Sociedad Cronopio

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Durante la segunda mitad del siglo XIX y las primeras dos décadas del XX, las comunidades judías de Rusia y de los territorios polacos padecieron un alto grado de miseria y opresión. Abundaron las persecuciones y matanzas en Rusia conocidas con el nombre de Pogroms durante el periodo en que empezaron a tener su pleno desarrollo en Europa Central la Revolución Industrial así como también la excepcional expansión económica en Estados Unidos lo que contribuyó a que grandes grupos de judíos aprovecharan para ir desplazándose desde Europa Oriental hacia esos centros de desarrollo económico como lo eran Alemania, Inglaterra y sus colonias y en general la parte occidental del continente. Las referidas comunidades askenazis recién llegadas, comienzan a adaptarse a las costumbres y a las culturas propias de estos países mientras que una gran mayoría de ellas emigró hacia Estados Unidos en búsqueda del que ya comenzaba a ser el atractivo «sueño americano». Como europeos, no tenían restricciones migratorias para ser admitidos en la Unión Americana y fue así como grandes núcleos de estos europeos de religión judía se fueron estableciendo en el Nuevo Mundo con preferencia en Estados Unidos, y en menor grado Canadá y Argentina, cuyos asentamientos estuvieron libres en forma relativa de acosos y persecuciones.
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Israel Jacob Yuval, catedrático de historia en la Universidad Hebrea de Jerusalén, afirma que «el mito relacionado con el exilio del pueblo judío es de reciente aparición y tiene su origen en el mito cristiano que atribuye un castigo Divino contra los judíos, por ser estos los descendientes de quienes crucificaron a Jesús y también por su rechazo al cristianismo». Este mito cristiano relata que, como castigo de Dios, los judíos desde entonces fueron convertidos en errantes y es lo que ha dado origen a los prejuicios de la Europa cristiana contra aquellos europeos que en el Viejo Mundo profesaban la religión judía, prejuicios que desataron actitudes de hostigamiento, rechazo y persecución contra esta minoría religiosa . Estos acontecimientos fueron aprovechados por los askenazis para crear la fábula de la «Diáspora». (The Myth Of Exile From The Land, Israel Jacob Yuval, 2006).

Inspirados en esa leyenda cristiana, los interpretes acomodaticios del sionismo han venido tratando de hacerle creer tanto a sus correligionarios como al resto del mundo, que su linaje desciende en línea directa de los hebreos bíblicos y que como «Pueblo», además de la identidad religiosa, han permanecido inmutables a través de todos los tiempos sosteniendo la absurda tesis que el «pueblo judío» a pesar de su exilio, dispersión y peregrinaje por espacio de los dos mil años de su Diáspora, ha logrado superar todas las pruebas y esto le ha permitido conservar intacta la pureza de su «sangre bíblica» desde el punto de vista «étnico».

En torno a este mito, vale la pena reflexionar sobre cómo puede ser posible que un número considerable de comunidades judías de distintos orígenes étnicos y raciales, dispersas a través de distintos países, ubicadas en un amplio territorio viviendo en condiciones sociales y culturales tan variadas, pueda conservar su «pureza racial y étnica» manteniendo incontaminada su «sangre bíblica», cuando sociológicamente está comprobado, que los grupos humanos tienden generalmente a fundirse con la población del país en el que se establecen. ¿Cómo fue posible entonces que «el Pueblo Elegido» pudo conservar intacto su linaje durante dos mil años? El sionismo responde que la religión ha sido el factor más importante para lograr esta proeza étnica y racial que hubiera envidiado, sin duda, Adolf Hitler, quien no logró ese propósito para su raza aria germánica.

