Literatura Cronopio

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La poetica de Antonio Gamoneda entre lo exoterico y esoterico

LA POÉTICA DE ANTONIO GAMONEDA: ENTRE LO EXOTÉRICO Y LO ESOTÉRICO

Por Jorge Machín Lucas*

La hermética obra del poeta español Antonio Gamoneda (1931), toda una anatomía del ser y de la palabra, manifiesta en sus líneas medulares un desplazamiento de lo exotérico, la realidad común visible adulterada por la mente y por sus sentidos, a lo esotérico, la realidad particular invisible que reduce lo vivido y compartido, lo depura y lo trasciende en lo inmanente, a través del eje axial que une izquierdismo, surrealismo y parapsicología. Esta retracción del yo lírico desde el compromiso social y el testimonio histórico, un realismo socialista que nunca frecuentó en puridad (como sí hizo su admirado poeta turco Nazim Hikmet), hasta lo íntimo-místico a través de lo onírico es uno de los trayectos lógicos para una vida caracterizada por la pobreza, por las pérdidas, por los abusos, por la miseria moral y por la presencia de la muerte, como se puede ver en Un armario lleno de sombra, autobiografía de 2009 de este poeta de Oviedo criado en León.

Su decepción ante la gran lentitud para mejorar la sociedad con la palabra poética, su aceptación de que las ideologías radicales como el comunismo han fracasado por culpa del egoísmo humano y de su propia corrupción y la decadencia de su mayor estímulo crítico (la dictadura franquista) muy posiblemente le han llevado a una actitud entre pasiva y visionaria que pretende lograr una expansión epistemológica de lo real y del saber como catarsis personal más que colectiva. Eso no niega que mantenga sus convicciones socialistas en lo cotidiano (fue director de la krausista Fundación Sierra-Pambley), pero en lo lírico ha pretendido progresivamente ensanchar el espacio de lo referencial e incluso traspasar el umbral de lo perceptible (de la materia o del sonido) con el irracionalismo.

Durante los 60, en su poética se produce una implosión de las señas de identidad del yo poético. Nuestro poeta deja entender que todos los intentos de evolución humanos dictados por el racionalismo y por su creencia en las virtudes del progreso son fútiles. Frente a la temida entropía histórica, opone la transgresión de unos límites que están en el espacio que bordea la antimateria y el silencio. Ha ido a buscar la matriz del ser, del mundo y del logos para olvidar el dolor de la posguerra vivida, para explicarse por qué somos tan ruines y para, en balde, intentar encontrar el origen que nos dio la vida, abrir sus puertas e ir hacia un mundo mejor de justicia global y de redención no necesariamente cristiana. Es un viaje órfico, de ultratumba, ontológico, intertextual y metapoético en espiral hacia lo inefable, hacia el misterio del ser, hacia esa nada que los místicos veían como un estado de unidad y de plenitud que reconcilia las dicotomías cósmicas.

En apariencia es un intento corrector de los excesos de la postmodernidad en cuanto a la alienación del ser frente a los abusos del capitalismo, pero en realidad no es más que un melancólico proceso de evasión frente al burdo materialismo moderno y de recuperación de la primitiva igualdad humana desde una ética y una estética místicas cuyo auténtico eje es el descubrimiento del fracaso de la vida. Ante la muerte, en el inicio del microcosmos personal y del macrocosmos universal, en el útero de la madre natural y biológica, en un «archipretérito» pasado ideal y arquetípico, Gamoneda quisiera lograr un renacimiento y una salvación para todos a los que lamentablemente nunca se llega en su obra, dado su intenso pesimismo.
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Aquella está, más inconsciente que conscientemente, habitada por voces místicas y por otros palimpsestos líricos que son usados para cristalizar y acrisolar estas ideas en la maraña poética. Tradiciones como la cábala, el sufismo, el catolicismo, el taoísmo, los románticos, el simbolismo o las vanguardias (las surrealistas, ante todo) o autores como Carlos Bousoño, Juan Ramón Jiménez, Octavio Paz, José Lezama Lima, María Zambrano, Clara Janés y sobre todo su amigo José Ángel Valente (ver Valente: texto y contexto de 2007, ensayo sobre el faro y guía de toda una generación mística de poetas del silencio), entre otros, han podido contribuir en mayor o menor medida en su poética para solidificar y dar rigor a esa línea de búsqueda teleológica en la ipseidad y en lo cósmico. Es una intuitiva búsqueda poética tan de tipo personal como hacia la alteridad, de conocimiento, metafísica, de principios y de causas finales, muy llena de escepticismo agnóstico pero con anhelos trascendentes e inmanentes más allá del óbito. Una búsqueda de la verdad espiritual que otros llaman mentira (aquellos obsesionados con el materialismo y con el poder) y que reside en el descentrado, fragmentado y atomizado centro de la identidad.

