Sociedad Cronopio

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Rosario y Antonio, los chavalillos sevillanos

ROSARIO Y ANTONIO, «LOS CHAVALILLOS SEVILLANOS”

Por José de la Vega*

(Lo que no se contó en mi libro “EL FLANENCO QUE VIVÏ” José de la Vega).
Dedicado a Rosita Segovia, mi amiga del alama.

Florencia Pérez Padilla, nombre de pila de la bailarina-bailaora Rosario (Sevilla 11-11-1.918 – Madrid- 23-1-2.000) .

Rosario conoce a Rosita Segovia en 1.936, en el espectáculo, que salieron para hacer una tournée por Francia actuando a beneficio de los “Hospitales de Sangre”, o “para los comunistas”, como nos aclara Rosario en nuestra conversación telefónica.

Me decía:

“José, yo no estoy viviendo en Barcelona como tú, porque Dios no quiso, pues antes de irnos para Francia yo tuve un novio en Barcelona que se llamaba Eduardo Cos, cuyo padre tenía una escuela de altos estudios, y yo estaba colada por él, tanto es así, que quería casarse conmigo y habló con mi madre, pero el destino nos separó y lo mataron en el frente”.

La gracia y la espontaneidad de esta bailaora sevillana, que recorrió todo el mundo con su pareja Antonio, “Los Chavalillos Sevillanos”, pude disfrutarla toda una noche en una juerga en La Costa Brava, concretamente en Palafrugell en 1.962, que duró hasta el amanecer. Ella vino para hacer unas galas por la Costa Brava, contratada por el representante J. Morell, y aquella noche actuó en “La Bolera” de Llafrán, el sitio no podía ser más inhóspito para acoger a una artista de su categoría, pues como ya hemos comentado en otro relato, eran huertos de patatas convertidos en salas de fiestas o night-clubs. Con gran maestría supo sacar el espectáculo adelante en aquella pista pequeñísima, en la que los turistas se le echaban encima. Bailó su “Asturias” de Albéniz, “La Danza de la Pastora” de Halffter, pero donde acabó de encender a su clientela fue cuando apareció Carlos Sánchez con las seis cuerdas – quien se bebía los vientos por la bailaora –   y le tocó por “Alegrías”, que bailó con la misma “garra” que su maestra La Macarrona

La fiesta terminó en la terraza de mi casa, en Barcelona, que nos pusimos “moraos” de sardinas asadas, que a Rosario le volvían loca.

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Rosario, que fue una de las más grandes bailaoras de la época dorada del Baile Español con el contemporáneo y otros mestizajes, es rotunda y reaccionaria:

“No estoy conforme. No es Baile Flamenco. No tienen nada propio. Una porquería. ¿Pero si no les enseñan Baile Flamenco, cómo lo van a saber¡”

Volviendo a nuestra conversación telefónica, -pasaje ya referido-, Rosario me decía que al terminar la tournée Rosita Segovia se vino con su madre a España y que ella, Antonio y la canzonetista Conchita Martínez se fueron a Marsella y de allí a Buenos Aires, al mismo espectáculo que actuaba Carmen Amaya.

“Fue una pena que Conchita Martínez, que a mí me fascinaba como a nadie cantando -me decía Rosario-, se muriese tan joven. Tenía delirios de grandeza y yo le decía: chiquilla te vas a poner mala de hablar siempre de lo mismo. Tuvo mucha suerte, porque consiguió lo que ella había soñado siempre, ser rica. Llegó a Méjico y un “pez gordo” de alta jerarquía política, hermano del presidente Ávila Camacho, se enamoró de ella y la retiró. Le puso una casa a las afueras de Méjico que era un palacio, y muriócuajaíta” de brillantes, la pobrecita”.

Ángel Zúñiga en Una Historia del Cuplé nos comenta:

Conchita Martínez muy jovencita, parece que va a ser algo cantando “Soleá”, “Carmela”, “Vámonos pa Cái”y “Mari Cruz”, desde el escenario minúsculo del desaparecido Pom­peya; volverá después de la guerra, cargada de joyas, para demostrar que fue una falsa alarma lo de su talento.
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Rosario rememora:

“La última vez que nos volvimos a encontrar fue en el 1.946, cuando reapa­recimos en el Teatro Bellas Artes de Méjico, que no te puedes figurar la que formamos…”

Uno se imagina que formarían el mismo alboroto que ocurrió en Sevilla en 1.949, en el Teatro San Fernando, con el “Zorongo Gitano” de F. G. Lorca que ella cantaba y que tenían que repetir, porque antes se repetían las cosas. Ahora ¿qué pasa?

