Sociedad Cronopio

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La llegada de los españoles supuso un conjunto de cambios en la cultura de los pueblos originarios y los tehuelches no fueron una excepción. Se desataron entre ellos enfermedades que los diezmaron y, además, fueron poco a poco reducidos en su hábitat hasta desaparecer como pueblo.

Tenían a Kóoch como el “alto Dios”, la deidad creadora primigenia, peo sin relación directa con los hombres. Este es, muy resumido, su hermoso mito sobre la creación del mundo.
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Cuenta la leyenda que, según dicen los tehuelches, hace muchísimo tiempo no había tierra, ni mar, ni sol… Solamente existía la oscuridad densa, húmeda y absoluta de las tinieblas, que no dejaba que las cosas existiesen. Y en medio de ella vivía Kóoch, el eterno, el que siempre existió pues no tuvo nacimiento ni principio. Era como el aire. Nadie podía verlo ni tocarlo.

Tanto tiempo pasó Kóoch en medio de las sombras y su soledad era tan grande que empezó a llorar amargamente con un llanto profundo e interminable. Fueron tantas sus lágrimas, durante tanto tiempo, que contarlas sería imposible. Y con su llanto se formó el mar, el inmenso océano donde la vista se pierde y donde comenzó a gestarse la vida para poblar el futuro mundo.

Cuando Kóoch se dio cuenta de que el agua crecía y crecía, y que estaba a punto de inundarlo todo, dejó de llorar y lanzó un suspiro. Y ese suspiro tan hondo y profundo fue el primer viento, que empezó a soplar constantemente, abriéndose paso entre la niebla y agitando las aguas del mar.

Algunos dicen que fue así cómo, por la fuerza del viento, la niebla se disipó y apareció la luz, pero otros opinan que fue el propio Kóoch el inventor de la claridad. Cuentan que, en medio del agua y envuelto en la oscuridad, deseó contemplar el extraño mundo que lo rodeaba. Se alejó un poco a través del negro espacio y, como no podía ver con nitidez, levantó el brazo, y con su gesto hizo un enorme tajo en las tinieblas.

También dicen que el movimiento de su mano originó una chispa, y que esa chispa se convirtió en el sol. Y el gran astro se levantó sobre el mar e iluminó aquel paisaje magnífico: la inmensa superficie ondulada por el viento, cuyo soplo retorcía cada ola hasta verla deshacerse bajo el blanco manto de espuma.

El sol formó las nubes, que se pusieron a vagar, incansables, por el cielo, matizando el agua con su sombra, pintándola con grandes manchones oscuros. Y el viento las empujaba a su gusto, a veces suavemente, y a veces en forma tan violenta que las hacía chocar entre sí. Entonces las nubes se quejaban con truenos retumbantes y amenazaban con el brillo castigador de los relámpagos.

Luego Kóoch se dedicó a su obra maestra. Elevó parte de la tierra que se encontraba debajo del mar e hizo surgir del agua una isla muy grande en la cual modeló montañas y llanuras separadas por valles y cañadas y formó los ríos, los arroyos y los lagos… Y luego dispuso allí las plantas, los árboles, los peces, los pájaros, los insectos…

Todos sus hijos, el sol, el viento y las nubes encontraron tan hermosa la belleza de la isla que se pusieron de acuerdo para derramar sus bondades sobre ella: el sol iluminaba y calentaba la tierra, las nubes, arrastradas por el viento, al rozar las altas montañas, derramaban la lluvia que llevaban en su vientre, formando ríos, arroyos y lagos que se poblaron de peces, sus aguas regaron la tierra donde pronto nacieron las primeras plantas; sus suculentas hojas se convirtieron en alimento lo que trajo aparejado la aparición de los primeros animales. La vida era dulce en la pacífica isla de Kóoch. Entonces el Creador, satisfecho, se alejó cruzando el mar. A su paso hizo surgir otra tierra cercana y se marchó al horizonte, de donde nunca más volvió.

*El Popol Vuh

El Popol Vuh -en lengua quiché, «Libro del Consejo» o «Libro de la Comunidad»- es una recopilación escrita que recoge narraciones míticas, legendarias e históricas…; historias legendarias que se supone que habían perdurado transmitidas por tradición oral hasta el momento de su escritura en los diversos grupos étnicos que habitaron la tierra quiché, un extenso territorio de la civilización maya al sur de Guatemala y gran parte de Centroamérica.

