Arte Cronopio

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Consideremos la noche del Florida Park como un hecho histórico dentro del mundo del baile, pues, de no haberse producido este fortuito encuentro, que propició Pilar López, Rosario y Antonio no hubiesen vuelto a actuar juntos nunca más después de su ruptura en 1952.

El segundo encuentro de la pareja sería al año siguiente en el Teatro de la Zarzuela. Rosario asistió al estreno, en un palco, de «El Sombrero de Tres Picos», y, al final de la función, pasó a saludar a Antonio a su camerino, que, como es de suponer, estaba abarrotado de amigos y fieles admiradores. Rosita Segovia que se entera, se abre paso a codazos por el pasillo hasta llegar a Rosario para abrazarla; pero la adolescente que reforzaba con sus castañuelas la «Jota» que bailaba Rosita en tiempos de guerra, le gira la cabeza…

Rosita, mujer delicada, mujer vulnerable, en una palabra, mujer, mujer, me sugiere que por favor este pasaje no lo cuente. Pero uno piensa que estas pequeñas cosas deben quedar reflejadas en este mundo del baile donde no todo son laureles.

Retomemos al exiliado artista, icono del mundo «alegre», símbolo de una España negra, de una España desnutrida, de una España de mujeres tras los visillos, quien dejó una gran estela. A Miguel de Molina no lo alcancé personalmente, – sus cortometrajes cinematográficos no tienen desperdicio- pero sí, a los que también triunfaron en la misma línea de «mariposeo», e imitando su estilo y peculiar vestimenta compuesta de pantalón ceñido y estrafalarias blusas de mangas ajamonadas, unas veces con lunares y otras multicolores. Destacaron: Antonio Amaya, El Titi, Pedrito Rico, Tomás de Antequera y Miguel de los Reyes, hasta recalar en el gran artista Falete.

Si su mayor creación fue «La bien pagá», la canción «Ojos Verdes» original de Valverde, León y Quiroga, que bordaba Conchita Piquer, inmortalizada en la película «Filigrana», en la voz de Molina cobra mayor fuerza dramática al infundirle ese pellizco flamenco del que siempre adoleció casa Piquer.

Como anécdota, es bien sabido que la censura franquista no dejó pasar la primera estrofa que decía: «Apoyá en el quicio de la mancebía…» Y el letrista tuvo que cambiarla por: «Apoyá en el quicio de tu casa un día…» Recordemos que mancebía, burdel, lupanar o plebeyamente «casa de tratos», fue el lugar donde Miguel Frias Molina (Málaga, 1908 – Buenos Aires, 1995), de remoquete La Miguela, trabajó siendo un mozalbete «para sacar la palangana».

A partir de la posguerra española, se miraron y se miran en el mismo espejo – con acento machote – una lista de cancioneros y ortodoxos cantaores, que recurren «a la copla a orquesta» que impuso el ya mencionado Angelillo – para así llegar a todos los rincones – cantándoles a todas las pasiones del ser humano, querencias, e injusticias que nos azotan cotidianamente, lanzándonos como sus antecesores en tres minutos toda una historia de «novela por entrega».

Ellos son: Luis Lucena, Manolo Escobar, José Luis y su guitarra, Carlos Cano, Pepe Mairena, Manolo el Malagueño, Manolo Caracol, Pepe Pinto, Juanito Valderrama, Pepe Soto, Rafael Farina, El Príncipe Gitano, Antonio Molina, Emilio El Moro, Pepe Baldó, José Luis Campoy, Paquito Jérez, Bambino, Chiquetete, Emi Bonilla, Enrique Montoya, El Fary, el niño prodigio Joselito, Pepe Marchena, Pepe Blanco, concluyendo en el magnífico cancionero Carlos Vargas a quien se le augura un gran porvenir. No podemos olvidar la extraordinaria interpretación cinematográfica de Manuel Bandera, dándole vida a casi todas las canciones del malogrado artista. ¡Lástima que no supo aprovechar el filón!

En 1992, la Embajada Española en Argentina en nombre del Rey Juan Carlos I, condecora a Miguel de Molina con la Orden de Isabel la Católica.

«LA VIDA BREVE» Y «EL SOMBRERO DE TRES PICOS»

Durante la Exposición Universal e Internacional de Bruselas, 1958, se celebra el Festival Español, que es acogido en el Palacio de Bellas Artes y en el Gran Auditorium la última semana del mes de Julio. Para este magno acontecimiento España ha seleccionado a grandes artistas como Victoria de los Ángeles. Antonio y su Ballet Español, José Iturbi, Orquesta Nacional, Orfeó Donostiarra y los Cantores de Madrid.

