Literatura Cronopio

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Como impugnar una realidad literaria

CÓMO IMPUGNAR UNA REALIDAD LITERARIA. SOBRE «LA INVENCIÓN DE LA GENERACIÓN DEL 27», DE MANUEL BERNAL ROMERO

Por Manuel Sollo Fernández *

Trataré de ser justo en esta reseña, pero no imparcial. El autor de La invención de la Generación del 27, Manuel Bernal Romero, es paisano de Los Palacios y Villafranca (Sevilla), amigo desde la primera juventud en la que compartimos escritos y publicaciones y además ha tenido a bien nombrarme en los agradecimientos de este volumen por el mero hecho de hacerle llegar copia de un artículo de Gerardo Diego. Para cerrar la orla, muchas de las impresiones que relato a continuación pertenecen al texto que redacté para presentar este mismo libro en noviembre de 2012 en el Casino Cultural de nuestra localidad natal.

La invención de la Generación 27, que no en vano se subtitula «La verdadera historia del nacimiento del grupo literario de 1927», ha permitido a Manuel Bernal ejercer sus dos grandes pasiones, la literatura y el periodismo, aderezadas con una tercera actividad, la de metódico detective, que le ha servido de puente para desentrañar los soterrados misterios de la que hemos dado en llamar la edad de plata de la literatura española.

El autor, ya con el medio siglo cumplido, descubrió a aquellos autores de principios del siglo XX, la mayoría poetas, en una adolescencia rural en la que la primera heroicidad era acceder a los libros de nuestros favoritos, a los que tanto podrían llegar a parecerse aquellos poemas incipientes. (Y eso que aún bajo tortura negaríamos cualquier influencia ajena a nuestra magna inspiración. Así de altivos éramos los jóvenes).

Celebramos como nuestro el Nobel de Literatura de 1977 concedido a Vicente Aleixandre, tan querido en aquellos años por Manuel Bernal. A otros nos encandilaba más el compromiso político del Rafael Alberti recién regresado del largo exilio, que se paseaba por España como una estrella de rock, del brazo de Pasionaria, en los mítines multitudinarios del Partido Comunista. Algunos perseguían los soníos negros y el duende de Federico García Lorca, bien en su vertiente neopopular, bien en sus callejeos surrealistas por Nueva York. Y por fin, ¿quién no ha intentado enamorar imitando la dulce languidez de La voz a ti debida, de Pedro Salinas?, por ceñirnos a los más renombrados.

Poco reparábamos en otros como Cernuda, más circunspecto, al que daba la espalda nuestra rebelde mocedad y al que andando el tiempo hemos llegado a valorar como tal vez el mejor de todos ellos. No erraré si digo que, como nosotros entonces, son todavía miles los adolescentes que descubren la Poesía, así, con mayúsculas, en la Generación del 27, también denominada la Generación de la Amistad.

Es aquí donde se alza la relevancia incontestable del trabajo de investigación de Manuel Bernal, que se ha esmerado en la ardua tarea de desmitificar la génesis de este grupo de poetas a través de un exhaustivo análisis que nos lleva de mayo de 1926 a diciembre de 1927, centrado en la organización y celebración de los peculiares, históricos y posteriormente famosos homenajes a don Luis de Góngora y Argote con motivo del tercer centenario de su muerte, que tuvieron lugar en Madrid y Sevilla. Unos actos que en aquellos momentos, y después de numerosas vicisitudes, no quedaron más que como una fanfarria publicitaria y hasta cierto punto desganada que impulsaron sobre todo Gerardo Diego y Rafael Alberti.
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El primero, ansioso de posteridad, se quejó con amargura del desapego de sus colegas de los preparativos gongorinos: «Tan primoroso programa tropezó desde entonces con acumulados obstáculos. Pobreza pecunaria, incapacidad organizadora de los artistas, invencible pereza española, el disolvente del verano inmediato». El segundo, autor de Marinero en tierra a la espera de confirmar la gloria, concluyó lastimosamente que todo había sido «un gran fracaso».

El autor trata con meticulosidad de arqueólogo y decisión de cirujano documentos de primer nivel. Cita libros, artículos, cartas, declaraciones… de los propios protagonistas y sus allegados, para desentrañar relaciones personales, actitudes interesadas, gestos altruistas, enormes vanidades, pequeñas miserias. Va construyendo un retrato de poderosos egos que en su esplendorosa juventud se sabían distintos y geniales, héroes incluso, como los llega a calificar Bernal.

No elucubra, no inventa. La invención de la Generación 27 es un relato argumentado y documentado, incluso con fotos y reproducciones de textos originales, basado en un ingente material utilizado con rigor y respeto, al modo de esos investigadores anglosajones (sean historiadores, biógrafos o científicos) reconocidos por sus exactos conocimientos y alabados por su talentosa escritura para hacernos comprensibles las complejas materias que tratan.

