Literatura Cronopio

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yocasta

EL INFORTUNIO DE LA DIVINA YOCASTA

Por: Juan Andrés Alzate Peláez

Ni siquiera mirar hacia ti puedo, pese a querer preguntarte mil cosas, de mil cosas enterarme, mirarte mil veces.

(Oedipus tyrannus vv. 1303-1305)

De la Vida de Yocasta.

De Yocasta seguramente mucho se ha dicho, tal vez más a partir de Freud que antes de él. No obstante, las más de las veces se habla de su tragedia, no tanto de ella. Dice Giovanni Boccaccio en una traducción de 1494 de su tratado De las mujeres illustres: «Yocasta fue reyna de Thebas, más nombrada y conoscida por sus infortunios que por sus merescimientos o por su reyno»(1).  De aquella historia estamos enterados, pero hemos de centrarnos, más que en su desventura, en su personalidad, en su enigmático silencio y en su incredulidad. Pues que habidas estas dos cosas, callar y descreer, síguese irremediablemente, por el sino de los dioses o por el fatídico devenir de la historia, la funesta tragedia que constituyó su vida.

Hay muchas versiones de la vida de Edipo, lo cual implica otras tantas variantes de la de su madre y esposa. Así, por ejemplo, nos llama la atención la versión de Boccaccio, arriba citada, donde la desdichada madre, una vez conocido su parentesco con Edipo, “lo tomó muy fuerte y molestamente” y continuó su vida más tiempo hasta que, con la muerte que se dieron Polinices y Etíocles, sus hijos y nietos, “la vieja con un cuchillo quitóse la vida llena de angustias y fatigada de infinitos infortunios y males. E con el fin de la vida feneció sus cuydados”.  No hace mención de su suicidio ahorcándose aunque si “hay, empero, algunos que dizen ella no haver podido soffrir tanto tiempo sus desiguales yerros y tribulaciones. Ante, luego que vio a Edippo haverse él mismo sacado los ojos en esse punto, dizen ella misma con un cuchillo haverse procurado la muerte”(2).

Nótese que en la versión de Sófocles ella se quita la vida antes que Edipo se sacara los ojos. Es más, la curiosa versión que cito también relata, accidental o intencionalmente y sin notarlo el autor, que Edipo “por vergüença de peccado tan grande y feo él codiciasse la muerte, y llorando perdió la vista”: encegueció por el llorar.

Ahora bien, ¿qué se sigue de saber que son muchas las versiones de la vida de la divina Yocasta? Pues que, habiéndolas comparado, por lo menos habiendo comparado los rasgos que da Sófocles con los del citado texto, nos encontramos con dos rasgos comunes, los cuales son la angustia que causa la profecía (y el miedo de que esta se cumpla por el que calla la mujer durante su vida), y el crudo dolor que le hace procurarse la muerte en acto de desesperación.

Ciertamente, desde nuestro parecer, no es virtuoso el final de la desdichada esposa y madre, pero desde el parecer griego haberse quitado la vida constituye el sacrificio que aplaca a los dioses. Vuelve con ello la salud a la ciudad invadida por maligna peste. La inmolación de Yocasta es, si se nos permite decirlo, un acto heróico.

De la Persona de Yocasta

Dos haberes son significativos en el temperamento de la reina de Tebas, de un lado su silencio temeroso unas veces, prudente las otras; y del otro, la incredulidad a la que llega por el desengaño de la profecía incumplida.

Discutamos el primero de ellos. El desarrollo de la tragedia nos muestra que Yocasta sabía de un oráculo adverso para su destino: Desposaría a su hijo y aquel habría de matar a su esposo, es decir, a su padre de él. Sorprende cómo Edipo llega al poder sin saber gran cosa de su antecesor Layo y menos aún de la revelación que movió a su mujer a abandonar su hijo. Ante esto nada se puede preguntar mas que ¿por qué la reina no habló de esto antes? ¿qué la mueve al silencio?

Por supuesto, lo primero que se nos viene a la mente es que al niño de la profecía lo dan por muerto tanto el Corifeo como Yocasta, mas el mensajero del difunto Pólibo cambia la situación en el diálogo esticomítico (3) que se inicia en el verso 1000 (p. 160 de la traducción castellana, ver bibliografía).  En el transcurso de la conversación el temor asalta a Yocasta quien, queriendo que Edipo no resultase de baja estirpe, le responde “No trates, ¡por los dioses!, de averiguarlo, por poco que te cuides de tu vida.” [p. 165 vv 1060 – 1061] (4). Aquí se evidencia el temor de toda su vida, aquel dolor indecible se renueva. A la vista de la profecía, que otrora dio por incumplida, dice la divina Yocasta a Edipo: “¡Ay, desgraciado! ¡Ojalá no te enteres nunca de quién eres!” [p. 166 v. 1068]. Las expresiones “¡no trates de averiguarlo!” y “¡ojalá nunca te enteres!” dan a entender que Yocasta sabe más de lo que se ha hablado.

