de América del Norte habían hecho referencia a la muerte por inanición de un joven, sin identificar, en el interior de un autobús abandonado en los agrestes bosques de Alaska. La noticia corrió más rápido que la pólvora. Las extrañas circunstancias en las que fue encontrado el cadáver, su juventud, las notas y los libros que lo acompañaban en el momento de su muerte desataron un interés general por saber más acerca de lo ocurrido.

Wayne Westerberg regresaba a su pequeño pueblo de Dakota del Sur, Cartaghe, cuando escuchó por la radio que la policía de Alaska intentaba conocer la identidad de un joven que había muerto de hambre en los bosques de Alaska. Wayne Westerberg, apenado y sabiendo ya de quién se trataba, nada más llegar a Cartaghe telefoneó a la policía montada de Alaska; les dijo que creía conocer la identidad de aquel joven. Era así y como en algún tiempo había trabajado para él les facilitó su número de la Seguridad Social.

El 17 de septiembre de 1992, y gracias a los datos que les había facilitado Wayne Westerberg, pudieron localizar en Annandale (Virginia) a Sam, hermanastro del joven fallecido. Éste sería el encargado de comunicarle a su padre, Walt, a la actual mujer de éste, Billie, y a su hermana, Carine, la muerte de Chris McCandless, alias Alexander Supertramp. Una vez averiguada su identidad, el mundo enseguida se haría eco de esta trágica noticia.

En el año 1990, el joven Chris McCandless, perteneciente a una acomodada familia de Virginia, tras graduarse en la Universidad de Emory (en Atlanta) desapareció sin dejar rastro. Donó todo el dinero que le quedaba en su cuenta de ahorros a la ONG Oxfam América (un total de 24.000 dólares), regaló sus pertenencias, dejó su apartamento, cogió su viejo Datsun, y sin más se lanzó a una aventura sin rumbo fijo en dirección Oeste. Durante el camino decidió que se cambiaría de nombre, reinventaría su vida, tenía que dejar atrás un pasado doloroso, así que, sin misericordia, enterró a Chris McCandless y encarnó a Alexander Supertramp, un hombre que sería dueño de su propio destino.

Debido a una tormenta que provocó una fuerte riada en las inmediaciones del lago Med —situado en el río Colorado—, donde se encontraba acampado el día 6 de julio de 1990, su viejo Datsun se quedó estancando en la arena. En un afán desesperado por rescatarlo de entre el lodo, ahogó la batería de su coche. Tras meditar qué sería lo mejor, si avisar a los guardas forestales para que le ayudaran, en cuyo caso tendría que dar su verdadero nombre, o abandonar el vehículo, optó por esta última opción. Una tormenta le había aligerado su equipaje; sin coche, se sentía mucho más libre. Como ya no iba a necesitar dinero para gasolina, en un gesto épico de auténtica novela al más puro romanticismo, quemó los 123 dólares que llevaba encima y, satisfecho, se colgó su mochila alrededor del hombro: comenzaba su odisea en estado puro, desde cero, sin dinero, sin casa ni pertenencias. Su nueva vida daba comienzo sin ataduras materiales ni ligaduras emocionales, y él casi que por primera vez se sentía feliz. De hecho, da sobrada cuenta de ello en su diario personal.
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Durante dos años vagó —haciendo autoestop, subiendo en canoa y yendo de polizón en los trenes— por las tierras de América del Norte mientras iba alimentándose de lo que la naturaleza le ofrecía, por otra parte, trabajaba cuando lo necesitaba y compartía su experiencia y su forma de vida con las personas que se iba encontrando —de alguno de ellos se hizo amigo—; eso sí, como Alexander Supertramp. Aunque en algunas ocasiones, y por puro despiste o inocente descuido, les daba su verdadero nombre. Lo que viene a demostrar que no llevaba ningún plan establecido ni seguía ningún patrón concreto en su andadura.

Para completar su periplo personal, de encuentro consigo mismo y con la libertad, decidió vivir durante una temporada en las tierras salvajes de Alaska, solo y alimentándose de lo que hubiera en el bosque.

