Escritor del Mes Cronopio

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La subveriva libertad de titere

LA SUBVERSIVA LIBERTAD DEL TÍTERE

Por Alejandro Céspedes*

Quiere El Depredador que no despierten
los intangibles que clavan sus preguntas e inoculan el virus del insomnio.
Trata de amordazar los sueños de una marioneta mientras oye el murmullo
que ya excava galerías por dentro de sus hilos.
Pero el títere todavía sigue haciendo su trabajo.

El puño continúa en su garganta…
Las cuerdas que le mueven los párpados por dentro…
El ojo omnipresente del Ventrílocuo que satura las cuencas de sus ojos…

Para El Titiritero el mundo aún está en orden.
Un guiñol se contempla a sí mismo en un espejo.
En ese breve instante de conciencia percibe que otros seres
de existencia igual de efímera se articulan debajo de una estatua.

¿Cuántas vidas es necesario tener para satisfacer a los raptores?

Vuelve El Depredador.

La mano muerta que mueve un cuerpo muerto con los hilos.
Todo lo inútil se hace necesario, lo prescindible unánime, lo ornamental sublime.

El títere aún no ha decidido olvidar su herencia, el flácido genoma
de unas articulaciones condenadas a repetir el movimiento.
La mano del Ventrílocuo embarulla la trama de los hilos.
La voz unánime como armazón que afianza lo distópico.
La exactitud dando a beber entre las manos su veneno.
En todo lo que el títere acepte como cierto se despierta un policía.
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Aún tendrán que colisionar sobre el azogue los átomos que han fijado su órbita en la jurisdicción del equilibrio, y los hijos de los caballos de madera
aprender a convivir con el desasosiego y con el vértigo
de saberse una estirpe finita.

Entonces, con un cúter mellado, tratará de que sean limpios
los cortes en los tallos de las flores donde maduran las semillas del espejo.
Y mientras corta, soñará que su cuerpo proviene de los árboles
con los que se fabrican los caballos de madera.

Y mientras corta, fabricará lo mismo que los árboles,
un cuerpo hecho de círculos concéntricos, y así, desde el instante
mismo en el que caiga, nadie olvide jamás su desarrollo.
Acomodarse no.

Toda ruina contiene la interrogación de otro edificio.
Y mientras corta, la marioneta se constata en el reflejo mientras alza las manos hasta la altura máxima. Y se ve a sí misma dejándolas caer
con la fuerza que da la gravedad de una conciencia que se sabe atada.
Sin ceder al discurso de los golpes. Una vez.
Todas las siete veces siete que hagan falta
hasta que lo heterogéneo respire en lo anaerobio de la coincidencia.
Bombas inteligentes reflexionan también sobre el olvido.
Todo es colateral en la dispersión de la metralla.

Así se siembra el descrédito de la mutilación de los cadáveres.
Sobre la consistencia de la luz surgen ampollas.
Debajo del lenguaje del Ventrílocuo hay topos construyendo
las columnas huecas de sus casas.

El compás, mientras gira, crea la anilla de una granada de mano.
Los hilos se deshacen con la tozuda lentitud de la gangrena.
Los índices del títere aspiran a dejar de ser flechas cansadas.
Quieren ir más allá, apuntar más alto. Detrás de la alambrada
donde van a anidar los sueños de los lobos.
Una vez que se ha proscrito la esperanza, única condición: no hacer rehenes.
El toro que va a morir busca la sombra.

Ninguna visión resulta ingenua.

En esa hostilidad de la conciencia a ser domesticada reside la grandeza
de su enigma. Es tiempo de correr paralelos a las balas, de una necesidad
que atirante la vibración del arco, de un nexo razonable que numere y ordene
las ubres de la historia.

Se necesitan verbos para conjugar la curvatura de los presentimientos
y para hacer vibrar los ángulos que dan forma a la utopía. Sobre los palimpsestos la palabra utopía
borrada siete veces y siete veces siete, reaparece la abreviatura de lo que se ha soñado y el recuerdo
de lo que no ha ocurrido todavía.

