El Gran Ojo Cronopio

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Todavia la literatura tiene destino

“TODAVIA LA LITERATURA TIENE DESTINO: NOÉ JITRIK

Por John Harold Giraldo Herrera*

Noé Jitrik el escritor que a sus 86 años conserva la fuerza y el rigor de un joven. El recuperador de la historia literaria de Argentina, en la que con otros autores han venido recopilando la historia crítica de esa literatura (12 volúmenes de cerca de 660 páginas cada uno); de sus ideas son la de trabajo crítico como una especie de profesión. Se le conoce por su obra extensa de poesía, sobre todo la surrealista. Estuvo por trece años exiliado y volvió a su país. Se le considera un sobreviviente. Estuvo ofreciendo un seminario en el doctorado de Literatura en la Universidad Tecnológica de Pereira y hablamos cerca de dos horas. Además es un investigador y docente universitario. Pertenece a una generación de hombres cultos y disciplinados.

John Harold Giraldo Herrera: Para empezar: ha batallado todos los géneros literarios; la poesía, la novela, el cuento, el periodismo, la crítica…. Y eso es posible en muy pocas personas, ¿cómo los combina y desarrolla?

Noé Jitrik: Bueno, habría que preguntarle primero a esas otras personas (risas). No he considerado que son diversos géneros, sino que son una misma actitud. Es escribir de pronto, uno escribe en cierta dirección, de pronto cambio o escribe en otra dirección y de pronto escribe en varias direcciones, y yo tengo sube y bajas: hay momentos en que no se me ocurre nada, estoy vacío, no tengo ninguna idea, ningún propósito y de pronto empiezo a escribir un poema, y al mismo tiempo se me ocurre un ensayo, algo de tipo periodístico y luego retomo algo más teórico y justo en ese momento continuo con una narración que estaba haciendo y voy como yendo de un lado para otro, porque la fuerza de la escritura en mi caso no elige parcialidad, sino que se manifiesta. Se convierte en una propuesta como propia, o no tan propia, porque esto lo hacía mucha gente, y seguramente no es ninguna novedad. En este momento estoy escribiendo poesía, y publico unas notas cada 15 ó 20 días en un periódico en Buenos Aires, y temas que se me van ocurriendo, y retomo una narración autobiográfica que estoy haciendo y a partir del seminario en el Doctorado de Literatura en Pereira que estoy impartiendo algunas cosas ya me están dando ganas de no perderlas, de empezar a escribir.

Es un taller, y en un taller hay de todo, y entonces eso es mi fuerza y mi debilidad; mi fuerza porque me ayuda a seguir, y mi debilidad porque los demás no me terminan por considerarme en sus respectivos casilleros. Para los poetas no soy un poeta porque escribo ensayos, para los periodistas no soy del todo un periodista porque de pronto escribo poesía, para los novelistas, no soy novelista porque escribo poesía o ensayos, entonces estoy abriendo espacios. Y yo creo que también eso me mantiene.

J.H.G.H.: Pero la suma de todas esas acciones que usted hace, tienen como vértebra el lenguaje; de manera que usted juega con el lenguaje, tanto para hacer ficción,  como para hacer crítica y para desarrollar un texto periodístico.

N.J.: Claro, es la materia con la que trabajo y trato de concentrarme en eso, trato de responder si se quiere a un ideal renacentista: dar, extraer lo posible del lenguaje, eso no significa rebuscado, porque detesto lo rebuscado;  cada vez creo que estoy llegando a expresiones más simples, pero en un tiempo más concentradas  y tengo una conciencia de lo que me falta. Entonces voy, vuelvo y regreso y hay cosas que escribo tres, cuatro o diez veces.

J.H.G.H.: Hace poco cuando lo presentaba como un sobreviviente, y yo quisiera que usted me dijera de qué se siente ser un sobreviviente.