Victoria de los Ángeles pondría su voz a «Salud» en la Ópera de la «Vida Breve» de Manuel de Falla, y Antonio y Rosita Segovia con el Ballet interpretarían los bailes de la primera obra grande de la producción de Falla. El éxito estaba asegurado: La orquesta dirigida por Eduardo Toldrá, los cantantes Victoria de los Ángeles y Bernabé Martínez en el papel de Paco, la coreografía de Antonio, los decorados de José Caballero y los figurines de Leo Anchóriz. Rosita Segovia recuerda con gran admiración y cariño a su paisana Victoria de los Ángeles y no olvida a la cantante en el aria final, cuando sus lágrimas descienden por sus mejillas al estar metida tan dentro del personaje, y tampoco olvida cuando salieron a saludar al público que, al continuar la soprano todavía poseída por la ficción, contagia a Rosita su llanto.

Argumento:

En el barrio del Albaicín, en Granada, vive con su abuela y el hermano de ésta, el tío «Sarvaor», Salud, una bella muchacha gitana locamente enamorada de Paco, cuyas promesas ha creído. Todo el mundo de Salud comienza y acaba en el seductor galán, cuya fidelidad no puede ni sospechar. Paco tiene otra novia, Carmela, rica y bonita, y de su raza, con la que se casa. Cuando Salud descubre el engaño y comprueba lo irremediable, las fuerzas le abandonan y, considerando su vida sin objeto, muere en casa de Carmela, donde se celebra la boda de ésta con Paco.

Este pequeño asunto sirvió a Manuel de Falla para componer la música de «La Vida Breve», que es un anticipo de lo que será su producción. Así consta en el programa del Festival Español de la Exposición Universal e Internacional de Bruselas 1958.

La segunda parte la cubriría la Compañía de Antonio con el Ballet «El Sombrero de Tres Picos» de M. de Falla, en la que nuestra bailarina bordaba el papel de la casquivana Molinera. La Segovia, que ya había sido también heroína de esta obra, cuando fue invitada con Antonio en el año 1953 a la Scala de Milán, nos comentaba la influencia que había dejado en Antonio la coreografía de Leonida Massine, por lo que el espíritu del coreógrafo les perseguía en todas sus actuaciones.

Naturalmente Antonio se benefició para su montaje de «El Sombrero de Tres Picos» de esas riquezas exteriores, sobre todo la socarronería que Massine inculcó a sus personajes; por supuesto que la técnica del baile quedó más actualizada y muy por encima de la asesoría que el bailaor flamenco Fé1ix Fernández (E1 Loco) aportaría al coreógrafo cuando se estrenó en Londres en el Teatro Alhambra por los Ballets Rusos de Serge Diaghilev en 1919, en aquella ocasión con decorados y figurines de Picasso.

El estreno de «El Sombrero de tres Picos», en el Auditorium de Bruselas, en pleno apogeo de la Exposición, fue un éxito triunfal inenarrable. Basta decir que el Rey Balduino, que asistía a la representación, mostró su complacencia sonriendo repetidas veces, gesto que no es frecuente en el monarca belga. Terminada la triunfal jornada, el rey deseó saludar a los artistas, mostrando su afecto y entusiasmo a Antonio, Victoria de los Ángeles y Rosita Segovia. Preguntó el soberano a la gran cantante y a la gentilísima bailarina de donde procedían, y ambas respondieron que de Barcelona, y el Rey, volviéndose hacia Antonio con una sonrisa añadió: «Usted ya se ve que no es de Barcelona» El Rey Balduino conoce bien España, por la que ha efectuado de incógnito largos y detenidos viajes.

(«Festivales de España». Pamplona.Crítico: F. Artacho. Agosto 1958)
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EL SOMBRERO DE TRES PICOS

Música de Manuel de Falla. Ballet de Martínez Sierra, basado en un libro de Alarcón. Decorado de Manuel Muntañola, realizado por Bea-Mora. Figurines de Manuel Muntañola realizados por Encarnación.

Motivo:

