Literatura Cronopio

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Quise desahogarme contigo porque sé que has guardado silencio después de verme en la sala de fármacos mezclando sustancias, quebrando botellas y recogiendo del suelo pedazos de cristal. Seguramente mi comportamiento te ha resultado bastante extraño y sabiendo que soy el jefe de siquiatría, necesariamente debería ser el más cuerdo de todos en este hospital. Justo para evitar un contagio generalizado, decidí enviar a otro clínico al paciente de la once, y sugerí al gerente del hospital someter al enfermero jefe a un tratamiento especial. Esa decisión tuvo que adelantarse porque entre ambos personajes incendiaron la bodega del sótano y cuando provocaron el fuego salieron corriendo, pregonando a gritos que las llamas energéticas los perseguían. Eso fue un gran escándalo que no podía dejarse sin castigo, porque fue muy peligroso. Menos mal estamos bien equipados contra incendios, porque de lo contrario se hubiese quemado el hospital completo. Por ello, al paciente de la once lo envié a otro hospital donde tratan pirómanos y al enfermero jefe lo hice someter a un tratamiento psiquiátrico intenso, de choque.

Todo es bastante extraño, pues ya no sé si lo que te conté ha ocurrido realmente o lo he soñado. Pero de algo estoy seguro, segurísimo, y es que las cosas que siento últimamente son producto de las mezclas que hago en ese mismo recinto donde trabajas. He estado pensando que las sustancias trastornan el pensamiento de ciertas personas y fácilmente hacen que vean y oigan cosas extrañas. Como muchos lo son, deseo ser sordo y ciego al universo que habla desde el fondo del microcosmos, donde ocurren esas relaciones profundamente mágicas, incomprensibles e incomprendidas por el común de la gente.
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Los procesos químicos ocurrieron en el pasado sin nosotros, e indudablemente ocurrirán en el futuro cuando no estemos. Ahora bien, es a todas luces deslumbrante comprender la mágica relación existente entre las sustancias que participan en una reacción química. Si los fenómenos naturales son independientes de los humanos, nada justifica que algunos personajes los usen como curiosos pretextos para hacerse los locos y perturbar a los demás. ¡Claro está que eso pasa todo el tiempo, en todas partes y con todos los temas! ¡Uf!

Gracias por oírme y perdona la prolongada interrupción de tu trabajo. Puedes volver a tus labores y continuar con el inventario, pero recuerda que las botellas de vidrio vacías no entran en las cuentas…

AGUA ESPIRITUOSA Y LA SAL QUE DISOLVIÓ EL RÍO

Por fin llegó el primer domingo del mes, día especial en el condado, porque todos acuden con alborozo al gran mercado para ir de compras, enterarse de las últimas noticias y solazarse con los chismes de moda. El amanecer fue tranquilo, fresco, con una ligera bruma desdibujando bellamente colinas, techos y castillos, anunciando una sensación de alivio y de frescura. En semanas anteriores, el verano había hecho estragos en campos y aldeas, pero en aquella ocasión, el clima prometía comportarse benévolo, de mil maravillas. Desde tempranas horas la gente presagió que podría gozar de una jornada primorosa y, efectivamente, así sucedió. El día estuvo tan suave que incitaba a salir a pasear y así olvidarse del calor de tantos días, situación que los aldeanos supieron agradecer y lo aprovecharon al máximo.

