Invitado Cronopio

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Austin texas 1979

AUSTIN, TEXAS, 1979

Por Francisco Ángeles*

Mi padre se casó a los veintinueve años con una chica de veintidós a la que había embarazado. Se conocieron en el cumpleaños de un amigo en común, un tipo carismático, aunque quizá no muy inteligente, a quien llamaban Kostia. Mi padre y él habían estudiado juntos los dos primeros años de la escuela de medicina, pero después Kostia abandonó la facultad para irse a vivir un tiempo a Iquitos, donde tenía pensado abrir un local de bailarinas. Nunca he podido ponerme en contacto con Kostia, dijo Adriana, pero quienes lo conocieron en esa primera etapa de la historia, cuando tenía veinte o veintiún años, dicen que siempre que excedía el limite aconsejable de alcohol, lo que no era en absoluto infrecuente, se ponía a hablar de su proyecto de abrir un cabaret al que iba a ponerle como nombre KGB.

Lo voy a abrir en la selva, decía Kostia, mochila verde al hombro, como si estuviera listo para marcharse, voy a conseguir unas cuantas chicas en la selva y les voy a enseñar bailes rusos, decía Kostia, y cruzaba los brazos sobre el pecho y empezaba a saltar, pateaba intercaladamente, primero la pierna izquierda, después la derecha, pateaba el aire una y otra vez mientras cantaba en voz alta sonidos vagamente rusos, una tonada jocosa y festiva que despertaba sin dificultad las ganas de bailar. ¿Cómo se quita la ropa una mujer mientras baila como rusa?, preguntaba Kostia. Eso les voy a enseñar a mis chicas, decía, ya lo verán por ustedes mismos cuando los invite a la fiesta de inauguración.

Voy a vestir a mis chicas con su traje ruso, que yo mismo voy a confeccionar, saldrán al escenario ligeras de ropa, no solo porque es lo que corresponde a un cabaret sino porque en la selva el calor es tremendo, decía Kostia, en la selva uno tiene que andar sin ropa o se muere, asfixiado o deshidratado, y entonces solo llevarán su vestimenta roja y blanca, esos son los colores que utilizan las bailarinas rusas, no por nacionalismo, no por la bandera del Perú, decía Kostia, sino porque esos son los colores que corresponden, hay que tomar las cosas con seriedad. Y entonces mis chicas darán saltitos en el aire, algo más o menos así, Kostia se ponía a saltar, borracho, dijo Adriana, los brazos cruzados, van a bailar así y se irán desprendiendo de la ropa hasta quedar desnudas, y una vez desnudas seguirán pateando el aire, y después se dejarán caer al suelo, y sacudirán las piernas, y la música subirá, todos en el KGB estaremos borrachos y nos pondremos a bailar también, como si de pronto hubiéramos instalado un bunker soviético en plena selva peruana, un foco de resistencia antiimperialista en medio de la Amazonía, decía Kostia, dijo Adriana, donde todos íbamos a tener un sexo comunista, sexo como fuerza colectiva, sexo como herramienta de construcción, todos contra todos, democracia absoluta y poder popular, mientras la música suena cada vez más alto en los parlantes y el vodka corre por las gargantas y la alegría vital del socialismo nos empapa hasta el fondo del estómago. El único problema por resolver, decía Kostia, es que todo será un negocio, tendré que cobrar entrada, pagarle a las bailarinas, mover dinero capitalista, de lo contrario la cosa no va a funcionar. Esa es mi única contradicción, decía siempre Kostia, de acuerdo a los testimonios que he recogido, lo único que no consigo solucionar. Y después desapareció un tiempo, según cuentan, siguió Adriana, y regresó a los cinco años, más gordo, barba desordenada, pelo largo, aparentaba más años de los que efectivamente tenía, y se compró o quizá heredó un terreno en Pachacámac, donde comenzó una vida bastante solitaria. Sembraba col, tomates, limones, y criaba animales menores, gallinas o cuyes, y de esa manera se vinculó a unas chicas que estudiaban agronomía.
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Se llamaban Verónica y Angélica y eran como hermanas, dicen quienes las conocieron en esa época, dijo Adriana, dos amigas inseparables, andaban para todos lados juntas, era imposible ver a una sin la otra. Kostia venía los fines de semana a Lima para pasearse por los bares de Barranco, y en uno de esos bares las había conocido, una noche, dos chicas jóvenes, siete u ocho años menores que él, abiertas, sencillas, simpáticas, tan cercanas que con el tiempo habían llegado a parecerse. Las conoció en un bar y desde entonces empezó a frecuentarlas, le gustaba conversar con ellas sobre fertilizantes, métodos de cultivo, tipos de suelo, formas de regadío. Y al parecer en una de esas visitas de fin de semana, dijo Adriana, Kostia se reencontró también con mi padre. Parece que intercambiaron teléfonos o que de alguna manera mantuvieron el contacto, aunque todo indica que no volvieron a frecuentarse. Y en una de las pocas ocasiones en que volvieron a verse, el día que Kostia cumplió veintiocho o veintinueve años, mi padre conoció a Verónica, la mujer a la que poco tiempo después embarazó y con la que iba a terminar casándose.