El romance se desarrolla en Guadix (en la provincia de Granada.) Una Molinera algo casquivana acepta complacida las galanterias que constantemente le prodiga un Corregidor, viejo y enamorado. Pero rehuye sus ardorosos requerimientos, con gran desesperación del seductor, que manda encarcelar al marido, Lucas, para asediar con más comodidad a la bella Molinera. Por indicación de Garduña, su paje, el viejo, que ha caído al agua persiguiendo una noche a su bellísima caza, pide asilo a la Molinera para no perecer de una pulmonía. Mientras tanto, Lucas, que ha logrado escapar de su encierro, llega a su casa y encontrándose al Corregidor medio desnudo en su propia habitación se figura haber sido objeto de una traición, en realidad inexistente por parte de su esposa. Como quiera que la corregidora goza de una fama de mujer de gran belleza, piensa Lucas que tomándose las ropas del viejo podrá entrar en Palacio y hacerse pasar por el corregidor y vengar así su honor. Llegan los alguaciles que vienen en persecución del molinero, y tomando al corregidor por el fugitivo le detienen sin hacer caso de sus protestas y le propinan una buena tanda de golpes para hacerle entrar en razón. La vuelta del molinero con la corregidora, a la que aquél ha dado cuenta de la acción de su esposo, permite que se deshaga todo el enredo. Para festejar el gracioso equívoco, todos los vecinos que han ido acudiendo a los gritos del corregidor, y los molineros se han reconciliado pidiéndose mutuamente perdón por su desconfianza, danzan alegremente, no sin antes proceder a un soberbio manteo del corregidor, para que no se le ocurra pretender de nuevo el amor de ninguna muchacha del lugar.
Una vez más triunfó Antonio en el Molinero (…) En su línea, la gran Rosita Segovia, bailarina de temperamento excepcional, inteligente y diestra, que bailó admirablemente, y puso fina picardía en «la molinera».

(Teatro Arriaga. Bilbao. Crítico Pepe Acuri)

La Farruca del Molinero que bailó Antonio, tuvo tal gracia, tanto vigor y tal comprensión del personaje de Alarcón, que no es posible sin la intuición genial de este artista, compenetrarse de tal modo (…) Rosita Segovia hizo una molinera que, con decir que estuvo a la altura de Antonio, basta como adjetivo para comprender cómo desempeñó su papel.

(Plaza Porticada. Santander. Crítico Pedro Asua).

VII Festival Internacional de Música y Danza. Granada 24 y 25 Junio 1958.

(…) Claro, que la danza de la Molinera interpretada por Rosita Segovia y la Danza del Molinero de Antonio, han sido apoteósicas, inimitables. Pero el conjunto se ha desarrollado con un ritmo tan vivo y exacto que no creemos recordar cosa semejante en ninguna otra compañía de Ballet.

(Felipe Moreno en el Ideal, 25 Junio 1958).

Rosita volvió a oír cantar a Victoria de los Ángeles en Miami Beach años más tarde en una sinagoga, un templo judío habilitado para conciertos.

Nos dice la bailarina:

«Me transmitió las mismas emociones que en aquel 58 cuando, actuando juntos en Granada en los Jardines del Generalife y al mes siguiente en la Exposición Universal de Bruselas con el mismo programa. «Victoria de los Ángeles posee la voz más bella que yo he conocido. Piensa que me he criado entre artistas del bel canto, pues mi abuela fue la gran cantante Dolores Planas, y mi abuelo Director de los Coros del Gran Teatro del Liceo, por lo que estoy, como verás, bien familiarizada y documentada con el Arte de la Ópera».

Este mismo programa de «La Vida Breve» y «El Sombrero de Tres Picos» de Manuel de Falla, se volverían a repetir treinta y nueve años más tarde en el Teatro Real de Madrid, con motivo de la reapertura de esta gran Sala de Conciertos. Los bailes de «La Vida Breve» fueron coreografiados por José Antonio y «El Sombrero de Tres Picos» de Antonio, nuevamente, con figurines de Picasso, fue recreado por Juan de la Mata y Pepín Soler, encarnando Antonio Márquez el papel del Molinero y Aída Gómez el de Molinera.
Pero leamos bien la subjetividad del crítico especializado de E1 País, Roger Sala, de Madrid, a propósito de este reestreno en su instructiva columna:

(…) La versión escogida de «El Sombrero de Tres Picos» de Manuel de Falla, con los diseños de Picasso, era cuando menos, poco rigurosa en lo filológico (…) la coreografía remontada es una especie de recreación bienintencionada del original donde solamente ha destacado el buen baile y sobre todo buen gusto y control de Aída Gómez en el papel de la Molinera. Aída ya con 14 años conoció la versión original de Antonio y en ella se guarda un sabor añejo y vital a la vez. Si ya en «Fantasía Galaica» la Gómez recordaba la belleza hipnótica de Rosita Segovia –la pareja que estrenó «Sombrero» con Antonio, aquí el parecido en lo mejor de lo artístico era un regalo de la magia de la escena (…)

Que Dios le conserve la vista por muchos años al Sr. Salas… Este continúa diciendo:

(…) Si los diseños de Picasso se salvan, el tipismo que estaba dentro del estilo de Antonio le quita bastante altura, lo que no pasa, por ejemplo, cuando esos mismos trajes arropan la coreografía original de Leónida Massine que tantas veces se bailó en este mismo escenario en tiempos de Diaghilev(…)

El crítico destaca en «La Vida Breve» la coreografía de las dos danzas encargadas a «la Compañía Andaluza de Danza» y coreografiadas por su director José Antonio. Dice así:

(…) José Antonio se regodeó en el dibujo de brazos, muy redondeados, muy de años veinte, tal como exigía la ambientación de Nieva, a la vez que supo vandearse entre un coro tan numeroso como para un Wagner y una escenografía a medio camino entre aztecas e incas.

