Arte Cronopio

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(…) Por otro lado, rescatando o reelaborando cantes casi olvidados, o casi no existidos, y en una proporción tan vasta y con una belleza tan solemne y un ímpetu tan puntual que, finalmente, la aportación de don Antonio a la historia del cante ha sido ya algo más que la aportación de un artista, de un estilo e incluso de una escuela: es una aportación tan gigantesca, que se diría que con Mairena se nos ha muerto, junto a un hombre, una universidad.
(Félix Grande)

Quiero incluir también la opinión de D. Francisco Hidalgo Gómez, escritor, y director del Festival de Flamenco de Cataluña, que se celebra cada año en el Auditorio de Cornellá.

Antonio Mairena ha sido el cantaor prototipo por antonomasia de la etapa actual del Flamenco, la neoclásica. Pocas dudas pueden caber a este respecto. Nadie ha hecho más por mantener y difundir una forma de entender el cante y por la dignificación de los artistas flamencos. Podrá gustarte o no su forma de decir el cante, estar de acuerdo o discrepar con sus teorías e historias, pero lo que no se le puede negar es su lucha titánica, su pertinaz insistencia en defender aquello en lo que creía y a lo que dedicó su vida, sus esfuerzos y sus desvelos.
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Antonio Cruz García, nombre civil de Antonio Mairena, nació en Mairena del Alcor (Sevilla) en 1909. Descendiente de una humilde familia gitana dedicados al trabajo de la fragua, ámbito en el que de muy tierna edad empieza a conocer el genuino cante flamenco.

Siendo un adolescente, animado por su abuela y las viejas gitanas de su entorno, se lanza a cantar por su localidad, con el sobrenombre de «El Niño de Rafael». Será a partir de 1933, alcanzando fama como saetero en la Semana Santa Sevillana, cuando se le empieza a conocer como «El Niño de Mairena», considerándosele el sucesor de Manuel Torre y «El Niño Gloria».

El cierre de los Cafés Cantantes y la nueva modalidad de la Ópera Flamenca, no beneficia al iniciado profesional, que aboga por la pureza de un Arte que sólo encuentra cobijo entre reducidos grupos de cabales, y en los tugurios de la Alameda de Hércules para divertimento de señoritos snob, no siempre espléndidos, que olvidan las horas en una atmósfera de mujeres, vino y humo.

«Se habla despectivamente de las juergas de los señoritos, pero la verdad es que los señoritos ayudaron a muchos flamencos cuando cerraron los cafés cantantes a finales de los años 20. Se encerraban con ellos, de fiesta, tres días o una semana…» ¡Y para hacer eso te tiene que gustar mucho el flamenco!
(De la entrevista concedida por Pilar López a Miguel Mora, Periódico «El País». Madrid, 31 agosto 2004)

Subsistiendo en un ambiente de guerra y posguerra, esto no quita, para que el inquieto artista trate de ampliar su saber con sus admirados Niña de los Peines y Tomás Pavón, al mismo tiempo que se desplaza a los hontanares de Triana, Alcalá, Utrera, Jerez, Cádiz y sus Puertos, donde recopila los quejíos de los viejos maestros.

Salta a Madrid, favoreciéndole los últimos coletazos de la Ópera Flamenca, momento en que el público apuesta por un cante más gitano. Allí contacta con grandes figuras del flamenco. Pastora Imperio le contrata para su «Venta La Capitana». El guitarrista Ramón Montoya le introduce en las fiestas y reuniones del legendario colmao Villa Rosa.

A finales de la década de los cuarenta, Carmen Amaya le contrata para su espectáculo que presenta en el Teatro Fuencarral. Teresa y Luisillo, desvinculados de la Compañía de Carmen Amaya con la que se dieron a conocer en España, forman compañía propia y le contratan para una gira por Europa y África, pasando después al citado Ballet de Antonio.
Antonio Mairena, está en posesión de todos los galardones que se puedan conceder en el mundo flamenco, destacando «La Llave de Oro del Cante» otorgada en el Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba en 1962.

Entre sus muchas grabaciones nos dejó «La gran Historia del Cante Gitano-Andaluz», exquisita referencia de la ortodoxia flamenca; igualmente su libro «Mundo y Formas del Cante Flamenco», en colaboración con Ricardo Molina.
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ANTONIO Y JOSÉ GRECO EN ESTADOS UNIDOS

El prestigioso empresario Sol Hurok no quedó muy contento con los beneficios de la temporada 1955 cuando presentó el «Ballet de Antonio» por primera vez en Estados Unidos. Hacía ocho años que Antonio no pisaba estos escenarios; son muchos años de ausencia y el público norteamericano no es que le hubiese olvidado, pero era muy difícil competir con los espectáculos que venía presentando José Greco —una vez emancipado de la disciplina y austeridad de La Argentinita y de Pilar López—, el cual ya tenía habituados a todos los Estados Unidos a un tipo de baile barroco, recargado y pensado para una clientela que le era fiel y que le convertiría en un ídolo. En Norteamérica es José Greco el que siempre ha llenado los teatros, es toda una institución, allí lo adoran, lo quieren tanto a él como a toda su familia, es un mito, y, además, cuenta con el estimable apoyo del pueblo judío en todo el continente americano.