Parce ser que la primera versión escrita del Popol Vuh de la que se tiene noticia fue elaborada, a mediados del siglo dieciséis, por un indígena que trasladó en lengua quiche la recitación oral de un anciano, pero utilizando caracteres latinos. Dicha versión permaneció oculta hasta 1701, cuando los mayas quiché de la comunidad de Santo Tomás Chuilá (hoy Chichicastenango, en Guatemala) mostraron la recopilación de sus historias mitológicas a un fraile dominico, llamado Francisco Ximénez.

Se desconoce el nombre del autor de aquella primera versión pero fray Francisco Ximénez, al darse cuenta de la importancia del documento, lo tradujo, asegurando la fidelidad del escrito. Su versión está organizada en dos columnas, en una el texto quiché con caracteres latinos y en la otra su traducción al español.
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Presento una versión propia, muy resumida, de la primera parte del Popol Vuh : la descripción de la creación del mundo y del origen del hombre, que después de varios fracasos fue hecho de maíz, el alimento que constituía la base de su alimentación.

Al comienzo del tiempo todo estaba en suspenso, en calma, inmóvil y en silencio, y la extensión del cielo estaba vacía. Todavía no había un hombre, ni un animal, ni pájaros, peces, cangrejos, árboles, piedras, cuevas, barrancas, hierbas y bosques: sólo el cielo existía. No se manifestaba la faz de la tierra. Sólo estaban el mar en calma y el cielo en toda su extensión. No había nada que estuviera en pie; sólo el agua en reposo, el mar apacible, solo y tranquilo. No había nada dotado de existencia.

Los Progenitores -los Creadores y Formadores-, llamados Tepeu y Gucumatz, decidieron crear el mundo. Primero formaron la tierra, las montañas y los valles; dividieron las corrientes de agua, los arroyos se fueron corriendo libremente entre los cerros, las aguas quedaron separadas cuando aparecieron las altas montañas, y surgieron árboles que se convirtieron en bosques.

Los Progenitores del Cielo miraron a su alrededor: ¡Todo era nuevo y resplandeciente!

-Debemos proseguir –dijeron

-Hagamos pumas y jaguares, peces y serpientes, pájaros y ciervos y leones y tigres…

Así tan sólo con nombrarlos, la tierra recién nacida se pobló de animales de todas las especies y a cada uno le fue asignada una morada:

-Vosotros viviréis en los valles y vosotros en los barrancos.

-Vuestra casa será la alta montaña y la vuestra la maleza.

-Habitaréis en las ramas y en las entrañas de la tierra…

Y, cuando todos estuvieron en su sitio, los Progenitores del Cielo ordenaron:

-Ahora… ¡Hablad cada cual con vuestro lenguaje! ¡Decid nuestros nombres! ¡Alabadnos a nosotros que somos vuestros padres y madres!

Pero nadie dijo palabra. Se oyeron rugidos, graznidos, aullidos, mugidos sin orden ni concierto.

-¿Qué ha sucedido? Hemos cometido un error. ¿Qué será de nosotros si nadie nos llama, nos invoca y nos recuerda? ¿Cómo haremos para ser invocados, para ser recordados sobre la tierra? Ya hemos probado con nuestras primeras criaturas; pero no se pudo lograr que fuésemos alabados y venerados por ellos. Probemos ahora a hacer unos seres obedientes y respetuosos. Ha llegado el tiempo del amanecer, de que terminemos la obra y que aparezca el hombre sobre la superficie de la tierra.

De tierra, de lodo hicieron la carne del hombre. Pero vieron que no estaba bien, porque se deshacía, estaba blanda, no tenía movimiento, no tenía fuerza, se caía, no movía la cabeza, la cara se le iba para un lado, tenía velada la vista, no podía ver hacia atrás. Al principio hablaba, pero no tenía entendimiento. Rápidamente se humedeció dentro del agua y no se pudo sostener.

Entonces los Progenitores del Cielo hicieron otra prueba. Crearon unos muñecos labrados en madera que se parecían al hombre y hablaban como el hombre. Se multiplicaron y poblaron la superficie de la tierra; tuvieron hijas, tuvieron hijos los muñecos de palo; pero no tenían alma, ni entendimiento, caminaban sin rumbo y andaban a gatas.

Fue solamente otro ensayo, otro intento de hacer hombres. Hablaban al principio, pero su cara estaba enjuta; sus pies y sus manos no tenían consistencia; no tenían sangre, ni sustancia…; sus mejillas estaban secas, secos sus pies y sus manos, y amarillas sus carnes. Por esta razón ya no pensaban en los Progenitores del Cielo que les habían dado el ser y cuidaban de ellos. Y fueron destruidos por una inundación.

Los Progenitores del Cielo siguieron insistiendo e hicieron cuatro hombres y cuatro mujeres de maíz, que poseían una visión extraordinaria y una sabiduría sin igual De estos hombres y mujeres creados de maíz se constituyeron las familias que poblarían la tierra.