¿Cuál es entonces el origen de los «hebreos bíblicos»? El estudio correspondiente a los orígenes biológicos, genéticos y étnicos de una población, debe remontarse sobre bases científicas hasta donde sea posible. Al respecto, tanto la arqueología como la lingüística han permitido establecer, en relación con los antiguos hebreos, que su grupo apareció en la tierra de Canaán como consecuencia de los tantos movimientos de población que periódicamente transitaban ahí y algunas veces se acomodaban en las fértiles regiones de esas tierras, cuya diversidad poblacional respondía además a la evolución en Palestina de una cultura que había llegado a ser cosmopolita en muchos aspectos, como se ha podido comprobar con base en los abundantes vestigios arqueológicos encontrados. Las numerosas y florecientes ciudades de la tierra de Canaán, su pujante comercio y su economía en plena expansión, atraían a los negociantes, a los comerciantes, a los artesanos y también a los pastores de rebaños. Durante los periodos de paz y prosperidad, la ubicación geográfica de Palestina la convertía en una importante vía natural de paso entre tres continentes y en un centro de actividad comercial entre dos poderosos imperios de civilización y de riqueza de aquella época: Egipto y Mesopotamia. Al encontrarse de este modo dentro de la órbita económica del mundo conocido de entonces, Palestina sufrió necesariamente la influencia de los movimientos de población que, a pesar de su relativamente reducida extensión territorial, fueron determinantes para hacer de sus habitantes un conjunto cada vez más heterogéneo.

En los textos cuneiformes de la época bíblica descubiertos en Mesopotamia y en Siria, se menciona a un tipo de población llamado Khaipiru, que según el paleontólogo norteamericano W. F. Albright y otros investigadores, tendría alguna relación como origen de los hebreos. Estos grupos humanos,de acuerdo con los estudiosos, llevaban una vida nómada en los bordes de Mesopotamia, dedicados al pastoreo, pero algunas veces se ofrecían como mercenarios o como esclavos y otras veces se dedicaban al bandidaje. No constituían una unidad étnica ni lingüística aunque predominaba en ellos el elemento semítico (From Stone Age To Christianity, W. F. Albright, Philadelphia, 1946).

Los Khaipiru, al hacer su entrada a la tierra de Canaán recibieron el calificativo de Habirín (hebreos), que en cananeo significa «intrusos». Hicieron su arribo en dos aludes separados por casi seis siglos de distancia; el primero hacia el año 1800ADNE proveniente de Mesopotamia y coincidiendo con los Hititas, se instalan simplemente en las tierras deshabitadas al lado de los cananeos, se dedican al pastoreo y construyen casas amuralladas. En ese país, permanecen aproximadamente doscientos años después de los cuales voluntariamente emigran en masa hacia Egipto.

La segunda llegada de los «Habirín» ocurre desde el Sinaí a Canaán, hacia el año 1.200 ADNE aproximadamente; hacen su aparición atacando a la población aborigen para convertirlos en esclavos y terminan instalándose en sus tierras, más concretamente en la región que el sionismo actualmente denomina con los nombres bíblicos de Judea y Samaria pero que es más conocida como Cisjordania o Ribera Occidental. En esa región fue donde estos antiguos hebreos crearon los reinos de Judá y de Israel.

Los cananeos, autóctonos habitantes de esas tierras, nunca fueron desalojados sino que permanecieron habitando sus territorios en Palestina y prueba de esto es que, para mencionar entre otros casos está que Simón, uno de los 12 apóstoles de Jesús era conocido como «el cananeo» y por otra parte el Tetrarca Herodes también era Cananeo, originario de la región denominada Idumea situada al sur de Canaán en cercanías de Gaza.
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Los dirigentes de estos hebreos que invadieron por el sur la tierra de Canaán no se preocuparon por asimilar la sabiduría terrenal ni en el campo científico ni en el comercial ni político; toda su actividad se concentró en fomentar la cultura del espíritu religioso. Esa devoción penetró toda la vida de los hebreos antiguos, movió la pluma de sus escritores y poetas, la lengua de sus oradores, la espada de sus guerreros, la enseñanza de sus clérigos y profetas y la mística proselitista de sus misioneros, quienes en su fervorosa búsqueda de conversos, recorrieron un extenso territorio que abarcó sitios tan alejados como todas las comarcas del Imperio Romano así como también Etiopía, Yemen, India y la provincia Sin Kiang de la China. Su gobierno era teocrático y su gran Rey Yahvé. Los hebreos nunca llegaron a ocupar la totalidad de Palestina; las regiones costeras siempre estuvieron habitadas por los filisteos y los fenicios y en el interior siguieron haciendo presencia las tribus cananeas. El legado de estos hebreos para la civilización actual fueron el monoteísmo, el decálogo y el Antiguo Testamento (The Archaeology of Palestine, W.F. Albright, Penguin Books, New York, 1956).