N.J.: Es tremendo ser un sobreviviente, porque muchos de mis amigos de mi edad, se están muriendo, o están en decadencia y yo asisto a los sepelios, o voy a los hospitales y me siento triste por ellos y de repente por quién doblan las campanas, ser un sobreviviente,  es el Hemingway elemental, después me olvido porque me parece que arrastro los problemas y los intereses de siempre, quizás haya una declinación mayor, la debo reconocer por cuestiones de edad, en el orden de la salud que no es igual de hace 30 años. Mis ganas de moverme no son las mismas de hace 30 años, pero mis deseos en relación con la gente son los mismos, sí tengo problemas con la gente, son los mismos que tenía hace 20 ó 30 años; es decir encuentros, desencuentros, etc. Eso quiere decir que yo sea un pertinaz respondedor de correo; incuso de correo electrónico, le respondo a todo el mundo, yo leo y le comento libros a la gente, porque lo hice siempre y no veo por qué no lo haría ahora, soy capaz de escuchar a la gente, soy un poco psicoanalista, no de profesión, de actitud. Entonces escucho como siempre he escuchado y a veces tengo respuestas, otras veces no, soy el mismo de siempre, y esto de ser sobreviviente es ser espectador de algo que le concierne a uno, pero sobre todo a los que lo rodean.

J.H.G.H.: Maestro, usted está en el ejercicio de la crítica, y ejerce un estudio de la literatura argentina, qué podría decir, luego de múltiples volúmenes de reflexionar a la tradición de argentina, ¿cuál podría decir qué es el tema con el que han tenido mayor desarrollo los escritores argentinos?

N.J: Sí, uno tiene cierto interés por la literatura, por un lado, tiene intuiciones de lo que dice, es como cuando vamos a una librería de usado, y de repente vemos algo que salta, y de repente eso que salta es un libro o texto que estaba por ahí, que uno no tiene presente, pero que lo tenía como contenido, lo tenía latente. Y si además, eso le provoca como para escribir, lo que yo hago no es un ejercicio sistemático de crítica, por lo tanto no me gusta que me digan que soy un crítico, sino que tengo una respuesta de repente a ciertas cosas que me interesan; más bien lo que escribo tiene que ver con problemas literarios, que con textos en particular o autores en particular, en cuanto a la literatura argentina, sí, yo escribí mucho sobre esos textos que me llamaban, me llamó “Martín Fierro”; me llamó Borges, me llamaron muchos escritores argentinos, pero era como responder a un llamado, no tan sistemático de ser un crítico como por ejemplo, un chico Mexicano, que se llama: Christopher  Domínguez que yo veo en la revista de la  Universidad de México,  todos los meses,  yo no lo quiero hacer, no lo puedo hacer, no me interesa hacerlo; ahora tengo una responsabilidad, yo coordino, dirijo una historia de la literatura argentina, y eso me permite ver una cantidad de cosas que espontáneamente no podría ver, porque tengo que leer los originales, tengo que editarlos, corregirlos  por lo tanto voy leyendo una cantidad de cosas que no tenía planeado, estamos llegando casi al final de la historia, ahora estamos redactando el último volumen, en la historia son doce, y esos 11 ya preparados: uno está en imprenta, y tienen un promedio de 600 cuartillas, cada uno, hemos podido congregar, 11 por 25, casi 300 colaboradores; toda gente muy preparada, muy inteligente, porque tuvo que ser vista, leída, corregida, claro que la labor del editor, y en mi caso en particular es como la del corrector de imprenta, el corrector de las imprentas le pueden pasar la Biblia delante de él, y él no ve más que la errata, no ve el texto, y al editor le pasa lo mismo, lee pero lee lo que puede estar mal, impreciso, cosas así. Entonces en mis lecturas de las 300 colaboraciones, y yo me acuerdo de alguna, pero no puedo decir que pueda dominarlas todas. Tengo más bien una mirada crítica sobre lo que puede estar, no tan bien escrito, lo que puede ser equivoco, lo que le puede faltar a un artículo, sobre un olvido, un exceso, una repetición, más bien es un trabajo de coordinación y edición, dentro de una idea, que es mi idea, de una historia crítica de la literatura argentina.
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J.H.G.H.: ¿Recuerda el primer libro que  leyó?