En 1961 vino a España y se presentó en el Teatro Liceo de Barcelona con muy buenos «elementos», pero la concepción subjetiva del apuesto muchacho no era para un país donde sabemos diferenciar lo que es la elegancia y la sobriedad de un Ballet Español y los oropeles de una revista del Casino de París. El espectáculo se defendió por el guiño inconfundible a las reminiscencias de Argentinita y Pilar López.

El programa que presentó Antonio en Nueva York era el mismo con el que actuaron en el Festival de Granada, en el Teatro Español de Madrid, en París, en Londres, etc., y en todas partes fue un gran éxito: «Las Sonatas del Padre Soler», «la Suite de Danzas Vascas», «El Martinete», «La Andaluza de Falla», que bailaba Rosita, «El Segoviano Esquivo», «El Taranto» de Carmen Rojas, «Las Seguiriyas», que siempre se repetían, «El Zapateado» de Antonio, «El Viva Navarra», por Victoria Eugenia y el malogrado Antonio de Ronda, etc. etc. Al cante Antonio Mairena y la guitarra del Morao, la batuta de Ángel Currás, total 30 artistas en escena, con los primerísimos bailarines y bailarinas que ya he mencionado en sus relatos y que todos conocemos, pues este fue el primer Ballet que formó Antonio en 1953.

Por la profesión corrió la voz en Madrid de que no habían gustado y, que tuvieron que suspender la gira por Estados Unidos, y lo inflaron más diciendo que la Compañía iba a venir repatriada, nada de esto sucedió. Todos llegaron preciosos, con regalos y bien remunerados, poniéndose rápidamente a ensayar para presentar sus nuevos programas en La Zarzuela de Madrid, en Los Campos Elíseos de París, en el Palace de Londres, en fin, por todos los mejores Teatros de Europa, donde con varios meses de antelación, las entradas se agotaban, y la Compañía de Antonio era esperada cada año, lo que no sucedería con la del italiano nacionalizado americano José Greco, que después de aquella aparición con la que profanó el templo del Gran Teatro del Liceo barcelonés, reservado a las grandes estrellas iluminadas por Terpsícore, Euterpe y Talía, cuando, inesperadamente, pensando que nos iba a deslumbrar, cruzó en diagonal el escenario sagrado con aquel americano resbalón de las dos rodillas en tierra, presentación que recibió el publico liceísta echándose las manos a la cara, cuando le vieron aparecer con aquella malla de lamé de plata, metida con un calzador por dentro de los botos camperos. Efectivamente pegó un buen patinazo del cual ya no se levantaría nunca más; las puertas de tan difícil Coliseo quedarían tapiadas para siempre a tan apuesto muchacho.

LA DANZA DEL FUEGO

Rosita nos aclara:

«La Danza del Fuego» que Rosita había bailado en los Ballets de Barcelona y anteriormente en los diez años que estuvo entre Cuba y Estados Unidos que tanto elogiaron los críticos más exigentes, no fue la misma que bailaría en «El Amor Brujo» que coreografió Antonio.
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Rosita nos dice:

«La Danza del Fuego que yo bailé antes de ir con Antonio tenía mucho de la que había bailado la célebre Antonia Mercé «La Argentina». Me la había montado Antonio Alcaraz, un maestro afincado en Barcelona, que había ido de bailarín en la compañía de La Argentina. Era muy espectacular y había mucho baile. Antonio la había concebido de otra forma, poniéndole mucha interpretación, y pocos pasos de baile, dejándome al final las vueltas de pecho, cogiéndome el vestido que yo inventé en el Vals de Copelia en el Teatro Liceo, durante la Guerra Civil Española».

Festival de Santander:

Donde la Compañía alcanzó su máxima eficacia fue en «El Amor Brujo» Y creo que Rosita Segovia se superó a sí misma, bailando de modo sorprendente «La Danza del Fuego». Fue suya la noche y el público la premió con una de las más cerradas y entusiastas ovaciones que recordamos.

(Crítico Bartolomé Mostaza. Julio de 1956).

Continúa Rosita:

«Yo no llegué a ver ni «El Amor Brujo» de Antonia Mercé ni el de Encarnación López, pero hay que reconocer que el de Antonio fue una gran obra desde el principio hasta el final, por supuesto que a mí me hubiese gustado más bailar mi «Danza del Fuego», pero en compensación tenía ese «paso a dos» que tu bien conoces»…

Ese baile que tú hacías de pareja con el «divino» descalza y con tu camisón blanco ha sido lo más bello, sensual y erótico que se ha visto en un escenario. Plagiado mil veces, incluso traspasado a otras partituras, pero nunca se igualó ni se superó, y eso nos lo van a decir estos críticos que tanto disfrutan con su profesión, no sin antes en lo que de pedagógico tiene este escrito, instruir al lector de que ya en este «Amor Brujo» que concibió Antonio tres años antes de «El Sombrero de Tres Picos» podíamos percibir el dominio que Leonida Massin influía sobre «el más grande de todos», intentando hermanar pantomima y danza tanto en pasajes dramáticos como cómicos, siempre ritmados por la música. El crítico Antonio Fernández Cid en su presentación en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, lo que más destacó fue el «paso a dos» de «La Pantomima» «sentida desde dentro por Rosita Segovia y Antonio».