La primera mención histórica de los hebreos se encuentra en la «Estela de Meneptah» que data del último cuarto del siglo XIII ADNE cuando se les menciona junto a Canaán, Geser, Ascalón y Yann–om. La «Estela de Meneptah», faraón que en 1223 (a.C.), envía una expedición contra la Palestina en revuelta, que para entonces era una provincia egipcia, menciona en esos registros que conglomerados hebreos vivían en esa época por las regiones del Sinaí.

De acuerdo con el acopio de documentos arqueológicos de que se dispone, estos indican que Canaán sufrió invasiones durante el periodo de la Edad de Hierro, las cuales tienen lugar aproximadamente cuatro siglos después de la segunda invasión de los hebreos desde el sur, es decir, procedentes del Sinaí. Hacia el año 800 ADNE., Canaán empezó a doblegarse además ante las invasiones de los hebreos y de otras potencias mayores: Asiria, Babilonia, Egipto y Persia. En efecto, si a principios de la Edad de Hierro, el país de Canaán estaba relativamente tranquilo, próspero y poblado de comunidades florecientes, cuando comienza el periodo medio de esa edad, se comprueba que numerosas ciudades habían sido abandonadas y que el nomadismo se había extendido enormemente. En los textos conminatorios descubiertos en Egipto y que datan de ese periodo, los pasajes relativos a Canaán confirman el hundimiento de su estructura urbana y social y describen que el país estaba entonces inestable y era víctima del desorden. Los mismos vestigios arqueológicos revelan una clara decadencia de la habilidad y del refinamiento de la sociedad cananea lo que indica una verdadera regresión técnica y cultural, sin embargo los cananeos pese a todo, siguieron identificándose con ese nombre hasta el año 500 ADNE. (The Archaeology Of Palestine. W. F. Albright, Penguin Books, New York, 1956).
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Ahora bien, si los romanos no expulsaron a los hebreos de Palestina, ¿Qué fue de ellos allí? Sabemos por los vestigios históricos y arqueológicos que la población de creencias religiosas judías dentro del Imperio Romano existía y era muy numerosa desde mucho antes de su supuesta expulsión de Palestina por los romanos. Sabemos igualmente, con fundamento en esas mismas fuentes históricas y arqueológicas, que uno de los aspectos resultantes de la conversión de Roma al cristianismo, consistió en el desmoronamiento de las comunidades judías dentro su imperio, a causa de las asimilaciones religiosas, lo cual se tradujo en la pérdida numérica de su población, fenómeno que se extendió también hacia la comunidad judía de Palestina. Igual proceso aconteció con el advenimiento del islam, donde por esa época los judíos, incluidos los hebreos de Palestina, fueron asimilados por la civilización árabe. En todo caso estas conversiones fueron voluntarias, como ocurrió en todo el Imperio Romano, donde un número, al parecer muy importante de judíos, se convirtió tanto al islamismo como al cristianismo.

Esta asimilación de los hebreos de Palestina por los cristianos o los árabes musulmanes era de esperarse. En el caso de Palestina su población estaba conformada por una amalgama de pueblos como fueron los cananeos, filisteos, hititas, griegos, arameos, hebreos, etc.; en fin un país que se había vuelto cosmopolita y cuya lengua hablada desde hacía casi seis siglos ADNE era únicamente el arameo. Lo más natural, entonces, para los grupos humanos que hablaban el mismo idioma, compartían la misma cultura y se consideraban así mismos habitantes autóctonos de la tierra que poblaban, era su integración y su fusión (Migration And Environment, H. L. Shapiro, New York, 1939).

