Literatura Cronopio

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Arboles con plaga

ÁRBOLES CON PLAGA

Por Pierre Herrera*

Hasta este momento, el momento en el que escribo esto, (bastantes años han pasado ya) me doy cuenta de todo el fondo que hay detrás de cada árbol con plaga. No se trata de una plaga sin remedio como si dijera «la peste negra»; se trata más bien de una enfermedad que es completamente curable pero no gracias a los medios de los afectados; en este caso, los medios de los árboles. Así que de cierto modo la plaga de árboles sería como una peste negra que fuera curable por seres, o un tipo de pensamiento, al que no sé podía acceder en ese momento.

Hablo de una enfermedad que carcome todo el cuerpo desde adentro, como una melancolía infinita con efectos fisiológicos que ocasionan la muerte; que sólo es curable en un corto plazo ya que de otra forma cualquier intento de cura sería en vano y conllevaría, también, a la muerte. Una enfermedad que sólo pudiera ser curada gracias a un razonamiento de la vida completamente distinto; como el caso de los árboles quienes son afectados por la plaga y el ser humano que es capaz de curarlos.

Una enfermedad que sólo es posible ser curada desde afuera, que se resiste a ser percibida desde afuera, como el propio lenguaje que sólo admite un pensamiento de sí mismo y que no es posible percibir gracias a otro mecanismos que no sean sus pronunciamientos y sus sistemas naturales que hacen de un lenguaje lo que es (una caja china que únicamente se puede abrir a sí misma pero que no puede mirar fuera de ella: la claustrofóbica muñeca matrushka más pequeña de la serie, encerrada en un cuerpo que la contiene y del que no tiene control ni puede hacer nada para salir de él hasta que alguien abre a las demás muñecas para observarla, para salvarla) y no otra cosa. Así es la plaga de los árboles, impermeable a la realidad fuera de ella. Como muchas veces somos nosotros mismos (las personas): negamos la realidad, nos cubrimos con un recubrimiento que repele todo (un campo de anti-materia como es la indiferencia o la arrogancia o la terquedad), y tendemos con esa actitud al aislamiento y a algo que nos hace sufrir pero no nos mata, tal vez nos paralice por algún tiempo, tal vez nos haga más desdichados y menos inocentes pero en definitiva no nos mata.
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Pensando en una analogía humana, creo que la plaga de los árboles, esa que los mata literalmente desde adentro y frente a la que no se puede hacer nada, sólo aguantar, sólo ser lo más valiente posible, sería contraer VIH. En ese caso la expresión «morir de pie como un árbol» implica precisamente eso, la resignación y la bravura de aceptar lo inevitable y no hacer nada (porque no se puede hacer nada).

La primera vez que vi un árbol con plaga fue al lado de mi papá, quien hace tiempo se dedicaba a talar árboles, aserrarlos y vender todo lo resultante: madera (en sus distintas medidas, siempre expresadas en pies y en sus distintas clases: primera, segunda, tercera), cáscara, tarimas, astillas, y aserrín. (Bastantes años han pasado ya, como ya te lo he dicho.) Un día me llevó a un cerro a ver cómo eran marcados los árboles por un trabajador de gobierno para que posteriormente fueran talados. La mayoría de los árboles marcados tenían plaga, y mi padre me decía mira allá arriba este árbol tiene plaga, y yo volteaba hacia lo más alto de los troncos de los árboles e intentaba distinguir lo que hacía diferente un árbol con plaga de un árbol sano, lo cual pude distinguir después de mucho esfuerzo y de ver al árbol no como una especificidad sino como un modelo que tenía características propias. Pero la verdad es que yo no veía nada.

Un árbol en el bosque es tan parecido a su igual que ha crecido a pocos metros de él. Visto desde una distancia muy corta las diferencias entre ambos son casi imperceptibles, pero visto desde un poco más lejos las diferencias son más obvias, en especial su color. Los árboles con plaga tienen tonos más blanquecinos; manchas, a veces. Pierden el color verde en las partes del tronco que se están renovando por un gris pálido.

La plaga de los árboles es lo inevitable.

Sin embargo el verdadero problema sobre este asunto de la plaga es suponer ¿qué haría un árbol si pudiera desviar su naturaleza, y caminar por ejemplo, y razonar en términos freudianos, respirar, jugar al futbol, talar otros árboles, acabar con el medio ambiente, etc. Y gracias a su razonamiento pudiera curar de la plaga a un semejante, a un caso específico de su misma naturaleza pero no a sí mismo? ¿Lo haría, o aprendería a discriminar por algo que a simple vista no se nota?
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La plaga de los árboles esclarece el hecho de que (ahora lo entiendo) todo muere desde sí, y de sí (de las reglas de su propio lenguaje), y sólo alguien más (externo a él) lo puede salvar; pero no del todo porque puede que alguien pueda curarnos pero a veces es demasiado tarde para cualquier cura. Por eso no estamos solos. O por eso tratamos de no estarlo. Porque aquello que viene desde nuestro interior, a quienes permanecemos de pie siempre, sólo puede ser curado por otro (pero no hay cura todavía para mi plaga).

Nadie se salva a sí mismo. Si fuera así, para qué la vida.
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* Pierre Herrera (Morelia, 1988), Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UMSNH. Autor de El equívoco cervantino (SECUM, 2012) con el que fue acreedor del Premio Michoacán de Literatura 2012 en el rubro de ensayo. Ganador del XIV Premio de ensayo Filosofía y Letras de la BUAP 2013. Ha colaborado en las revistas Punto de Partida, Círculo de Poesía, Anders Behring Breivik, Rojo Siena entre otras; así como en varias revistas especializadas internacionales y con capítulos en libros de estudios literarios. Ha participado en diversos congresos y coloquios, nacionales e internacionales de literatura y estudios culturales. Actualmente cursa la Maestría en Literatura Mexicana por la BUAP y es parte de la Sociedad de Escritores Michoacanos.

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