El Amor Brujo a Montecarlo un ballet magnífico.

Nosotros reservamos una mención muy particular al ballet en un acto de M. Sierra El Amor Brujo, música de M. de Falla que constituye la segunda parte. Con qué fuego, con qué pasión más pronto fue interpretado por Rosita Segovia (Candela) y Antonio (Carmelo) el «paso a dos» de esta obra…
(Crítico André Xavier. Mónaco, abril 1956).

Qué poderío, cuánta pasión hay en esta admirable Rosita Segovia cuando baila el «paso a dos» del Amor Brujo con Antonio… sincera, recordándonos una Duquesa de Alba, de Goya.
(France-Soir. París. Guy de Saint Clair).
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Vuelvo a recordarles la película Luna de Miel en la que Michael Powell nos deja en herencia «El Amor Brujo» con esa pantomima, ese «paso a dos» con Rosita Segovia y Antonio, que fue maravillosamente filmado por su director y que aunque pasen los siglos seguirá siendo una obra atemporal y punto de referencia para todo aquel que quiera bailar con un pensamiento sano.

El célebre Director Michael Powell que ya traía a sus espaldas el éxito que le consagró con «Las Zapatillas Rojas» en 1948 y que coreografió Leonida Massine para la etérea Moira Shearer, tuvo que luchar en el « Amor Brujo» con la duración de la película que se vio obligado a resumir, pero el «paso a dos» se libró de mutilaciones.
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LOS AMORES BRUJOS

«El Amor Brujo» de M. de Falla fue la obra que consagró a Antonio como coreógrafo. Lo estrenó en Londres en el año 1955. Era un «Amor Brujo» nuevo, donde vivían y se quemaban las pasiones que Falla instrumentó. La aparición del espectro agonizante explica con mayor transparencia al público el drama de las alucinaciones de Candelas. (Esclarecido por el Director Cinematográfico Antonio Román en su versión de «El Amor Brujo», en 1949).

A principio de mayo, de 1957 debutó en París, en el teatro de Les Champs Elysées. La Opera Comique, muy gentilmente, dio el permiso para que se representara «El Amor Brujo» —tienen la exclusiva desde que veinte años atrás lo bailó La Argentina—; la prensa unánimemente reconoció que después de pertenecer el «Amor Brujo» por veinte años al repertorio de la ya mencionada Opera Comique, tuvo que llegar el «muchacho sevillano» para mostrar y sacar en relieve los verdaderos valores de la maravillosa obra de Falla.

Argumento:

Candelas, una joven apasionada, ama a un disoluto y celoso gitano. Una noche, sobrecogida por sus pensamientos, acude a una hechicera, quien le advierte que su amante ha tenido una riña y que está agonizando. Alucinada huye y encuentra ante sus ojos la escena que le acaban de describir.
Carmelo, un joven gitano, ama a Candelas, pero ella no le corresponde, poseída por el espíritu de un celoso amante. La hechicera de acuerdo con Lucía, joven amiga de Candelas y Carmelo, que también lo fue del Espectro, decide ejercer sus artes para liberar a Candelas de la magia de su difunto amante. Ella concuerda y efectúa su ritual Danza del Fuego. Empero Carmelo sabe que Candelas sigue bajo la influencia del espectro y requiere la ayuda de Lucía. La cual induce al Espectro a hacerle el amor. Carmelo vuelve para enamorar a Candelas, el Espectro interviene, pero, por el sendero encuentra a la encantadora gitanilla, y no puede resistir enamorarla. Entre tanto, Carmelo enamora a Candelas, y el amor triunfa sobre la muerte y el pasado. Los enamorados se besan, y este beso derrota al Espectro, quien desaparece para siempre conquistado por el amor. «Candelas y Carmelo se alejan del lugar en busca de un futuro más venturoso».
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Conozco muchas versiones de «El Amor Brujo». No alcancé a ver las que bailaron aquellos monstruos sagrados que fueron los primeros en llevar el Baile Español-Flamenco al teatro. La primera versión de esta obra inicialmente tenía por título «Gitanerías» que incluía: cante, diálogo y baile del compositor Manuel de Falla sobre un guión de G. Martínez Sierra, estrenada por Pastora Imperio en el Teatro Lara de Madrid en 1915, no obteniendo el éxito esperado.

En 1925, una vez configurado como Ballet, lo estrena Antonia Mercé «La Argentina» en el Trianón Lírico de París con resonante triunfo, dirigiendo la orquesta el propio compositor Manuel de Falla con el consiguiente reparto: Candelas: Antonia Mercé; Carmelo: Vicente Escudero; Lucía: Carmita García; y George Vague en el Espectro. «El Amor Brujo» lo paseó La Argentina por muchísimos países, especialmente, por Estados Unidos de América.
(Continua página 3 – link más abajo)

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