Quería demostrarse que era capaz de sobrevivir en un medio extremo, en pleno contacto con la naturaleza, respirando libertad absoluta y sin necesitar ni dinero, ni coche, ni teléfono o medios de transporte; en definitiva, nada de lo que le ofrecía la civilización asfixiante y burguesa en la que se había criado y de la que, sin lugar a dudas, estaba huyendo. Necesitaba conocer su interior, y para él no existía mejor forma de hacerlo que ésta.

Cuatro meses después de haberse adentrado en los bosques situados al Norte del monte Mckinley, unos cazadores encontraron su cadáver en avanzado estado de descomposición dentro de un antiguo autobús abandonado de la línea 142 de Fairbanks. Daba entonces con esto comienzo la leyenda de Chris McCandless, alias Alexander Supertramp.

En el año 1993, la revista Outside, haciéndose eco de la enorme repercusión que había tenido la historia de este joven aventurero, le encargó a un conocido periodista especializado en temas de montañismo, Jon Krakauer (12 de abril de 1954, Brookline, Massachussets), un artículo sobre la vida de Chris McCandless y su trágico final. El reportaje quedó finalista del National Magazine Award, y fue el que más comentarios recibió por parte del público de todos los que se habían publicado hasta la fecha. Cientos de lectores, unos indignados, otros fascinados, mandaron dichos comentarios para poner de manifiesto lo que sentían ante la actitud de Chris McCandless. La mayoría eran críticas del que consideraban un comportamiento absurdo e irresponsable de un joven demasiado impetuoso, que cargado de ideales románticos, pero no de comida ni de herramientas, ropa o utensilios imprescindibles para poder salir airoso de una situación así se había adentrado en los bosques de Alaska con una mochila repleta de libros de sus autores preferidos, mas otros para simple entretenimiento, 5 kilos de arroz, un rifle de segunda mano, munición, una cámara de fotos… Pero, sin ningún mapa o brújula. Una mochila excesivamente ligera para intentar vivir durante meses en un medio desconocido y difícil, sin nadie a la vista en muchos kilómetros a la redonda.

Un lector de la revista se hacía estas preguntas en voz alta. Unas preguntas que quería compartir con los demás lectores. Una invitación a la reflexión de un país entero.

¿Por qué alguien que pensaba vivir de lo que encontrara en el monte durante meses olvidó la regla número uno de cualquier boyscout que es «ir bien preparado»?

¿O por qué un hijo tiene que causar un daño irreparable a sus padres y familiares?

Para otros, Chris era lo más parecido a un héroe, una persona valiente y generosa, un excelente ser humano que había intentado hacer realidad sus sueños dejándose llevar por un impulso innato al margen de una sociedad que continuamente estaba dictándole unas pautas de comportamiento con las que no se sentía ni cómodo ni a gusto. En esa sociedad burguesa y capitalista de la que Chris huía, sin dinero no eres nadie, en la que anhelaba Chris —Alexander Supertramp— el dinero era un obstáculo, un virus contagioso, y la naturaleza, la máxima belleza, un lugar donde poder ser uno mismo y experimentar la libertad absoluta.

Jon Krakauer se quedó enganchado por esta historia; de alguna manera se sentía identificado con este joven aventurero, con su forma de actuar, con su personalidad. Tan fascinado estaba por esta historia que durante un año enteró estuvo siguiendo e investigando todos sus pasos, sobre todo, los que dio desde que decidió, voluntariamente, abandonar su vida de acomodado universitario para ser a partir de ese momento un simple vagabundo.

Realizó un seguimiento minucioso que finalizó con la visita del escritor al desvencijado autobús, situado en medio de los bosques de Alaska, donde, finalmente, murió de hambre.

Tras profundizar en las motivaciones del drástico cambio que dio a su vida Chris McCandless, y siempre buscando entender los porqués de su comportamiento y de su muerte, todas estas cuestiones se vieron plasmadas en 1996 en un libro que tituló Hacia rutas salvajes, y que pronto se convertiría en un famoso best-seller.