La conexión entre ellos fue al parecer inmediata, se fueron juntos esa noche, desaparecieron juntos de la fiesta, el mismo día en que se conocieron, y desde entonces no volvieron a separarse. Algunos recuerdan que esa situación no le gustó a Kostia. A pesar de que todo indicaba que entre Verónica y él no existía más que amistad, algo le dolió a Kostia cuando se dio cuenta de que Verónica se había marchado de su fiesta con ese tipo al que recién había conocido, un tipo al que a esas alturas, tantos años después de la escuela de medicina, probablemente ya ni siquiera consideraba su amigo.

Adriana hizo una breve pausa y después siguió. Verónica saló embarazada pocos meses después, y casi de inmediato ella y mi padre se casaron. Nació el primer hijo sin contratiempos, y un par de años después Verónica quedó nuevamente embarazada y esta vez tuvieron una niña. Tenían entonces dos hijos, mis dos hermanos, a quienes he visto muy pocas veces en toda mi vida, dijo Adriana, un matrimonio feliz o que al menos aparentaba serlo. Aunque yo tiendo a pesar, siguió ella, que ese matrimonio era razonablemente feliz, y que si después todo se fue a la mierda no fue como consecuencia de sucesivos problemas o de un mal funcionamiento estructural, sino porque en algún momento mi padre decidió tirar todo por la borda, una decisión fría, racional, bien calculada, por alguna razón decidió acabar con el tipo de vida que había construido y desde entonces no hubo marcha atrás. Pero eso fue cuando la niña estaba por cumplir dos años. Antes de eso las cosas marchaban muy bien. Verónica se dedicaba a la casa, mi padre abrió su propio consultorio y se construyó un rápido prestigio como psiquiatra. Todo muy bien, tres o cuatro años, muy bien, sin problemas, tenían un círculo de amigos en el que destacaba Angélica, pero también otras personas cuyo papel en esta historia no tiene más importancia que el de testigos. Kostia, en cambio, salió del panorama, dejaron de verlo, a pesar de que algunos sostienen que mi padre sí lo veía, muy de vez en cuando, pero como un amigo personal, no un amigo de la familia, no alguien que va a la casa y conversa con la esposa y juega con los niños, sino un amigo suyo, como en la primera juventud. A veces he pensado que mi padre era consciente de que Kostia quería vengarse de ellos, que probablemente había intuido que Kostia estaba obsesionado con su mujer y había interpretado su matrimonio como una traición, y que por eso lo mantenía alejado de la familia, pero prefería verlo de vez en cuando, fingir que la amistad continuaba, como un mecanismo para frenar su posible ansia de venganza. Lo cierto es que Kostia tuvo un papel en esta historia, dijo Adriana, no solo porque fue el nexo para que Verónica y mi padre se conocieran, sino porque cumplió una función en su desenlace.