¿No es paradójico que notando el parecido de Edipo son su esposo Layo no le hubiesen entrado sospechas por remembranza del oráculo? : “No difería mucho de ti en su constitución” [p. 147 v. 743]. Por supuesto que algo temía, pero nada dijo quizá por prudencia (en griego “sõfrosýnê”), o quizá por amor propio (en griego “hyperêfanía”) pues no se hacía a la idea de que el oráculo pudiera ser cierto.

A favor de su actitud prudente hablan los versos 634 al 638,  donde la discusión entre Creonte y Edipo se le figura “minucia” ante la necesidad del reino: “¿Por qué, desdichados, levantasteis esta insensata discusión? ¿No os avergonzáis, padeciendo el país tal calamidad, de promover rencillas privadas? ¿No entraréis de una vez tú y tú, Creonte, en casa, sin hacer de una minucia una montaña?” [p. 141 vv. 634 – 638]. Los hechos del pasado, la génesis de Edipo, son irrelevantes. Hay una peste que conjurar y el culpable no aparece.

Yocasta sabía que la muerte de Layo se dió a conocer con la llegada de Edipo (p. 147 vv. 736 – 737) (5), y que el siervo que sobrevivió a la muerte de su amo pidió la libertad tan pronto vio llegar al nuevo rey (p. 149 vv. 758 – 761) (6). ¿Cómo es que esto no levantó sospechas en la reina sino hasta el cumplimiento de la tragedia? Hubo de ser, acaso, una forma de defenderse: negar la realidad para seguir viviendo. Pero la propia vida y fortuna le son adversas, pues su prudencia no resulta ser más que la máscara que encubre su amor propio. Hablemos, pues de esto otro.

El silencio de Yocasta deviene en amor propio, en cuidado de su propia vida y tranquilidad (hoy diríamos, de su salud emocional). Casi hasta el último momento aquella negación de la realidad a la que la indujo el temor del oráculo la lleva a creer que “de seguro no fue aquel niño desdichado quien le mató [a Layo], pues pereció antes que él. De suerte que, en lo que a la adivinación atañe, ya no volveré a mirar ni a esta mano ni a esta otra.” (p. 152 vv. 855 – 858)

El silencio de Yocasta deviene en amor propio y este en incredulidad. Realmente prudencia, amor propio, silencio e incredulidad se dan todos a la vez, y los unos en función de los otros, no se puede decir con certeza que la a veces enigmática Yocasta hubiera sido movida por uno solo de estos aspectos. Puede decirse, si, que la raíz de todo esto es la angustia, como dijimos en la parte primera de este breve ensayo.

“Entérate de que no hay mortal alguno que posea en lo más mínimo arte adivinatoria” (p. 145 vv. 708 – 709) dice la experimentada reina a su esposo Edipo cuando aquel se indigna con Creonte por el oráculo de Tiresias. Lo que más se destaca en las palabras de la reina de Tebas es su incredulidad, y tal vez aquello es, a la vez, medio y causa de la tragedia. Medio por estar así dispuesto por los dioses, y causa por ser ofensa a estos.

A tal punto llega su escepticismo que destaca, irónicamente, que el oráculo sobre el destino de su hijo le viene de los sirvientes, no de Febo: “Llególe un día a Layo un oráculo –no diré del propio Febo, sino de sus sirvientes –” (p. 146 vv. 711 – 712). Más aún, cuando llega el mensajero del difunto Pólibo, sintiéndose segura de sí misma y de haberse sobrepuesto al destino trazado por aquel oráculo, dice a Edipo: “Escucha a este hombre, y observa oyéndole adónde han ido a parar los augustos oráculos del dios.” (p. 156 vv. 952 – 953).

Si hay algo que no sospecha la incrédula reina de Tebas, la divina Yocasta, es que está siendo utilizada por los dioses y que ella misma es artífice del destino que le fue trazado. Es increíble lo que con la incredulidad de los hombres hacen los dioses: signan el devenir y castigan. Parece como si la prueba de que los dioses existen es que odian a los hombres.

La divina Yocasta es consciente de que los antojos de la fortuna imperan sobre los hombres, y es precisamente por eso que dice que “lo mejor es vivir al azar, como se pueda.” [p. 158 v. 979]. Es decir, la vida se “sobrelleva con más facilidad” haciendo caso omiso de los oráculos, pues no hay “presencia cierta de nada”. Vemos, pues, que la despreocupación de Yocasta deviene, como forma de la apatía, por la incredulidad; de allí que debe entenderse la despreocupación aquella como consecuente de la incredulidad y no como cualidad yuxtapuesta o más relevante.