N.J: Claro que lo recuerdo,  “La Cabaña del Tío Tom” de Harriet Beecher Stowe. No solo recuerdo, sino que yo nací en un pueblo muy pequeño de la Pampa, provincia de Buenos Aires, me fui de ahí cuando tenía 9 años,  y ese libro lo leí cuando tenía 6, después volví, en el año 1993, me fui en el 1937, ¿cuántos años de ausencia? Fui a la biblioteca del pueblo, y encontré ese mismo ejemplar y lo volví a tocar, era el primer libro que yo había leído, y puedo decir que salvo algunos lapsos nunca dejé de leer, ahora leo menos, pero leo de otro modo, un poco más distraído, a decir verdad. Menos tenso, y me pongo menos en combate con lo que leo, pero bueno, leo y veo cosas y leo un poco siempre en los últimos tiempos más dirigido a una finalidad.

J.H.G.H.: Maestro, si ocurriera el diluvio, y nos tuviéramos que meter al arca de Noé, ¿qué libros se llevaría?

N.J.: No, yo más bien me llevaría… qué impermeable me llevaría, ja ja. Pero de libros, no sé, a lo mejor me llevaría la selección de poemas que yo mismo elegí. Yo hice una selección de poemas, que a mí me gustaban, y hay un Borges, un qué se yo, un Aragón, un Hernández, esa selección sería bastante satisfactoria. Son poemas que la gente celebra mucho, porque son muy bellos.

J.H.G.H.: De las múltiples frases que tienen los escritores ¿Cuál lo habita más a usted?

N.J: Difícilmente, porque, primero son muchos años, y en segundo lugar, las frases que de pronto se me han destacado, las he elaborado y al elaborarlas, como que se pierden. Supongo que si las leo, las celebro,  pero no es lo mío. Todos los días celebro frases, estos días estaba manejando una frase de Monterroso, que está lleno de frases geniales: “A ningún escritor le gusta que le digan que es bueno, ni siquiera que es muy bueno, lo único que le gusta es que le digan que es el mejor del mundo”;  o está: “la felicidad es una cosa muy bonita, pero es un poquitico aburrida”; o alguna frase de Borges, una muy bonita de él, es que se le presenta una chica y le dice: permítame presentarme, señor Borges, yo soy una escritora Argentina, y Borges le dice: qué casualidad, yo también.

J.H.G.H.: En sus palabras ¿Qué podría usted decir, luego de haber sido un lector, de ser un escritor? ¿Qué podría decir qué es la literatura?

N.J.: Por un lado es un intento de entenderse así mismo, que se proyecta hacia las posibilidades de que otros se entiendan así mismos, mediado por el placer, la inteligencia, la sensibilidad, la percepción. En cómo está  el camino entre esas dos cosas, me parece que la literatura es eso. Todavía la literatura tiene destino, pese a que hay muchos profetas que sostiene que eso ya se acabó, que la literatura, escribir y que los libros ya no tienen sentido. Yo no creo eso, creo que ese gesto persiste, una situación que me ha impresionado muchísimo y que la retengo está en la situación que dibuja Huxley, en ese libro que se llama “Un mundo feliz”. Ahí está todo resuelto, todo, y no hay necesidad de hacer nada, por ejemplo no hay necesidad de hacer el amor, porque hay un aparato que genera orgasmos, no hay necesidad de leer porque está todo hecho; hay uno que conserva un ejemplar gastado de las obras de Shakespeare, ese resistente, me parece que es una verdadera lección para tener en cuenta. Ya que me habla de frases, en el final de un cuento de Borges, que fue muy importante que se llama: Tiön, Uqbar, Orbis y Tertius, del libro Ficciones, narra cómo mundos construidos imaginados pero que de pronto se concretan y aparecen como riesgo, entonces el que narra, reconoce el riesgo y dice al final: pero yo no hago caso, sigo haciendo una indecisa traducción, entonces la literatura es una indecisa traducción.