Manuel Bernal, creador e investigador, nos hace partícipes de minuciosas indagaciones que nos revelan un amasijo de pasiones, desplantes y envidias, todo aderezado de no pocas gamberradas protagonizadas por un grupo de artistas únicos que aspiraban a la inmortalidad después de sobrevivir.

En aquellos meses conmemorativos de 1926-1927 ninguno perdía de vista la imperiosa necesidad de consolidar sus carreras literarias y a ello dedicaban gran parte de sus afanes; tampoco olvidaban la búsqueda del pan nuestro de cada día. Ese prosaico aspecto, cuenta Bernal, explica en parte el interés de Alberti por sacar adelante los fastos y darse a conocer: tenía que paliar sus escasos ingresos, indigencia más notoria al lado de la desenvoltura burguesa y señoritil de sus colegas de farra.

El lector valora el gracejo de los vituperios que se cruzan los organizadores con Ernesto Giménez Caballero, filofascista director de la influyente La Gaceta Literaria, que se negó a publicar la crónica de Gerardo Diego sobre el homenaje de Madrid por considerar «que estaba llena de falsedades», y como apunta Bernal, quizá no le faltaba razón. Sonríe ante el ingenio promocional con que actúan Dámaso Alonso y, sobre todo, el propio Diego, que llega a anunciar ante la pasividad del resto que está dispuesto a hacer, él solo, un auto de fe en el centro de la capital, «y luego lo contaré para inmortalizarlo», advierte.
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Bernal se adentra en su estudio desmitificador en el calculado distanciamiento cuando no expreso rechazo de los artistas mayores, como Miguel de Unamuno, Antonio Machado o Juan Ramón Jiménez, que se negaron a participar en el homenaje al genio cordobés por desavenencias estilísticas, sí, pero también por prevención ante el jubiloso albedrío de aquellos jóvenes iconoclastas. También sorprende el poco interés del siempre activo Federico García Lorca, el aire aturdido de Luis Cernuda, superado quizá por la complicidad capitalina de sus compañeros.

Por la escritura de Bernal conocemos que el viaje de la expedición a Sevilla lo pagó el torero Ignacio Sánchez Mejías, mecenas sevillano que atrae al mundo de la tauromaquia a estos creadores urbanos hasta obligar a Alberti a inmortalizar en un poema a su cuñado y amigo Joselito el Gallo, fatalmente corneado, y protagonizar él mismo la cumbre elegíaca lorquiana, la de las cinco en punto de la tarde.

Entre las convenciones que derriba La invención… es preciso citar, por entrañable, el de la autoría de la famosa foto que inmortalizó al grupo en la clausura de los actos que tuvieron lugar en el Ateneo de Sevilla. Siempre se la adjudicó el locuaz Pepín Bello, un genial agregado con más arte personal que obra literaria, quien contó que le prestó la cámara un fotógrafo que pasaba por allí. Bernal descubre que la instantánea, en la que, por cierto, no aparecen, por diversas disputas, Cernuda, Salinas ni Aleixandre, y que en realidad eran dos, la tomaron sendos fotógrafos de la prensa sevillana presentes en la docta institución.

En este relato de anécdotas profundas y de enjundiosas reflexiones, uno imagina al autor durante su ardua investigación entre legajos de archivos y hemerotecas con cierta solemnidad temblorosa. No le debió ser fácil ir avanzando por estas entrañas, como un Indiana Jones literario, para dejar al aire las vísceras de quienes fueron —y son en muchos casos todavía— sus referentes poéticos, culturales e incluso morales y políticos.

Todo mito es una suma de verdades y mentiras, y en esta simbiosis, qué quieren que les diga, casi siempre queda para la historia la versión más accesible y edulcorada, tal vez la más mentirosa, siquiera entre comillas. Durante décadas nos han narrado el origen del 27 como el de una generación feliz, integrada por amigos de intereses comunes, generosos, altruistas, gentes que daban la vida por un verso y cuya existencia quedó quebrada, amputada, por el tajo atroz y sanguinolento de la Guerra Civil. El profesor y periodista Manuel Bernal impugna esta invención sin perder jamás el afecto y la valoración literaria de la mayoría de sus protagonistas, sin dejar de entender en ningún momento que fueron las divertidas y hermosas andanzas de unos jóvenes que lograron resucitar a Góngora y de paso revolucionar la poesía española del siglo XX.
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* Manuel Sollo Fernández es periodista, redactor de Radio Nacional de España (RNE) desde hace casi 30 años. Destinado en el Centro Territorial de Sevilla, donde ha ocupado diversos cargos de responsabilidad, como la subdirección de RNE Andalucía, Jefatura de Informativos y edición de informativos. En la actualidad es también director y presentador de Biblioteca Pública RNE, programa de entrevistas y reportajes sobre escritores y libros de la web de RTVE.
https://www.rtve.es/alacarta/audios/biblioteca-publica/

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