En forma lenta y desordenada al enorme patio interior de la antigua fortaleza Portopeña, fueron llegando personajes de todas las clases e intereses. Comerciantes que para ofertar a tiempo sus mercancías, viajaban largas y penosas distancias, sorteando serias dificultades y, conforme llegan se van acomodando, como es costumbre, en estrechas galerías y angostos pasillos de la inmensa plaza. Abarroteros y revendedores que aprovechan la abundancia de productos y los precios bajos para surtir graneros y tiendas lejanas. Gente del común dispuesta a mercar, cargando costales de tela burda para introducir lo que irían a comprar. Negociantes de la aldea y villorrios aledaños que aprovechando su cercanía, abastecen restaurantes con toda clase de comidas y bebidas para saciar el hambre y la sed de tantos visitantes. Y los más numerosos, del más puro acerbo popular, una exuberante mezcla de peones, jornaleros, campesinos, siervos de fincas, lacayos, mendigos, gitanos, y todos aquellos desventurados faltos de dinero para comprar lo necesario, que deambulan al acecho de algún mendrugo para recogerlo del suelo o recibirlo como limosna. ¡Ah!, y los que nunca faltan donde haya encuentros multitudinarios, ladrones, gariteros y apostadores. Todos esperaban ansiosos ese día y se volcaron en masa hasta esta promisoria aldea, que habría de convertirse en el epicentro comercial más importante de este pujante condado.
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A la par que la plaza de Portopeña iba llenándose hasta copar su capacidad, el ruido llegaba a valores increíblemente bárbaros. Ese domingo en particular, el alboroto fue tan grande como jamás se había sentido. Todo contribuía al caos. Vendedores anunciando sus productos y compradores regateando precios a todo pulmón, latoneros martillando acero recién fundido para forjar herramientas, carniceros quebrando huesos a golpe de hacha, caballos relinchando y trotando sobre el empedrado y muchos animales expuestos para venderse cada uno contribuyendo con su algarabía. La magnitud del ruido era tal que, para negociar, la gente en vez de hablar, gritaba. Para acabar de ajustar, los expendios de frituras, con sus pailas llenas de aceite hirviendo montadas sobre hornos puestos en plena calle, los negocios de mercancías con sus mesas instaladas contra el muro del fuerte y expendedores de productos agrícolas con sus colgandejos estorbándole a la gente, hacían que transitar por ahí fuera bien difícil. Agréguese el constante ir y venir de compradores, cuidándose de ladronzuelos, esquivando montículos de verduras, basura y estiércol de tantos animales. Mejor dicho, para quien pretendiera llegar hasta el centro de Portopeña, donde eventualmente el señor conde hace instalar una enorme tarima de madera para ajusticiar a delincuentes, herejes y brujos, el panorama era desalentador, una tarea casi imposible de realizar.

Por trabajos que realizaba en casa no pude salir temprano y llegué a la aldea en horas del mediodía, justo en pleno hervidero de gente. Al ver semejante zafarrancho y para no cruzar su zona central, caminé por calles que circundan Portopeña hasta una esquina por donde pude entrar sin ninguna dificultad. Necesitaba comprar sal y, como sabía que no la encontraría en los toldos del mercadillo principal, fui directamente al torreón más alto que da cara a la plaza, porque en las galerías de sus pisos superiores se apertrechan, para evadir impuestos, los mayores contrabandistas de mercancías exóticas. Entonces subí hasta la quinta planta donde, en una atmósfera maloliente, se ubican estratégicamente aquellos que venden especias, canela, mirra, incienso, gomas aromáticas provenientes de oriente y otros productos especiales. Estas mercancías son difíciles de descubrir por los gendarmes, porque las esconden muy bien, camuflándolas entre cajas de madera, costales, basura y mugre.

Allí busqué a Abdalá, un sarraceno muy amable con los compradores, quien además de ser comerciante muy hábil, es uno de los mayores traficantes de la región y por eso, todos niegan haberlo visto cuando algún extraño pregunta por él. Fui directo a su almacén, porque sé que mantiene guardadas enormes cantidades de sal. Después de un breve saludo, procedimos de inmediato a intercambiar parte de su preciosa mercancía por bellas colchas y coloridas alfombras fabricadas a mano por artesanas en nuestro taller familiar. Dice encantarle negociar conmigo, pues sabe que los materiales con que se hacen mis productos son de muy buena calidad, pero no intuye que los consigo con soldados del rey, cuando vencedores de feroces batallas, los toman como botines de guerra y se los cambio por carne, frutas y verduras que se producen en nuestras tierras.

