Invitado Cronopio

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The cardman

THE CARDMAN

Por Juan Carlos Dido*

Se puso contento cuando recibió la primera tarjeta. Fue resultado de una promoción en un supermercado. Le ofrecía numerosos beneficios: participación en sorteos, descuentos especiales, posibilidad de comprar sin fondos disponibles. Su vida pareció mejorar con el uso de esa tarjeta inicial, aunque surgieron algunos problemas en las fechas en que debía saldar las deudas, porque al manejarse con el plástico no tenía plena conciencia de lo que gastaba… y gastaba más de lo necesario.

Cierto día, le anunciaron en su trabajo que el sueldo no se lo pagarían más en efectivo, sino mediante una tarjeta. La remuneración se depositaría en una cuenta bancaria de la que podría retirar la suma que quisiera a través de los cajeros electrónicos. La novedad no terminaba allí. Como beneficio adicional, resultado del acuerdo entre el banco y la empresa, además de la tarjeta para operar en los cajeros recibiría una cuenta corriente, una cuenta de ahorro en pesos y otra en dólares, un seguro de vida… y una tarjeta de crédito con sobregiro.

La costó algún esfuerzo adaptarse al empleo de las tres tarjetas, excesivas para el monto de dinero mensual que manejaba. Pero aprendió ciertas maniobras relativamente simples que aparentaban mejorar el rendimiento de su capital. Con lo que tomaba de una, saldaba la deuda de otra, gastaba a cuenta de la que tenía más cubierta y financiaba los gastos más abultados.

Tentado por la publicidad de ciertos créditos para refaccionar la vivienda, concurrió a un banco para informarse. Le pareció conveniente el sistema y llenó una solicitud. No solo le concedieron el préstamo, sino que le abrieron nuevas cuentas: corriente y de ahorro y le otorgaron otras dos tarjetas que, durante el primer año, no le ocasionarían gastos de mantenimiento. Explicó que no necesitaba tarjetas porque ya tenía tres y le resultaban más que suficientes. Insistió en que solo pretendía el préstamo para la casa, se resistió y protestó. Todo inútil. No podía rechazar las tarjetas. Formaban un paquete con el préstamo, por lo que estaba obligado a aceptarlas.
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El uso equilibrado de las cinco tarjetas se le complicó. Unificó los códigos, porque varias veces se confundió y el cajero le tragó la tarjeta, con las consecuentes molestias para recuperarla. Anotó las operaciones que debía realizar cada fin de mes a fin de no perder el control de los movimientos. Le expuso la situación al jefe de personal de su empresa y le pidió si no podía volver a cobrar en efectivo. El jefe se mostró alterado, porque no entendía cómo él, un empleado de años, no comprendía el valor y el reconocimiento que significaba extenderle una tarjeta por parte de la empresa. Volvió entonces al primer banco, se plantó frente al escritorio del sector «tarjetas» y expresivamente, manifestó:
—Quiero devolver mi tarjeta.
El empleado lo atendió amablemente.
—Muy bien, señor. Lo estábamos esperando. Aguarde un momento.
Sintió gran alivio. Por fin lo comprendían. Por fin podía devolver una tarjeta que no necesitaba. Volvió el empleado con una carpeta y varios formularios.
—Firme aquí… aquí… y aquí. Ahora una firmita más, aquí y listo.
—Tome la tarjeta.
—El empleado recibió la tarjeta, sacó una tijera del cajón del escritorio y la cortó en varios trozos irregulares.
—Muy amable. Bueno, adiós y gracias.
—No. ¿Cómo que se va? Ya firmó todos los papeles de la renovación. Aquí tiene sus nuevas tarjetas. Ya sabrá que son dos e incluyen importantes innovaciones en el funcionamiento y en su alcance. Lo felicito.
—¿Dos tarjetas?
—En efecto. No olvide introducirlas cuanto antes en un cajero para habilitar todos los servicios.

Todo reclamo resultó infructuoso. A partir de ese momento, su vida se fue haciendo cada vez más compleja y enredada. El pago automático de servicios provocó innumerables dificultades. Le cobraban de más y tenía que realizar interminables trámites para aclarar los errores. Los saldos de los resúmenes nunca coincidían con las cuentas que él llevaba, los cajeros no le entregaban dinero y otros numerosos inconvenientes. Los gastos de mantenimiento, aun aquellos que le prometieron gratis, crecían constantemente. Aparecían impuestos punitorios que abultaban los números. Ha recibido intimaciones, amenazas de juicios y embargos. Ha tenido que responder con telegramas y cartas documento. Sigue viviendo de su sueldo, el sueldo de un empleado administrativo de clase media. Pensaba comprar un pequeño auto, pero desistió de su propósito, porque sabe que, para realizar la operación, le van a adjudicar otro par de tarjetas compulsivas. Solo quiere librarse de las deudas y disponer de un poco de dinero. Pero no podrá alcanzar ese modesto objetivo. No podrá porque es el feliz poseedor de seis tarjetas que le abren las puertas del mundo. Sí. Es verdad. Así lo anuncia la publicidad con insistencia. Esas mágicas cédulas de plástico derriban toda oposición y consiguen desde lo corriente hasta lo inverosímil, desde la rutina hasta la utopía. El universo se rinde ante la tarjeta de plástico. Un universo de plástico.
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Siente que ha vendido su alma. Se la pagaron con tarjeta y no puede recuperarla.
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* Juan Carlos Dido es profesor universitario, locutor nacional, periodista y escritor. Actualmente es catedrático de la Carrera de Locución en la Universidad Nacional de La Matanza (UNLM) y miembro del Centro de Estudios avanzados Es Magíster en Comunicación, Cultura y Discursos mediáticos, Licenciado en Gestión Educativa y Profesor en Letras. Tiene una extensa actuación en la docencia en todos los niveles y modalidades educativas. Sus centros de interés son los procesos de enseñanza–aprendizaje referidos al estudio de la lengua y la literatura española y argentina; el papel de los medios de comunicación social para el desarrollo del potencial humano; y las nuevas estrategias educativas de los recursos multimediales en la sociedad del conocimiento. En materia de investigación trabaja actualmente sobre las raíces de la oralidad en relatos y otras manifestaciones de la cultura popular. Ha publicado dieciséis libros, varios de ellos de carácter pedagógico tales como Clínica de ortografía, Taller de periodismo y Cómo hablar bien. Otros son de investigación y creación literaria: La fábula argentina, Identikit de los argentinos, La fábula española y Fábulas folclóricas. Los dos más recientes abordan dimensiones conceptuales y funcionales sobre educación y medios de comunicación: Radios universitarias y La radio en la escuela. Es autor de numerosos artículos publicados por revistas especializadas, entre los más recientes se destacan: Teoría de la fábula, El ensayo y la identidad argentina, La fábula en la educación de adultos y Ensayo sobre el ensayo. Varios de sus libros han merecido premios otorgados por prestigiosas instituciones, como el Primer premio «ensayo» del Fondo Nacional de las Artes (1989), Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (1991), y Premio de la Secretaría de Cultura de la Nación (1992), entre los más destacados. Además, ha escrito guiones para radio y televisión. Actualmente desarrolla programas sobre temas culturales en la radio universitaria. Ha sido expositor en varias ediciones de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires y ha ofrecido conferencias en instituciones educativas y culturales sobre temas de su especialidad.

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