*Indios Jíbaros de la Amazonía ecuatoriana

Termino esta aproximación a los mitos cosmogónicos con el relato de los indios de la Jibaría, en la región oriental de la República del Ecuador. Es, para mi gusto, el más hermoso literariamente de los mitos cosmogónicos que conozco y el que -en su brevedad y concisión- recoge con plena perfección todos los elementos arriba señalados como constitutivos de dichas narraciones, y cuyo remate es también el mito antropogónico de la creación del hombre.

Es digno de resaltar cómo Yus, el dios creador, va vistiendo de bellos dones la tierra desnuda, con el mimo y la delicadeza con que un padre bondadoso adornaría la casa que han de habitar los hombres, sus mejores hijos.

Dice el pueblo de los jíbaros que fue el bondadoso Yus quien creó la tierra. Pero ésta, al principio, estaba completamente desnuda. Era necesario vestirla y la vistió con selva de árboles gigantes y plantas menores que darían los más variados frutos.

Entre las ramas altas silbaba el viento solitario, unas veces como bestia salvaje, otras como pájaro llorón, y otras al modo del zumbido de las moscas. Entonces Yus dijo:

-¡Mi creación está todavía incompleta!… ¡Ahora corran cuadrúpedos y serpientes por el suelo! ¡Puéblense los árboles de pájaros cantores! ¡Vuelen y anden los insectos por donde quieran o puedan!

                  Y eso fue.

La tierra no estaba completa todavía. Algo más faltaba. Entonces Yus subió a la copa del árbol más alto llevando en su diestra una hermosa jarra de oro. Con sus ojos divinos contempló su obra y notó que la flora inmensa se moría de sed.

-¡Sean los ríos y los lagos! –dijo. Y volcó su jarra llena de agua milagrosa sobre el suelo; y los ríos y los lagos fueron.

Faltaba algo más. De algún rincón secreto sacó una tela finísima de color azul, la echó hacia la altura y, sopla que sopla, la extendió en una comba infinita cubriendo la tierra con el cielo.

-¡Sobre este firmamento brillarán el Sol, la Luna y las estrellas, y cruzará el río Nayanza -agregó-, para que, cuando desborde, llueva en la tierra!

                    Y eso fue.

Pero faltaba algo más. Faltaba el hombre, pues Yus no estaba satisfecho con las criaturas animales que había creado ya que eran incapaces de comprender las maravillas de su obra.

Y así subió un día al cráter del volcán Sangay, llevándose un puñado de barro del valle Upano. Al borde de esa descomunal boca de la montaña, modeló un muñeco que parecía un hombre. Luego, en la gran hornilla del coloso prendió fuego y puso a cocer la figura antropomorfa, obteniendo lo que quería. Le bastó solamente el soplo de su alegría para que el muñeco fuese el mismísimo hombre pleno de vida e inteligencia, a quien Yus le regaló cuanto había creado antes, más una compañera para que la raza jíbara se multiplique y pueble sus inmensos dominios.
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* Miguel Díez R. (mikdiez@gmail.com) ha sido durante casi cuarenta años profesor de Lengua y Literatura de Enseñanza Secundaria en España. Además de manuales de Literatura Española y de Comentarios de Textos Literarios, ha publicado Antología del cuento literario (1985; Madrid, Alhambra-Longman, 2005), la edición de Jardín umbrío de Ramón del Valle-Inclán (Madrid, Espasa-Calpe, 1993), y Antología de cuentos e historias mínimas (2002; Madrid, Espasa-Calpe, 2008). En colaboración con su mujer, Paz Díez Taboada, ha publicado Antología de la poesía española del siglo XX (1991; Madrid, Istmo, 2008), La memoria de los cuentos (Madrid, Espasa-Calpe, 1998, reeditado en la misma editorial y colección con el título de Relatos populares del mundo), Antología comentada de la poesía lírica española (2005; Madrid, Cátedra, 2006) y Cincuenta cuentos breves. Una antología comentada, Madrid, Cátedra, 2011. Así mismo ha publicado numerosos trabajos literarios en “Biblioteca Digital Ciudad Seva” y en las revistas digitales “Espéculo” y “Letralia”. En el blog https://narrativabreve.com/ coordina la sección titulada https://narrativabreve.com/cuentos-breves-recomendados, donde ha publicado una de las mejores selecciones de cuentos en Internet: más de 300 relatos universales seleccionados por su alta calidad literaria, con una extensión de media página a cinco o seis: textos antiguos muy variados (mitos, leyendas, fábulas, apólogos, pequeñas historias, cuentos tradicionales) y cuentos modernos literarios.

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