El negocio se hizo más rápido de lo que pensé y salí con suficiente sal para repartir, a manera de pago, entre mis trabajadores del campo, las costureras que trabajan en nuestras hilanderías y la necesaria para consumir en casa durante las estaciones venideras. Para todos esta sustancia es indispensable, así sea poquita, pues nada sabe bien sin ella. Después de negociar con Abdalá, salí de su tienda tomando precauciones para no encontrarme con los gendarmes que vigilan en la plaza, pues al considerarla una mercancía muy valiosa, la incautan sin miramientos. Algunas veces la llevan ante un inspector, quien además del decomiso pertinente, lo mete a uno en problema grave argumentando el delito de contrabando, so pena de parar en la cárcel, cuyas tenebrosas celdas están en lúgubres túneles, justamente debajo del castillo. En el mejor de los casos, se la reparten entre sí, sin dar explicaciones. Para mi indignación, me la han confiscado en dos ocasiones y no la llevaron a los depósitos del señor Conde como dice la ley, sino que se la repartieron y bajo amenaza de llevarme a prisión, lograron mi silencio.
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Cuando caminaba por el pasillo de la quinta planta, cargando mi sal al hombro, dispuesto a retomar el camino a casa, afortunadamente me dio por mirar hacia abajo abarcando todo el marco de Portopeña. En ese preciso instante y para desilusión mía, pasaban diez gendarmes, distinguibles por los coloridos penachos de sus cascos, los yelmos con que se protegen el pecho, las mallas metálicas y sus enormes espadas. Merodeaban por el amplio patio, pavoneándose entre la muchedumbre, requisando a sospechosos y riéndose de los débiles. Me asusté y detuve mi paso. Bajé el costal, lo acomodé cerca de una columnata, lo tapé con basura, me paré a su lado para cuidarlo, me puse a otear todo el panorama, esperando oportunidad para salir disimuladamente con mi bulto de sal y escapar de un posible decomiso. Esta vez no estaba dispuesto a entregarla como antes lo hice y menos aún sabiendo que si la vierto en agua desaparece como por encanto, borrando toda evidencia de llevar esa blanca joya. Hay trucos útiles y éste me lo enseñó Abdalá poco después de habérmela quitado esos pillos.

Me incliné y puse mis manos sobre la gruesa baranda del torreón, haciéndome el tonto, como un mirón más, inspeccionando lo que ocurría en Portopeña, atento a un descuido de los gendarmes. Entonces fue cuando vi la figura de un hombre que sobresalía sobre toda la muchedumbre, por su colosal corpulencia, cuya piel era de un color raro e indefinido, de barba larga y plateada, cubierto con un ropaje llamativo y extraño, de cuyas manos pendían doradas pulseras y en sus dedos lucía lujosos anillos. Estaba en pleno centro de la plaza, parado justamente sobre el cadalso instalado en días anteriores, donde nada menos la noche anterior los soldados del rey pasaron por las armas a cinco maleantes condenados por el conde, argumentando crasa violación al sagrado mandamiento de no matar. Vi cuando levantó sus enormes brazos y empezó a llamar la atención, gritando con una voz tan potente y armoniosa que podía escucharse en cada rincón de Portopeña, e hizo que los presentes en el mercado se detuvieran a oírlo y quienes estaban lejos de allí, corrieran a ponerle cuidado. Todos se pusieron alerta y fue haciéndose un enorme círculo alrededor de este singular personaje, que hábilmente aprovechó la ocasión para presentarse.

—¡Hola mis queridos amigos! Saludos a todos los que me oyen. ¡Soy Khemi! Un hombre que, empujado por la necesidad de saber más, ha viajado por todos los caminos conocidos de la tierra, desde el Califato de Córdoba hasta el extremo oriente, pasando por poderosas ciudades italianas y griegas, dando la vuelta por Damasco para llegar hasta la remota India. He conocido oasis y pueblos importantes de todos los desiertos. He escalado altas montañas. Mares y océanos, por bravos que hayan estado, no pudieron vencerme. Grandes ríos he pasado a nado, sin defensa alguna. He franqueado soleados parajes y frondosos valles. He vencido a facinerosos y peligrosos matones que andan escondidos en montes y peñascos. ¡Oigan bien!, durante más de treinta años he realizado estos viajes para adquirir vastos conocimientos, visitando las bibliotecas más prestigiosas, consultando libros sobre ciencia de la vida y dialogando con los doctores más sabios. Me he sacrificado para encontrar la solución a toda enfermedad y lo más importante, dar felicidad a todos los hombres. Y hoy, sólo por hoy, haré una demostración con una sustancia maravillosa, que traje desde lejanas tierras. Juro por todos los dioses que es el remedio más efectivo para los muchos males que silenciosamente nos aquejan.