En el año 2007, el actor y director de cine Sean Penn, que llevaba una larga andadura también hechizado por la historia del intrépido Chris McCandless, basándose en el libro de Jon Krakauer, escribió y dirigió el guión de la película Hacia rutas salvajes. Dos horas y veinte minutos de metraje centrados en la historia de un joven que lo dio todo por vivir a su manera, en total libertad, sin ataduras sociales y en perfecta comunión con la naturaleza. Un joven que en su recorrido nómada durante dos intensos años buscó reconciliarse consigo mismo y con lo que le rodeaba.
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Una película bellísima, con unos paisajes increíbles y una música espectacular que invita a la calma y al reencuentro con nosotros mismos.

Tanto el escritor Jon Krakauer como el director Sean Penn se sintieron atrapados por la mezcla de osadía y rebeldía de las que dio sobradas muestras Chris McCandless, y así nos lo hicieron ver, cada uno a su modo: Jon Krakauer a través su libro y Sean Penn a través de su filme. Se trata de dos sinceros homenajes, realizados desde el respeto y la admiración que siente uno al verse reflejado en otra persona.

Jon Krakauer se identificó con Chris McCandless porque sus experiencias vitales tenían algo en común; los dos habían seguido pasos similares, aunque en épocas y circunstancias distintas. Por eso, Jon Krakauer no dudó en meterse en la piel de este muchacho para intentar comprender sus decisiones y, sobre todo, su repentina pero meditada conversión en Alexander Supertramp.

Al igual que Chris, Jon también había tenido un padre muy inteligente, controlador e impulsivo, acostumbrado a dar continuas órdenes y con un nivel de exigencia altísimo. No en vano el padre de Chris era ingeniero aeronáutico y había trabajado para la NASA. Un padre endiosado que no entendía de rebeldías. Aunque, tras la lectura de Hacia rutas salvajes llegaremos a la conclusión de que el padre de Jon Krakauer fue, afortunadamente, mucho más cariñoso y comprensivo que el de Chris McCandless, para quien parece que hasta la generosidad tenía un precio. Y que únicamente fue consciente de sus equivocaciones cuando su hijo desapareció, de manera voluntaria, sin dejar rastro.

De los 17 hasta los 30 años, Jon Krakauer se sintió profundamente atraído por el alpinismo; atracción que casi rayó en la obsesión. Soñaba a menudo con las montañas de Alaska y de Canadá, con escalar los picos de rincones perdidos. Quería experimentar emociones nuevas mientras escalaba; sentir que podía tocar el mundo, mirarlo de frente sin pestañear si quiera y conteniendo el aliento.

Reconoce Jon Krakauer que durante esos años de pasión absoluta y sin freno por el alpinismo, él era un joven más bien terco, idealista, poco comunicativo, temerario y amante de la soledad, pese a que necesitara también en algún momento rodearse de mucha gente.

Jon Krakauer relata en Hacia rutas salvajes que un año después de terminar su carrera, en 1977, cuando contaba con 23 años, mientras estaba sentado a la barra de un bar de Colorado reflexionando con tristeza sobre sus heridas existenciales se le metió en la cabeza la idea de escalar una montaña, la de Pulgar del Diablo: «Decidí que iría a Alaska, me aproximaría al Pulgar del Diablo desde el mar (…). Es más, decidí que lo haría solo».

Jon Krakauer se propuso escalar el Pulgar del Diablo (Devil’s Thumb), un pico relativamente bajo de Alaska (267 metros sobre el nivel del mar) por una ruta nueva.

