Literatura Cronopio

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la visión de la geometria del espacio y el tiempo en el poema metafisico descartes de jorge luis borges

LA VISIÓN DE LA GEOMETRÍA, EL ESPACIO, Y EL TIEMPO EN EL POEMA METAFÍSICO «DESCARTES» DE JORGE LUIS BORGES

Por Stephen Kcenich* y María Elvira Luna Escudero Alie**

[blockquote cite=»In Memoriam» type=»left, center, right»]A Gabriel García Márquez[/blockquote]

Jorge Luis Borges (1899-1986) nos hace palpitar pletóricamente, como de costumbre, con su infinita erudicción, con esa precisión matemática para escoger cada palabra, con su elegancia característica para conectar, con muchísima lógica, diversas referencias culturales, en fin con su poesía conceptual preocupada por el infinito, el problema del tiempo, el laberinto, el sueño. Su poesía nos habla, sobre todo, de historia, filosofía, música, ciencia, sueños, espejos, laberintos, matemáticas. Borges nos hace reflexionar entorno a nuestra condición de seres imperfectos, finitos, absolutamente inmersos en un ámbito de angustia existencial. Borges nos impele a cuestionarnos sobre la existencia de Dios, nos hace dudar y poner en tela de juicio los conceptos del espacio y el tiempo al punto de que cualquier verdad apodíctica se desmorona hasta reducirse a escombros frente a sus poderosas y caústicas interrograntes. En efecto, Borges nos interpela astutamente desde muchos ángulos emocionales e intelectuales, cual agudo ajedrecista jaqueándonos incesantemente después de habernos atrapado sin piedad en su sublime y ontológica magia poética.

Analicemos ahora la visión de la geometría, el espacio y el tiempo inmersa en el poema de Borges titulado «Descartes».

DESCARTES

Soy el único hombre en la tierra y acaso no haya tierra ni hombre
Acaso un dios me engaña.
Acaso un dios me ha condenado al tiempo, esa larga ilusión.
Sueño la luna y sueño mis ojos que perciben la luna.
He soñado la tarde y la mañana del primer día.
He soñado a Cartago y a las legiones que desolaron a Cartago.
He soñado a Lucano.
He soñado la colina del Gólgota y las cruces de Roma.
He soñado la geometría.
He soñado el punto, la línea, el plano y el volumen.
He soñado el amarillo, el azul y el rojo.
He soñado mi enfermiza niñez.
He soñado los mapas y los reinos y aquel duelo en el alba.
He soñado el inconcebible dolor.
He soñado mi espada.
He soñado a Elizabeth de Bohemia.
He soñado la duda y la certidumbre.
He soñado el día de ayer.
Quizá no tuve ayer, quizá no he nacido.
Acaso sueño haber soñado.
Siento un poco de frío, un poco de miedo.
Sobre el Danubio está la noche.
Seguiré soñando a Descartes y a la fe de sus padres.

(Jorge Luis Borges Selected Poems, Edited by Alexander Coleman 1999, p. 422)
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La voz poética en este poema es la del propio filósofo y matemático francés René Descartes (1596-1650), considerado padre del Racionalismo y la geometría analítica, llamada también cartesiana en su honor. Descartes buscó en su sistema de pensamiento las leyes de la razón para, a partir de ellas, deducir todo el sistema de la naturaleza. Descartes, como buen racionalista, se centró en la preocupación por el método, el cual pensaba que debía ser universal. En su esquema de pensamiento la filosofía sería la ciencia del método. Este método era para los racionalistas universal, es decir que su validez abarcaba todas las ciencias y debía seguir el modelo de las matemáticas, en tanto reina de la ciencias. Es importante recordar que el racionalismo de Descartes es similar al idealismo de Platón en cuanto a la importancia otorgada a los sentidos. Para Platón las ideas eran entes subsistentes, mientras que para Descartes eran intuiciones inmediatas. Platón, como es conocido, se valió de su metódo dialéctico para llegar a las ideas, mientras que Descartes lo hizo empleando el sentido común y la evidencia de las matemáticas. La verdad radica en el sujeto de acuerdo a Descartes y a todos los racionalistas, y ésta sería la diferencia fundamental con respecto al idealismo platónico.