Antonio monta su gran compañía, que hasta entonces no se había conocido un Ballet Español tan grande, y Rosario crea un espectáculo que le llama “Danzas de España”, con menos gente y en plan recital, a lo que estaba acostumbrada. El debut en Madrid en el 1.953 no llegué a verlo, pero según dicen, rápidamente se rodeó de mejores gentes, y al año siguiente la veo en el Teatro Calderón de Barcelona, con Roberto Iglesias, bailarín mejicano, que triunfaría en España, y que murió en extrañas circunstancias en una pensión de “mala muerte” en Madrid. En la compañía vendrían también Inés de Juan y su hermana Nieves y el que después sería marido de Nie­ves, Juan Alba. Inés de Juan recuerdo que bailaba con Juan Alba la Zambra de J. Turina que estaban sensacionales.
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Rosario confeccionaba el programa con reminiscencias del pasado y las comparaciones cuando bailaba con Roberto Iglesias eran inevitables. Lo mismo ocurriría más tarde con los espectáculos que aparecieron en los que figuraba Roberto Iglesias. Esta imita a la otra, el otro imita al otro; fueron unos años de confusionismo, la verdad es que el espíritu de Antonio estaba siempre presente. Pero Roberto, después de una larga gira por distintos países, abandona la compañía, y Rosario lo sustituye por Juan Morilla, con quien estrena el Ballet de Matilde Salvador “Sortilegio de la Luna” que ahí es donde ella demuestra sus habilidades coreográficas, debutando en el Festival Internacio­nal de Granada.

Al retirarse de las tablas, igual que casi todas las grandes profesionales, abrió una escuela de baile en Madrid en el Paseo de Los Rosales, en la que tuvo durante mucho tiempo a Gloria Librán y Victoria Alcalá como maestras; lo conozco porque fui un día a visitar a Rosario, que era muy amiga de nuestra común amiga, Dorita Ruiz, amistad que ya venía desde la época de Nueva York. Rosario, que además de nuestra larga conversación telefónica, ha tenido la gentileza de enviarme una carta con una cinta-casette grabado del que extracto lo siguiente:

“En 1.962 Antonio me llamó y yo me metí con ellos. Rosita iba de primerísima bailarina. Lo pasábamos muy bien ella y su marido en Inglaterra, todas las noches nos íbamos por ahí… Ella tenía cosas muy buenas. Tengo muy buenos recuerdos de ella, y ella los tiene que tener de mí. Tiene una gran cultura. Sabe lo que hace, es muy responsable. En los ensayos ella es la primera que llega. En 1os camerinos recordábamos las tournées que hicimos juntas por Francia cuando la guerra. Tiene unas buenas piernas, preparadas para el ballet clásico. Es una gran bailarina. Una gran profesional, y yo me acuerdo mucho de ella. También me invitó a dar un cursillo de flamenco en su escuela de Barcelona, y como ella estaba en Miami, nos llamaba mucho por teléfono”.
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Después de diez años de la separación de la pareja, Antonio recupera a Rosario como artista invitada, y la hace debutar en el Teatro de la Zarzuela de Madrid en 1.962, todo el mes de No­viembre y hasta el 15 de Diciembre. Antonio la presenta sola en el escenario debajo de un cenital, y el público de Madrid la recibe con gran cariño y con una prolongada ovación.

Recurrieron a sus bailes que ya conocíamos todos y que ellos dominaban a la perfección. “Le dimos un repaso -nos dice Rosario – y en seguida al escenario, no tuvimos que ensayar más.” Como era de esperar “el Zorongo Gitano” tuvieron que repetirlo tres veces, y ella triunfó con sus “Alegrías” como siempre, arropada por los guitarristas Manuel Moreno, Juan Moreno, Carlos Sánchez y Paco Sevilla, y el cante de Sernita de Jerez y Chano Lobato. No veas el atrás que llevaba la niña.