Necesitaba enfrentarse, solo, a aquel cometido, de modo que durante tres semanas dedicó todas sus energías a ese objetivo. Y, finalmente, en la escalada casi estuvo a punto de caer al vacío, aunque al final acabó viendo su meta cumplida. Esta experiencia de amor, cabezonería, soledad, libertad y superación se convirtió en una lección que le sirvió, con el paso del tiempo, tanto en su vida personal como profesional. De hecho, hablaría más tarde de ella en dos libros: Eiger Dreams —un diario de lecturas donde se recogen doce breves pero intensas historias que fueron publicadas a modo de artículos en las revistas especializadas de montañismo Outside y Smithsonian— y en Hacia rutas salvajes, donde el escritor intenta comprender a Chris McCandless basándose en sus propias experiencias.

Enfrentarse a un reto complicado y salir victorioso es una sensación indescriptible. Así lo sintió Jon Krakauer al lograr coronar con 23 años la cima de El Pulgar del Diablo, y así lo sintió también y nos lo transmitió Chris McCandless en su diario: «¡Dios, qué fantástico es estar vivo!, ¡gracias, gracias!», podemos leer cuando después de renunciar a una vida de comodidades pudo valerse por sí mismo durante dos años en los que se dedicó a vagar por el mundo o cuando continuó esta experiencia en los salvajes montes de Alaska. Una lástima que al final no lograra ver del todo cumplido su sueño, ya que, aunque durante dieciséis semanas sobrevivió en los bosques de Alaska, como ya sabemos también de ellos nunca salió con vida.

Además, a los dos les unía una pasión extrema por los retos desconocidos y difíciles… Porque un reto que se puede afrontar con total garantía de éxito, no constituye un verdadero reto.

Chris, al igual que Jon Krakauer en su día, no se adentró en la naturaleza para reflexionar sobre el mundo y la naturaleza, sino para conocerse mejor a sí mismo y explorar, en soledad, las profundidades de su alma, encontrando algo de paz y sosiego en esa comunión con la naturaleza.

Vivir durante un tiempo considerable en un lugar inhóspito agudiza sin duda tanto la percepción del mundo interior como exterior en cualquier ser humano. De hecho, no se puede sobrevivir en un lugar así sin desarrollar unas habilidades de empatía extraordinarias con todo lo que te rodea. Se trata de una experiencia de la cual sales muy enriquecido a todos los niveles.

Quizá, el nivel de exigencia de Chris, como el de su padre, era demasiado elevado para poder alcanzarlo sin repercusiones negativas. Un amigo de Chris, entrevistado por Krakauer, tenía esta misma impresión: «… había nacido en el siglo equivocado. Esperaba más aventura y libertad de la sociedad actual de la que ésta podía proporcionarle».

Pero Chris quería vivir, amaba la vida por encima de todas las cosas. No buscaba la muerte, sino la vida en estado puro, así lo afirmó varias veces con vehemencia en su diario; además, compartió esos sentimientos con personas con las que se fue encontrando y con las que de alguna manera conectó a lo largo de esos dos años que llevó de vida nómada.

Es en las experiencias y recuerdos, en el inconmensurable gozo de vivir en el sentido más pleno de la palabra, donde puede descubrirse el significado auténtico de la naturaleza.
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Los meses que pasó en Alaska le cambiaron por completo la visión que tenía de sí mismo. Había cumplido su sueño, conseguido un reto imposible, y quiso regresar a la civilización con las ideas sobre sí mismo mucho más claras. Fueron dos errores garrafales, dos meteduras de pata, las que aceleraron y provocaron su muerte; a él, que tanto amaba la vida. De no haber sido así, Christopher Johnson McCandless podría haber salido de los bosques de Alaska por el mismo sitio por donde había entrado unos pocos meses antes, y su leyenda no existiría. Leyenda que plasma con gran acierto y cercanía el escritor Jon Krakauer en Hacia rutas salvajes.
(Continua página 2 – link más abajo)

4 COMENTARIOS

  1. ¡¡Gracias por el artículo!!! Había visto la película y sabía del libro, pero esta reseña me ha animado a leerlo. Está disponible en pdf online. me internaré por los próximos días en la vida de Criss y Alexander!

  2. La pelicula sobre el libro se llama «una aventuta en alaska», es ciertamente un testimonio de vida.

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