El poema empieza desde el saque planteándonos la duda metafísica y existencial en la forma de un enunciado radical: «Soy el único hombre en la tierra pero quizás no haya tierra ni hombre». Con ese vigoroso verso el poeta nos desarma a la vez que nos prepara para los siguientes versos, no menos inquietantes. En efecto, la siguiente línea nos hace dudar sobre la existencia de Dios, expone la posibilidad de que el ser humano sea un mero juguete en las manos de una divinidad acaso lúdica, quien tal vez lo haya castigado condenándolo al tiempo.

Recordemos que Borges concidía con Henri Bergson (1859-1941) en considerar que el problema del tiempo era el principal de la metafísica. Borges había leído atentamente a San Agustín (354- 430) quien también pensaba que el tiempo era la cuestión esencial de la filosofía. Asímismo, Borges había estudiado aplicadamente, siempre en lo relativo al tema del tiempo, a Platón y a Plotino. Borges fue más lejos que San Agustín y que Bergson en cuanto a afirmar que el tema del tiempo no era únicamente el problema primordial de la metafísica; sino que además era el único problema, ya que según él, los seres humanos no somos otra cosa que tiempo. Para Borges el tiempo era sucesión y estaba hecho de memoria. Existir es ser tiempo, afirmaba Borges. Así se lo dijo a Alifano en una de las profundas conversaciones recogidas en el libro: Twenty-Four Conversations with Borges.- Interviews by Roberto Alifano 1981-1983. Borges dedicó su libro Historia de la Eternidad a discurrir el problema del tiempo a la manera clásica. El título de su libro es también, de alguna forma, un homenaje a Platón quien afirmaba que el tiempo era la imagen en movimiento de la eternidad. La astucia poética de Borges cargada de conceptos filosóficos, y en este caso también matemáticos, hace esta reflexión analógica; el tiempo en cuanto castigo por ser una ilusión, por carecer de existencia. Es como si hubiera dicho: Dios me ha condenado al ámbito de la no existencia: «Me ha condenado al tiempo, esa larga ilusión».
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Como señala acertadamente Juan Nuño en su libro: La filosofía de Borges: «Ambos temas, la atemporalidad de lo perfecto modélico y la antitemporalidad de la memoria marcan la gran pugna de Borges con el tiempo. Tratados a lo largo de su obra poética y de su prosa, tenían que desembocar en la exigencia de un estudio específico sobre el tiempo mismo. Pocos argumentos predominan en Borges con la meritoria persistencia que tiene el del tiempo. Los espejos son una oscura fobia, metafísicamente justificada […] Pero el tiempo es permanente obsesión, preocupación sostenida que adopta formas diversas. Hay un tratamiento in crescendo de esa obsesión hasta culminar con el cotejo directo.» (1986, p. 114).

El «leitmotiv» del sueño es la columna vertebral que organiza todo el poema. Esta mención constante del sueño alude a dos momentos cruciales en la vida de Descartes. Cuando concibió su argumento del sueño, expuesto en su obra capital filosófica: El Discurso del método (1637), y en su libro La geometría (1637), su obra matemática más importante, y también cuando relató los tres sueños o visiones que le cambiaron la vida diametralmente. De hecho estas visiones lo motivaron a abandonar su carrera militar para dedicarse a la filosofía y a las matemáticas, y dentro de éstas últimas siempre privilegió la geometría, para la cual empleó la nomenclatura algebraica. Al final de la Primera meditación, Descartes concluye que hay que considerar de manera escéptica la percepción a través de los sentidos, que cada percepción puede en efecto ser falsa. En su argumento del sueño dirá que incluso las mejores percepciones no ofrecen certezas.