Su arenga dejó perpleja a la gente, con decir que después de su voz, todo quedaba en silencio. Tanto ignorante junto le imprimía categoría a su mensaje. Dueño de una increíble capacidad para convencer, ordenó limpiar el mesón grande que en su momento empleaban los carniceros, traerlo hasta el centro de la plaza y montarlo sobre el cadalso. Así lo hicieron sus sirvientes y otros voluntarios del pueblo. Una vez instalado, ordenó cubrirlo con un enorme y colorido mantel. Entonces, con sumo cuidado y misterio, bajo expectación de la muchedumbre, sacó de un costal dos jarrones de vidrio vacíos y los puso sobre el mesón. Luego, dada su corpulencia, bajó con extrema precaución los peldaños del andamio, se dirigió a una carroza cercana, totalmente cubierta, introdujo su mano y extrajo una de tantas botellas depositadas allí que contenían un líquido transparente. Subió con el mismo sigilo y cual hábil maestro de ceremonia, suscitando un suspenso general, en un jarrón vertió agua y en el otro vació algo del líquido extraño que acababa de traer. A simple vista parecían iguales, pero muchas veces el ojo se equivoca, pues lo que parece ser, no es. Estas sustancias tenían propiedades radicalmente distintas y así lo demostrarían Khemi con su ostentosa presentación y los sucesos que estaban por acaecer.
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—Esta agua que ustedes ven aquí, hace hablar, reír y llorar a cualquiera. Es una sustancia prodigiosa que misteriosamente se apodera de nuestro espíritu —dijo levantando el segundo jarrón—. ¡Los sabios le han denominado al-kohol! Repito, ¡al-kohol! Y para que todos la conozcan, hube de traerla desde los confines del desierto, de oscuras grutas y tenebrosas cuevas cerca de Damasco. Allí hombres poseedores de gran sabiduría y del conocimiento sobre transformaciones de la materia, la obtienen mediante el sublime arte de la destilación, un complicado proceso que emplea curiosos artilugios, retortas y alambiques. Los primeros tragos de esta sustancia destilada y pura, nos ayudan a encontrar ideas emotivas y términos más precisos para expresar correctamente lo que queremos decir. Bellas y convincentes frases que brotan del corazón de enamorados, palabras elocuentes que usan monjes cuando predican en campos, aldeas e iglesias y que enardecidos monarcas emplean cuando incitan a sus vasallos para ir de guerra. ¡Oigan! sucesivas ingestas provocan fascinantes delirios y exuberante sensación de bienestar, que de otra manera, jamás se podría sentir. Claro está que no se debe abusar de su consumo, pues quien lo haga sufrirá pérdida del equilibrio y daños en la razón. Es infalible a la hora de remover odios, rencores, malos humores escondidos en el corazón y finalmente nos hace sentir más guapos, ricos y valientes. ¡Créanme! yo mismo la he probado y ensayado cientos de veces con distinguidos personajes, en muchos pueblos. Puedo afirmar que limpia el alma de penas, produce alegría y hace olvidar los malos ratos que nos dan la vida, la pobreza y las necesidades. ¡Anímense a probar el al-kohol! ¿Quién quiere ser el primero? A ver, ¿quién?

Con su extraña vestimenta, el tamaño de su cuerpo y su sorprendente locuacidad, impresionó a todos. Debió notarlo y aprovechó la situación para pedir con su voz de trueno, dos valientes voluntarios que osaran probar su mágica poción. En un principio, las personas se miraban entre sí, esperando que alguien se ofreciera como voluntario, pero nadie se atrevía. Cuando el murmullo se fue apagando y se llegó a un silencio generalizado, de pronto y sin saberse cómo, la muchedumbre empezó a vitorear los nombres de dos hermanos mudos, muy conocidos en el condado porque se comunican por señas que acompañan con extraños ruidos guturales. Él los llamó y, en medio del gentío, aparecieron dos hombres que, cautelosos y sumisos, subieron a la tarima. Con sólo mirarlos se podía deducir su naturaleza campesina y la difícil situación económica en que vivían. Se les veía maltrechos, ruinosos y mugrientos. Sus cuerpos estaban deformados por trabajar desde la infancia en unas profundas minas de cinabrio, de donde se extrae el azogue. Como resultado de esta labor, los brazos eran más largos que sus troncos y caminaban como monos, aquellos animales que traían los mercaderes de lejanas selvas desde tiempos de los romanos. A pesar de la distancia en que me encontraba, pude percibir perfectamente su estado de nerviosismo y pensé que, sin duda, en un pueblo hay bobos para todo.