Cuando la reina habla de fortuna ¿de qué habla? Pues del azar en contraposición al sino. De allí que le resulte lógico vivir al azar del modo como la vida es obra de azar y no de destino. Sin embargo la vida leída de uno u otro modo no deja de inducir temor, como veremos más adelante. Prueba de que Yocasta en absoluto cree en oráculos y destinos prefijados es la exclamación que hace ante la noticia de la muerte del padre, hasta ese momento biológico, de Edipo: “Por temor de matar a ese hombre huyó antaño Edipo, y ahora ha muerto por obra de la fortuna y no suya.” (p. 156 vv. 947 – 949). Hay cierta tranquilidad en ver cumplido el azar, por acomodarse a su amor propio, y no el sino.

Como ya se dijo, la angustia es la gran protagonista de esta tragedia,  el temor lo permea todo, no hay seguridad ni en el sino  ni en el azar, pues nada de ambos puede anticiparse racionalmente: “Ahora estamos todos llenos de temores al verlo amedrentado.” (p. 154 vv. 922 – 923)  La duda induce la desconfianza y destruye la seguridad en que parecía estar la divina Yocasta. La consciencia de los errores constituye la tragedia de Yocasta. Más exactamente su error fue la impiedad, no la incredulidad.  decimos impiedad pues desde el principio se quiso modificar el destino, se quiso ir contra los dioses. Tal querer modificar el destino implica una creencia indirecta en él, no la incredulidad en aquello. Otra cosa es que el tiempo, como nos lo dice magistralmente Sófocles, se haya encargado de volver incrédula a la increíble Yocasta.

Yocasta, al fin de cuentas

Como ya se dijo, es magistral el trato que Sófocles hace de Yocasta en la tragedia. La angustia y el crudo dolor marcan la obra, pero principalmente a Yocasta, en Edipo sólo se puede hablar del crudo dolor a partir del momento en que hace las conjeturas que lo llevan a saberse esposo de su madre y asesino de su padre. Yocasta ya venía guardando estos temores desde mucho antes.

Sin ese elemento de angustia no se habría movido a curiosidad Edipo, aún contra la voluntad de su esposa y madre. Aquella curiosidad hubo de desvelar lo que estaba oculto, traer a evidencia lo escondido, llamar a la verdad lo desconocido.  Conocer la verdad tiene precio trágico, en palabras de Nietzsche “quien quisiera comprender todo entre los hombres, tendría que atacar todo. Mas yo tengo manos demasiado limpias para eso” (7)

Yocasta encarna el temor de conocer la verdad, la inseguridad ante el azar que se desconoce o el sino que nos condena. La tragedia siempre estuvo ahí, pero sólo se hizo efectiva cuando salió a la luz, cuando se volvió evidencia. Pero el mal no está en la verdad de los hechos, la tragedia es consecuencia de los errores, o si se quiere, los errores son la vía de cumplimiento del destino trazado por los dioses. Es decir, el verdadero temor de Yocasta no era a la verdad de los hechos sino a la verdad de sus errores. Los hombres se hacen merecedores de un destino que forjan con su culpa (los dioses existen porque nos odian). El error de Yocasta fué la impiedad; su virtud, la heroicidad.

Para cerrar hago mías las palabras de Boccaccio: De esta gentil griega “havemos scripto lo que nos ha parecido ser más digno de memoria, assí en el bien como en el mal. (…) Verdaderamente podremos affirmar que pocas hystorias de claros varones levarán ventaja a las de las claras mujeres, cuyo principio començó en Eva, madre de todos.” (8).

NOTAS
(1) BOCACCIO, Johan.  De las mujeres illustres en romance.   Zaragoza, Paulo Hurus, Alemán de Constancia, 1494, fo. 29 v. y ss.

(2) Ibidem.

(3) Diálogo dramático en el que los interlocutores se responden verso a verso.

(4) Las páginas corresponden a la traducción castellana; y los versos, al texto griego.

(5) “El hecho se dio a conocer en la ciudad un poco antes de que tú aparecieses con el mando en esta tierra.”

(6) “Cuando a su regreso de allí [el siervo] te vio a ti con el poder y a Layo muerto, me suplicó, cogiéndome la mano, que le enviara al campo.”

(7) Así habló Zaratustra. El retorno a casa.

(8) BOCCACCIO. Op. Cit. fo. 105v-106r.

BILBIOGRAFÍA
BOCACCIO, Johan.  De las mujeres illustres en romance, Zaragoza, Paulo Hurus, Alemán de Constancia, 1494, fo. 29 v. y ss.  &   fo. 105v-106r.
Texto digital disponible en: https://parnaseo.uv.es/Lemir/Textos/Mujeres/Indice_cap.html  (Febrero de 2008)

SOFOCLES, Antígona, Edipo Rey, Electra. Tr. de  Luis Gil.  Guadarrama : Madrid.   1969  pp.  109 – 189.

TEXTO GRIEGO de la tragedia “Edipo Rey”: Oedipus tyrannus, ed. A. Dain and P. Mazon, Sophocle, vol. 2. Paris: Les Belles Lettres, 1958.
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2 COMENTARIOS

  1. desearía recibir datos sobre la vida de yocasta
    para mi trabajo profesional y de investigación sobre el abuso sexual infantil.desde ya muchas gracias

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