Descartes se refiere a la duda metódica en El discurso del método, y así también en sus Meditaciones metafísicas, sobre todo en su Primera meditación ya mencionada. En su intento de buscar su primera verdad incuestionable para poder basar en ella todo su sistema, Descartes empleó la duda universal. Descartes reconoció tres niveles de duda: los sentidos, los sueños y el genio maligno. Hay algunas variaciones con respecto a estos niveles que son dignas de ser mencionadas. Por ejemplo, en su obra «Los principios de la filosofía» no aparece el nivel del genio maligno. De acuerdo a Descartes los sentidos nos engañan muchas veces, conduciéndonos al error, y así se empieza a dudar de la experiencia externa. En el segundo nivel de duda, el de los sueños, la duda radica en la experiencia interna de la memoria. Finalmente, el nivel de la duda correspondiente al genio maligno, se refiere a dudar de la evidencia de la matemáticas.

Este tópico de la duda no empezó con los planteamientos de Descartes, pues ya el mismo Platón, en su diálogo «Teeteto», había mencionado el argumento del sueño en relación al saber en tanto percepción y en cuanto a una duda frente a la realidad. Desde luego que el tema del sueño se trató mucho durante el Barroco, con Calderón de la Barca en su famosa obra «La vida es sueño», y con William Shakespeare con su obra «Sueño de una noche de verano», etc. En las antiguas civilizaciones como la griega, el tema del sueño era ya muy importante, tanto así que entre sus múltiples deidades estaba Hipnos; precisamente el dios del sueño. El dios Bes era una deidad protectora del sueño para los egipcios. Y la diosa Parvati era la deidad protectora del sueño entre los hindúes. Para la tradición árabe y persa, la obra «Las mil y una noches» es muy emblemática en cuanto al tema del sueño, y de la representación de la realidad en tanto juego de espejos. Dante Aligheri trató también el tema del sueño en su obra capital «La divina comedia».

Borges ejecuta en su poema «Descartes» un repaso interesante de los hitos más remarcables ocurridos en la corta pero fecunda vida del matemático-filósofo francés. Después de plantear la posibilidad de la no existencia de Dios, el yo poético vuelca la mirada a los fenómenos de la naturaleza: «Sueño la luna y sueño mis ojos que perciben la luna». Después hay una referencia temporal: «He soñado la tarde y la mañana del primer día». De inmediato tenemos una referencia histórica: «He soñado a Cartago y a las legiones que desolaron a Cartago». Esta mención a un episodio histórico tan seminal como trágico nos remite al encuentro bélico entre las repúblicas cartaginesa y romana, enfrentadas a muerte por la hegemonía marítima del Mediterráneo occidental. Esta lucha sin cuartel, como recordamos, concluyó con la derrota de Cartago en el año 146 antes de Cristo, en la Tercera Guerra Púnica, en concreto en la Batalla de Cartago. Los romanos quemaron todo vestigio de Cartago, sin embargo algunas cosas relevantes sabemos sobre ellos, entre estas que el filósofo griego Aristóteles admiraba mucho el sistema de gobierno cartaginés. ¿Por qué Borges escogería en su poema precisamente este momento histórico y no otro? Tal vez porque simboliza la destrucción de un poder africano por uno europeo, quizás porque de alguna manera es equivalente a la caída del Imperio Bizantino. Podemos inferir, acaso, que el Descartes de Borges se pone de parte de los vencidos, que su lugar de enunciación es el de los derrotados. Nos imaginamos una remota Cartago, ciudad africana otrora floreciente y fundada por la fabulosa reina fenicia Dido, una Cartago devastada por las legiones romanas, un encuentro fatal del norte de África con el sur de Europa, un cruce de caminos que, cual encrucijada típica en una tragedia griega, define un destino aciago. Inmediatamente después, la voz poética nos habla del joven escritor estoico Lucano, muerto a los 26 años, autor de Ilíaca, Medea, Saturnalia y, la única que ha llegado hasta nosotros, Farsalia , la epopeya histórica latina considerada como la más grandiosa después de la Eneida de Virgilio, que narra la lucha entre Julio César y Pompeyo. La Batalla de Farsalia terminó con la abrumadora victoria de Julio César. Es interesante que Borges a través de la voz de Descartes, haga referencia a una figura tan trágica como Lucano, un verdadero héroe trágico, sobrino del filósofo y orador estoico Séneca. Lucano cayó en desgracia luego de haber sido uno de los favoritos de la corte del emperador Nerón, y tuvo que suicidarse para evitar ser humillado por el emperador, tal como su ilustre tío Séneca lo hiciera en su momento.
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El poder imaginativo de Borges le hace evocar a su Descartes una referencia judeo-cristiana muy emblemática, la muerte de Jesús: «He soñado el Gólgota y las cruces de Roma». Nuevamente Roma aparece como el poder hegemónico que no sólo asola y devasta a Cartago; sino que causa la muerte de Jesús en tanto rey simbólico de los judíos.