En un entre embriagado y dolorido trabajo de reconstrucción de sí mismo, Gamoneda simula una preparación ascética de dudoso éxtasis unitivo por la combinación de depresiva negatividad y de absorto ensimismamiento de algunos de sus versos con una actitud casi solipsista que Ludwig Wittgenstein definió en su Tractatus como realista ya que el yo, al contraerse al máximo hasta el cero, solo puede ceder su espacio a la realidad. En esta reabsorción de sí mismo, con la interacción entre su mente y la materia, y con el bisturí de su subjetividad poética, el vate pretende diseccionar lo rutinario y lo somático y de allí llegar a la objetividad total, ya sin la percepción común, de una nueva Historia nouménica, intelectual y suprasensible desde la ultrahistoria de su ser, en oposición a una historia fenoménica, intuitiva y sensible demoledora para él. Va de la experiencia de cronos a la intuición de kairós, el tiempo indeterminado de un dios en minúscula y silente: el del «microyó». Va también de un locus eremus, filtrado por su conciencia agónica, a lo inconmensurable de lo más mínimo de la personalidad.

Se trata en suma de un itinerario poético de conocimiento que serpentea entre el yo y el tú separados por el individualismo y el egoísmo. De allí, derivará hacia la solidaridad del nosotros y finalmente hacia la recomposición y la unificación del yo, en un desplazamiento de lo real hacia lo autorreferencial. Estas son las topografías literarias por las que discurre su obra: va primero desde las solitarias y frustradas evocaciones de familiares y de amores, desaparecidos durante la guerra civil española (1936-9), en Primeros poemas: la tierra y los labios (1947-1953 y 2003) y en Exentos I (1959-1960 y 2003) hasta el desplazamiento del binomio «yo–tú» hacia el nosotros, en solidaridad humana frente a la desgracia ajena, en Blues castellano (1961-1966 y 2004). Posteriormente, en Exentos II: Pasión de la mirada (1963-1970 y 2003), decepcionado por su incapacidad de conectar y de dialogar con la otredad, se produce en el yo poético una reabsorción inmanente en espiral hacia el centro de su identidad. Se contrae el espacio-tiempo y el ser pretende salir de la historia común y entrar en la Historia ideal. En Descripción de la mentira (1975-6 y 2003) se impone una falseada memoria de lo originario para conjurar el dolor y el miedo a vivir. Se quiere ir al origen materno desde el deceso cuestionando la validez gnoseológica de la dialéctica entre «verdad» (la que decían poseer los franquistas superada por la de un nuevo conocimiento pararracional) y «mentira» (la de la democracia para la dictadura y la de la realidad para Gamoneda). Es toda una cartografía de las raíces del ser desvelada en el padre y en la madre del yo lírico.
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En Lápidas (1977-1986 y 2003) el título es un signo disémico, como vería Carlos Bousoño, que alude a la muerte y a su valor aforístico. En él continúa el descenso a la madre y al origen y destino final de nuestra existencia. En Libro del frío (1986-1992, 1998 y 2004) continúa la búsqueda del amor materno. En Arden las pérdidas (1993-2003 y 2004) se insiste en ir a la muerte a través de la infancia, de la madre y de otro tiempo. Lo rural de la infancia simboliza la sopa primigenia con una crepuscular luz de tintes místicos previa a la muerte. En Cecilia (2000-2004) el yo lírico regresa a la historia aunque ya iluminado por la luz de la revelación anterior en una marcha más sabia hacia la muerte. En Exentos III (1990-2003 y 2004) el espacio agrario de la infancia preside de nuevo ese pasado intemporal en el que nació la vida. En Mudanzas (1961-2003) se apela sin confianza a la justicia social y a una taumaturgia de lo natural que además otorga carácter visionario. En Extravío en la luz de 2008 se apela ya al «no ser» como explicación de todo ante la presunta inminencia de la muerte. Su último poemario, Canción errónea (2012), ha sido hasta el momento el colofón de este angustioso itinerario inmanente expresado mediante oximorones, paradojas, metáforas o metonimias hacia la raíz del ser y del lenguaje —en este caso antirretórico— y hacia una muerte, que por fortuna todavía no ha llegado pero que se asume como ya limítrofe, para la que la vida es un error, un casual hiato, de una historia eterna de la nada.
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* Jorge Machín Lucas es profesor asociado y coordinador de estudios hispánicos de la University of Winnipeg, se licenció en filología hispánica en la Universitat de Barcelona, en donde cursó también estudios graduados y escribió un trabajo sobre la obra novelística de Juan Benet. Se doctoró en la Ohio State University en literatura española sobre la obra poética de José Ángel Valente. Trabaja temas de postmodernidad, de intertextualidad, de irracionalismo y de comparativismo en la novela, poesía y ensayo contemporáneo español. Fue profesor también cuatro años en la University of South Dakota. Es autor de un libro sobre José Ángel Valente y de otro sobre Juan Benet, aparte de numerosos artículos sobre estos dos autores y sobre Antonio Gamoneda, además de un par sobre Juan Goytisolo y Miguel de Unamuno, entre otros.

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