Khemi los saludó efusivamente, dándoles fuertes abrazos, en agradecimiento porque lo habían sacado de un apuro escénico. Les dijo que no temieran, que nada malo iba a pasarles. Al primero, le sugirió sentarse frente al agua y al segundo, frente al jarrón donde vertió el líquido que iba a demostrar como la solución mágica para muchos males. Del mismo costal, poniendo un halo de suspenso, Khemi sacó dos grandes copas de cristal, que según dijo habían sido traídas desde Venecia. Se las entregó y pidió llenarlas con sendos líquidos. A la voz de contar hasta tres, cada uno debería tomar su respectivo trago. Todos, incluyéndome, estábamos atentos. Y cuando el gigante dio la orden, sin pensarlo dos veces, obedecieron. El mudo que ingirió agua no experimentó nada, pero el que tomó al-kohol, de inmediato alejó la copa de su boca, hizo gestos de desagrado y a la vez que tocaba su garganta, se ventilaba con las manos, como si se hubiese incendiado. Como el grandulón sabía de antemano que esto iba a suceder, había preparado en un plato varias porciones de naranja y zanahoria, para dárselas de comer con la intención de apaciguar un poco ese malestar. Cuando el mudo se calmó, recibió la orden de tomarse tres tragos más y el pobre hombre, haciendo de tripas corazón, así lo hizo. Entonces Khemi, dirigiéndose a la muchedumbre, gritó —¡Ahora podrán ver ustedes los primeros efectos del al-kohol!
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Había transcurrido poco tiempo, cuando el hombre que tomaba la misteriosa sustancia comenzó a hacer gestos rarísimos. Trataba de hablar, hacía muecas, se reía. Movía sus manos de forma curiosa, poniéndolas en la cintura, en la cabeza y las agitaba de manera rítmica para adelante y hacia atrás. No hubo necesidad de decirle que sirviera otro trago, pues tomó la botella que Khemi había puesto debajo del mesón y la ingirió con avidez. El efecto se tornó más visible. Comenzó a saltar y a dar vueltas alrededor de la mesa, alegre, gimiendo como hacen los mudos cuando quieren contar una noticia agradable. Cual payaso de circo, hacía enigmáticas señas a la muchedumbre que lo contemplaba absorta. Su hermano lo alcanzó, se abrazaron y bailaron un buen rato sobre la tarima. Entonces un murmullo de admiración y de sorpresa se escuchó por toda la plaza. La satisfacción de Khemi era inocultable porque se estaban cumpliendo sus palabras y así lo hizo saber al público. Conocía al dedillo los efectos del al-kohol sobre las personas que lo ingieren y, sin misericordia, lo estaba experimentando con ese pobre hombre.
(Continua página 3 – link más abajo)

18 COMENTARIOS

  1. Carlos, es un hermoso cuento y en cada palabra se siente la pasión, el amor con que está escrito, al igual que en cada clase y en cada charla. Esa es una de las más grandes huellas que has dejado en los espíritus curiosos que año tras año tienen el privilegio de compartir en cada clase la magia de la química.

  2. Maravillosos relatos!
    Logran que los observe sin siquiera parpadear, que sueñe despierta y sienta pasión.
    Felicitaciones, espero leer muchos más cuentos en un futuro.

  3. Profesor Carlos…
    Sencillamente ESPECTACULAR estos cuentos, me remiten a pensar en la pasión con la que se hace las cosas que nos gustan, nos enamoramos , disfrutamos plenamente y la interacción se hace intensa y única… simplemente nos maravilla a tal punto que los demás pensarán en la locura como nombre a lo que nos apasiona.

    Espero volver a leerle. Un gran abrazo con mucho cariño, admiración y agradecimiento.

  4. ¡Qué agradable momento leyendo tus historias! Con ansias de nuevos cuentos te agradezco por los ya publicados.

  5. Maestro Carlos, qué deleite leerlo desde Alemania. ¡Felicitaciones por tan maravillosos relatos!
    Sin duda alguna me fascinó el primero: un poco de química combinado con un tanto de locura…simplemente la mezcla perfecta; como lo son «lo corrosivo y lo cáustico».
    Muchas gracias por transmitirnos tus conocimientos a través de estos encantadores y entretenidos cuentos. Es evidente el amor y la pasión por lo que haces.

  6. Excelentes cuentos querido profe!! llenos de exquisitez ante la mezcla de lo literario con la ciencia, cada uno de estos cuentos muestran la personalidad de quien ha marcado el aprendizaje de muchos y nos demuestran que no son casos aislados lo uno de lo otro.

    Me alegra enormemente la oportunidad dada para leerlos.