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Pero en todo caso creo que Kostia simplemente facilitó los planes destructivos de mi padre, el deseo de arrasar su vida con Verónica, lo único indispensable para que los hechos se desencadenaran tal como ocurrieron. Y las motivaciones de ese deseo destructivo, dijo Adriana, constituyen la zona más oscura de la historia. En este punto nadie puede ofrecer testimonio alguno, la única verdad la conoce mi padre, aunque seguramente a estas alturas, tantos años después, él mismo lo ha olvidado o no le interesa recordar. Lo cierto es que en algún momento, quién sabe por qué, pero definitivamente no por otra mujer, definitivamente la razón no fue que hubiera aparecido otra mujer, sino algo más oculto y más profundo, quizá la sensación de cierto estancamiento, el bienestar o la felicidad como una forma congelada y por eso mismo indeseable, cierto hastío o cierto tedio, mi padre decidió terminar con todo y un día le dijo directamente a Verónica que quería divorciarse de ella. Se lo dijo por sorpresa, sin señales previas que hubieran permitido suponer que avanzaban hacia esa disolución, lo dijo de manera tan inesperada, tan fuera de contexto, tan inverosímil para lo que en ese momento venía ocurriendo en sus vidas, que Verónica no se dio cuenta de que mi padre hablaba completamente en serio y no le creyó. Era tan inverosímil la solicitud, tan débil su conexión con las circunstancias, que en el peor de los casos Verónica pensó que el divorcio era una idea disparatada que a mi padre le había pasado por la cabeza, transitoria, fugitiva, como alguna vez la tentación del suicidio ha relampagueado en la mayor parte de la gente, dijo Adriana. Y ese fue el gran error de Verónica, siguió. Un error por el que he tenido que pagar con mi propia vida, dijo Adriana, porque Verónica no se dio cuenta de que mi padre debía haberlo pensado muy bien antes de decirle que quería el divorcio.

No era posible que fueran a divorciarse, seguramente pensó Verónica, no era posible si les iba muy bien, no faltaba dinero, los niños crecían sin problemas, no existía una sola señal que le permitiera suponer que había otra mujer. Porque no la había. De eso estoy segura, dijo Adriana, en eso Verónica no se equivocó. Esa no era la razón, sino algo mucho más sencillo y por tanto más difícil de comprender, una vida de la que uno ha terminado agotado, aburrido, atrapado, y por tanto ya no quería seguir viviendo, no porque sea mala, no porque no haya resultado como uno esperaba, sino exactamente por lo contrario, porque todo salió exactamente de acuerdo a lo planificado y no queda por tanto nada más que hacer, nada más que mantenerla, conservarla, luchar para que siga igual. Una sensación de final, dijo Adriana, un camino que se ha recorrido con éxito y ya no ofrece nuevas posibilidades, y entonces solo queda la huida o la resignación, y mi padre por supuesto optó por la huída. Pero nada esto fue capaz de interpretar Verónica, y mucho menos pudo imaginar que cuando mi padre se dio cuenta que las cosas no iba a resultar tan sencillas, y que debía imaginar una salida que le permita saltar la indeseable etapa de gritos destemplados y escenas indecorosas que preceden a cualquier separación, que la van empujando hacia ella y la van perfilando en el horizonte cercano hasta que parece la única salida posible, Verónica no estuvo en capacidad de prever la maquinaria que mi padre estaba dispuesto a poner en marcha para destruir su matrimonio, maquinaria en la cual terminamos todos incluidos, yo misma, por supuesto, pero también tú, o al menos la que ha sido tu vida en los últimos días, aquí, conmigo.
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