Antonio declaraba al cronista Luis López en la Revista Fo­tos: “El Teatro de la Zarzuela sólo es un negocio cuando en él actúo yo.” El famoso bailarín es categórico: “Nunca en la vida me pondré más a medias con nadie.”

Teatro de la Zarzuela. A.B.C. Miércoles 21 de octubre de 1962. Crítico: Enrique Llovet.

Tres horas y cincuenta minutos de espectáculo. Tres horas y cincuenta minutos de baile. Tres horas y cincuenta minutos de “bravos”, gritos, tensiones y emoción…La maestría de Antonio, la dulcísima picardía de Rosita Segovia, y la fuerza de Rosario y el entusiasmo general hacen de este espectáculo uno de los más redondos, completos y her­mosos que andan por nuestros escenarios. El público se entregó con tal júbilo, que desde el primer instante reinó en la sala esa espléndida comunicación, que hace de la noche de ayer, una de esas noches que sirven de meditación, estímulo y referencia.

Debido al gran éxito obtenido en Madrid, y comprobados los pingües beneficios que se registraron en las sonrientes taquillas, Antonio los multiplicaba llevando a Rosario en Febrero de 1.963 a París, Roma y Londres, permaneciendo a su lado hasta 1.968, que es cuando disuelve esta Compañía en Brasil.

Como todas las grandes figuras está en posesión del Lazo de Isabel la Cató­lica, la Copa de Plata a la Popularidad en Nueva York 1946, Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid 1952, Premio Internacional de Interpretación Coreográfica 1955, Premio de las Castañuelas de Plata de la Asociación. Amigos del Arte 1956, Premio Nacional de Coreografía 1957, y Medalla de Oro de los Fes­tivales Internacionales de Danza 1958.
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DESAPARECE ROSARIO, LA PAREJA DE ANTONIO

Por Juan Soto Viñolo

A mis amigos los artistas Rosita Segovia y José de la Vega, que hicieron arte y poesía con el baile.

Se ha muerto recientemente la bailarina/bailaora Rosario que durante años formó pareja de Antonio. En la Exposición Internacional de Sevilla de 1929, actuaron ante los Reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia. Eran entonces unos niños llamados Los Chavalillos Sevillanos. Aquel fue el pórtico de una carrera exitosa de cuarenta años que les llevó a los teatros de Europa, América y el Norte de África.

Se ha muerto en Madrid a los 82 años, envuelta en el sudario frío del olvido, relegada al anonimato de una residencia, derrotada por la desmemoria, la decrepitud y sin ningún cariño filial. Se ha muerto, como tantos artistas, arrastrando la decepción de una precaria vejez y los recuerdos del tiempo pasado, presididos siempre por la figura alada y tierna del bello Antonio, cuyo nombre balbuceó hasta la última hora.