J.H.G.H.: Ahora que emergen esos profetas por las tecnologías, y que anuncian que se acabaron los libros, al migrar a lo digital, y que lo escuchaba decir que usted escribe correos diariamente  ¿La literatura en los espacios digitales tendría otras formas de ser?

N.J.: Es posible, no lo descarto, pero por ahora no lo veo, por ahora veo que los blogs, el Facebook, el Twitter,  son excelentes formas de comunicación pero que se agotan en sí mismas, pero que no generan algo que pueda trascender en esa comunicación; es decir: se me ocurre algo, lo coloco en un blog, y tú me respondes,  pero de ahí a que sea literatura, o que llegue a un estatuto, que tenga una identidad, aunque no sea la misma identidad de la literatura, me parece que todavía no, no se puede saber lo que los medios técnicos pueden dar. Cuando apareció la imprenta por ejemplo, los monjes pensaron que se acabaría el mundo, la estructura, sin embargo se abrió una nueva era, así que uno no puede rechazar, pero si puede ver lo que pasa, y entre tanto la cultura del libro sigue teniendo atractivo. Tengo contacto con estudiantes y chicos jóvenes y veo que el libro está ahí presente, de ninguna manera ha muerto, lo que pasa es que la situación es crítica pero por otras razones: situación económica, por políticas editoriales, por criterios, por ideologías del libro, del objeto, del paso del objeto o la mercancía al libro, es lo que contemplamos todos los días y eso si es un peligro muy grave, no es más que ir a una de estas librerías que están en los centros comerciales, para darse cuenta de esto que estoy diciendo. De hecho quienes compran libros, van a pedirlos, no es que estén mirando y comprando, como se hace todavía en las librerías de viejo en todas partes del mundo,  en Bogotá, en Buenos Aires. En Buenos Aires hay cada vez más librerías de viejo, y a los turistas les encantan, porque encuentran cosas, encontrar es diferente de buscar. Y por supuesto encontrar es diferente de comprar, porque comprar es mercancía y el libro no tiene todavía un carácter de mercancía, pero en partes sí, y eso produce un cierto riesgo.

J.H.G.H.: Para terminar, con su experiencia qué nos podría decir usted hoy en día ¿En qué cree? ¿Cuáles son sus principales creencias?

N.J.: Soy una persona de época, y en esta las creencias se ponen en cuestión, si se piensa en creencias regulares, pareciera por ejemplo que el nuevo Papa, le da un giro a las creencias, es como si él tuviera un plan, un propósito de reanimar las creencias mediante ciertas acciones. Es decir, la filosofía que está aplicando no es la de querer enseñar que la verdad está en Cristo, en los evangelios o en la iglesia. Él lo que quiere es que mediante ciertos gestos, la gente vuelva a creer en la iglesia;  es que las creencias están en crisis, y ni hablar de las creencias políticas, uno no les cree, por ejemplo las manifestaciones de masas en apoyos políticos, si se producen, pero no les creen, y ahora, yo, ¿qué es lo que creo?: en el trabajo y pienso que de una idea como esta, podrían salir gestiones que le den mayor sentido a la vida, a la existencia, digo, la creencia podría reducirse a eso, a tratar de encontrar un camino para que la vida tenga un sentido, la de uno y la de los demás.

El Gran Ojo Cronopio es la nueva columna de cine y literatura de Revista Cronopio.
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* John Harold Giraldo Herrera es docente Universitario y Periodista. Estudiante del Doctorado Rud de Colombia en Educación, Universidad Tecnológica de Pereira. Uno de sus temas de interés es el estudio de Los pueblos originarios. Magíster en Literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira, 2011. Licenciado en Español y comunicación Audiovisual de la UTP, 2004. Con estudios de diplomado en Narrativas audiovisuales, Fundación Universitaria Área Andina, 2003. Democracia y formación ciudadana con énfasis en Derechos Humanos, paz y cultura de resolución pacífica de conflictos para el sector educativo. Universidad Católica Popular del Risaralda, 2004. Periodismo público, Escuela Superior de Administración Pública, 2008.
Correo-e: john.giraldo.herrera@gmail.com

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