Desde el punto de vista racial y geneológico, estos grupos humanos que poblaban Palestina, no debían ser sensiblemente diferentes entre sí. El hecho que todos estos pobladores hablaran una misma lengua semítica —el arameo—, debió facilitar considerablemente sus mutuos contactos y también sus intercambios culturales y con toda razón se puede concluir de igual manera que estas relaciones y que estos contactos culturales debieron necesariamente favorecer las uniones maritales entre estos grupos humanos aparentemente heterogéneos. Los hebreos y los cananeos fueron conformando en Palestina una población en la cual se habían fundido los diferentes grupos étnicos locales; en efecto, la mayoría de los judíos europeos, estudiosos del tema, estaban convencidos de la fusión de los hebreos con el resto de los habitantes de la Palestina antigua. Israel Belkind, uno de los primeros colonos sionistas llegados a Palestina, (miembro de un grupo de pioneros judíos que arribarían a esta tierra en 1882) escribió en sus memorias: «Los árabes palestinos son los descendientes de los antiguos hebreos y tanto yo como mi grupo, al llegar allí nos encontramos con mucha de nuestra gente, nuestra propia carne y nuestra propia sangre». Así mismo, David Ben Gurión, fundador del Estado de Israel en 1948, e Isaac Ben Zvi, futuro presidente de ese Estado, estaban tan convencidos de que los hebreos de Palestina que se instalaron en la tierra de Canaán se habían fusionado con el resto de la población de esa tierra y continuaron viviendo en Palestina, que consignaron esas convicciones en un libro que escribieron en 1918, titulado «La Tierra De Israel En El Pasado Y El Presente». Lo ratifican más adelante en el año de 1929, en otro de sus libros titulado «Reflexiones Bíblicas», en cuyos textos aseveran que según sus propios estudios, «los palestinos actuales son los descendientes directos de los hebreos bíblicos». Ambas obras fueron escritas en el idioma Yiddish, pero al adoptar el sionismo que la historia oficial de los judíos es el Antiguo Testamento, estas obras de Ben Gurión y Ben Zvi desaparecieron por arte de magia (The Invention Of The Jewish People, Shlomo Sands, 2009).

En síntesis y estrechamente vinculado con el proyecto colonialista y su estrategia política respecto al Medio Oriente, el sionismo ha venido tratando de convencer con base en engaños y distorsión acomodaticia de la historia, a judíos y al mundo que Palestina es su «Patria Ancestral» y que el judaísmo no es simplemente una religión sino un pueblo y una raza que ha mantenido una ininterrumpida línea de continuidad con los hebreos bíblicos y que su instalación en esa tierra obedece a que siempre han estado vigentes y muy estrechos los lazos nacionales entre los antiguos hebreos de Palestina con los actuales judíos del mundo. Por lo tanto, concluyen arbitrariamente que su regreso a esa tierra representa «el milagroso retorno a su patria después de un largo exilio».

Esta historia fantástica ha sido magnificada y divulgada profusamente por el formidable aparato propagandístico del sionismo y de sus patrocinadores los antiguos imperios colonialistas, hoy democracias occidentales que lo apoyan incondicionalmente, con una absoluta y total carencia de sustento histórico, arqueológico y antropológico, a pesar de lo cual, la realidad histórica pulveriza su fantástica fábula.
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* Jorge Simán Abufele nació en Belén, Palestina, el 10 de mayo de 1940. Arribó a Colombia junto con sus padres y hermanas, vía Cartagena, el 2 de mayo de 1952. Fue escogido por la organización Rotary para liderar grupos de intercambio de estudios a los Estados de California y Nevada en 1992. Es administrador de empresas egresado de National Buisnes Institute. Completó el programa de Desarrollo Gerencial Avanzado, en el área de Mercadeo, en la Universida del Norte (Barranquilla), en convenio con la Universidad de los Andes (Bogotá) en 1977.

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El presente escrito es el Cuarto Capitulo de «Mitos y realidades» del Conflicto Palestino–Israelí, publicado por la Editorial Lecat. La escritura de este libro tuvo la orientación de Hernando de la Rosa.

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