Entonces, tras estas referencias históricas, el Descartes de Borges nos remite al corazón de su pasión intelectual: la geometría. Nos habla del punto, la línea, el plano y el volumen y nos dice que los ha soñado. Si su enunciado «Cogito, ergo sum» (pienso, luego existo) afirma su existencia como ser pensante, al decir que todo es producto de un sueño, incluso la geometría, también está, obviamente, negando su propia existencia.

El poema que nos ocupa menciona a Elizabeth de Bohemia (1617-1680) quien fuera una princesa de brillante inteligencia y muchos talentos, con conocimientos profundos de los clásicos, amante de las matemáticas, el griego, y la filosofía. Descartes y Elizabeth de Bohemia intercambiaron correspondencia entre 1643 y 1646. Elizabeth había leído Las Meditaciones de Descartes, y le había hecho comentarios críticos de alto calibre. Borges le hace decir al Descartes de su poema que su compañera epistolar, Elizabeth de Bohemia, quizás había sido también otro de sus sueños. Es así como el poema nos expone a continuación y a manera de conclusión el famoso «cogito, ergo sum» cartesiano: «He soñado la duda y la certidumbre».

El poema está escrito, como hemos mencionado, desde la propia perspectiva del matemático y filósofo francés, René Descartes, fundador, para muchos, de la Edad Moderna y sin duda la figura más relevante de la revolución intelectual del siglo XVII. Hasta entonces prevalecía el pensamiento aristotélico y es en el siglo XVII cuando se produce la ruptura con la forma de pensar característica de la Edad Media; el paradigma jerárquico. En esta revolución intelectual se buscan las leyes racionales de la naturaleza y se intenta hacer estas leyes válidas para todos los fenómenos. Estas leyes son las leyes de la razón. Especialmente con Descartes la filosofía se convierte en la ciencia del método.

En la obra de Descartes: Principios de la filosofía, después de haber establecido su propia existencia, «Cogito, ergo sum» (Pienso luego existo), Descartes trata de reducir todos los fenómenos naturales a las descripciones cuantitativas de la aritmética y la geometría. Descartes emplea su método intuitivo-deductivo o analítico-sintético, utilizando las estructuras deductivas de las matemáticas. A partir de la leyes de la razón, Descartes intenta deducir todo del sistema de la naturaleza. Como afirma en su libro Principios de la filosofía, la consideración de Descartes en asuntos de cosas corporales no involucra nada fuera de formas, divisiones y movimientos.

Descartes propone matematizar la ciencia. Para Descartes el mundo material entonces es un escenario enorme, compuesto por una serie indefinida de variaciones de forma, talla y movimiento a lo que él llamó «res extensa» (sustancia extensa). Bajo esta categoría, Descartes incluye todos los eventos físicos y biológicos. Solamente la experiencia consciente no está incluida en su «res extensa», pero sí en su concepto de «res cogitans» (materia independiente).
(Continua página 2 – link más abajo)

1 COMENTARIO

  1. Excelente ensayo; muy informativo y muy bien escrito, Los comentarios interdisciplinarios han sido brillantemente entrelazados.

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