Ahora El Títere lo sabe. Algunos recuerdos son premonitorios.
Así lo despreciable se conjuga: la raíz de la zarza, la ramificación
de su genealogía; la aspereza que da el conocimiento; el hambre insatisfecha
de lo lúcido; unos ojos capaces de observar que delante de sí
sus propias pisadas inician un camino…
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Esas formas verbales le convencen: un muñeco sin hilos
puede ser una cometa a la deriva.
¿Importa la caída ante la potestad de incorporarse?
Uno de los tres monos sabios se atraganta en la respuesta.
El que está voluntariamente sordo verifica el estruendo.
Aquel de los tres que al abrir los ojos sólo vea las palmas de sus manos descubrirá que es ese el territorio donde el viento disgrega la caucasiana tiza
de los círculos y confunde los hilos de los dioses.
Los tres escuchan el golpe.

El cuerpo de La Estatua corta el aire. Vertical
cae
a plomo.

El casquillo de una bala que por fin ha encontrado su destino
rebota contra el suelo siete veces. El huésped que la acoge sólo una.
La muerte, al ir leyendo el libro de la vida, recrea personajes de ambos bandos.
Las manos extendidas de un cuerpo que se pudre en la cuneta
reclaman la mirada del muñeco. El Títere renuncia a la nostalgia
y sueña que con sus propios hilos conduce una cometa.
Sus ojos ya no reflejan la mirada de quien no comprende por qué muere.
Mientras sueña recuerda:
lo primero que se le cae a un esqueleto son sus alas.
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* Alejandro Céspedes (Gijón, Asturias, 1958) es licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad de Oviedo. Ha sido colaborador del diario El Mundo desde 1998 a 2002, coordinador de la sección de poesía de la revista La Cultura de Madrid y miembro fundador y del Consejo Editorial de la revista de literatura «Número de Víctimas» junto a Almudena Grandes y Luis Antonio de Villena, entre otros. Miembro de la Sociedad General de Autores de España, ha escrito letras para músicos españoles entre los que destaca «Luz Casal». Toda su actividad laboral hasta 2004 ha estado ligada a la gestión cultural en la administración pública y la empresa privada.

Ha publicado sus poemas en la revista «Insula», en el Suplemento Cultural del diario ABC, en El Cultural de El Mundo y en la mayoría de revistas literarias españolas. Fue responsable de la sección de teatro y literatura del programa «Café con hielo» en la Cadena Ser, y desde 2009 a 2011 codirigió el programa de poesía «Definición de savia» en la radio del Círculo de Bellas Artes de Madrid. Ha sido uno de los autores pioneros del libro electrónico en España y de la edición digital en general, siendo su web una de las más visitadas en ese ámbito. Toda su obra puede ser leída en formato digital, gratuitamente, en su web www.alejandrocespedes.com

Ha obtenido, entre otros, algunos de los premios más importantes de España: Premio Jaén de Poesía 2009; Premio de la Crítica de Asturias 2009; Blas de Otero 2008; Hiperión 1994; Navarra de poesía 1986; Internacional Villa de Lanjarón, Granada, 1985; Ángel González 1984, así como el Accésit del Premio Internacional Teatro Español de Madrid, 1985 y el Premio Standard de textos dramáticos 1977.

Con su libro «Flores en la cuneta» fue uno de los candidatos al Premio de la Critica en 2009. Algunas de sus obras fueron incluidas  en las listas de los mejores libros del año en 1994, 2011  (El Mundo) y 2012 (El País) y su última publicación, «Topología de una página en blanco», fue votada por los lectores de este diario como el cuarto mejor libro del año y también por el Colectivo de crítica literaria Addison de Witt en sus premios  «Ausias March» a los mejores libros del año.

Ha publicado los libros: Topología de una página en blanco (Amargord, 2012), Flores en la cuneta (Hiperión, 2009), Hay un ciego bailando en el andén (Hiperión, 1998), Las palomas mensajeras sólo saben volver (Hiperión, 1994), Los círculos concéntricos (AAEE, 2008) Sobre andamios de humo (Vitruvio, 2008) Y con esto termino de hablar sobre el amor, La noche y sus consejos (Genil, 1986) y James Dean, amor que me prohíbes, (Pamiela, 1986 y PUP 1984), así como varias plaquettes.

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