  7. Muy buen cuento, muy entretenido, cuando lo terminas te alegra haber decidido sacarle el ratico para leerlo, felicitaciones Carlos. Sigue escribiendo!!

  8. Excelente forma de describir una reacción, cómo después del caos en los reactivos surge en los productos la vida (en el primer cuento). Muy buena narración, refleja tu estilo único de explicar los temas y expresar la pasión por la química, tanto en clase como en los cuentos un trabajo escepcional. Felicitaciones Carlos

  9. Profesor Carlitos Correa

    Me deslumbra hasta que punto tu creatividad, imaginación y amor al conocimiento sigue permitiéndonos aprender cosas nuevas, la manera en que haces ver la química demuestra cuanto te apasiona e ilustra el sentimiento de muchos de nosotros hacia ella…que bella historia y que hermosa manera de mostrarle al mundo lo increíble que es ver el mundo con esos ojos, los ojos de quien ama la química y de quien desea saber el porque de todas las cosas que ocurren a su alrededor.

    Me encanta la historia.Felicitaciones!

  10. Mi Maestro! Una vez más me dejas atónita ante esa forma tan peculiar y única de traducir ese mundo interno que hay en ti, ese donde se mezclan tus emociones más intimas y tus pensamientos más profundos! Sencillamente tus narraciones se vuelven una melodía para el oído al escucharlas y un placer para los ojos que lo leen. Tú has logrado llevar la complejidad de la química a algo digerible, simple y útil….. y mejor aún, hasta poético! que es lo que me parece más increíble.. Disfrute cada linea de tus cuentos y bueno como como diríamos con júbilo al culminar cualquier evento: Cerraste con broche de Oro! » Sólo con los vicios y los amores se puede ser sincero, en especial cuando con toda la fuerza se confiesa, casi en postración, que no se podría vivir sin ellos»…. Muchas gracias por abrir tu mente y tu corazón y permitir que almas curiosas se sumerjan y se pierdan en ese mágico mundo de la lectura.

  11. Felicitaciones, ambos cuentos son excelentes. Me gustó especialmente el primero, muestra la química desde una perspectiva muy interesante.

  12. Al parecer, la capacidad de asombro dentro de un laboratorio es una locura que nos llena de satisfacción a muchos ,y solo entre los locos por la ciencia nos entendemos y nos podemos identificar en esta excelente narración. Felicitaciones.

  13. Que bueno esta locura… de escuchar las voces de la creación… Sólo un ser que ama lo que hace y siente pasion en su quehacer puede lograrlo, transmitirlo y enseñarlo…. Si la sal se vuelve sosa quien podra salar el mundo?
    Gracias por estos maravillosos cuentos, como seria de diferente aprender con ellos…Ese es el objetivo.

  14. Es increíble cómo el autor logra mezclar el genero literario que tanto atrae a los lectores con información cientifica. Logra que se de un interés inevitable por seguir leyendo hasta llegar al final de los relatos.
    Personalmente me parece que los dos cuentos son fantásticos y los recomiendo a cualquier persona, sea alguien interesado en la química o simplemente una persona que disfrute leer.
    Pocos son los que logran interesar al publico en relatos que tienen que ver con ciencias (en este caso la química) pero este autor lo logra perfectamente!
    Felicitaciones!!!!

  15. En el cuento, «La mágica relación», el autor demuestra conocimiento profundo de la química y lleva al lector a fascinarse con los experimentos que relata en su fantasía . Además tiene un gran atractivo las imágenes que sincronizan el relato

  16. Magica relacion. Excelente cuento creo que es lo mas parecido a una realidad que se ha vivido desde siempre nuestros estandares de vida no dan paso libre a las mentes ampliamente desarrolladas o que ven un poco mas alla de lo visible. Tenemos una concentracion absoluta sobre lo tangible y lo que esta dentro de las reglas de vida que en su gran mayoria resultan siendo paradigmas creados por una sociedad restringida que no se esfuerza por ver un poco mas alla y entender profundamente cada detalle de lo que sucede en un universo ampliamente misterioso. Es un cuento que relata una realidad absoluta desde un punto de vista quimico. Me encanto! Felicitaciones!

  17. Son dos cuentos de grana belleza literaria, pero el primero demuestra una gran experiencia en la docencia y una gran experiencia en materias tan difíciles como la química. Felicitaciones por estas maravillas y éxitos en el futuro literario

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