Aunque hubo interés en ocultar su fallecimiento y la incineración se realizó en la más estricta intimidad según algunas compañeras, la noticia saltó a la prensa, ciertamente sin la profusión que la figura de Rosario merecía, tan breve, con pómulos de manzana y sonrisa nacarina. Y es que se viven tiempos de consumo de frivolidades donde el descaro, el escándalo y la compraventa de intimidades elevan a ciertos personajes sin otro merito que su falta de escrúpulos a idolillos de la televisión, esa máquina alienante tan generosa con los inútiles y tan renuente a la cultura, tan misérrima con la ilustración, tan proclive a manipular el pensamiento.
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Rosario y Antonio ayudaron a transitar por el cuarenta franquismo. No cuentan, obviamente, los vencedores, orondos y establecidos en el poder, sino el pueblo que sobrevivo como pudo y hasta alguna vez los vió en el gallinero de un teatro. Fueron, como Manolete, artistas para olvidar una guerra, para alegrar las tardes y las noches de España, cuando el espectáculo se vivía en directo sin la competencia de la televisión y con el apoyo sugerente de la radio de Bobby Deglané y Elena Francis. Con su sevillanía artística, su cante, su baile y sus palillos, Rosario- con Antonio- ilumino un tiempo de tinieblas y dictadura, envuelto en la propaganda política del Gran Hermanito, insensible a cualquier manifestación creadora. Quizá porque la muerte invita a toda suerte de reflexiones, pienso ahora en la importancia higiénica y terapéutica del artista en la sociedad. Rosario y Antonio, ofrecieron su arte al publico, la hicieron disfrutar, aplaudir, comentar y vivir una evasión intima, siempre necesaria, mucho más en días de racionamiento, consejos de guerra y Festivales de España, Una Grande y Libre, decían. Y, cuando el tiempo corrió, se fraguó el recuerdo, fijaron la época y se fueron de puntillas. Antonio a una silla de ruedas, con el Mercedes y su Secretario. Rosario a su escuela de danza del Paseo de Rosales y luego a ese depósito de ancianidades que eufemísticamente, se conocen como residencias de la tercera edad. Pasó Rosario por la vida junto a Carmen Amaya y Vicente Escudero, bailando al compás de las castañuelas. Ahora al recordarla resulta inevitable revisar su tiempo histórico, aquel de Celia Gámez, pero también de la Pasionaria, aquel tiempo de Lola Flores y Manolo Caracol, pero también de Picasso o de Indalecio Prieto, aquellas excentricidades de Dalí pero también de la poesía marina de Rafael Alberti o la doliente de Miguel Hernández, aquella posguerra que los artistas, como Rosario, como Antonio, hicieron menos dolorosa, a un punto más llevadera. Con el respeto a Rosario, el respeto a todos los artistas que endulzan con su arte y desde los escenarios, la vida de los pueblos, a cambio, solo, de un aplauso.

ANTONIO

Antonio Ruiz Soler, nombre bautismal de Antonio “ el bailarin”, nació en Sevilla, el 4 de Noviembre de 1921, según nos aclara su sobrino Paco Ruiz , en la calle Rosario número 18, en casa de su tía Ana, ya que la “casa de vecinos” donde vivían sus padres en Álvaro de Bazán número 1, esquina Conde de Santa Clara, muy cerca de la popular Alameda de Hércules, donde el bailarín pasaría su infancia, no reunía condiciones para asistir un parto con comadrona. (Viene a mi memoria su coetánea Carmen Amaya, la que nació en la barraca de su abuelo “el Cagarrutas”, por estar más acomodada que la suya).

De muy tierna edad expresaba ya su vocación bailando al son del pianillo de manubrio que con frecuencia aparecía por su barrio, ganando sus primeras «perrillas» con la generosidad que le demostraban sus entusiasmadas vecinas, lanzándole monedas desde los balcones que el precoz prodigio se repartiría con Juan el Organillero.

De sus bailes callejeros y rudimentarios, a la edad de seis años ingresa en la Academia de Baile de Realito, quien reglamentaría sus pasos enseñándole las Sevillanas y el manejo de las castañuelas. Es­tas primeras lecciones las pagaba su tía Ana, a cambio de que su cuñada le ayudase en las faenas de la casa. Lola, su mamá, acompañaba a su precioso benjamín a la escuela a hurtadillas de su marido. Su padre, Paco, de profesión chófer y encima borracho, montaba en cólera y abofeteaba a su vástago, diciéndole que el camino que emprendía era un oficio propio de “maricas».
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Sorprendido el maestro por la rapidez con que se adueñaba de los bailes, lo hace debutar con sueldo en Capitanía General, en el Pasaje de Oriente, en una comida que se daba al Infante Don Carlos, con una niña gorda, con tirabuzones, con los labios pintados, y además bizca. Después de tan deslucida pareja el azar hizo que se apuntase a la academia una niña, graciosa y delgada, que armonizaba con la figura siempre estilizada de Antonio. Esa niña era Rosario, y con ella inte­grados en el cuadro flamenco del maestro Realito, actúan en las case­tas de la feria, en las cruces de Mayo, y en las fiestas privadas de la alta sociedad que acudían para aprender las sevillanas y que el maestro se encargaba de amenizarles.

Contratados para el espectáculo que encabezaba el cantaor Manuel Vallejo (El Ruiseñor del Cante), hacen su debut por primera vez en un escenario, este sería el del evocador Teatro del Duque. La pareja tuvo un éxito colosal con bravos y vítores en todas sus apariciones, lo que motivó la inevitable envidia en todas las academias de Sevilla.

(Continua página 2 – link más abajo)

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