* * *

1934. Uno de los mejores recuerdos del repertorio Diaghilief era el «Tricornio». Estrenado en tiempos en los que aún no se había visto bailar mucho, cada novedad parecía un descubrimiento. Esta reposición nos ha arrancado la venda de los ojos. Sin duda «El Tricornio» de ahora es el mismo de antes, no ha cambiado, pero somos nosotros los que cambiamos con la experiencia
(…) El único que comprende y siente la realidad Ibérica es Massine. Su Farruca es una visión personal estilizada insuperable. Toumanova, sola de la Compañía con suficiente energía para salir airosa, se ve obligada a expresarse en un idioma desconocido, interpretando una molinera preciosa, pero epidérmica. Hay quien califica este balbuceo superficial de estilización. Yo entiendo por estilización la simplificación depurada de una cosa conocida a fondo. Con tensión y concentración.
En fin, la música reclama una coreografía más nutrida y una interpretación más intensa, lejos de esta España pintoresca, cosida de convencionalismos propios para la exportación. Ni la música sugestiva de Falla, ni la evocación del paisaje decorativo, ni el colorido maravilloso de aquella Babel de vestidos regionales de Picasso, tienen bastante fuerza para atenuar el mal efecto producido por este flamenquismo reimportado.
(Ballet y Baile Español A. Puig C1aramun)
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PACO ROMERO

Paco Romero nos cuenta:

Comencé en la danza a la edad de doce años; en 1958 a los quince años fui contratado como cuerpo de baile, en la Compañía del gran Antonio, donde permanecí dos años. Allí conocí a Rosita Segovia, era la primera-absoluta bailarina. Su condición de gran estrella, en un marco donde había extraordinarias bailarinas, se hacía evidente nada más aparecer ella en escena. La técnica depurada y sobre todo sus cualidades interpretativas para mí son lo más destacado de una bailarina que tenía mucho más. Una vez finalizado mi compromiso en la Compañía de Antonio, soy contratado por la Compañía de Mariemma como primer bailarín.
Pero pasados tres años, Antonio me llamó de nuevo ofreciéndome el puesto de primer bailarín, y es entonces cuando se cumple la gran ilusión que tuve desde muy joven, el poder bailar con Rosita Segovia de pareja. Ilusión que se cumplió en 1964 en «El Amor Brujo», donde ella hacía el rol de Candela y yo el de Espectro, que para mí fue uno de los hitos profesionales más importantes y emotivos de mi trayectoria.

Una vez cumplidos sus deseos y ya con una larga experiencia en la danza, Romero siente esa llamada imperativa, como tantos otros profesionales de realizarse por sí solos y una vez emancipado de la Compañía de Antonio, el Bailarín monta su propia compañía, Ballet de España.

Mi Ballet actúa en diversos grandes eventos, tanto en España como en el extranjero, destacando las semanas culturales promovidas por el Ayuntamiento de Madrid en Checoslovaquia, Méjico, Italia, y la intervención en la coproducción de las televisiones canadiense y española sobre la vida de Manuel de Falla.
En 1978, cuando se forma El Ballet Nacional de España con Antonio Gades de director, fui requerido para interpretar el papel principal de «Bodas de Sangre» y la Seguiriya coreografiadas por el propio Gades.
En 1980, con Antonio Ruiz como director del Ballet Nacional, interpreto el papel protagonista de los Ballets «El Amor Brujo», «El Sombrero de Tres Picos» y los siguientes solos: «Asturias», segunda danza de «La Vida Breve», «Zapateado de Sarasate» y, en la parte flamenca, «Farruca» coreografía de Paco Romero.
En 1983 en la etapa de María de Ávila sigo con el mismo programa, añadiéndole la coreografía «Solo» de Victoria Eugenia. Solicito la excedencia del Ballet Nacional de España, del que me despido en la actuación de Munich, para relanzar de nuevo mi propia compañía.
Paralelamente, desde mi etapa como primer bailarín del Ballet Nacional comienzo una labor docente que continúa hasta la fecha, teniendo la satisfacción de ver cómo discípulos míos realizan sus carreras profesionales en diversas compañías, entre los cuales se cuentan muchos de los actuales bailarines del propio Ballet Nacional, que en la actualidad, cuando están en Madrid, siguen tomando mis clases.
(Continua página 4 – link más abajo)

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